A propósito de la novela, de Julia Alvarez

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(A propósito de la novela En el tiempo de las mariposas,
de Julia Alvarez)
El 25 de noviembre de 1960 fueron asesinadas por la dictadura de Trujillo las hermanas Mirabal: Minerva, Patria Mercedes y María Teresa. Una cuarta, Bélgica Adele (Dedé), que no se había comprometido activamente en la lucha contra la dictadura, sobrevivió a la masacre. Es ella la que cuenta, de modo ficcional, en esta novela de la escritora Julia Alvarez, norteamericana de origen dominicano, quiénes fueron, cómo vivieron, lo que pensaron y lo que soñaron estas mariposas de la libertad. Hoy día, y desde el 17 de setiembre de 1999 por resolución de la ONU, en esa fecha fatídica se conmemora, en su memoria, el Día Internacional de la No Violencia Contra la Mujer (el Día de la No Violencia de Género). En nuestro país, la hija de Minerva Mirabal y Manuel Aurelio “Manolo” Tavárez, Minou Tavárez Mirabal, fue la única oradora del Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, que se realizó el 25 de noviembre del año pasado.

Existe una edición en español de este libro, premio Konek 1994, En el tiempo de las mariposas, por la editorial Atlántida, Buenos Aires, 1995.

En el tiempo de “las mariposas”.-
Todo empieza por una periodista que quiere saber sobre “las Mirabal”. Va a la casa de Dedé, única sobreviviente y memoria viva de un tiempo que se resiste a morir, y así comienza todo. Dedé ya está cansada de las entrevistas sobre sus hermanas, que principalmente le realizan cuando llega cada 25 de noviembre, que es la fecha de sus muertes, porque queda expuesta como “la hermana que sobrevivió” y la pregunta que siempre ronda, y que la persigue como una culpa no resuelta, de porqué fue que sobrevivió. E incluso hay, en el principio de esta novela, la ironía de saber que la profesión de Dedé es vendedora de seguros, como si ella fuera culpable por sobrevivir.

La entrevista va hacia Dedé y su pasado como forma y recurso para encontrar a las Mirabal y su mundo, para encontrar, en definitiva, la explicación de su vida y de su muerte. La historia está contada desde el punto de vista general de Dedé, aunque los capítulos ficcionan con lo que podrían contar cada una de las hermanas, pero todo es de acuerdo a los recuerdos de Dedé. Incluso se utiliza el recurso del diario íntimo, en este caso es Patria la que escribe sus preocupaciones y pensamientos. La entrevista disparará los recuerdos, y éstos, a su vez, nos darán la tónica de un tiempo ya ido pero que aún se mantiene vigente en la memoria. La sobrina, Minou, es el nexo, por intermedio del recuerdo expresado por Dedé a la entrevistadora (y a nosotros).

Al final de la novela la autora nos advierte que, como ella no es historiadora, este libro, si bien tiene elementos históricos concretos, no es una novela histórica sino una novela de ficción, más allá que esté basada en eventos y personas reales. Incluso, nos aclara que no están todos los implicados en el drama de las Mirabal, que hizo una selección y que les dio vida propia, la vida que ella creyó que podían tener. Después de todo una novela “no es un documento histórico, sino una manera de viajar por el corazón humano”, dirá la autora.

Tenemos que anotar, también, que Mario Vargas Llosa, en La fiesta del chivo, habló sobre el mismo dictador, e incluso sobre las hermanas Mirabal, aunque de modo más bien elíptico. Se habla de ellas, se las trata de fieras, de libertarias, se las honra, pero se utiliza su imagen para hablar del poder ejercido en República Dominicana durante la dictadura trujillista. Vargas Llosa afirma, con contundencia: “La dictadura de Trujillo utilizó el sexo como un elemento de represión”, y ese es un elemento fundamental.

También podríamos afirmar que es una novela romántica y algo costumbrista, sobre todo en la primera parte, donde hay descripciones del medio y del modo rural y de la idealización femenina.

En los principios de la familia, es la miseria la que las rodea, hasta que de a poco el padre llega a tener una posición desahogada, de clase media rural, que da cierta estabilidad a la familia. Pero es bien claro que una vez que la familia ha quedado posicionada en contra de la tiranía trujillista, pierden todos los privilegios y los bienes. Pero no nos adelantemos.

Por Sergio Schvarz

Las tres hermanas son bien distintas (y la cuarta también), pero es Patria la que se impone primero al ir a estudiar en la Inmaculada Concepción, ya que cree tener una vocación de monja. Minerva es la favorita del padre. Este dice: “Una hija es una espina en el corazón” (¡y tiene cuatro hijas!). Con el dinero que empieza a ganar con la granja y la buena administración de la misma, necesitaba de sus hijas “una buena educación, para acompañar nuestra fortuna”. Y es allí cuando las tres hermanas, poco a poco, empiezan a tomar contacto con el mundo y se enterarán del modo avieso de Trujillo para hacerse del poder. Esta es una historia desde el lado humano (y femenino).

“La gente del campo… dice que el clavo no cree en el martillo antes de que lo golpee”.- En la Inmaculada Concepción todo es quietud, pero esa quietud que anuncia la tormenta: “abajo, en la sala oscura, el reloj daba las horas como golpes de martillo”, y es cuando Minerva descubre uno de los secretos de Trujillo, al que todos idolatraban como una especie de “salvador”, y es la brutal confirmación del “derecho de pernada” que lo hace desear, y obtener, muchachas impúberes para su placer egoísta. Y de a poco se va revelando que hay una fuerza oculta que, ante la injusticia, se rebelen, a pesar de saber que serán condenadas. Hay comentarios como que “no es bueno para con las otras chichas ganar todo el tiempo”, es decir ser más inteligente y demostrarlo siempre, lo que nos muestra, en María Teresa, la más pequeña, un gran sentido de solidaridad humana, hasta piadosa. Tomemos, por ejemplo, las resoluciones inocentes de María Teresa (escritas en el diario) de 1946: “Resuelvo no asustar a Nelson con cuentos de miedo.

Resuelvo ser diligente con mis tareas y no quedarme dormida cuando digo mis oraciones. Resuelvo no pensar en la ropa cuando estoy en la iglesia. Resuelvo ser casta, porque es muy noble (Sor Asunción dijo que todas debemos hacer esta resolución como jóvenes de la santa iglesia Católica y Apostólica). Resuelvo no ser tan susceptible porque hasta Minerva dice que llorar saca arrugas prematuras”. [El recurso del diario íntimo —de María Teresa— es quizá un poco infantil (y trillado), pero sin embargo nos muestra la inocencia original, por un lado, y como la figura de Trujillo atraviesa todo, para bien y para mal, por otro. Demuestra la toma de conciencia de su hermana mayor —Minerva—, y la de la gente (sus crímenes terminan siendo vox pópuli).]

Se enterarán que su país no es libre y que el llamado Benefector es un tirano. Y además, se enterarán que Minerva mantiene reuniones clandestinas con otras internas, aunque aún no se sabe bien de qué va la cosa. Las monjas también saben lo que ocurre en el país, aunque deben callar por temor.

Van hablando todas, de a una por vez, y nos muestra de qué manera es que van tomando conciencia de la justicia y la libertad. Mercedes Patria, que es la primogénita, habla para decirnos: “tengo la mente, el corazón y el alma en las nubes”, o, por ejemplo “Una mañana me encontré cambiándole los pañales mojados a Dedé, pero lo cómico era que, como no quise despertar a mamá, me saqué mis propios pañales y se los puse a mi hermanita”. Eso demuestra el grado de solidaridad natural que tiene, hasta el punto que “se corrió la voz, y cuando ella (la madre) salía la gente del campo enviaba a sus chicas a pedir una taza de arroz o de aceite. Porque yo no sentía necesidad de quedarme con nada”. Y allí, el llamado del cuerpo es irresistible, a pesar de la inclinación religiosa y la devoción, como un fuego que lo devora todo. Para ella es el amor sencillo de un hombre del pueblo, del campo: “Pedrito González no es un hombre fino, de grandes palabras —me dijo con voz áspera—. Pero es un hombre que te adora como adora la tierra que pisas”. Y entonces se casará con él y será felicitada por todo el pueblo.

Pero es por ella, también, que nos enteramos de la radicalización de Minerva, aunque ella aún no entiende por qué tanto encono contra Trujillo: “El Jefe no era ningún santo, como todo el mundo sabía, pero entre los bandidos que habían ocupado el Palacio Nacional, éste por lo menos construía iglesias y escuelas y pagaba la deuda externa” (pág. 29), así pensaba en ese tiempo Patria. Pero la razón, que es hija de los duros hechos, de la realidad de las cosas, hacen tambalear la fe puesta en la Iglesia. Se culpa por la muerte de su bebé (su bebé nacido muerto): “Mi familia no había sido perjudicada por Trujillo de manera personal, así como, antes de perder el bebé, Jesús no me había quitado nada. Pero otras personas habían sufrido grandes pérdidas. En la familia Perozo no quedaba ni un solo hombre. Martínez Reyna y su mujer habían sido asesinados en la cama, y miles de haitianos masacrados en la frontera, tiñendo el río de rojo con su sangre” (pág. 30). Y la confesión se revela brutal: “Yo había oído todo eso, pero no lo había creído”. Y en medio de su dolor, dice, pregunta: “¿Qué me devolvió la vida?”, y es por su esposo, por su pena callada: “Todas las noches le daba mi leche, como si fuera mi hijo perdido, y después dejaba que hiciera cosas que jamás le había permitido” (pág. 30). Es el dolor y la resignación. Y mientras tanto Minerva actúa “con su mente inquieta y su espíritu rebelde” y Dedé, que se hace responsable de todo, “no perdía la noción de los números ni siquiera en una emergencia”, denotando claramente la propia personalidad de cada una. La madre, por su parte, también había estado en contra de los yanquis, pero “¿qué podían hacer contra los yanquis? Mataban a cualquiera que se les interpusiera en su camino. Nos quemaron la casa, y dijeron que fue una equivocación. No estaban en su país, de modo que no tenían que darle explicaciones a nadie” (pág. 32). [Igual que ahora, pensemos en cualquiera de los países en que hay tropas y/o bombardeos de los yanquis —y sus aliados— y veremos las mismas respuestas, los mismos métodos, las mismas justificaciones de errores involuntarios.]

[Habla Dedé→] La figura de Virgilio Morales (abreviado en Lío, porque siempre se mete en líos), “un joven extremista”, a quien “lo echaron del país tantas veces que los libros de historia no podrían llevar la cuenta”. Indica además que vivía “a unas cuadras del inmenso palacio como tortas de boda del dictador que la muchedumbre había incendiado hacía ya tanto” (y eso indica lo que pasó, finalmente, con Trujillo —por si no lo sabemos—).

Este personaje, universitario y médico es por quien Minerva se siente atraída, por su figura y por algo más importante para ella como es la lucha contra la dictadura. Virgilio es uno de los profesores universitarios que organiza una manifestación y que, según el diario, es miembro del partido comunista. Y acá vemos otro rasgo dominante de los prejuicios —aún en boga— que tiene mucha gente. La propia madre de las Mirabal se siente indignada porque este profesor, asiduo visitante de la casa y con cuyas ideas estaba de acuerdo, es comunista, y esa ideología es todo lo encarna el mal o algo parecido: porque ella  “había oído las ideas de Lío y que inclusive había estado de acuerdo”, y cuando se le hace ver que ella había estado de acuerdo con sus ideas, dice, de modo ilustrativo: “¡Pero yo no sabía que eran ideas comunistas!”). Y hasta Dedé se sorprende: “Nunca había conocido un enemigo del Estado. Suponía que eran personas malignas y egoístas, criminales de baja estofa. Pero Lío era un joven magnífico, de ideales elevados y corazón compasivo” (cuando se habla de ellos en la prensa se dice que es un partido “de homosexuales y criminales” y por esta razón es declarado ilegal). Incluso en el discurso recordativo de Dedé, se desliza una cierta crítica hacia los comunistas, ya que veía que hablaban demasiado teóricamente: “Al pensar en ese tiempo, Dedé recuerda una conferencia sobre los derechos de los campesinos, la nacionalización del azúcar y el alejamiento por la fuerza de los imperialistas yanquis.

Ella ansiaba oír algo práctico, algo que pudiera usar para vencer su creciente temor” (pág. 41). Y debido a que el nombre de Lío empieza a aparecer cada vez más seguido, e incluso van a la casa de las Mirabal para buscarlo, éste no tiene más remedio que esconderse, primero, y luego exiliarse. Pero antes de ello le escribe una cara a Minerva invitándola a irse con él. Y es Dedé quien tiene que entregarle la carta a Minerva pero antes la lee (allí Lío le explica incluso el método posible para asilarse en una embajada a pesar de la represión y la vigilancia extrema) y decide no entregársela. De ese modo Dedé decidirá la suerte de los hermanas Mirabal, y quizá por ello le quede un fondo de culpa.

El honor  y la solución.-
[Habla Minerva→] “Según había leído, el amor era algo que llegaría” (pág. 45), era algo que resultaría a su debido momento, más allá de los rumores que había en su entorno sobre que no le gustaban los hombres. El ser la hija mayor le da ciertos privilegios y, además, tiene cierto respeto por el padre hasta que éste queda desacreditado cuando Minerva comprueba que tiene otra mujer y cuatro hijas (y nunca se le da el varón que ha estado buscando). Porque con la mejora económica que tiene la familia, gracias al esfuerzo, la previsión y una serie de medidas agroeconómicas que no se explica en detalle, realizadas por el padre, hasta convertirse en rico (y más en la situación económica del país, atravesada por el favoritismo hacia una clase alta acomodada junto al dictador) —tiene campos con una cantidad respetable de hectáreas, trabajadores rurales viviendo en condiciones paupérrimas, tres autos, el almacén de ramos generales, la casa donde viven y otra más que le pone a la otra mujer, en la capital—, todo ello lo hace favorecido y por eso es invitado a una fiesta-recepción en conmemoración al día del Descubrimiento que dará el tirano, y donde Minerva debe hacer una representación teatral junto a otra compañera del internado. El dictador ya ha echado el ojo sobre Minerva, y sabemos que tiene todo el poder necesario para hacer y deshacer.

Aunque es temprano en la novela para desarrollar el evento que desencadenará los eventos trágicos que culminarán con su muerte, sospechamos que es tan importante ese momento que no hay nada que pueda evitar mencionarlo, y la autora se pone manos a la obra, a pasos firmes. Hoy, en este mundo teóricamente posmoderno, lo veremos como un evento casi arcaico, antiguo, imposible, pero sin embargo fue real, lastimosamente real. Atendiendo a los detalles de los que va poblando el recuerdo de esa noche fatídica, veremos que había señales claras del porqué de la invitación a la mayor de las Mirabal (junto al padre). El “secretario de Estado”, del que “todos saben que su trabajo es conseguirle mujeres bonitas a El Jefe” los escolta hasta su mesa, dándoles un trato preferencial (van el padre, Pedrito —esposo de Patria— y ésta, Jaimito —esposo de Dedé— y ésta, y Minerva). “La multitud se calla al vernos entrar” (es un poco extraño que cuente Minerva —porque nada puede ya contar—), y cuando se van a sentar todos en la única mesa libre, el secretario de Estado le dice a ella: “No, no, El Jefe la invita a su mesa”. “Patria y Dedé intercambiaron una mirada de temor” (pág. 51). Atemorizada y nerviosa, los pensamientos de Minerva se disparan en todas direcciones: “esa es otra de las historias. Que el Servicio de Inteligencia ha introducido a un doble como medida de protección, para confundir a posibles asesinos (pág. 51). La descripción contiene ya el miedo interno: “se ve más joven de lo que recuerdo de nuestra representación hace cinco años: el pelo más oscuro, la figura más delgada. Debe ser el pega palo que bebe, una mezcla especial preparada por su brujo para mantenerlo potente sexualmente” (pág. 51). [Hay mucha ironía, una ironía despectiva, en el comentario sobre el tirano: “Los muchachos de la oposición clandestina le dicen Chapita.

Lío me ha contado que el sobrenombre proviene de una costumbre de El Jefe cuando era niño: se prendía tapitas de refresco en el pecho, para que parecieran medallas” (pág. 51).] Trujillo hace viajes de compra periódicamente a Estados Unidos “para ordenar los zapatos que elevan su estatura, las cremas que blanquean su piel, las fajas de raso y las plumas de aves exóticas para sus bicornes sombreros napoleónicos” (pág. 51), y en esto es paradigmático su intención de poseer algo de alcurnia en el blanqueo de la piel, por ejemplo, o en la ostentación de su riqueza y glamour con las plumas y sus sombreros a lo Napoleón. Y allí está sentada Minerva, a la mesa donde hay una serie de personajes del gobierno, y, además, observando todo con minucia: “sin saber qué decir, muevo la cabeza y me inclino a levantar la servilleta que se me cayó cuando entraba El Jefe.

Debajo de la mesa veo una mano que explora el muslo de una mujer. Me doy cuenta que es El Jefe, acariciando a la mujer del senador” (pág. 51), es que es conocida la aficción del tirano sobre las mujeres de los demás miembros de su gabinete y de los que lo rodean. Minerva sabe que en cualquier momento este hombre la seducirá, ansioso, y por eso “oigo las palabras de advertencia de Lío. Este régimen es seductor. ¿Cómo, si no, puede toda una nación caer presa de un hombrecito?” (pág. 51). Finalmente no tiene más remedio que acceder y baila con El Jefe: “El perfume de su colonia es opresivo. Me sujeta de manera posesiva y masculina, pero no baila bien. Mucha firmeza y demasiados floreos. Un par de veces me da un pisotón, pero no pide perdón” (pág. 52), y es la música de Alberti que suena primero, pero cuando baila con El Jefe es un bolero lento, muy apropiado para la seducción. La lluvia parece que va a caer en cualquier momento, el ambiente está húmedo y pesado. El Jefe le insinúa, se le refriega, la quiere sujetar contra su cuerpo, y ella le abofetea, al mismo tiempo que se descarga la lluvia. Es entonces cuando se van todos ellos ante lo que ven como lo inminente del avance de El Jefe sobre Minerva —y lo que ello significa—. Pero ha dejado olvidada su bolso, y dentro, ¡las cartas donde Lío le pide irse al exilio con él! Sin embargo, ya no hay marcha atrás, y sólo le quedará repasar mentalmente el contenido de las mismas (para ver si la comprometen).

Luego de esto, contado en forma sintética, vendrá el periodo de las lluvias. Y quedará resonando en nuestros oídos el comentario sardónico de El Jefe, antes de la huida: “¡Tiene una mente independiente!”, justo lo que no debe tener una mujer, según su filosofía evidentemente machista. Y después de esa noche, “la lluvia cae toda la mañana, pegando contra las persianas, apagando los sonidos de la casa. Me quedo en la cama, sin querer levantarme para enfrentar el deprimente día” (pág. 55), y lo deprimente no es por lo que hizo, que se lo tenía merecido, sino porque ya sabe que esa acción le traerá consecuencias, y sólo pueden ser terribles. Y también: “alcanzo a oír voces sombrías en la casa. El gobernador de la Maza acaba de llegar de la fiesta. Se notó nuestra ausencia. Por supuesto, partir de cualquier reunión antes que Trujillo es contra la ley. El Jefe estaba furioso, y retuvo a todo el mundo hasta después del alba, quizá para destacar más nuestra partida temprana. ¿Qué hacer? Oigo sus voces preocupadas.

Papá parte con el gobernador para enviar un telegrama de disculpa a El Jefe. Mientras tanto el padre de Jaimito está llamando a su amigo el coronel para ver cómo se puede apagar el incendio. Pedrito ha ido a visitar a los parientes políticos de Don Petán, uno de los hermanos de Trujillo, que son amigos de su familia. En otras palabras, se están tocando todos los resortes posibles. Ahora todo lo que podemos hacer es esperar, oyendo cómo cae la lluvia sobre el techo de nuestra casa. Cuando vuelve papá, parece haber envejecido diez años” (pág. 55). La sombra del miedo parece recorrer a todos, y más cuando le ordenan: “enviar a papá a la capital, para un interrogatorio” (pág. 55), y ya sabremos de lo riguroso del mismo.

Mientras el padre va a la capital, el gobernador habla con Minerva y su madre, les dice: “señorita Minerva… Creo que hay una forma de ayudar a su padre”, y otra vez sobrevolando la oferta sexual, pero su madre explota en toda su indignación: “¡Desgraciado! ¡Dice ser un hombre honorable!”. [Hay un paréntesis en la narración mientras van a la capital para estar cerca de donde debe estar el padre, averiguar su paradero y ver en qué lo pueden ayudar, y nos habla algo sobre la miseria, en el caso de una de sus media hermanas, Margarita, Minerva comprueba que ella no sabe leer y se propone una acción que nos demuestra su verdadero corazón, nada rencoroso: “hago una nota mental: cuando vuelva, me ocuparé de que estas niñas vayan a la escuela”.

También nos da pequeños elementos que denotan el clima represivo reinante: “lo que escribo (la tarjeta de registro de un hotel, en el que se quedará con su madre mientras el padre es interrogado) debe atravesar los carbónicos hasta la cuarta copia, explica. Una para la policía, otra para Control Interno, la tercera para Inteligencia Militar y la cuarta se envía no se sabe dónde” (pág. 57), es el control total, y de allí a la clasificación A, B o C, como la que se dio en nuestro país durante la última dictadura, no hay mucho camino, y claro, si te tocaba la que no podías trabajar era todo un problema.] Instaladas en un hotel de la capital, vendrá el peregrinar ante oficinas del cuartel de la Policía Nacional y terminarán en la oficina de Personas Desaparecidas, donde comprobarán la gran cantidad de gente que está buscando a sus seres queridos.

“El lugar está atestado de gente” (pág. 57), y Minerva, escandalizada, dice que “es para enfermarse. De vez en cuando, voy hasta la ventana para mojarme la cara con el agua de lluvia. Pero es el tipo de dolor de cabeza que no se va” (pág. 57), y podemos descubrir que la desaparición forzada no es un fenómeno exclusivo del Plan Cóndor o de las distintas situaciones que se vivieron en Centroamérica, entre otros, sino que como método represivo viene de muy lejos. Y sigue hablando Minerva, a la mañana “cuatro guardias fuertemente armados nos informan que deben llevarme al cuartel general para interrogarme. Trato de calmar a mamá, pero me tiemblan tanto las manos que no puedo abrocharme los botones del vestido” (pág. 58). Ya la suerte está echada.

En el interrogatorio aparece uno de esos esbirros que con sólo verlo se nos caería el alma a los pies. Se trata de Anselmo Paulino, llamado Ojo Mágico: “perdió un ojo en una pelea a cuchillo, pero el ojo que le queda mágicamente ve todo lo que el otro se pierde. En los últimos años ha llegado a ser la mano derecha de Trujillo porque está dispuesto a hacer cualquier trabajo sucio” (pág. 59), y tras las preguntas de rigor vuelven a ofrecerle “la solución”, que es acostarse con El Jefe, pero ella dirá, orgullosa: “Preferiría saltar por esa ventana a ser obligada a hacer algo contra mi honor” (pág. 60).

Aquí está, íntegra, la dignidad humana. Aquí toda la valentía insumisa. Podrán caer miles de bombas pero nunca podrán desintegrarla. Y esta es la fuerza que tiene Minerva, una fuerza interior que será, en definitiva, la que la sostenga. El padre, en cambio, “sufrió un ataque al corazón en la celda el miércoles después del arresto, pero no fue sino hasta el lunes que le permitieron ver a un médico” (pág. 61), y al salir tiene algo de locura, de demencia, en su mirada y en sus palabras.

Minerva debe enfrentar a El Jefe, en su despacho, donde hay la mesa de trabajo de un hombre disciplinado: “todo está dispuesto en pilas prolijas, y hay varios teléfonos alineados en un costado, junto a un tablero con timbres eléctricos con sus respectivas etiquetas. Se oye el tic tac de unos relojes en un panel, quizá con la hora de distintos países. Frente a mí hay una balanza, como la que representa a la justicia, con unos dados en cada platillo” (pág. 61). [Los platillos contienen dados cargados, como si la justicia pesara más hacia uno que hacia otro lado, a conveniencia del poder, y Minerva tira los dados, los cargados, porque si gana quedará libre, pero si pierde… “Observo los platillos desparejos cuando vuelve a poner los dados. Por un momento imagino que están bien balanceados, con su voluntad sobre un platillo, y la mía sobre el otro”, han empatado y eso, por ahora, significa la libertad.] La lluvia, seguirá, insistente. “Hemos recorrido casi todo el largo de la isla y podemos informar que llueve en todas partes, que todos los ríos se han desbordado, que cada barril de lluvia está lleno hasta el borde, que cada muro ha sido lavado y se han borrado todas las leyendas que de todos modos nadie sabe leer” (pág. 63).

“Y así es el destino del alma humana/ buscar y buscar el alma hermana” (José Martí).-
[Habla María Teresa→] Sigue el diario, a pesar de que esto puede convertirse en evidencia e incriminación delictiva, pero de esa manera Mate puede delinear y estructurar sus pensamientos (y sus recuerdos, que llegan hasta nosotros). Y lo primero que hace es anotar los esfuerzos que se realizan para intentar detener el brazo del castigo, en este caso es la escritura de una carta para Trujillo —a nombre de la madre— que es “para reafirmar la eterna lealtad… como leales y devotas súbditas vuestras” (pág. 65), como para ponerse a resguardo de cualquier contingencia, y mucho más tras la muerte del padre, que luego de la reclusión y el interrogatorio su salud se deterioró rápidamente, además de que después de los problemas con el gobierno empezó a perder dinero (el tirano le cobró el desaire de Minerva). Hay un sueño de la enamoradiza María Teresa, pesadillesco, que será, de alguna manera, premonitorio: “Acabábamos de poner a papá en el cajón sobre la mesa cuando llega una limusina a la casa. Bajan mis hermanas, e incluso esas otras que dicen ser hermanas mías, todas vestidas como para una boda. Resulta que soy yo la que se casa, pero no tengo idea de quién es el novio. Corro por la casa buscando mi vestido de novia cuando oigo que mamá me dice que lo busque en el cajón de papá. Se oye la bocina del auto, de modo que voy y levanto la tapa del cajón. Adentro hay un hermoso vestido de satín, en pedazos. Levanto una manga, luego otra, luego el corpiño, el resto. Estoy frenética, pensando que debemos de coser todo eso. Cuando llego al fondo veo a papá sonriéndome. Dejo caer los pedazos del vestido como si estuvieran contaminados y despierto a toda la casa con mis gritos” (pág. 64). En varios tramos de la novela, cuando habla Mate, surgen esos sueños, y nos dan la pauta de otra significación de los hechos.

La cercanía de la isla de Cuba y la hazaña de Fidel Castro en la intentona de la toma del Cuartel de Moncada, el juicio y, sobre todo, el discurso que pronuncia ante la justicia (“La historia me absolverá”), van pautando el compromiso revolucionario que enfrentan contra la dictadura, ambas tan sanguinarias y antipopulares, y establecen, también en la República Dominicana, la opción ineludible de la guerrilla para terminar con ese gobierno. Hasta en las ceremonias se advierte el carácter fascista de la dictadura trujillista: “…tuvimos que jurar lealtad. Eramos cientos de mujeres de blanco, como sus novias, con guantes blancos. Podíamos poner cualquier clase de sombrero. Debíamos levantar el brazo derecho al pasar frente al palco de revista. Parecía como un noticiero de Hitler y del italiano que tenía un nombre parecido a fetuccine” (pág. 70). [“La universidad arde con los rumores de esta horrenda historia. Las desapariciones se suceden semana tras semana, pero esta vez se trata de alguien que enseñaba aquí. Además, Galíndez había escapado a Nueva York, de modo que todos creíamos que estaba a salvo. Pero El Jefe se enteró que Galíndez estaba escribiendo un libro contra el régimen. Envió a agentes, ofreciendo a Galíndez un montón de dinero —25.000 dólares me dijeron— pero él no aceptó. Una noche, cuando volvía a casa, desapareció. Nadie ha vuelto a oír nada sobre él” (pág. 73), es el brazo largo de la tiranía.]

“Recibimos un golpe al enterarnos de que a Minerva se le daba el título de abogada, pero no la licencia para ejercer” (pág. 74), porque ese es otro más de los castigos que le da el tirano, a pesar de haber condescendido a que ella pudiera ir a la Universidad. Y de las injusticias, también María Teresa ve la infidelidades de los hombres, y está “harta” de ellos y su doble vida (en este sentido podríamos decir que ella es una feminista cien por ciento). Y una noche, después de haber tenido su sueño, aunque ahora desaparecían todos los hombres que alguna vez habían estado involucrados con ella, surge “la cara del hombre más dulce que jamás hubiera visto”, y éste le pide esconder algo embalado (sospecharemos en un arma —una escopeta o un rifle—), y cuando le pregunta si ella es “una de nosotros” decide, sea lo que sea, pertenecer “a lo que fuera” (pág. 75). “¡Casi dejé caer la lámpara cuando vi que se trataba de armas en número suficiente para iniciar una revolución!” (pág. 76), porque de eso se trata, sin dudas, y de esa manera, un tanto romántica, es que María Teresa se involucra con el movimiento 14 de junio y pasa a ser #Mariposa 2 (la #Mariposa 1 es Minerva, y la #Mariposa 3 será Patria). Ingresa en la organización, se siente útil, quizá por primera vez en su vida: “El apartamento está en una parte humilde de la ciudad, donde viven los estudiantes más pobres. Me parece que algunos se han dado cuenta de lo que hacemos Sonia y yo, y nos observan.

Algunos deben pensar lo peor, al ver hombres que vienen a toda hora. Yo siempre hago que se queden un rato, el tiempo en que se tarda en tomar un cafecito, para fingir que se trata de verdaderos visitantes. He nacido para esto. Siempre me han gustado los hombres, recibirlos, prestarles atención, escuchar lo que tienen para decir. Ahora puedo usar mi talento para la revolución” (pág. 76). [La historia de María Teresa sirve como ejemplo de como una mujer que no estaba para nada interesada en temas políticos o sociales, de pronto toma la iniciativa y le da sentido a su vida.] Encontrará su amor en ese hombre que pertenece a la organización clandestina y se casará un 14 de febrero (un día como hoy que escribo esto, que es el día de los enamorados), porque, ya lo sabemos y si no lo sabíamos lo confirmamos: amor y revolución van  juntos.

[Habla Patria→] Hay un clamor que evidencia el estado de situación que vive la república. Patria dice: “…todos rogamos que el nuevo año trajera un cambio. Las cosas estaban tan mal que hasta las personas como yo, que no queríamos tener nada que ver con la política, no hacíamos más que pensar en un cambio” (pág. 79), y esa necesidad de cambio es la que hace participar —aunque sea pasivamente, es decir sin defender al gobierno— hasta a los que no se quieren mezclar en política, puesto que es peligroso. Y ese clamor se ve reforzado, entonces, cuando llega la noticia de la huida de Batista y del triunfo del Ejército Rebelde. La noticia y la imagen de ese barbudo que, gracias a la unión de todas las fuerzas contrarias al régimen dictatorial, insufló de verdadero ardor revolucionario a las fuerzas de Dominicana y, de alguna manera, les mostró el camino, y los rumores de una invasión, al estilo cubano, ganan la calle. Pero claro, cuando llegue el momento, Estados Unidos apoyará el camino que mejor le convenga a sus intereses y no apoyará al movimiento 14 de Junio por temor a un nuevo Fidel.

Patria entonces, llevada por la marea de los acontecimientos, se refugia en la vida religiosa y hasta hace un viaje de retiro espiritual como para esquivar la represión —que sabe que vendrá, tarde o temprano, para alborotar los avisperos— y para reencontrarse consigo misma: “sentía que me elevaba, aturdida de tanta trascendencia, como rebosante fuente” (pág. 84). Y sin embargo, no por lo que piensa sino por lo que sucede, esa experiencia resulta fundamental en su vida, porque, justo en la zona donde se realiza ese retiro espiritual, sucede un alzamiento, una rebelión, que es sofocada a todo vapor. Patria Mercedes, con un embarazo pronunciado, cuenta, con emoción y dolor en la voz lo que sucede, justamente, un 14 de junio: “Sus ojos encontraron los míos cuando el disparo le atravesó la espalda. Vi el asombro en su rostro joven cuando se le iba la vida. Y pensé: “Ay, Dios mío, es uno de los míos!” (pág. 85), y luego, dice, de un modo terminante y definitorio: “”al bajar de la montaña yo ya era otra mujer. Mi expresión dulce habrá sido la misma, pero ahora yo llevaba dentro de mí no sólo a mi hijo, sino a un muchacho muerto” (pág. 85), carga con esa cruz porque representa el ansia de libertad, es que alguien tan joven no puede equivocarse ni estar del lado equivocado.

La noticia dada es escueta: “Al día siguiente salió en todos los diarios. Cuarenta y nueve hombres y muchachos martirizados en la montaña. Nosotros habíamos visto a los únicos cuatro que se salvaron, y ¿para qué? Para torturas en las que no quiero pensar” (pág. 86), y después: “seis días después, supimos que la segunda ola de la fuerza invasora llegó a las playas, al norte de aquí. Vimos los aviones volando bajo, que parecían avispones. Y después leímos en el diario que bombardearon un bote con noventa y tres hombres a bordo, antes que pudieran desembarcar; el otro, con sesenta y siete hombres, llegó a la costa, pero el ejército, con la ayuda de los campesinos locales, los  aniquilaron” (pág. 86). Y desde la misma iglesia, se convencen que el momento era ahora, “pues el Señor había dicho: vengo con la espada y con el arado a liberar a quienes están magullados” (pág. 86), y forman la Acción Clero-Cultural. De esta forma Patria Mercedes entra, también, a la revolución, desde el costado eclesiástico con una preferencia por los pobres. [Las expediciones del 14 y el 19  de 1959 estuvieron formadas por jóvenes de diferentes esferas sociales y de variadas ideologías. Todos, sin embargo, tenía un solo propósito: derrocar la tiranía de Trujillo, que para entonces tenía 29 años oprimiendo al pueblo dominicano. En la expedición figuraron varios puertorriqueños, cubanos, venezolanos, un norteamericano y un español. En Maimón y Estero Hondo murieron 144 combatientes; 96 en Maimón y 48 en Estero Hondo. Los integrantes del 14 de Junio de 1959 fueron bautizados como “la raza inmortal”. Su sacrificio dio paso al nacimiento, en enero de 1960, del Movimiento Clandestino 14 de Junio, inspirado en la expedición, convertido luego en Agrupación Política 14 de Junio, presidida por el abogado Manuel Aurelio Tavárez Justo, mejor conocido como Manolo, esposo de Minerva. Ese Movimiento se creó formalmente el 10 de enero de 1960, tras una reunión en una finca de Mao, en el noroeste del país. Una delación dio lugar a una ola represiva contra los principales dirigentes, todos llevados al centro de torturas de La 40, en la zona Norte de la entonces Ciudad Trujillo, y fueron liberados luego del asesinato del tirano, un año después. En 1963, un nutrido grupo de guerrilleros, encabezados por Tavárez Justo, se alzó en armas el 28 de noviembre de 1963, en protesta por el derrocamiento —con la abierta implicancia de Estados Unidos— de Juan Bosch, el primer presidente constitucional elegido libremente después de la muerte de Trujillo. Capturados después de rendirse, Manolo Tavárez y sus otros compañeros fueron fusilados el 21 de diciembre de dicho año.]

“Diseminaríamos la palabra de Dios entre nuestros campesinos, a quienes se les había lavado el cerebro, y que habían perseguido a sus propios libertadores. Después de todo, Fidel jamás habría ganado en Cuba si los campesinos de su país no lo hubieran alimentado, ocultado, mentido por él, si no se hubieran unido a él” (pág. 87), lo cual demuestra que sólo la unión de todos los sectores políticos y sociales pueden derrocar una tiranía, por más vanguardia que haya. [La consigna→] “Todos somos hermanos y hermanas en Cristo. No era posible perseguir a un muchacho con el machete y pretender entrar en el reino de los cielos. No era posible apretar el gatillo y pensar que podía existir siquiera un agujero de aguja por el cual acceder a la eternidad” (pág. 87), lo cual podría encajar perfectamente en lo que modernamente llamamos la Teología de la Liberación, movimiento que comenzó a raíz del Concilio Vaticano II y cuyos antecedentes se remontan hacia el principio de la segunda guerra mundial en Francia, principalmente (“El Episcopado Latinoamericano no puede quedar indiferente ante las tremendas injusticias sociales existentes en América Latina, que mantiene a la mayoría de nuestros pueblos en una dolorosa pobreza cercana en muchísimos casos a la inhumana miseria. Un sordo clamor brota de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte”, es la opción preferencial por los pobres, mantenida actualmente por los católicos Leonardo Boff y Frei Betto en la actualidad, entre otros).

Los esfuerzos del gobierno para controlar la situación y la nueva ley: “El que daba asilo a enemigos del régimen, aunque no estuviera involucrado en sus planes, iba a la cárcel, y todo lo que poseía pasaba a ser propiedad del gobierno” (pág. 87), y esto no sólo buscaba atemorizar a la base social de la revolución, sino a justificar el robo descarado que ya estaba haciendo. Y finalmente la Acción Clero-Cultural se une ese al grupo clandestino de Minerva, que se reúne en la casa de Patria: “éramos alrededor de cuarenta. Se eligió un comité central” (pág. 88,) que será presidido por Manolo. Nace así el Movimiento Catorce de Junio y tienen algunas armas. Pero las dudas de Patria persisten, sobre todo por el temible Servicio de Inteligencia Militar de Trujillo y lo que puede suceder si son descubiertos.

Observanza de las cuatro reglas cardinales.-
[Habla Dedé→] A esta altura sospechamos que la entrevistadora sólo es una justificación para contarnos esta historia, pero no es real, de carne y hueso: “la mujer que la entrevista es un rostro sombrío que va perdiendo sus rasgos”, desdibujándose y asumiendo la personalidad de la entrevistada. [Nos enteraremos→] Que apresan a los maridos de las mariposas, pero no a Jaimito —no se había querido involucrar—. Ella, Dedé, tampoco se había involucrado, salvo más tarde, “cuando ya era demasiado tarde” (pág. 89). [Nos enteramos→] Que al momento de la entrevista, Dedé hace once años que está divorciada y se preguntará, con insistencia, y buscando ser sincera, por qué no se unió al movimiento revolucionario, y la única respuesta es el miedo, el miedo a la muerte, aunque la justifique de varias maneras, y luego se hará responsable de los hijos de sus hermanas. “Jaimito piensa que es un suicidio. Me ha dicho que me abandonaría si yo me mezclara con esto”, y quizá por eso luego decidirá separarse, y establece la sentencia: “Se estaba escondiendo detrás de los temores de su marido, haciendo recaer el desprecio sobre él en lugar de sobre ella” (pág. 93), porque es ella, Dedé, la que no se anima, sobre todo porque no está segura de que puedan triunfar.

El cerco empieza a cerrarse, caen los maridos, y luego se llevarán a Mate, y más tarde a Minerva y se quedarán con los autos que están a su nombre. [“Los prisioneros no reclamados por lo general desaparecían” (pág. 102), y por eso Patria y la madre intentarán saber dónde están y, sobre todo, si están vivos o muertos.] Porque Trujillo la quiere muerta a Minerva, porque “se estaba convirtiendo en una persona peligrosa, la heroína secreta de una nación entera. En la farmacia, en la iglesia, en el mercado, la gente rodeaba a Dedé para desearle el bien a Minerva” (pág. 104), y desde ese momento (al ser liberadas y puestas bajo arresto domiciliario, su compromiso pasa a ser vox populi) les llaman las mariposas, se vuelven personajes populares en los que anida la resistencia. Dedé nos contará el método para mantenerse entera, entre tantos temores, el método que usó Minerva para no enloquecerse y mantenerse firme: “lo inventé en La Victoria (la cárcel del régimen), cada vez que me confinaban a un aislamiento —le explicó—. Empiezas con un verso de un poema. Luego lo repites, una y otra vez, hasta que empiezas a tranquilizarte. Así mantuve la cordura” (pág. 104). Porque la vida en la cárcel es dura, y para escarmentar las ponen mezcladas, las políticas con las presas comunes, ladronas, prostitutas, asesinas, pero claro, a las políticas las humillan los carceleros, las torturan, las violan, todo para doblegarlas, sin darse cuenta que una vez que han pasado por todo eso, ya no hay más miedo, porque lo único que queda es la muerte, y hasta la muerte es preferible.

[Habla Patria] “No sé cómo fue que mi cruz resultó soportable. Tenemos un dicho por aquí: el jorobado nunca se cansa de llevar su joroba. De repente perdí mi hogar, mi marido, mi hijo (el hijo mayor también está preso), mi paz de espíritu. Pero después de un par de semanas de vivir en lo de mamá, me acostumbré a las penas que se amontonaban sobre mi corazón” (pág. 104). El capitán Peña, que es otro de esos personajes que hay en toda novela donde figuran dictadores, y que intenta ser algo condescendiente para ganarse los favores reales (“ese hombre me erizaba la piel, la misma sensación que tenía en presencia del diablo en los viejos tiempos”, cuando estaba en la iglesia y dudaba si podría contener las tentaciones), junto a los hombres del SIM pasan con frecuencia por la casa materna, donde están todos, para controlar a la familia, revisan, golpean, acechan. [La oferta→] “A su esposo se le ofreció la libertad y sus tierras… si demostraba su lealtad a El Jefe divorciándose de su mujer Mirabal” (pág. 106). Aún así, a pesar de lo ignominioso del asunto, de ese modo sabe que su esposo está vivo, y también sabe de su amor, que es más grande que todo y que será capaz de sacrificarse por él y por la causa justa.

Por todas partes hay un clamor de justicia, el padre Gabriel (que sustituye al padre De Jesús, que ha de estar preso o enterrado), dice: “Todas las personas nacen con derechos que provienen de Dios y no hay poder terrenal que pueda quitárselos”, y luego, insistiendo en el punto: “denegar estos derechos es una grave ofensa contra Dios, contra la dignidad del hombre” (pág. 108). La buena nueva de la comunión de la iglesia con los pobres, en pos de la justicia terrenal y divina, llega al pueblo: “se había corrido el rumor, y la congregación crecía con cada nueva misa” (pág. 108), porque se ansía escuchar la voz de la esperanza ante una situación que día a día es más penosa, y “más tarde nos enteramos de que lo mismo sucedía en todo el país. Los obispos se  habían reunido al principio de la semana y redactado una carta pastoral para ser leída ante el Púlpito ese domingo. ¡Por fin la Iglesia había decidido compartir la suerte de su pueblo!” (pág. 108). Por supuesto que esta postura de la Iglesia va a ser combatida por Trujillo, de una y mil formas, hasta el sacrilegio de lo más sagrado.

La cárcel, ya lo sabemos, es otra trinchera de lucha, distinta y muy sufrida, y es por ello que logran sacar una esquela escrita por Mate que la hija de la otra mujer de su padre, Margarita, le enseña con las precauciones del caso, porque son espiadas de continuo: “Abrí el papel. Era la etiqueta de una salsa de tomate, escrita en el dorso. Estamos en la celda #61, Pabellón A, La Victoria: Dulce, Miriam, Violeta, Asela, Delia, Sina, Minerva y yo. Por favor notifiquen a sus familias. Estamos bien pero nos morimos por recibir noticias de casa y de nuestros hijos. Envíen Trinalín porque todas tenemos una gripe terrible, y Lomotil para lo obvio. Y cualquier alimento que se conserve. Muchos besos para todos, pero especialmente para mi adorada hijita” (pág. 109). La fuerza que da esta carta a toda la familia es imprescindible, porque además tienen la certeza de que están vivas y que no han olvidado a los suyos. Y sigue el correo desde la cárcel (uno de los guardias es el que se expone, de la misma forma que durante la última dictadura hubo soldados que sacaron cartas o informaciones hacia afuera de los muros de la prisión): “pedían alimentos no perecederos: tenían hambre. Cubos de caldo y sal: la comida que les daban no tenía sabor. Aspirinas: tenían fiebre. Efedrina: había vuelto el asma. Ceregen: estaban débiles Jabón: podían lavarse. ¿Una docena de crucifijos? Eso no lo entendí. Uno o dos, sí. Pero ¿una docena? Me pareció que tendrían un poco más de paz espiritual cuando nos pidieron libros. Martí para Minerva (los poemas, no los ensayos) y para Mate, un libro de páginas en blanco y una lapicera. Material para coser las dos, además de las medidas actuales de los chicos. Ay, pobrecitas, extrañaban a sus hijos” (pág. 114). [Si ponemos todo el párrafo es para que se vea el sentido humano que logra transmitir con la narración, porque, ya lo dijimos pero vale la pena confirmarlo, esto es una novela con profundo sentido humanista, que narra la vida de unas mujeres que dieron todo para que su pueblo pudiera vivir en libertad, y que en esa libertad conquistada pudieran vivir con justicia social.] Patria consigue tres pases de visita mediante la intermediación del capitán Peña y la supuesta liberación de Nelson, el hijo menor. E incluso tendrá que ir al despacho de El Jefe ante toda la prensa que va a mostrar ante el mundo la magnanimidad del presidente: “Al día siguiente éramos famosos. En la primera hoja de El Caribe, las dos fotos estaban lado a lado: Noris (su hija) dándole la mano a un Trujillo sonriente (joven transgresora ablanda el corazón de El Jefe) y yo, arrodillada, las manos tomadas en oración (Madre reconocida agradece a su benefactor” (pág. 118), porque ha liberado a su hijo.

[Habla María Teresa→] Las cosas que han enviado, después de descartar lo superfluo, llegan a destino en la cárcel, a pesar que “las medidas de seguridad se han incrementado después de la segunda pastoral”, porque esto significa, de algún modo, que los enemigos del régimen cada vez son más. Cincuenta y seis días después de estar encerrada, Mate dice que “lo peor es el miedo. Cada vez que oigo pasos por el corredor, o el ruido metálico de la llave al dar vuelta en la cerradura, siento la tentación de meterme en el rincón como un animal herido, y gimotear. Pero sé que si hago eso me entrego a una parte baja de mi ser, que es menos que humana. Y eso es lo que ellos quieren, sí, eso es lo que buscan” (pág. 118-119). Se las recluye, como ya dijimos, con “prostitutas, ladronas, asesinas”, porque esta parece ser una política común a las prisiones femeninas, entreverarlas con la “escoria”, porque para los militares la idea que reinaba era —y es, en gran parte, en la actualidad— que las mujeres son seres inferiores o que no tienen derechos. Y para las “políticas” era un doble castigo, porque debían cuidarse, también, de estas otras mujeres, ya que podían ser soplonas de las autoridades por algún beneficio, por más que pequeño que fuera). “Tres paredes de acero con cerrojo, barrotes de acero en la cuarta pared, cielo raso de acero, piso de cemento. Veinticuatro estantes de metal (“literas”), doce a cada lado, un balde, lavabo diminuto debajo de un ventanuco alto.” (pág. 119), eso es todo, veinte pasos por veinticinco, contados uno a uno. La vida en la cárcel es rígida, cruel, y para sobrevivir tienen que “comprar” algunos pocos privilegios, pero no perderán jamás la esperanza: “Llegará el día en que estemos fuera de aquí, libres. El peligro es descubrir que nos hemos encerrado en nosotras mismas y arrojado la llave en un lugar tan profundo que es imposible rescatarla” (pág. 120). “Periódicamente nos llevan abajo, a la sala de oficiales, donde nos interrogan” (pág. 121), preguntan “acerca del movimiento, cuáles eran mis contactos, y de dónde conseguíamos las provisiones. Yo repetía: ya les he dicho todo lo que sé. Entonces me amenazaban con lo que me harían a mí, a Leandro, a mi familia. La segunda vez no me amenazaron mucho. Me dijeron que era una lástima que una muchacha tan bonita envejeciera en la cárcel. Y una sarta de groserías imposibles de repetir” (pág. 121). En el colmo de ese frenético estado policial, el hijo de Trujillo, Ramfis, interroga especialmente a Minerva, porque cree que ella “era el cerebro detrás de todo el movimiento” (pág. 121), y la contestación de Minerva, registrada en el diario de Mate, es de antología: “Eso me halaga mucho, le dijo Minerva.

Pero no tengo un cerebro tan grande para dirigir una operación tan enorme” (pág. 121). Naturalmente, esta contestación los mantiene muy preocupados, porque piensan en algo que no podrán controlar. Y es por eso que a los guardias les ordenan importunar a los presos constantemente. Por ejemplo, uno de los guardias “golpea los barrotes con una barra de acero a las cinco. ¡Viva Trujillo! Así nos despierta. No hay ninguna probabilidad que me equivoque —ni por un minuto— con respecto a donde estoy. Me tapo la cara con las manos y lloro. Así empieza el día” (pág. 121).

Minerva establece una escuelita que llevan dentro de la celda, donde leen poemas de Martí y comentan sucesos de la prisión y de lo que se van enterando, al modo que, por lo que saben, hacía Fidel Castro y su grupo cuando estuvieron presos, como un sistema para levantar la moral del grupo. Allí Minerva plantea las tres reglas cardinales de las presas: “Nunca creerles. Nunca temerles. Nunca preguntarles nada” (pág. 122), porque no se debe querer al enemigo, nunca, y de ser posible combatirlo siempre, de todos los modos habidos y por haber. “Una piensa que se derrumbará en cualquier momento, pero lo raro es que cada día una se sorprende: aguanta, y de repente empieza a sentirse más fuerte. Quizá logre atravesar este infierno con una pizca de dignidad, un poco de coraje, y, lo más importante —nunca lo olvides, Mate— con amor en el corazón hacia los hombres que me han hecho esto” (pág. 125). Y a esas tres reglas, se le agrega una cuarta: “permanecer esperanzado, sin esperar nada”. Todo esto está registrado en las páginas del diario de cárcel que lleva Mate, así como la comisión de la OEA que visita la cárcel y es Mate quien acude a la entrevista y les hace llegar una hoja con una declaración sobre las reales condiciones de vida en la cárcel, la tortura con picana, las violaciones, las suspensiones de la visita, etcétera. Desde afuera también ya se escuchan las voces que quieren poner fin a esa dictadura, y es por esa presión que liberan a las dos mujeres y las someten a la prisión domiciliaria, sin casi poder moverse, salvo que puedan negociar con el capitán Peña mediante simulaciones de futuras concesiones que, es claro, nunca llevarán a cabo.

[Habla Minerva→] Después de siete largos meses, largos y tormentosos, la ponen bajo arresto domiciliario. “Entonces nada me gustaba más que estar en casa de mamá, con mis hermanas, criando a nuestros hijos” (pág. 134). “Mis pulmones se limpiaron. Recuperé el apetito  y empecé a alcanzar de nuevo el peso que había perdido en la prisión” (pág. 134). A pesar que Minerva ya es la Mariposa #1, admirada por todos, se siente casi deprimida: “…quería volver a tener mi vida de antes”, de antes de la prisión (la cárcel cambia a la gente, aunque no sus ideales). La vida seguía: “Ninguna de nosotros tenía dinero, y lo que producía la granja, que iba menguando, debía repartirse entre cinco familias. De modo que emprendimos un pequeño negocio de trajecitos infantiles para bautismo” (pág. 134). El régimen se endurece y lo que se podía avizorar como un fin cercano, por la condena de la OEA sobre la situación de los derechos humanos en la isla, parece alejarse definitivamente, casi no queda esperanza. De todas formas, Minerva trata de recomponer el movimiento y continuar la lucha, y se da a la tarea de averiguar si siguen estando activas las células, logra establecer contacto y sigue participando en la planificación de una lucha armada para terminar con la tiranía. El dictador cambiará de prisión a los hombres, y estos logran recuperar su salud. Pero lo que parece ser un afloje es en realidad un plan macabro para deshacerse de las Mirabal, puesto que para Trujillo es un problema mayor, y todas las señales lo indican, y éste sólo sabe resolver los problemas de una única manera: ¡la muerte! Los llevan a Puerto Plata. “Esta era, sin duda, una prisión mejor, más limpia y soleada que La Victoria” (pág. 154). Pero ya nada podrá detener la maquinaria infernal.

“Cuando se muere por la patria, no se muere en vano”.-
[Habla Dedé→] Volviendo al presente de la novela, y como si despertara de un largo sueño, Dedé termina de repasar los últimos acontecimientos, desde su nueva perspectiva, y creo no traicionar el espíritu de la novela al mostrar los últimos acontecimientos. “Llegaban con las historias de esa tarde: el soldadito con los dientes picados, que hacía sonar los nudillos, y que había viajado con ellas al cruzar la montaña; el atento dependiente de El Gallo que les había vendido las carteras e intentado prevenirlas; el camionero de voz ronca que había presenciado la emboscada en el camino. Todos querían darme algo de esos últimos momentos.

Cada visitante me destrozaba el corazón, pero yo permanecía sentada en el sillón hamaca y los escuchaba. Era lo menos que podía hacer, ya que era la única sobreviviente” (pág. 157). Los hechos, al principio, son escuetos, y ninguno de los cinco soldados se quiere hacer responsable, se echan las culpas unos a otros. “Cada uno de los cinco asesinos decía que los otros se habían ocupado del asesinato. Uno dijo que él no había matado a nadie. Había llevado a las muchacha a la mansión de La Cumbre, donde El Jefe las había matado” (pág. 157). “El juicio salió por TV el día entero durante casi un mes. Tres de los asesinos por último reconocieron que cada uno de ellos había matado a una de las hermanas Mirabal. Otro mató a Rufino, el chofer. El quinto se quedó en un costado del camino para avisar a los demás si venía alguien. Al principio, todos trataron de decir que era ese hombre, el de las manos más limpias” (pág. 158). “Después que terminaron, pusieron los cadáveres de las chicas en la parte posterior del jeep, y el de Rufino, adelante. Pasando una curva cerrada, cerca de donde hay tres cruces, desbarrancaron el jeep por el acantilado” (pág. 158). “A los hombres les dieron treinta y veinte años, en el papel. No pude entender por qué algunos de los asesinos recibieron una condena más corta que los otros. Es posible que al del camino le dieran veinte años.

Quizá alguno de ellos se arrepintió en la corte. Pero las sentencias no sirvieron de mucho, de cualquier manera. Todos salieron libres durante nuestras revoluciones. Cuando las teníamos de manera regular, como para poder demostrar que podíamos matarnos los unos a los otros aun sin un dictador que nos diera la orden” (pág. 158). También nos enteramos que los hombres, sus maridos, quedarán libres y que “el resto de la familia Trujillo huyó del país” cuando el dictador “fue asesinado por un grupo de siete hombres, algunos de ellos sus antiguos compinches” (pág. 158).

Pero también se nos muestra el impacto del primer momento, y las informaciones que se les dan, a medio camino entre la verdad y la esperanza: “Ha habido un accidente de auto —dice el telegrama urgente que han recibido—. Favor de venir al hospital José María Cabral de Santiago”, porque ese telegrama no anuncia la muerte, sino que induce —por lo menos a Dedé— a pensar en una vaga esperanza: “Imaginé huesos rotos, brazos en cabestrillo, un montón de vendajes. Arreglé los lugares de casa donde iba a poner a cada una mientras estuvieran convalescientes” (pág. 159). Pero luego llega un segundo telegrama donde se anunciará, claramente, la muerte de las tres hermanas y el chofer. Y ante los cuerpos “recordé la predicción de papá: Dedé nos enterrará a todos con sedas y perlas. Pero le dije que no. Todos murieron igual, que sean enterrados igual” (pág. 160).

Y ante el paso de la camioneta en que llevan los cuatro cajones, “la gente salía de su casa. Ya habían oído la historia que nosotros debíamos fingir creer. El jeep se había desbarrancado en una curva difícil. Pero sus rostros sabían la verdad. Muchos de los hombres se sacaban el sombrero; las mujeres se hacían la señal de la cruz. Estaban en el borde del camino, y cuando pasaba la camioneta arrojaban flores” (pág. 160). Y su muerte fue el principio del final de la era de Rafael Leónidas Trujillo, que gobernó con mano de hierro la República Dominica por más de 30 años, desde 1930 hasta 1961, tanto de forma indirecta como general a las órdenes de presidentes títeres, como una vez ya instalado en el poder.

Por supuesto, el nuevo gobierno (Juan Bosch) que sustituyó a Trujillo fue derrocado al año siguiente, con la complicidad manifiesta del gobierno estadounidense. Manolo, el esposo de Minerva, arma una guerrilla que es aplastada a sangre y fuego con la ayuda de los marines. El llamamiento, en la voz de Manolo, que se trasmite desde un escondite entre las montañas, termina diciendo: ¡Cuando se muere por la patria, no se muere en vano! Y a pesar de ello, cuando ya se sienten derrotados y se habían rendido, “los generales los mataron a tiros, uno a uno” (pág. 162). “Después que terminó la lucha y nos convertimos en una nación destrozada… entonces yo abrí mis puertas, y, en vez de escuchar, empecé a hablar. Habíamos perdido la esperanza, y necesitábamos un relato para entender lo que nos había pasado” (pág. 163), y éste es, justamente, el relato. Y en la lista completa de las pérdidas estarán “los hombres, los niños, yo misma. Cada uno se fue por su lado, nos convertimos en nosotros mismos. Nada más. Y quizá eso es lo que significa ser un pueblo libre” (pág. 165).

Por último, hay una posdata final que va al principio de la novela y es la explicación del libro, a lo que se adjuntan algunos datos de la autora.

Por Sergio Schvarz
Escritor, poeta, y ensayos breves.

 

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