Un misterio asesinato acaecido en una escenografía ambiental inhóspita y olvidada por la civilización en pleno siglo XXI es el desafiante disparador temático de “Viento salvaje”, el segundo largometraje del realizador y guionista norteamericano Taylor Sheridan.
Aunque fue un actor secundario poco exitoso, Sheridan se ha destacado como guionista en recordados films como “Sicario” (2015) y “Sin nada que Perder” (2016).
En esta oportunidad, asume la conducción de un proyecto artístico propio, corroborando la madurez que le otorga su experiencia en la industria y en la escritura de historias.
A ello suma cualidades propias para la construcción y el desarrollo de la narración y la dirección de actores, todo lo cual permite avizorar un futuro promisorio en la realización.
En ese contexto, “Viento salvaje” es un sólido exponente del cine policial noir, con todos lo ingredientes de un género que requiere permanente innovación para no anquilosarse.
Esta película es muy buen ejemplo de creatividad y buenas intenciones, a partir de un argumento tipo similar al de otras tantas realizaciones.
En este caso concreto, la sustantiva diferencia está más en el envase que en el contenido, más allá de la apelación a otros ingredientes que exceden al género.
En ese marco, no es casual que la trama cinematográfica se desarrolle es un escenario natural del condado de Wyoming, marcado por la desolación y el rigor de un clima realmente salvaje, tal cual lo anticipa el propio título del relato.
En esa región, las gélidas temperaturas se transforman en una suerte de pesadilla para sus habitantes, quienes pertenecen a una reserva indígena segregada por el blanco. Obviamente, las poblaciones nativas viven virtualmente sin ninguna protección estatal, por lo cual lo que allí sucede casi nunca amerita la atención de los gobernantes y suele quedar invisibilizada por la indiferencia.
Los protagonistas de este tenso policial son Cory Lambert (Jeremy Renner), quien trabaja como oficial de caza y pesca y cazador de predadores en la reserva natural de Wind River y la agente del FBI Jane Banner (Elizabeth Olsen), quien, por supuesto, no conoce el lugar.
Mientras el hombre, que está separado de su mujer Wilma (Julia Jones) arrastra un pasado complejo por la muerte de una hija en una confusa situación, la flamante investigadora deberá adaptarse a una realidad que ciertamente ignora y la supera.
El disparador de la narración es la aparición del cuerpo sin vida y congelado de Natalie (Kelsey Asbile), una joven indígena que aparentemente ha sido asesinada. El peritaje forense no deja dudas en torno a que la joven fue ultimada y abusada.
Aunque se trata de dos personajes diametralmente opuestos, para ambos igualmente la pesquisa se transformará en una suerte de desafío, con la convicción que resolver el caso es bastante más que una mera obligación judicial.
Incluso, para el sagaz cazador – quien obviamente no posee experiencia como investigador pero si como rastreador- la tarea es un ejercicio de auto-redención por su dolorosa pérdida el pasado.
En esas circunstancias, el clima inhóspito se suma naturalmente al pesimismo de los pobladores del lugar, que, obviamente, desconfían de los desconocidos y tienen una actitud poco propensa a comunicarse e interactuar con ellos.
Taylor Sheridan, que además de dirigir es también el autor del guión, describe con superlativa elocuencia y sabiduría las conductas psicológicas de los agonistas, quienes también son relevantes en el desarrollo de la historia.
Acorde con las pautas de un cine policial que pone el mayor énfasis en lo humano, la tensión recorre todo el relato, que mixtura la intriga con el drama y, si se quiere, hasta con la denuncia.
Queda toda la sensación que los nativos de esas reservas tan distantes de las megalópolis de la posmodernidad son ciudadanos de segunda categoría, que, en la práctica, no poseen los mismos derechos que la población blanca.
Empero, esa reflexión crítica que por supuesto está presente a través de las imágenes y de las propias actitudes humanas, es un mero pretexto para construir un film intenso y que responde a las demandas de paladares cinéfilos bien exigentes.
“Viento salvaje” es un exponente de cine independiente, que se desmarca claramente de la recurrente propuesta edulcorada de una industria que sigue encubriendo las miserias del sistema.
Con esta película, Taylor Sheridan corrobora que el género policial no está para nada agotado, aunque sí requiere creatividad y audacia para generar un nuevo paradigma.
Más allá de la mera trama dramática- que es densa y a menudo hasta enrevesada- el film destaca particularmente por el excelente trabajo de fotografía y de montaje, que utiliza al máximo las posibilidades que otorgan los paisajes nevados donde transcurre la acción, así como por la sugestiva música de Warren Ellis.
Esa agobiante sensación de hostilidad –que es climática pero también emocional- va marcando las pautas de un relato pródigo en complejidad, donde los personajes actúan en función de sus más íntimas convicciones.
“Viento salvaje” sobresale también por las muy buenas actuaciones protagónicas de Jeremy Renner y Elizabeth Olsen, al frente de un reparto actoral profesionalmente competente y ciertamente imbuido del espíritu de esta plausible propuesta cinematográfica.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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