El contexto internacional es cada vez más influyente sobre la realidad económica, social y política de la América Latina. A nivel local y nacional las decisiones centrales derivan de la política nacional. A nivel regional e internacional global no hay influencia de la política nacional y cada vez tiene mayor relevancia en el bienestar de las sociedades latinoamericanas. Vivimos en el predominio del capitalismo financiero, con gran influencia de instituciones financieras privadas, donde predomina lo financiero sobre lo productivo, donde las grandes empresas transnacionales obtienen mayores ganancias por la vía financiera que sobre sus actividades normales productivas. Las grandes empresas transnacionales son determinantes del comercio mundial y tienen gran influencia en los megaacuerdos que intentan llevar adelante las grandes potencias.
Existe en la actualidad una gran competencia comercial entre los EE UU y China que es el primer exportador de bienes y de productos manufacturados. México y América Central tienen una elevada relación comercial con los EE UU. La mayoría de los países de la América del Sur tienen como primer comprador a China. En el plano financiero en la región predomina EE UU, mientras que China comienza a jugar con apoyos financieros a países como Argentina, Brasil, Ecuador y Venezuela. En el campo económico internacional, con elecciones en los EE UU y el Brexit jugando en Europa, se siente mucha incertidumbre, leve crecimiento en EE UU, crisis económica en la Unión Europea y cierto grado de desaceleración de la economía China, con caída de los precios internacionales de los productos que exporta la región.
Los datos de la empresa latinobarómetro de setiembre de 2016 marcan algunas tendencias negativas de la América Latina. Entre ellas destacan: a) El mantenimiento de las desigualdades, los avances de la corrupción y de la violencia, lo que genera protestas y manifestaciones sociales derivadas de los descontentos de la sociedad. b) Hay una caída de apoyo a la democracia, a los gobiernos, al parlamento y a los partidos políticos. Al 47% de los encuestados no le importa si los gobiernos son o no democráticos, si le resuelve sus principales problemas.
Los recientes cambios políticos en Brasil y en Argentina tendrán una elevada influencia sobre el devenir político, económico y social de los países de la América del Sur. Tendremos más ajustes económicos, avances hacia el modelo neoliberal, con posibilidades de nuevas privatizaciones. Los megaacuerdos impulsados por los EE UU, que podrían tener fuerte influencia en la región, terminan siendo una incógnita, en la medida que no son apoyados por los principales candidatos a la presidencia de los EE UU.
Mientras tanto ¿qué pasa con los partidos de izquierda en la América Latina? En la nota de la semana pasada analizamos la destitución de Dilma Rousseff en Brasil como uno de los acontecimientos políticos más graves para la región. La profunda crisis de Venezuela y las debilidades democráticas de Nicaragua afectan a la izquierda regional. Lamentablemente ha penetrado la corrupción en gobiernos y partidos de izquierda, que afectan principios éticos defendidos como valores fundamentales de nuestra izquierda.
Importa señalar que una de los casos donde no se verifican esas abdicaciones lo constituyen los gobiernos frentistas del Uruguay.
Los partidos políticos de izquierda ganan elecciones pero no gobiernan. El Poder Ejecutivo ejerce el gobierno, generalmente sin consultar al partido. En general, el partido gobernante no participa ni en las demandas sociales ni en los conflictos y tienen baja vinculación con la sociedad y con las organizaciones sociales. No son instancias privilegiadas de mediación traduciendo demandas sociales a la agenda política. Tienen baja representatividad porque además, a veces, carecen de democracia interna, usan clientelismo y por la propia fragmentación social.
Estos partidos de izquierda en este nuevo siglo, han ganado elecciones, tuvieron elevado crecimiento económico ayudados por los precios internacionales, mejoraron los niveles de empleo y de distribución del ingreso, bajaron sensiblemente la pobreza y otorgaron nuevos derechos ciudadanos. Para ello realizaron mejoras del gasto público social, de la política salarial y en algunos países a través de reformas tributarias. Pero no hubo pensamiento estratégico, no hubo una mirada de mediano y largo plazo en la elaboración de estrategias de desarrollo que permitiera una política macroeconómica que atendiera no solamente lo financiero sino fundamentalmente lo productivo y el empleo. No se concretó la complementariedad productiva en los procesos de integración y se mantuvo la inserción internacional centrada en los recursos naturales, sin poder participar en cadenas de valor que permitieran avances de exportación en rubros de alta y media tecnología. Con este cuadro internacional y regional es indispensable cuidar al gobierno frentista del Uruguay. Sus dos grandes vecinos tienen gobiernos de derecha y son difíciles nuevas alianzas.
Por ello es muy relevante mejorar las relaciones partido, gobierno y sociedad. Hay que aprovechar la presencia de un nuevo presidente del FA, para lograr un diálogo con el Presidente de la República y el Poder Ejecutivo que le permita a la fuerza política mayor apoyo a su gobierno y también mayores controles. Ello le facilitará una mayor presencia en sus relaciones con las organizaciones sociales, con las redes sociales y una mayor vinculación con las demandas sociales. Para mejorar el debate y la conducción el FA requiere cambios en su organización. Esto significa nuevos acuerdos políticos que deberán ser impulsados desde la nueva presidencia. Para ello el nuevo presidente, que logró una excelente votación en las elecciones internas, cuenta con nuestro apoyo. La democracia vale.
Por Alberto Couriel
Economista y ex senador
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