La victoria de Trump divide aún más a Europa

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Con recelo, incertidumbre y cierto miedo, ha recibido Europa la noticia de la victoria del Donald Trump en las elecciones presidenciales de los EE UU. El nuevo presidente electo, que ocupará durante los próximos cuatro años la Casa Blanca, no ha despertado muchas simpatías, inclinadas en su mayor parte por la candidata demócrata Hillary Clinton, cuya victoria no solamente se esperaba sino que se asegramon-1uraba ante los deslices y soflamas de un  personaje calificado en la mayoría de los países de la UE como un provocador y sinvergüenza, además de otros calificativos, misógino, estafador, explotador, y xenófobo. Un caradura que, a tenor de las informaciones publicadas, procede, como todos los norteamericanos, salvo los antiguos indígenas, hoy por desgracia en extinción, de las olas migratorias europeas y africanas de los dos últimos siglos. Una emigración sin cuya mano de obra barata no hubiera podido lograr el emporio empresarial y urbanístico que ha levantado, junto a la fortuna adquirida de la que se ha servido para montar su campaña y ascender con una demagogia insultante a la presidencia de la mayor potencia mundial.

En Europa se dice -y en estos últimos días se viene repitiendo a menudo- que a los presidentes de los Estados Unidos deberíamos elegirles los ciudadanos de todo el mundo, al menos, los países afectados directamente por las políticas y economías de Norteamérica. Es el caso de  Europa, y en mayor medida, países como España, donde poseen todavía una de las bases militares más potentes del continente, junto a Alemania y Turquía. En vista de los resultados, no es de extrañar que la opinión sobre este personaje forjado en la hipocresía, la explotación de la mano de obra ilegal, y las luces de los platós, no haya opiniones favorables. Tampoco es de extrañar el recelo y la incertidumbre con la que Europa ha acogido su designación.

Claro que los españoles tampoco podemos hablar, como tampoco ha hablado claramente el actual gobierno, surgido también hace pocos días de las urnas, limitándose a la simple felicitación protocolaria. (Sobre esto volveremos más adelante).

La esposa del ex-presidente Clinton (también él) era muy conocida y estimada en toda Europa, no solamente por su labor cuando ejercía de primera dama, sino por defender una gestión de políticas sobre el estado de bienestar social muy semejantes, en algunos casos, como el referido a la Sanidad Pública, copiadas de las leyes europeas. Han sido, por tanto, los resultados favorables a Trump, una decepción que ha pillado por sorpresa a los europeos, que mantenían la esperanza en la victoria de Hillary Clinton, un deseo mayor si cabe que hace ocho años cuando salió elegido Barak Obama, muy querido en estos lares, donde esta semana se encuentra de visita oficial, manteniendo entrevistas y reuniones con algunos jefes de estado y líderes políticos.

Queda claro que el nuevo presidente Trump ha aumentado la división de la por sí dividida Unión Europea. Una UE donde los extremismos xenófobos, nacionalismos mal entendidos… En Europa se dice -y en estos últimos días se viene repitiendo a menudo- que a los presidentes de los Estados Unidos deberíamos elegirles los ciudadanos de todo el mundo.

Obama, en entre otros asuntos, ha querido quitar hierro a las intenciones anunciadas por el candidato republicano procurando tranquilizar a un continente que hasta el presente ha mantenido estrechas relaciones con los EE UU. Obama argumenta que su sucesor no podrá llevar a cabo todo lo que ha dicho fuera de tono, y que él está seguro, según el comportamiento que tuvo en su primera reunión oficial entre el presidente saliente y el entrante, que moderaría esas intervenciones desarrolladas durante su campaña electoral. Además, cuando ocupe la presidencia Trump se verá condicionado, ha añadido Obama, por situaciones en las que sus promesas no podrán ser cumplidas por el alto coste político y económico que encierran, como la expulsión de inmigrantes o la construcción del muro en la frontera con Méjico.

Trump divide la UE y aumenta el “espíritu antiyanqui”
La cohesión de la Unión Europea, desde hace varios años, se ponía en entredicho, y culminaba hace varios meses con el “Brexit” de Inglaterra -salida de la UE-. Con la llegada de Trump a la presidencia de los EE UU, los diferentes países que componen esta unión se han vuelto a dividir todavía más. Mientras la mayoría ha acogido con cierta preocupación al nuevo mandatario, la extrema derecha se ha apresurado a felicitarle y se ha visto afianzada en sus políticas demagógicas y populistas. Es bien sabido que en algunos países, como el norte de Europa, Alemania, Italia y la mayoría de los países del Este, la xenofobia, y el radicalismo derechista ha surgido con fuerza ante los problemas que acucian al continente europeo, tanto desde el interior de cada país, con los recortes en mayor o menor medida por la crisis económica, como del exterior, con la inmigración provocada por las guerras en Oriente próximo, y la inmigración económica proveniente del extremo oriental de Europa/Asia y de África.

Así lo han confirmado dirigentes como Farage, líder del Partido Independentista del Reino Unido, que fue uno de los primeros en felicitar a Trump, y calificar su victoria como “una revolución en la política… unas políticas necesarias para afianzar la soberanía de cada nación”. La victoria de Trump, apunta el líder separatista inglés, tiene ecos de revuelta popular contra las élites, como ha sido el Brexit, por el que abogó en el referéndum, ganando por escasa mayoría la separación de la UE (de la que por otra parte, ahora muchos se arrepienten y desean convocar otra votación).

También han aplaudido la victoria de Trump dirigentes de los antiguos países del “telón de acero”, antiguos comunistas, y de la parte occidental de Europa, como la líder derechista y el auge de Le Pen, en Francia, o el ascenso de Grillo en Italia o la AfD en Alemania. Las consignas de Trump contra los inmigrantes y el aislamiento nacional han calado, pues, y dado alas, en algunos dirigentes europeos radicales de derechas que defienden y pregonan políticas semejantes.

Pero la mayoría sigue con preocupación las políticas que va a aplicar el nuevo mandatario estadounidense, sobre todo en lo que se refiere al Tratado del Mercado, el controvertido TTIP que quieren imponer los EE UU, y la nueva política de Defensa.

La tensión y el futuro de la OTAN
Uno de los asuntos más preocupantes es el mantenimiento de la OTAN (NATO, según las siglas en inglés), la Organización del Tratado del Atlántico Norte, de la que depende la defensa de esta parte del planeta, surgida después de la II Guerra Mundial, como contrapeso del Pacto de Varsovia (de la URSS) en tiempos de la guerra fría, a la que se han incorporado últimamente otros países que estaban anteriormente incluidos en ese pacto soviético. Dicha preocupación referida a este pacto de defensa internacional surge por las declaraciones de Trump cuando era candidato, en las que vino a poner de manifiesto su intención de que si algún país que forma parte de dicha organización no pagaba, no tendría derecho a ser defendido por este organismo.

En una reunión mantenida a principios de esta semana entre diferentes ministros de la UE, en la que estaba presente el Secretario General de la OTAN, se trató este tema, y el mandatario salió al quite asegurando que todo seguiría igual. Nuestra Alianza ha aproximado a los amigos cercanos de América durante 70 años. Una OTAN fuerte es buena para los Estados Unidos, y buena para Europa”, declaró su secretario general, Jens Stoltenberg, y así, añadió, se lo ha hecho saber en su mensaje de felicitación a Trump. Hay que recordar que el secretario general de la OTAN, sr. Stoltenberg, no dudó hace unas semanas en afear al candidato republicano por unas declaraciones que encerraban cierto chantaje a los aliados europeos, al diferenciar los que paguen de los que no paguen. Ante el malestar creado en ambientes europeos, Stoltenberg ha recordado que “el compromiso de defensa mutua es absoluto y no condicional”, y de extrema importancia tanto para Europa como para América.

En la primavera del próximo año, 2017, la OTAN tiene previsto celebrar su cumbre con motivo de la inauguración de su nueva sede a las afueras de la capital europea, Bruselas. En dicha reunión se espera la visita del futuro presidente de los EE UU, a la que lógicamente está invitado.

España, la OTAN y la UE
España siempre ha mantenido estrechas relaciones con los Estados Unidos. No solamente desde la reanudación del sistema democrático hace casi cuarenta años, incluso durante los otros cuarenta años de la dictadura, consentida y promocionada por los mismos Estados Unidos. La razón es nada más y nada menos que la instalación de cinco bases norteamericanas, repartidas en puntos estratégicos de nuestra península, que en alguna ocasión pudieron causar más de un disgusto grave. Todavía mantiene, tras su desmantelamiento de todas ellas del interior, cuando se instituyó la democracia y cayó el Pacto de Varsovia, una base marítima con submarinos nucleares, en Rota, al sur,  cerca del Estrecho de Gibraltar.

España tiene el privilegio, o la desgracia, según se mire, de ubicarse en una situación “geoestratégica” privilegiada, en el extremo occidental del continente Europeo, y punto neurálgico y central que le permite controlar todo el hemisferio norte, el oriente, y el continente africano. Por tanto, nuestro país es una zona que interesa a los EE UUJ, más que ellos a nosotros… (De esto deberían ser conscientes nuestros dirigentes, pero no parece que sea así, y nos supeditan a sus políticas imperialistas. Quizá se deba a que si los norteamericanos no saben elegir bien, tampoco los españoles sabemos hacerlo, pero esto es una opinión de este corresponsal, que no debe ir más allá del simple comentario ad hoc).

Por eso no cabe duda de que se mantendrán las buenas relaciones… por nuestra situación estratégica en el continente, y en el globo terráqueo, aunque muchos americanos piensen, cuando la buscan en el mapa, que España está debajo de Méjico o entre las islas del Caribe. Así son de ignorantes los estadounidenses en su mayoría, quizá la misma que ha votado a este energúmeno.

El futuro, pues, de los EE UU y, como consecuencia, el de la UE y el del mundo, se mueve entre la incertidumbre y el desasosiego, aunque si hay algo cierto es que en Europa ha revivido el nuevo presidente el espíritu antiimperialista, la xenofobia contra los norteamericanos. Si con Obama ese odio visceral europeo al imperio yanqui, se redujo hasta el punto de lograr cierto aprecio y renacimiento de la esperanza de un “nuevo orden mundial”, distinto al de sus predecesores, con la elección del demagogo Trump ha reverdecido el anti americanismo tradicional alimentado desde los tiempos de Reagan y su famosa “guerra de las galaxias”.

En resumen, queda claro que el nuevo presidente Trump ha aumentado la división de la por sí dividida Unión Europea. Una UE donde los extremismos xenófobos, nacionalismos mal entendidos, y demagogia también han ascendido en los partidos de extrema derecha… La historia nos ha dejado claro que cuando hay crisis y el pueblo la sufre, surgen iluminados y “salvapatrias” que con sus proclamas y demagogia arrastran a las masas llevándolas al desastre. Sucedió con Hitler en Alemania, Mussolini, Franco, Stalin… ¿Sucederá con Donald Trump? Europa está alerta y preocupada. Tanto que está planteándose montar su propia OTAN a expensas de lo que haga la nueva política norteamericana.

Por Ramón Hdez de Ávila
Corresponsal en España

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