# CINE |“Gilda”; recreación de un redivivo mito popular

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La pasión por la música condensada en un mensaje de impronta redentora y la enconada lucha contra la incomprensión en una sociedad y en un medio social despiadadamente machistas, son los componentes temáticos de “Gilda, no me arrepiento de este amor”, el film biográfico de la realizadora Lorela Muñoz que recrea a la mítica cantante de cumbia argentina.

La película, que es una coproducción entre Argentina y Uruguay, se adentra en la dramática historia de una mujer que, mediante su inquebrantable voluntad, desafió a la realidad.

A veinte años de su trágica muerte, a los treinta y cuatro años de edad en un accidente de tránsito, esta historia reconstruye la peripecia del personaje real, más allá del mero esplendor de los escenarios y de la veneración colectiva de miles y tal vez millones de adeptos.

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No en vano el relato comienza por el final, mediante un largo plano secuencia que documenta desde adentro de la carroza fúnebre el sepelio de esta estrella injustamente abatida por el destino, en plena juventud.

Estas primeras escenas trasuntan la adoración de una multitud de admiradores, la mayoría de ellos procedentes de contextos sociales de alta vulnerabilidad, quienes, visiblemente agobiados por la irreparable pérdida, cubren de flores el féretro que marcha hacia su última morada.

Esa irrefrenable idolatría, similar a la que se profesaba por otros íconos argentinos como su colega Rodrigo, el célebre boxeador José María “Mono” Gatica y hasta la mismísima Evita, es, sin dudas, una auténtica seña de identidad del hermano pueblo argentino.

Su prematura muerte sólo contribuyó a alimentar más el mito de esta bailantera empedernida, que supo construir su impactante periplo a fuerza de coraje, sacrificio y compromiso.

Empero, contrariamente a lo que podría pensarse, este film revela el ángulo menos conocido de la historia de Myriam Alejandra Bianchi, interpretada por la actriz uruguaya Natalia Oreiro: su vida privada.
No en vano esta maestra de preescolares del barrio Devoto logró emerger de su rutinario anonimato para construir su propio destino, grabar varios discos que se transformaron en resonantes éxitos y “empaparse” literalmente de pueblo en cada una de sus presentaciones.

En ese contexto, la narración recrea sus conflictos familiares, entre una madre de conductas ambiguas y un marido que jamás la comprendió e incluso transformó a sus hijos en rehenes de una situación de alta complejidad.
Bajo esas desavenencias subyace igualmente la incontenible pasión que abrevó de la influencia de su padre, quien la inició prematuramente en el gusto por la música.

La película corrobora que esas adversidades no arredraron en modo alguno a Gilda, sino que templaron aun más su espíritu libre y emancipado.
Por supuesto, su decisión no estuvo exenta de dudas, en tanto, luego de la primera prueba de voz –que resultó naturalmente exitosa- la joven pareció abandonar su proyecto de transformarse en intérprete.

En efecto, si cantar en público era ya de por si un desafío, más lo era alternar en un universo desconocido y en paisajes humanos que le resultaban absolutamente ignotos.

Por supuesto, el otro grave problema es compatibilizar y articular una carrera artística que demanda trabajar de noche, con el cuidado y la atención que requiere una familia.

El film no soslaya en modo alguno la sordidez del ambiente de la bailanta, donde es habitual que las mafias se apropien de los cantantes, de los músicos y del mercado.

En esas circunstancias, desafiar a ese poder como lo hicieron Gilda y sus compañeros de grupo, configuraba ciertamente una actitud harto temeraria y expuesta a eventuales represalias.

Si bien la película describe ese submundo de delincuentes que explotan despiadadamente a cantantes mediante la violencia y la intimidación, este fenómeno es retratado con superlativa sobriedad y sin inconvenientes excesos.
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En cambio, son más explícitas las secuencias de los recitales, con multitudes fanatizadas y enardecidas al punto límite de erigir a la protagonista en una suerte de “santa”.

Esa liturgia colectiva contrasta claramente con los conflictos de la cantante en su vida privada, que devienen en un hogar radicalmente fracturado por la incomprensión, la represión, el menosprecio y el desprecio.

Más allá de meros aspectos biográficos, que hacen a la reconstrucción de un personaje femenino realmente singular, “Gilda” es también una película de impronta testimonial.

La directora Lorena Muñoz, quien tiene plausibles antecedentes como documentalista, sabe mixturar el drama íntimo con el esplendor y los claroscuros del éxito con la aureola cuasi mística que la historia requiere.
En ese contexto, la interpretación protagónica de Natalia Oreiro revela un concienzudo estudio de este auténtico icono de la música popular, al punto de lograr una absoluta y hasta conmovedora mimetización entre la actriz y el personaje real.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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