“La sala de profesores”: La patología del odio subyacente

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La violencia subyacente, el autoritarismo, el odio racial, la homofobia, la cruda competencia por ser el mejor, la segregación hacia el diferente y la más rampante intolerancia son las siete dimensiones temáticas de “La sala de profesores”, el potente drama del cineasta turco nacionalizado alemán Ilker Cadak, que reproduce los tensos conflictos de la sociedad en el ámbito de un colegio secundario contaminado por la furia y el inconformismo.

Esta película rompe con el habitual paradigma de comunidad de los centros educativos, donde debería reinar el respeto mutuo, el afecto y la empatía entre docentes y alumnos y no precisamente el enfrentamiento.

Partiendo de la premisa que la educación es un territorio donde se reproducen todas las problemáticas sociales, la función de un educador debe ser administrar esas tensiones, en coordinación con las familias, los jerarcas de cada colegio y los representantes de la propia sociedad.

En ese contexto, los conflictos subyacentes circulan por los vasos comunicantes de los espacios compartidos, transformados, a la sazón, en objetos de cruenta disputa, por la enconada lucha por el empoderamiento, en este caso concreto en clave generacional.

Ciertamente, esta película que abreva lejanamente de “Al maestro con cariño” y de la no menos icónica “La sociedad de los poetas muertos”, tiene inocultables influencias de dos filmes realmente formidables por su indudable valor testimonial y dimensión universal, como  “La clase” de Laurent Cantet y “La ola”, de Denis Gansel, entre otros tantos títulos ambientados en el ámbito educativo.

En este marco, aquí la educación no es un tema central, sino un mero pretexto para retratar conductas abiertamente descarriadas y exacerbadas, que se ocultan bajo una fachada aparentemente apacible y despojada de eventuales tensiones.

Ante los ojos del atribulado espectador se derrumba, con singular  estrépito, un modelo de convivencia presuntamente modélico y consecuente con una sociedad desarrollada.

Empero, aunque no se alude explícitamente, en realidad los odios ancestrales del pasado cruzados por la tragedia del autoritarismo nazi fascista, afloran cuando menos se le espera.

Aunque en esta película no reaparecen las esvásticas ni otros símbolos de un pasado de pesadilla que conmovió no sólo a Alemania sino a toda Europa, la patología del odio está presente a través de diversas manifestaciones.

Pese a que ese monstruo genocida habría quedado sepultado hace casi ochenta años, cuando las tropas rusas ingresaron a una Berlín literalmente arrasada por los bombardeos, el fantasma nunca desapareció del horizonte, ya que las autoridades reportaron que, en 2022, hubo más de 20.000 actos de violencia racista, particularmente dirigidos contra personas de origen semita.

En efecto, aunque no existe un partido nazi con la antigua denominación de Partido Nacional Socialista, si hay agrupaciones que adhieren a la ideología fundada en la década del treinta del siglo pasado por el dictador Adolf Hitler.

Realmente, sorprende la tolerancia de los gobiernos de la Alemania unificada a partir de 1990, con estos movimientos antidemocráticos y que promueven el odio, particularmente hacia los extranjeros. Lo que es más grave aún es que estos alienados han perpetrado numerosos crímenes, algunos de los cuales han permanecido impunes.

Aunque esta auténtica potencia europea es reconocida por su sistema republicado y por su respeto de los derechos humanos, la existencia de estas expresiones patológicas constituye un caldo de cultivo propicio a la resurrección de esta ideología mesiánica que, a mediados del siglo pasado, provocó auténticos estragos tanto dentro como fuera de fronteras.

 

El cineasta Ilker Cadak redescubre a la esencia misma de su país de adopción, en este drama que transcurre íntegramente dentro de las aulas de un colegio, donde se expresan todos los sentimientos de inconformismo de una sociedad soterradamente fragmentada, en la cual el inmigrante es visto como una suerte de intruso.

Mixturando el drama con el thriller, el relato se adentra en el corazón de un conglomerado humano marcado por la diversidad social y étnica, en un país que, como en el resto del continente europeo, tiene abundantes inmigrantes.

La protagonista de esta historia de ficción es Carla Nowak (Leonie Benesch), una joven docente de Matemáticas y Educación Física que ha transformado a la profesión de educadora en la razón de ser de su vida. Su paradigma pedagógico, que es vanguardista, colisiona con la rigidez cuasi autoritaria de las jerarquías del centro educativo, que dirigen la institución mediante un talante si se quiere represivo, aunque igualmente habilitan espacios de representación a sus estudiantes.

La clase de la educadora tiene una impronta incluso lúdica, en la medida que los adolescentes aprenden pero también se divierten. No obstante, la disciplina, que no es rígida pero sí sistemática, permite mantener la armonía.

Sin embargo, más allá que las señales son positivas, igualmente se visualiza desde el comienzo la grieta que existe entre pares, determinadas, en algunos casos, por la discriminación étnica y también religiosa, acorde con los patrones de conducta que los chicos han heredado de sus mayores.

En esas circunstancias, se percibe hasta qué punto la educación no sólo es la que se imparte en el aula, sino particularmente, lo adquirido en la sociedad y en el ámbito familiar.

En tanto, por lo menos en las primeras secuencias, la sala de profesores a la que alude el título de la película parece ser un ambiente distendido y de sano intercambio entre colegas y con la dirección del colegio. Allí, como es habitual en estos casos, los docentes departen y comparten experiencias y estrategias pedagógicas, conscientes de la necesidad de consolidar el espíritu de comunidad educativa que prevalece en ese espacio de sano debate y empatía constructiva.

Sin embargo, un acontecimiento extraño por lo inusual fisura abruptamente esa apacible atmósfera de una convivencia aparentemente sin conflictos: una serie de robos cuyas víctimas son tanto docentes como alumnos.

Esa circunstancia dispara en primer término la desconfianza mutua y luego la tensión, ya que, inicialmente, salvo obviamente los damnificados, todos son sospechosos. Además de los ilícitos en sí mismos, estos episodios pueden horadar seriamente el prestigio de un centro educativo a priori modélico.

Como era de suponer, las primeras sospechas se dirigen al personal de limpieza, acorde con el odio de clase que se expresa, con mayor o menor intensidad, hacia el diferente, que desarrolla un trabajo de baja calificación por su escasa capacitación.

Incluso, ese prejuicio deriva inexorablemente a un menor perteneciente a una familia de inmigrantes de oriente, lo cual corrobora el desprecio por personas que no ostentan la misma etnia germana, que, razones obvias, prevalece en la sociedad.

Las acusaciones, por supuesto sin pruebas, generan un duro enfrentamiento entre la dirección del colegio y la familia del supuesto ladrón, que, obviamente, es un adolescente.

Incluso, como si se tratara de una epidemia, aunque no existen evidencias de que el menor cometió el delito, igualmente este comienza a ser despreciado por sus compañeros. Esta circunstancia genera naturalmente violencia.

Intentando desactivar el conflicto, la protagonista le tiende una trampa al eventual ladrón o ladrona. La estrategia consiste en dejar su bolso con dinero frente a su laptop y con la cámara encendida, a los efectos de filmar todo lo que sucede.

Por supuesto, el experimento rinde sus frutos, ya que el ladrón o la ladrona sustraen dinero de su bolso. Empero, la imagen sólo muestra la espalda del infractor, lo cual no permite identificar con veracidad de quien se trata. Sin embargo, tanto el color como el diseño de la blusa ponen bajo la lupa a una funcionaria administrativa del colegio, cuyo hijo es alumno de la docente.

En esas circunstancias, nuevamente sin pruebas concluyentes, se acusa y penaliza a una persona, al igual que a su hijo adolescente.

Sin embargo, más que el hurto en sí mismo, que no tiene un responsable confirmado, lo que aflora es el resentimiento de todos los educadores con la damnificada, por haberlos grabado sin consentimiento.

En ese marco, se abre un segundo frente de “batalla” en la propia sala de profesores, donde todos sospechan de todos y la protagonista debe afrontar el desprecio de sus colegas, al igual que el de sus alumnos que la califican de delatora.

La tensión, que por momentos se transforma en insoportable, se proyecta de la sala de profesores al aula e incluso al gimnasio, donde también se expresa la violencia, en algunos casos realmente irracional.

Aunque padece acoso y presiones tanto de sus pares como de los adolescentes e incluso hasta por parte de la dirección del colegio,  Carla Nowak no renuncia a sus principios, que considera inalienables. Tiene claro que en el ámbito educativo el centro es el alumno, que debe ser sujeto de derecho activo y destinatario de todos los desvelos de los docentes.

Se trata de una persona de principios y valores, que se enfrenta a un modelo autoritario y represivo. Esta circunstancia reproduce, salvando obvias diferencias, al enfrentamiento entre la cúpula de la ANEP –que ha gestionado durante cuatro años la educación con sumarios, sanciones y amenazas sin espacio para la negociación- y los sindicatos que representan a los colectivos de maestros y profesores.

Aunque el desenlace de este relato no deja de sorprender pese a que está en sintonía con el curso que ha seguido la narración, igualmente impacta por el grado de exacerbada intolerancia que jamás debería existir dentro de un centro educativo y, obviamente, en toda sociedad que se precie de armónica.

“La sala de profesores” es un drama que se interna en los territorios más conflictivos, tortuosos y laberínticos de un país que carga sobre sí con una mochila histórica de espanto.

Aunque, por supuesto, nadie en el presente es responsable de los actos de barbarie perpetrados por los actores de una ideología mesiánica y enfermiza en el pasado, que transformaron a Alemania en un inmenso campo de concentración y de exterminio, los actores políticos y sociales del tercer milenio deben asumir el compromiso de abortar todo eventual rebrote de esas patologías subyacentes.

Esta película es un crudo y descarnado retrato de una comunidad aun enferma y contaminada por el odio, el resentimiento y los prejuicios, que enfrenta por lo menos dos visiones radicalmente antagónicas de cómo debe ser la convivencia: la que representa la protagonista y la de la dirección del centro educativo.

Partiendo de la premisa que los niños y los adolescentes tienden casi siempre a emular a los adultos, la tolerancia debería prevalecer sobre la intemperancia y el diálogo sobre la represión.

En tal sentido, la escrutadora mirada del director y guionista de este film, que fue uno de los nominados al Oscar a Mejor Película Extranjera en una categoría que fue ganada por la formidable “Espacio de interés”, es ciertamente muy desencantada y nada auspicioso. Empero, este largometraje es igualmente una fuerte apuesta a la reflexión, en torno a la violencia implícita y explícita, al odio, el resentimiento, la discriminación, la sospecha y la enconada lucha por el territorio, que en este caso transciende naturalmente a lo meramente espacial y adquiere una dimensión intransferiblemente simbólica.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

FICHA TÉCNICA

La sala de profesores. Alemania 2023. Dirección: Liker Catak.  Guión: Liker Catak. Música: Marvin Miller. Fotografía: Judith Kaufmann. Montaje: Gesa Jager. Reparto: Leonie Benesch,

Michael Klammer, Rafael Stachoviak,  Anne-Kathrin Gummich, Eva Löbau, Kathrin Wehlisch, Sarah Bauerett, Lisa Marie Trense, Uygar Tamer y Özgür Karadeniz.

 

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