CINE | “Amigos por la vida”: Memorias y utopías

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La brecha generacional, la memoria y la sensibilidad poética son los tres ejes vertebrales de “Amigos por la vida”, el nuevo largometraje del realizador italiano Francesco Bruni, que cosechó nada menos que dos premios David de Donatello y tres Nastri d’Argento, galardones otorgados por el Sindicato Nacional de Periodistas de Cine.

Se trata de una comedia dramática, que apuesta fuerte a recuperar la tradición del cine italiano reflexivo, aunque impregnado, cuando, es menester, de fino humor.

Esa es precisamente la sustancia de este film sin dudas disfrutable, que relaciona a personas y mundos diametralmente apuestos, con el trasfondo de la turbulenta Italia contemporánea.

Tratándose de un artista más conocido como guionista que como director, Bruni, autor de “Scialla” (2011) y “Noi 4” (2014), acierta incluyendo en el reparto de la película al legendario cineasta Giuliano Montaldo, que, a los 88 años de edad, protagoniza una de sus pocas apariciones como actor.

Se trata, obviamente, de uno de los mitos vivientes del cine italiano y por supuesto universal, autor de obras emblemáticas del género testimonial como “Tiro al piccione” (1961), “Una bella grinta” (1965), “Y Dios está con nosotros” (1969), “Sacco y Vanzetti” (1971) y “Giordano Bruno” (1973).

En esta oportunidad, Montaldo encarna a Giorgio, un octogenario poeta en decadencia que padece Alzheimer, quien requiere un acompañante para que le ayude a sobrellevar su dura ancianidad.

En ese contexto, el otro protagonista de la historia es Alessandro (Andrea Carpenzano), un joven de poco más de veinte años rebelde y descarriado, que no trabaja ni estudia.

En esas circunstancias, está integrado a un grupo de amigos bastante complejos, a quienes le unen nada menos que la vagancia, el juego, las riñas y la droga.

La condición para no ser literalmente expulsado de su casa por parte de su progenitor, es conseguir un trabajo para estar ocupado y ser menos dependiente. En ese marco, se hace cargo de la compañía del anciano.

La película plantea la ardua relación entre este joven y el poeta que por edad puede ser su abuelo, la cual deviene en un vínculo no exento de conflictos pero que, inexorablemente, se va tornando afectuoso y fraterno.

Para este joven, Giorgio representa otro tiempo y un mundo del cual sin dudas nada conoce y ni siquiera tiene referencias. Es, a todas luces, una suerte de personaje enigmático que lo atrae.

Desde el comienzo, el film se plantea como una suerte de nueva versión de “Amigos intocables” (2011), exitosa película francesa dirigida por Olivier Nakache, que tuvo una remake argentina, “Inseparables”, de Marcos Carnevale.

Tal vez lo que tienen en común ambas producciones es que los protagonistas son sendos enfermos cuidados por individuos bastante inadaptados y complicados.

Si bien la comedia francesa posee la fuerza dramática habitual en el cine galo y la argentina el humor algo melancólico propio de la idiosincrasia rioplatense, carecen, sin embargo, de la hondura y sensibilidad de esta historia bien italiana.

La radicalidad de esta relación tan asimétrica tiene naturalmente su origen en la diferencia etaria entre los protagonistas y, obviamente, en la previsible colisión generacional.

El relato construye la tensión entre un hombre con pasado y con memoria pese a la grave enfermedad que padece, y un joven con presente pero tal vez sin futuro, que parece no tener estímulos suficientes para vivir.

Empero, es precisamente el pasado el que comienza a unir a esas dos existencias si se quiere erráticas, porque este esconde un enigma que para el chica y sus amigos puede ser excitante.

En efecto, la revelación por parte del añoso poeta de que existe un tesoro oculto durante la Segunda Guerra Mundial que puede ser recuperado, transforma al film en una suerte de aventura.

En ese marco, la historia deviene en una suerte de alocado road novie, cuyo objetivo es, naturalmente, encontrar el preciado premio a tanto desvelo y ejercicio de memoria.

El enigma es si se trata del mero desvarío de un enfermo que intenta obsesivamente recuperar su pasado y también su identidad a través del lenguaje poético, o bien de una certeza que puede modificar radicalmente la realidad.

“Se escribe poesía cuando no se sabe dónde poner el amor”, afirma elocuentemente Giorgio, en una reflexión imposible de entender e interpretar para los habitantes de una posmodernidad tan vacía como frívola.

Esta lucubración condensa la sensibilidad de generaciones que se alimentaron de ideales, contrariamente a lo que sucede en un presente signado por la lógica del mercado, la mezquindad y las intrínsecas miserias humanas.

Esta disfrutable película aporta precisamente esa indispensable cuota de sensibilidad que está ausente en el cine de industria, mediante una suerte de fábula en la cual –paradójicamente- la utopía es material.

Por supuesto, la búsqueda del ansiado tesoro -que es un recurso propio de una ficción bien pueril- tiene obviamente una connotación simbólica que excede a lo meramente racional.

“Amigos por la vida” no es una film memorable. Sin embargo, es sí el retrato de una sociedad contemporánea despojada de signos de identidad, en la cual conviven e interactúan cotidianamente un capitalismo concentrador globalizado y huérfano de romanticismo con residuales resabios de cultura omnipresente.

 

 

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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