De autoconvocados nada
Muchos y autorizados análisis se han efectuado sobre la situación del agro, la movilización de los llamados autoconvocados, las soluciones que pretenden y las que se buscan, las medidas que puede tomar el gobierno, los objetivos de la movilización y sus alcances, las expectativas que despiertan pero, ahora, hay que volver a Mafalda. El personaje de Quino decía durante las épocas de la feroz dictadura argentina: “los diarios no existen … la mitad de las cosas que pasan no las dicen y la otra mitad es mentira”.
Vamos a detenernos en procedimientos de los grandes medios de comunicación y en el plan de manipulación desinformativa que se ha venido desarrollando.
1) El nombre y las consignas cambiantes – La denominación “autoconvocados” procura resaltar la presunta espontaneidad de las movilizaciones, su carácter popular, su masividad y sobre todo su homogeneidad y presunto apoliticismo.
Autoconvocados o sea el hecho que se hubieran convocado espontánea y empáticamente es absoluta y visiblemente falso: se trata de un salto en calidad, desde el irresponsable y seguro anonimato de las llamadas redes sociales (facebook, twitter, etc.) – donde se puede largar cualquier bolazo, insulto o atizamiento del odio – hacia el uso intensivo de la artillería pesada, en especial de los canales de televisión, actuando en batería, es decir no en base a disparos de piezas aisladas (informativos y flashes) sino empleando todo tipo de de programas y armando verdaderas cadenas de los poderosos medios privados para trasmitir “en directo” como lo intentaron el 23 de enero para conseguir el “fuego de saturación”.
Naturalmente ese tipo de despliegue requiere un grado de organización y financiación que nada tiene de espontáneo. Son movimientos bien planificados con mucha antelación y detalle, dotados de medios económicos abundantes (mover gente y equipos, disponer movileros por todos lados, concertar entrevistas, editar y repetir imágenes, organizar campamentos, contratar expertos, requiere mucho trabajo y hay que pagar, a veces para que alguna gente vaya pero sobre todo para remunerar a los operadores). No es una patriada sino una operación desestabilizadora que hace caudal de la experiencia de los piqueteros argentinos, de los caceroleos de señoras conchetas y de otros operativos semejantes organizados por provocadores y manipuladores profesionales como el ecuatoriano Durán Barba, asesor de Macri.
Los uruguayos, en general, tenemos experiencia respecto a lo que cuesta y demanda mantener una “protesta” como la que sufrimos por el corte de los puentes internacionales, especialmente por los piqueteros de Gualeguaychú; manipulados, retribuidos, mantenidos y alimentados por los oscuros intereses opuestos a la instalación de la planta de celulosa en Fray Bentos. Seguramente entre los manifestantes acampados en la carretera había algunas personas aterrorizadas por los falsos ecologistas que sacudían el fantasma de la contaminación y el cáncer pero el movimiento en si era verdaderamente una operación política destinada a conseguir a cualquier costo que la planta se instalase en la Argentina o, por lo menos, evitar que funcionase en nuestro país.
Entre los tiburones siempre nadan los pequeños peces, los verdaderos productores pequeños y medianos que en algún caso han sido manipulados o inducidos a creer que las causas de su situación y sobre todo las soluciones que necesitan son las que promueven los insaciables escualos, los voraces latifundistas, los intermediarios, los especuladores, los grandes patrones que muchas veces son también diputados, senadores e intendentes del Partido Nacional (de ejemplo basta un botón pero hay varios como ese senador fogonero que arrienda 300 hectáreas del Instituto Nacional de Colonización, un patrón que no las trabaja nunca con sus propias manos). Los que esgrimen “un solo Uruguay” como consigna saben que el único país que les interesa es el de su propiedad, el de su riqueza.
A esta altura lo de la homogeneidad de la movilización es una consigna de segunda generación porque antes se había promovido otra rencorosa y fementida: “primero el campo”, “el campo le da de comer al país”, “el campo produce para los vagos de la ciudad”, “el campo se cansó”, etc. Todavía hay carteles con ese tipo de consignas pero los organizadores han hecho un visible esfuerzo para encuadrarlas porque la discriminación de la ciudad, viejo tema, mostraba demasiado la hilacha de la oligarquía vacuna, su desprecio por los trabajadores y los jubilados, su odio xenófobo, su adoración por las dictaduras que siempre han sido promovidas por las gremiales patronales.
Últimamente la consigna central, fuertemente contradictoria, típicamente macrista, neoliberal, es la de “reducir el costo del Estado” lo cual entraña varias paradojas. En primer lugar, si en el costo del Estado se considera, como ellos lo hacen, según la cantidad de empleados públicos (que siempre han sido objeto del odio y el desprecio de la derecha) se están metiendo en un lío porque el 70% de los cargos políticos de particular confianza se radican en las Intendencias Municipales en manos de los blancos y la cantidad de funcionarios municipales son la base del sistema clientelista y corrupto de esas Intendencias.
Los grandes medios de comunicación han pasado agachados ante los escándalos que, ahora mismo, se están produciendo, con total impunidad, en las principales intendencias municipales gobernadas por el Partido Nacional y el hecho de que en muchas de ellas nueve de cada diez funcionarios sean contratados a dedo y en forma precaria: en Soriano un intendente-empresario, librador de cheques sin fondos, que se enriquecía vendiendo nafta al municipio desde sus propias estaciones de servicio; en Lavalleja una Intendente que aumentó en un promedio superior al 30% el sueldo de sus decenas de cargos de confianza, incluyendo un 57% a su esposo que es, al mismo tiempo, su subordinado en la comuna; en Cerro Largo un Intendente que ingresa a dedo, sin concurso y violando la ley, a más de doscientos funcionarios. Además, como se sienten incluidos en los reclamos de los movilizados, estos Intendentes ofrecen ridículas medidas de “disminución del gasto”, la venta de un auto viejo, por ejemplo, para limpiar tajamares.
Entre los pequeños y medianos productores efectivamente hay cierto grado de espontaneidad y desde luego un aporte genuino, no solamente de preocupaciones sino de su tiempo y su dinero porque para responder a esas convocatorias hay que dejar de trabajar, llevar o mandar vehículos y aportar víveres. Esa parte no la pagan los ricos patrones, los dueños de los medios y los asesores extranjeros que han diseñado la ofensiva.
El carácter popular, es decir amplio e inclusivo, se ha pretendido resumir en consignas muchas veces vagas y contradictorias que, como es lógico, están en el banco de pruebas y han ido cambiando. La apelación al nacionalismo siempre es redituable para ocultar la finalidad fundamentalmente política de la movilización. La masividad es de boquilla, en los hechos no hay masas (excepto alguna de confitería) en las movilizaciones.
El negocio de la venta de banderas y el himno nacional entre mate, tortas fritas, choripán y asado sirve para disimular las cosas que no dicen los manoseadores de la patria y para crear cierto clima de camaradería entre los participantes, clima que corre el riesgo de desaparecer apenas se apague el fogón y termine la reunión, cuando aparezca la fea cara del odio – que se dispensa abiertamente por las redes – contra las políticas sociales para los más desfavorecidos, menospreciando el apaleamiento de peones, promoviendo el rechazo a las ocho horas y derechos elementales en el trabajo rural y la ausencia ocultada o maquillada de los excluidos, de los trabajadores rurales, los peones y capataces, los maquinistas, los zafreros, los choferes, que raramente se encuentran en esas congregaciones de patrones.
La ventaja de la imagen sobre el discurso, para detectar la falta de carácter popular e inclusivo de las congregaciones, es que muestra cosas difíciles de disfrazar. Está claro que en Durazno se reunió todo tipo de gente de trabajo, pero hay trabajos y trabajos, propietarios y arrendatarios, presentes y ausentistas, y eso se nota porque no estamos en la escuela pública donde la túnica nos uniformiza democráticamente sino en un sitio donde los poderosos, casi que inevitablemente, tienden a exhibir los símbolos de su poderío, en su atuendo, en su vehículo, en sus prendas.
Hablando de popular y aunque es un indicador poco relevante en cuanto a la legitimidad de los reclamos – muchos de los cuales son, como se sabe, totalmente justos (y no necesariamente acertados) – es innegable que el vehículo popular por excelencia, en todo el país, ha dejado de ser la bicicleta y ha pasado a ser la moto. Por eso, cuando La República tituló con elocuentes fotos panorámicas, el 24 de enero, “Muchos autos… Poca gente” (o algo así) se acabaron los drones. Efectivamente había unos miles de vehículos privados, herramientas de trabajo 4×4, casi ninguna moto y poquísimos ómnibus colectivos. Por ende, poca gente en general y sobre todo poca, muy poca gente de a pie.
Si en lugar de mirar a los presentes se contempla el entorno, los manejadores de la movilización, aparece más claramente el objetivo político de todo lo organizado: derrotar al Frente Amplio a cualquier costo, liquidar las conquistas en cuanto a equidad social, salud y bienestar, pasarle la factura a los trabajadores, a los jubilados, a los pequeños y medianos comerciantes y productores. ANDEBU, la gremial de los grandes medios de comunicación, la prensa de derechas, la cámara inmobiliaria de Punta del Este, no solamente no son populares sino que son anti populares por vocación y tradición.
2) Bajame el dron y cerrame las tomas – Los canales privados de televisión han jugado el papel de puntas de lanza en la premeditada operación mediática de los llamados autoconvocados. Su primer acto se llevó a cabo en el centro del país, en unos campos cerca de la ciudad de Durazno, el pasado 23 de enero. En los días previos, todos los programas de esos canales privados se dedicaron a promover “la gran convocatoria”, presentadores y presentadoras de todo tipo de espacios, desde modas a informativos pasando por los talk-shows y programas varios, hablaban de cientos de miles de asistentes, recomendaban llegar temprano en la mañana, anunciaban decenas de caravanas de vehículos que partirían desde todos los rincones del país.
Las imágenes previas eran, invariablemente, reproducciones de caravanas de vehículos, con amplia predominancia de flamantes camionetas 4×4 doble cabina y algunos tractores, cosechadoras y palas mecánicas tan relucientes que parecían provenir directamente de los establecimientos de venta de maquinaria. Después los dueños de esos establecimientos reconocieron que apoyaban los desfiles y que habían mandado a sus empleados a sacar las máquinas para acompañar a sus clientes movilizados.
Sensibles a las críticas que se sintieron acerca de la exhibición de vehículos nuevos, los editores de imágenes hicieron famosa una toma, repetida hasta el hartazgo en todos los canales, donde la caravana aparecía encabezada por un viejo tractor rojizo, un cacharro voluntarioso que aparecía enfocado en primer plano, marchando a buen paso y detrás, desenfocados y embanderados, 40 o 50 vehículos diversos.
La hora prevista para la lectura de la proclama, que se planteaba como central eran las 16. El día era caluroso, con un sol de justicia, y el predio estaba dividido en dos campos separados por un camino. En el predio más grande se estacionaban los vehículos y en el otro, bordeado de eucaliptus, se concentraría el público. En un extremo se había montado un estrado, las instalaciones de amplificación sonora y algunos puestos de venta de bebidas y alimentos. Desde temprano los equipos de las televisoras estaban trasmitiendo. Todos anunciaron una trasmisión “en vivo y en directo”. Algún dron se elevó y mostraba a las personas refugiadas a la sombra de los árboles y en la distancia el otro predio de estacionamiento. Llegaron las 16 horas y todos los movileros se dedicaron a decir que “había 50.000 personas”, “que había un retraso porque las docenas de caravanas que se dirigían al predio congestionaron las rutas”.
Llegada la hora prevista los organizadores invitaron a los presentes a salir de la sombra mientras trataban de ganar tiempo con la actuación de músicos y anuncios acerca de las caravanas que llegarían, que ya estaban cerca, bla, bla. Los drones se elevaban nuevamente y se veía que no llegaban los anunciados. Todo se dilató por un par de horas y las imágenes aéreas en el momento de mayor asistencia mostraron que las expectativas de los organizadores no se habían cumplido.
En el momento de mayor asistencia y utilizando las imágenes de un dron que abarcaba todo el predio y sus alrededores, un astrónomo aplicó el método utilizado para medir puntos de luz y calculó con un margen de corrección muy elevado que los asistentes sumaban poco más de 4.800 personas. Otra medición, sobre las mismas imágenes, llevadas a cabo mediante reticulación, similar a la empleada en laboratorios, arrojó guarismos similares.
Aunque la cantidad de asistentes no fuese una expresión del respaldo popular que recibieron los reclamos, produjo un inmediato ajuste en el manejo de las imágenes por parte de los expertos. Desde ese momento el uso de drones cambió radicalmente: se abandonaron los planos cenitales, es decir las tomas desde gran altura y en cambio las tomas aéreas pasaron a ser, en el mejor de los casos, de escalera (a una altura de pocos metros), apuntando al horizonte. De este modo, la concentración de público que presentaba grandes huecos o distancias considerables entre grupos de gente aparecía más tupida e impedía cualquier tipo de contabilización. Estas tomas que “llenan el ojo” pero son engañosas se generalizaron inmediatamente y después se repitieron durante varios días acompañado declaraciones reiteradas diciendo que “se habían reunido 50.000 personas” (ese fue el número fijado como consigna).
La otra técnica muy popular para mostrar aglomeraciones donde no las hay o para “aumentar” el público es la de cerrar las tomas. Nada de planos abiertos, panorámicos, la imagen se cierra y enfoca sobre el movilero y su interlocutor, detrás pueden verse banderas y personas pero nunca es posible hacerse la idea de la cantidad de gente o su actitud. Además, se generalizó la reiteración de unas pocas tomas seleccionadas o editadas de modo que, en adelante, nunca fuera posible discernir si se trataba de asistentes al acto de Durazno, de paseos preparatorios por las rutas o de nuevos actos locales.
Estas técnicas elementales y los patéticos esfuerzos de algunos movileros y conductores de programas por acomodar con palabras lo poco que mostraban las imágenes fueron la confesión más nítida de la decepción que produjo la escasa convocatoria. La lección fue bien aprendida para el segundo paso de la movilización programada: la “vigilia” del 31 de enero al 1º de febrero.
Los organizadores no se volverían a someter a un papelón o decepción como el que sufrieron el 23 de enero, con un esfuerzo enorme, una inversión seguramente muy importante, con la mayoría de los medios de comunicación comprometidos en la operación, con las llamadas redes sociales a toda manija, con adhesiones de todo tipo. La montaña parió un ratón.
El segundo paso, que debía estar previsto con mucha antelación, se transformó en una serie de pequeñas concentraciones locales, vigilias les llamaron, aunque alguien las calificó acertadamente como “pijamadas” o fogones. Los organizadores anunciaron antes más de 200 de esas reuniones en todo el país y el 1º de febrero ya hablaron de “más de 300” aunque naturalmente esas cifras no se pueden sostener, seguramente son falsas. Posiblemente las reuniones no hayan pasado de 60 y el total de vigilantes nuevamente y en el mejor de los casos, no habría superado las cuatro o cinco mil personas.
Se había establecido que las concentraciones debían mantenerse desde el mediodía del 31 hasta las 18 horas del 1º pero la enorme mayoría se desarrollaron en la noche y no alcanzaron al amanecer siguiente. Los canales privados movilizaron a todos sus corresponsales y equipos en el interior del país, mandaron a sus “periodistas estrella” a alguna de las vigilias para utilizar el prestigio o reconocimiento de estos y no se emplearon drones ni planos abiertos o tomas panorámicas. Se practicó invariablemente la imagen intimista, el diálogo, la entrevista amable cara a cara, al amor del fuego, con el mate, las tortas fritas, y la parrilla con corderos y chorizos.
Por excepción se escaparon algunas imágenes un poco más abiertas cuando se cumplió la consigna de cantar el himno nacional, cosa que se produjo a las 20 horas. Allí se vieron concentraciones de 15 o 20 personas y las más grandes de 50 o 60. En este caso, el énfasis de la movilización, pacífica por demás, parece haberse efectuado en la presencia de grandes y flamantes camiones (naturalmente sin carga) y maquinaria colocados fuera de los márgenes de la carretera.
3) El discurso de los patrones y los que les levantan centros – Desde el punto de vista de los manipuladores mediáticos el discurso y la imagen deben complementarse para cumplir sus objetivos políticos. De la misma manera que las imágenes pueden ocultar la realidad o mostrarse como posverdades, los discursos son tan importantes por lo que presentan como por lo que esconden.
Está claro que el discurso de los grandes patrones, de la derecha política es antagónico al de la izquierda, al del gobierno elegido democráticamente, en general. En realidad no existen dos modelos de país o en todo caso existe el modelo de desarrollo con justicia social y redistribución de la riqueza que el Frente Amplio viene aplicando exitosamente desde el 2005 y el “retorno al pasado”, el reino del privilegio, la corrupción y la riqueza que, con matices para la tribuna es lo que plantean blancos y colorados.
Los ejemplos de lo que se proponen están ahí al lado. Ellos los admiran y lo que es peor están dispuestos a imitarlos a cualquier costo, desean contratar o han contratado ya a los asesores que guían la políticas del neoliberalismo salvaje. Son esencialmente anti democráticos, están dispuestos a jugar sucio, a renunciar a los principios republicanos, a la solidaridad y la convivencia. Son partidarios de aliarse con cualquiera para cualquier cosa, no tienen principios sino intereses puros y duros, como Macri, como Temer.
En un país democrático se puede y se debe desarrollar movilizaciones para reclamar soluciones. Esto no solamente es lícito sino necesario pero hay un sitio por donde pasan ciertos límites, en el discurso y en la imagen. Estos límites están dados por el respeto hacia los demás (“respete si quiere que lo respeten”), por el respeto hacia la libertad que no puede ser bastardeado por el odio y la agresión.
En este movilización veraniega, además del odio reaccionario que resuman las redes y las falsedades y canalladas impunes (fotos trucadas del Presidente, acusaciones falsas contra Fernando Lorenzo por presunto uso de auto oficial, fotos de Woodstock haciéndolas pasar por las de Durazno) ya hay declaraciones públicas del tipo “si tiene que haber sangre, la habrá” (y el responsable tan campante) y carteles que resuman resentimiento y bravuconería (una cosa es el enojo y otra el insulto). Por ahora son expresiones aparentemente aisladas pero hay aspectos del discurso de los organizadores y principales voceros que llevan a pensar que nada los conformará.
El gobierno actuó rápidamente disponiendo algunas medidas para aliviar, en forma primaria, la situación de los sectores más afectados (lechería, arroceros, granjeros) y llamó al diálogo, a trabajar respetando la institucionalidad, para concretar otras medidas. Sin embargo, parece que a los promotores de la movilización no les interesa el diálogo ni lo que ya se ha hecho para contemplar a diversos sectores de productores. Nada les alcanza. Nada les satisface, juegan una partida de suma cero, es decir al todo o nada, como si con un país se pudiera jugar en esa forma como lo hace Temer en Brasil y Macri en la Argentina. Ellos ganan y los demás pierden.
Por eso en el discurso, la plataforma del 23 de enero se ha ido desdibujando porque, en primer lugar, no hay medidas que sirvan a todos los talles. La agropecuaria es compleja y sobre todo las distintas clases que se mueven en torno al agro tienen intereses distintos y muchas veces enfrentados. La Asociación Rural siempre ha sido enemiga de los pequeños y medianos productores e invariable defensora de los poderosos, de los grandes intereses nacionales e internacionales y contraria a la justicia social y la equidad. Algo parecido pasa con las cámaras empresariales y que decir de las inmobiliarias de Punta del Este.
La plataforma de esta movilización ha sido analizada con justeza y claridad por distintos especialistas, no hay más que remitirse a Ernesto Agazzi o Constanza Moreira. Cualquier observador percibe que no existe un discurso único, una verdad revelada y polivalente. Cuando determinados voceros rechazan las propuestas del gobierno, las declaran inservibles, renuncian al diálogo y anuncian una escalada de medidas, se demuestra que más allá del aumento artificial del dólar, la rebaja de los combustibles (para ellos), el achique del Estado y la rebaja o no pago de impuestos, hay otra orden del día netamente política y anti democrática. Están haciendo un esfuerzo desesperado para quebrar al gobierno y los poderosos que tienen la batuta están dispuestos a cualquier cosa para conseguirlo.
El discurso de los patrones no es novedoso. Son los inventores del “está todo mal”, del reclamo insaciable y del ocultamiento de sus ganancias. Son los reyes de la impunidad. Ahora es llamativo otro fenómeno común del que se han favorecido los ricos: algunos periodistas se afanan en “ayudarlos” a hilvanar un discurso netamente comprometido con las consignas centrales de la movilización. Entre estas: “todos los sectores ligados al agro están igualmente afectados”, “el gobierno no entiende al agro”, “las medidas no sirven”, “el agro es todo”, “los impuestos son excesivos”, “el Estado es gordo y las empresas pobres”.
En general los desinformativos están marcadamente sesgados. Cuando se haga una medición precisa se sabrá cuantas veces más tiempo se dedica a recoger machaconamente las reclamaciones de los productores, los transportistas, los inmobiliarios, los rematadores, los economistas y agrónomos funcionales a los grandes patrones, los vendedores de maquinaria e incluso de sectores parasitarios que viven de la intermediación, que las declaraciones del Presidente, de Ministros y de expertos que discrepan con la linea fijada por los organizadores en la trastienda de la movilización.
De todas maneras, el papel más evidente lo juegan algunos periodistas, movileros, que buscan entrevistas, simulando una especie de muestreo de dirigentes locales y participantes, y hacen preguntas que ponen palabras en boca de sus interlocutores, sugieren respuestas, recuerdan temas que el declarante pueda haber olvidado. Las grabaciones de estas tenidas serán piezas de estudio sobre lo que un periodista no debe hacer al transformarse en un vehículo servil y complaciente de jugadas rastreras.
Sus silencios su falta de una mínima capacidad crítica – que algunos consideran disculpable porque si la desarrollaran perderían el empleo – no justifica su falta de curiosidad ni sus silencios. Por eso, siempre se muestran dispuestos a recordar los horrores del déficit fiscal pero se hacen los distraídos respecto al crecimiento sostenido de la economía uruguaya o a la terrible sangría que representan las pingües y privilegiadas jubilaciones de los oficiales de las fuerzas armadas que le costaron al erario público en el 2017 la friolera de 550 millones de dólares.
Lic. Fernando Britos V.
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