Los medios nos traen noticias interesantes. Por ejemplo, el 13 de este mes un cable de EFE informa que neurólogos de la Universidad de Cornell encontraron que algunas palabras con similar significado tienen alguna consonante en común en variedad de idiomas.
“El estudio reveló que las palabras más propensas a usar los mismos sonidos son pronombres, partes del cuerpo, verbos que describen movimiento o objetos de la naturaleza. La palabra lengua (de la boca), por ejemplo, suele incluir la letra ‘l’, mientras que rojo o redondo la ‘r’.” Aunque no siempre; por ejemplo, en castellano arena no tiene ‘s’, comosand en inglés, sable en francés y sorra en catalán.
Sorprendente, ¿no? Aunque al parecer las coincidencias casi entrarían en lo estadísticamente probable, el respaldo científico parece contundente; porque “lingüistas de Argentina, Alemania, Holanda y Suiza” analizaron “palabras básicas del vocabulario del 62 % de los 6.000 idiomas del mundo” para llegar a tal resultado.
Un poco más sorprendentes son las conclusiones que se extraen. Como que los hallazgos “rompen un concepto fundamental de la lingüística: la idea centenaria de que el vínculo entre el sonido de la palabra y su significado es arbitrario”. O que el neurólogo danés Morten Christiansen, director del Laboratorio de Neurociencia Cognitiva de Cornell asegure que “hay algo que, al parecer, conduce a los humanos a estos modelos. No sabemos lo que es, pero sabemos que está ahí”. Según él, esta coincidencia en diferentes idiomas puede tener su razón en el proceso de aprendizaje de una lengua, “es algo que tiene que ver con la mente humana o su cerebro, en su forma de interactuar”.
¡Caramba, los nativos de diversos lenguajes tienen un cerebro programado para decir arena con una ‘s’, pero nosotros no! Ahora, veamos, todas esas afirmaciones de un materialismo místico no se desprenden del relevamiento de los argentinos y los suizos. No son ni siquiera una hipótesis que piense probar. Son simples ocurrencias.
¿Qué está pasando? Ese es el tema de esta nota. Que las noticias científicas, que casi por definición no se siguen, sino que desaparecen cada día, son deficitarias. Esta nota es sobre periodismo, no un periodista hablando sobre lingüística. Y hay dos razones para esta deficiencia. La primera es la tendencia de los investigadores a excederse en sus declaraciones, más allá de lo que sus papers pueden probar. La segunda, que los periodistas suelen no tener idea de qué se trata; así, la constatación de la existencia de un bosón que explica la gravedad se convirtió en un enredo sobre la partícula de Dios.
Puede haber una tercera razón. Los trabajos con más gancho, sobre todo en psicología, suelen describirse con terribles errores de método o de análisis lógico. Algunos serán, pero otros quizá lo parezcan por alguna de las dos razones anteriores.
Idiomas, genes y agricultura
El cable de EFE reconoce por ahí que “en los últimos 20 años, algunos lingüistas ya habían encontrado ejemplos de palabras con sonidos parecidos en diversos idiomas, de acuerdo con el estudio.”
Familias de lenguajes actuales
Cualquiera más o menos curioso que lee lo que aparece, sabe más que esto. En el siglo XIX se encontraron semejanzas entre familias de idiomas, como los indoeuropeos o los semíticos. Estas familias se construyeron precisamente observando semejanzas, por ejemplo entre las lenguas europeas, persas y de la India por un lado y entre el árabe y el hebreo por otro.
A principios del siglo XX se propusieron macrofamilias que unificaban a las dos mencionadas o que agrupaban lenguajes africanos, amerindios o del Extremo Oriente. En 1903, el danés Holger Pedersen, propuso el “Nostrático”, un ancestro común de la familia Indoeuropea, Urálica, Altaica y Afro-Asiática. Más cerca, Joseph Greenberg es el gran nombre en esta línea.
Merritt Ruhlen trabaja con él y más tarde con el genetista Luiggi Cavalli-Sforza, quien se valió de las semejanzas lingüísticas para apuntalar sus estudios genéticos a efectos de reconstruir una historia del hombre. Ruhlen clasificó 17 macrofamilias, aunque resta un puñado de lenguas que no encajan en ninguna de ellas.
Hoy, las conclusiones de esta escuela pueden resumirse así: Hace quizá 100 a 150 mil años, cambios geográficos aislaron a grupos humanos del sur de África cuyos descendientes hablan variedades de lenguajes khoisan (pigmeos y otros). Si las lenguas humanas se dividen en dos grupos, ese es uno, separado de todos los demás. Otros, ubicados más al noreste del continente, quizá hace 75 mil años comenzaron a salir de África y extenderse por ese continente, Asia, Oceanía y Europa. Todos sus lenguajes provendrían de un mismo origen.
El hombre paleolítico se expandía con lentitud, por eso en cortas distancias se encuentran lenguas muy distintas. Pero hará 15 mil años en la actual Turquía se comenzó rudimentariamente a plantar y dominar animales. Eso permitió una expansión muy grande de los hombres que hablaban el nostrático, cuyos derivados se hablan hoy en casi toda Europa, casi toda Asia, norte de África y en buena parte de América y Oceanía. Ahora podían cargar su comida y cada generación avanzaba muchos kilómetros. Por ello, lenguas lejanas conservan más similitudes.
La Revolución Neolítica propiamente dicha, unos milenios más tarde creó algunas de las familias modernas, como el Indoeuropeo, quizá nacido también en Turquía, quizá más hacia el Cáucaso, donde se domaron caballos, lo que les dio poder militar y capacidad de saquear, primero la actual Bulgaria y luego otras tierras cada vez más lejanas.
Es cierto que esta escuela parte de la base de que, retrocediendo desde el presente, se podría llegar a una sola lengua original. Y esa hipótesis debe tomarse con cuidado. Pero algunas cosas deben darse por probadas.
Si casi todos los lenguajes fueran dialectos de un mismo origen, no es de extrañar que recopilando algunas palabras de las más usadas, se encuentren semejanzas aunque remotas, letras sueltas en algunos idiomas y en otros no.
Pero nada de esto habilita a pensar en que haya mecanismos cerebrales innatos que determinen qué letras suenan “naturales” para cada objeto. Cavalli-Sforza advierte contra ello y estudia las sustituciones de lenguas por conquista, lo mismo que las sustituciones de genes, que a veces son la contracara. Cualquier niño adoptado hablará perfectamente su lengua de adopción.
La semejanza tampoco rebate la hipótesis de que los signos son arbitrarios. Ferdinand de Saussure, fundador de la lingüística moderna, ponía como ejemplo que en el bajo latín se comenzó a llamar pio-pío a la paloma (antes columba). Pero al entrar en la corriente del idioma, pasó a ser un sonido tan arbitrario como cualquiera y en francés evolucionó a pigeon.
Uno debe suponer que los investigadores que hicieron el relevamiento del que da cuenta el cable de EFE tienen que conocer esos antecedentes. Si consiguieron fondos para financiar el trabajo es porque éste tenía algún objeto. Pero nos quedamos sin saber cuál es. Para usar las palabras de Morten Christiansen “hay algo que, al parecer, conduce a los humanos a estos modelos. No sabemos lo que es, pero sabemos que está ahí”. A los científicos humanos.
Por Jaime Secco
periodista
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