La pobreza, la opresión y la explotación, el hambre y la falta de servicios médicos adecuados siempre han sido el caldo de cultivo para las epidemias capaces de diezmar a los humanos.
La pobreza, la opresión y la explotación, el hambre y la falta de servicios médicos adecuados siempre han sido el caldo de cultivo para las epidemias capaces de diezmar a los humanos.
Históricamente, en las guerras, las epidemias han sido más letales que las bajas en combate. El cólera, el tifus, la malaria y la fiebre amarilla han aniquilado ejércitos. El temor a una muerte o un sufrimiento desprovistos de cualquier heroicidad hace que las ventajas, los beneficios o el reconocimiento que podrían esperar los guerreros se desvanezcan. La población civil sufre los estragos que producen las guerras. Esto está mucho más allá de cualquier abordaje de sanidad militar o de medidas preventivas convencionales. Las guerras de cualquier tipo, declaradas o no, en cualquier lugar del mundo, han sido el mayor flagelo que enfrenta la humanidad y el mayor atentado contra la vida y la salud. Ahora un contingente de las fuerzas armadas uruguayas se encuentra en el epicentro de la epidemia de Ébola en el turbulento corazón de África.
En el 2014, el penúltimo brote de Ébola causó más de 11.000 muertes, desató el pánico a nivel internacional porque hubo casos que llegaron a Europa y los Estados Unidos. Al mismo tiempo los laboratorios se lanzaron con desesperación a la investigación para desarrollar una vacuna como la que ahora se está aplicando en el Congo y a la que nos referiremos más adelante. Los tratamoientos médicos también se perfeccionaron. Las últimas cifras conocidas a pruincipios de julio señalan que se ah producido más de 1.600 muertes, que la epidemia alcanzó la ciudad de Goma [i]. Por eso la OMS ha declarado una emergencia sanitaria internacional.
A diferencia de la epidemia de hace cinco años, en este caso al riesgo sanitario se suma una gigantesca crisis humanitaria que se materializa en la desnutrición endémica de la población, la endeblez del sistema de salud y la desconfianza de la población hacia el personal sanitario. El periódico británico The Guardian advierte que, en lo que va del año, se han registrado 174 ataques contra trabajadores de la salud en el área. El miedo y la desconfianza de la población se desarrolla debido a la elevadísima tasa de mortalidad del Ébola (según la OMS 9 de cada 10 afectados muere). Las vacunas no protegen a quienes ya han contraído la enfermedad y aunque la supervivencia mejora si los pacientes son sometidos a tratamiento tempranamente, se ha visto que la población es renuente a buscar asistencia porque no confía en quienes tratan de ayudarles. Es comprensible, los familiares de los enfermos pueden haber llegado a la conclusión de que las vacunas son inútiles y que los médicos no son la cura sino el problema: vieron aumentar la presencia de los equipos sanitarios internacionales y al mismo tiempo incrementarse las muertes.
En su editorial de este 18 de julio, The Guardian reclama que es imperioso que la comunidad comprenda la índole de los problemas y se comprometa y señala que la clave no está en dar instrucciones sino en el diálogo. “Necesitamos escuchar con la misma ferocidad con la que ansiamos ser escuchados” sostiene el responsable regional de Médicos Sin Fronteras (MSF). En una zona donde las necesidades sanitarias básicas no están cubiertas, una epidemia de sarampión o un brote de cólera hacen que la población no llegue a ver al Ébola como una prioridad, especialmente si su preocupación por esas otras enfermedades no es contemplada. Aunque la OMS desalienta la internación domiciliaria, algunos expertos creen que puede ser una solución provisoria aunque no sea ideal, siempre que los dirigentes de la comunidad y el personal sanitario local la apoyen.
Sin embargo, la instrumentación de soluciones concretas necesita un respaldo adecuado. LA OMS espera que la declaración de emergencia internacional sea capaz de concitar el apoyo de todos los países. El Director General de la OMS, Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha dicho que se necesitan cientos de millones de dólares de inmediato para combatir esta epidemia y que solamente la mitad de los fondos necesarios están llegando. Un experto sostuvo que si se hubiera contado con suficiente financiación esta epidemia se habría desvanecido en pocos meses. Ahora lleva más de un año y el dinero empieza a llegar cuando los países desarrollados comienzan a preocuparse porque el Ébola podría llegar a ellos.
Un riesgo actual es que los países vecinos de la R.D. del Congo cierren sus fronteras para evitar la propagación de la epidemia. Esto profundizaría la crisis económica, aumentaría la hostilidad y la desconfianza y no impediría los desplazamientos clandestinos de pobladores que apelan a cientos de pasos de frontera o a esconder síntomas si se desplazan normalmente. De hecho, ya en el 2014, las restricciones para el desplazamiento de personas que se establecieron fueron ignoradas por los gobiernos y las aerolíneas.
En todo caso, la declaración de emergencia sanitaria internacional no debe ser empleada para estigmatizar o penalizar a la población que debe ser ayudada. Los aspectos humanitarios de la lucha contra el Ébola son indiscutibles. Familiares y niños están muriendo en comunidades que ya han sufrido mucho. Si esto no fuera suficiente para desarrollar una acción más decidida el interés propio debería lograrlo. La experiencia de las pasadas epidemias de esta terrible enfermedad muestra que un real compromiso internacional es capaz de controlar la situación. En todo caso, sin este compromiso y esfuerzos los riesgos de propagación de la enfermedad son aún mayores. No alcanza con aislarse.
ENFRENTANDO LOS RIESGOS BIOLÓGICOS
Desde el siglo pasado, a la sífilis, la gonorrea, la tuberculosis, el alcoholismo y la drogadicción (sin tomar en cuenta las afecciones psíquicas) se ha sumado el SIDA como un acompañante casi inseparable de las tropas en campaña. En 1976 apareció un terrible riesgo biológico en África, la enfermedad producida por un filovirus (su nombre se debe precisamente a su apariencia al microscopio: filamentosa, como un hilo), el virus del Ébola con una apabullante tasa de mortalidad del 90% [ii].
Richard Preston, un especialista estadounidense en divulgación científica, es el autor de Zona Caliente (2014) tal vez el texto más difundido acerca de los orígenes y los riesgos de la enfermedad [iii]. Preston remonta el sitio original del filovirus a la Cueva de Kitum, en un parque nacional cercano al Monte Elgón (un volcán apagado entre Uganda y Kenia, algo más al Este del lago Kivu y la ciudad de Goma). Las últimas investigaciones parecen darle la razón en el sentido que los murciélagos frugívoros que habitan en la cueva serían los principales (aunque no los únicos ) vectores del mal.
A partir de la investigación epidemiológica, el autor recoge la historia de Charles Monet, un expatriado francés que se desempeñaba como responsable de la maquinaria que abastecía de agua la planta Azucarera Nzoia. Monet era un solitario, vivía en una cabaña y era un naturalista aficionado, amante de las aves y de los animales. Tenía 56 años, pelo castaño, estatura mediana y buena pinta. Según los médicos que investigaron su muerte sólo intimaba con mujeres que vivían en los poblados alrededor de la montaña. Tenía amigas en el pueblo de Eldoret, donde la gente es pobre y vive en chozas. “Él les daba dinero y ellas a cambio le daban amor de buena gana” dice Preston. A fines de diciembre de 1979, Monet planeó acampar en las laderas del monte Elgón e invitó a una de sus amigas. Una pequeña parte de la montaña es parque nacional, Monet y su amiga se detuvieron en el acceso al parque para pagar las entradas y él le dio una banana a un mandril que solía esperar obsequios de los visitantes.
Armaron la carpa en un claro de pasto verde y pasaron la noche de fin de año, fría y lluviosa, haciendo el amor y tomando champán. El 1º de enero de 1980, subieron en el Land Rover hasta la gran cueva de Kitum. Por la noche las manadas de elefantes se meten en la cueva en busca de minerales y sal. Como la entrada tiene más de 50 metros de ancho se dice que hasta 70 elefantes pasan la noche rascando las paredes y tragando trocitos de mineral.
En la mañana, Monet y su compañera entraron con linternas para explorar la cueva. El suelo estaba lleno de montones de excrementos de elefantes y después se elevaba en cornisas cubiertas de detritus verdes, guano de murciélago, materia vegetal digerida por los miles o millones de murciélagos de la fruta que durante el día cuelgan del techo. La cueva encierra un paisaje fantástico, una selva petrificada a causa de una erupción volcánica. Los troncos acabaron transformados en columnas de ópalo y cuarzo rodeados de millones cristales refulgentes.
Después de la excursión, Charles Monet regresó a su casa junto a la bomba de agua. “Mientras tanto algo se multiplicaba en su organismo”. Una forma de vida lo había colonizado y empezaba a multiplicarse, dice Preston. El dolor de cabeza empezó el séptimo día después de la excursión a la cueva de Kitum. El 8 de enero de 1980, Monet sintió un dolor palpitante detrás de los ojos. No fue a trabajar, se quedó en la casa y se acostó.
El dolor empeoraba y le daba la sensación de que rotaba en su cabeza. La aspirina no le alivió. Después sufrió un fuerte dolor de espalda. La mujer que le hacía las tareas de la casa trató de cuidarlo pero no sabía que hacer para aliviarle. Al tercer día tuvo náuseas y fiebre intensa. Los vómitos fueron copiosos al principio pero después se redujeron a arcadas. Al mismo tiempo cayó en una extraña pasividad, su rostro perdió apariencia vital, los ojos saltones y enrojecidos con la mirada fija y los párpados semi caídos. El cutis se le fue poniendo amarillento y le aparecieron manchas rojas y brillantes. Su aspecto asustó a su empleada, se volvió hosco, colérico y parecía haber perdido la memoria. No deliraba. Respondía las preguntas que se le hacían pero no parecía saber donde estaba.
Como no iba a trabajar, los compañeros de Monet fueron a verle y consideraron que debía ir al hospital. No podía manejar y uno de ellos lo llevó a una clínica privada en Kisumu [iv] donde los médicos le examinaron sin explicarse que era lo que le estaba afectando el rostro y la cabeza. Le aplicaron antibióticos intravenosos pero estos no surtieron efecto alguno y entonces aconsejaron remitirlo a Nairobi donde se encuentra el hospital más importante del África Oriental [v]. Como Monet todavía podía caminar y valerse por si mismo, tenía dinero y comprendió que debía llegar a la capital, se fue en taxi al aeropuerto y abordó un vuelo de Kenya Airways.
Un virus procedente de la selva sobrevive el tiempo que tarda un avión en llegar a cualquier punto del planeta. Monet y el virus que lo había invadido entraron en la red de comunicaciones del mundo actual. El avión que lo trasladó era un Fokker F-27 utilizado para los vuelos locales con capacidad para 35 pasajeros. Dicho sea de paso, idéntico al aparato del vuelo 571 de la Fuerza Aérea que se había estrellado en los Andes en 1972.
Los asientos de este avión son estrechos y se ve todo lo que ocurre alrededor. La cabina de pasajeros es hermética y el aire circula en circuito cerrado. La reconstrucción de lo sucedido indica que nadie pudo ignorar al pasajero mareado y encorvado en su butaca. Estaba mal pero no se sabía que le sucedía. Se llevó a la boca la bolsa, tuvo un espasmo de tos y devolvió algo. Tenía los labios manchados de una sustancia viscosa y rojiza con motas negras. Tenía los ojos enrojecidos y el rostro lleno de hematomas. Los puntos rojos que había aparecido días antes como manchas estrelladas se habían extendido formando zonas moradas. La cabeza se le estaba poniendo negra y azul y los músculos faciales se le habían aflojado como si el rostro se le estuviera desprendiendo.
El vómito era interminable porque Monet seguía echando líquido aunque el estómago estaba completamente vacío. La bolsa para mareo estaba llena del líquido conocido como “vómito negro” [vi] que no es en realidad negro si una mezcla maloliente de gránulos alquitranados y sangre arterial hemorrágica. Se trata de una carga de virus muy infecciosa. El olor del vómito invadió la cabina de pasajeros. Monet cerró la bolsa que amenazaba desbordar y se la entregó a una azafata.
Preston explica que cuando el virus se multiplica dentro del organismo huésped puede saturar el cuerpo desde el cerebro hasta la piel. Los especialistas dicen que el virus ha sufrido una amplificación extrema que en nada se parece a un resfriado. Cuando esta alcanza su cenit cada gota de sangre de la víctima contiene millones de unidades virales. “El organismo huésped está poseído por una forma de vida que trata de convertirlo en un doble de si misma” (p.39) pero la transformación no llega a consumarse totalmente. Por eso el resultado es el vómito negro.
A esa altura Monet estaba rígido. Su sangre se estaba coagulando y la circulación depositaba coágulos por todas partes: en el hígado, los riñones, los pulmones, las manos, los pies, la cabeza. Estaba sufriendo múltiples embolias, hemorragias y trasvasaciones de sangre. Los coágulos se acumulaban en los músculos intestinales, cortaban el abastecimiento de sangre y los músculos claudicaban. No parecía consciente del dolor. Los coágulos alojados en el cerebro provocaron lesiones que borraron su personalidad, su vivacidad desapareció y se convirtió en una especie de autómata. De hecho pequeñas partes de su cerebro se estaban disolviendo. Las funciones superiores habían desaparecido.
Los vómitos parecían haber roto algunos vasos de la nariz y tenía una hemorragia de sangre arterial, sin coágulos, que le chorreaba por los labios y el mentón. Una azafata le entregó toallitas de papel y Monet las usó para taponearse la nariz pero nada contenía la hemorragia, las toallas se empaparon. A última hora de la tarde el vuelo aterrizó en el Aeropuerto Internacional Jomo Kenyatta de Nairobi. Monet se despertó, se puso de pie y bajó tambaleándose. No llevaba equipaje pero era una bomba de virus. Atravesó el aeropuerto y pidió que un taxi lo llevara al hospital. Parecía estar un poco mejor, consiguió llegar al mostrador de “Urgencias” y a pesar de las dificultades para hablar pudo decir que se encontraba muy mal. Lo ubicaron en una sala de espera atiborrada de personas.
Mientras Monet esperaba ser atendido alcanzó la última fase de la enfermedad. Los especialistas militares dicen que, en esta etapa terminal, los enfermos colapsan, se deshacen en sangre, se desmoronan. Por esta razón la enfermedad fue conocida primariamente como “fiebre hemorrágica”. Monet perdió el equilibrio, se inclinó hacia adelante, la cabeza entre las rodillas, gimió y sufrió un violento vómito de sangre. Perdió el conocimiento y cayó. Dicen que el único sonido que emitía era el de las arcadas mientras seguía vomitando ya inconsciente. Luego se oyó un ruido, como el de una sábana al rasgarse, que es el que produjeron los intestinos cuando el esfínter se abrió y expulsó sangre por el ano. Esa sangre ya estaba mezclada con tejido intestinal. Los demás pacientes se alejaron del hombre que yacía en el suelo. Los charcos de sangre rodeaban a Monet. “Una vez que ha destruido al organismo huésped, el agente sale por todos los orificios, en busca de otro organismo”. (p.43).
Monet falleció finalmente en el CTI el 16 de enero de 1980. El doctor Shemo Musoke quien lo atendió, se contaminó repetidas veces con su sangre. Nueve días después de resultar salpicado por el vómito negro, Musoke empezó a sentir fuertes dolores de espalda, mantuvo una larga lucha con la enfermedad y logró sobrevivir pero los análisis a que fue sometido permitieron identificar con precisión al virus causante. En su caso se llamó “Marburgo” que había ocasionado la muerte de un trabajador en Alemania en 1967. En ese caso se trataba de una empresa de productos biológicos que operaba con monos importados de África, uno de los cuales habría sido el portador del virus.
LAS CRÍTICAS A PRESTON
Desde la primera edición de “Zona Caliente”, en 1994, Preston ha sido acusado de exagerar los síntomas de la enfermedad y sembrar “el miedo al virus”. De hecho, el mismo Preston ha admitido que la descripción de los síntomas y el sufrimiento de Charles Monet podrían haber sido exagerados.. Ahora bien, vistos los resultados de las epidemias del Ébola, los esfuerzos de la OMS y los terribles sufrimientos que periódicamente desencadena en África no parece que este haya sido un pecado capital sino, tal vez, venial.
Esta claro que el miedo, por si solo, no genera conciencia y contrariamente a lo que dice el dicho “es zonzo” pero basta con agregar las descripciones mesuradas de Médicos Sin Fronteras (MSF), una de las organizaciones de primera línea en la lucha contra el Ébola para matizar las críticas. Lo que sucede es que el miedo no debe encubrir o disimular los elementos contextuales que hacen temible a la enfermedad los que, en el caso del África, son sobre todo la pobreza, el racismo y la falta de servicios sociales adecuados.
Armand Sprecher, miembro de MSF, señala que en la mayoría de los casos los pacientes de Ébola se ven enfermizos y débiles. Si hay sangrado – señala – este no es abundante, tanto en los vómitos como en las diarreas. Ocasionalmente se presenta sangrado por la nariz o en las encías. Los críticos de Preston también señalan que su presentación cultiva la idea de que el virus es tremendamente contagioso pero que ha omitido decir que ninguno de los 35 acompañantes de Monet, en su vuelo hasta Nairobi, contrajo la enfermedad. La acusación pierde pie cuando se analiza las precauciones que promueve la OMS para evitar el contagio lo cual denota que nos encontramos ante un virus muy contagioso aunque basado en los fluidos o en intermediarios que hayan estado en contacto con estos.
Otro caso cuyo tratamiento se le reprocha a Preston es el de la enfermera Mayinga N. Ella se contagió de una de las monjas que resultaron infectadas con el Ébola en el Hospital Ngaliema de Kinshasha, en 1976, cuando se detectó la primera epidemia del virus en humanos. La enfermera empezó a sentirse mal y abandonó el trabajo sin avisar durante dos días. Con miedo Mayinga se fue en taxi a un hospital más grande donde no la conocían. La atendieron pero le aplicaron una inyección antimalárica que no la alivió. Fue a un tercer hospital donde no la examinaron y finalmente retornó al Ngaliema y fue ingresada aunque causó pánico. Mayinga murió de Ébola pero los críticos dicen que Preston no advirtió debidamente que aparentemente nadie fue contagiado por ella en su extenso deambular.
HACERLE CASO A LA OMS
En poco más de 40 años se ha llegado a tener un mayor conocimiento biológico de este virus letal, casi circunscripto al continente africano, que viene golpeando alternativa o simultáneamente en el Congo, Ruanda, Kenia, Sierra Leona, Sudán del Sur, Liberia o Guinea, en el corazón de África. De todos modos es más lo que se ignora de lo que se sabe a pesar de los enormes esfuerzos de los epidemiólogos para rastrear el origen de la enfermedad, para determinar a través de que vector, que especies animales, llega a los humanos y como puede prevenirse o interrumpirse su ciclo mórbimortal. A diferencia del virus del SIDA que tiene una supervivencia muy breve después de abandonar el organismo, el virus del Ébola es sorprendentemente resistente y capaz de mantenerse activo durante días, semanas o meses, dependiendo de las condiciones ambientales.
Por esta razón, acompañar a sus seres queridos enfermos y velarlos después y sepultarlos se ha convertido en una vía para el contagio y la muerte en miles de familias africanas. Algo parecido sucede con el personal sanitario y particularmente con los sepultureros, los forenses y quien quiera que tenga contacto con los cadáveres. Como el periodo de incubación de la enfermedad es variable (de 48 horas a tres semanas) las cuarentenas y las medidas preventivas (como tomarle al fiebre con sensores térmicos externos al personal) resultan irrisorias y rara vez se cumplen en condiciones como para enfrentar el riesgo biológico lo que las hace, por lo general, inútiles.
Naturalmente, las posibilidades de contagio durante el periodo de incubación asintomático hacen peligrosísimas las aglomeraciones porque pueden desatar una reacción de progresión geométrica (no aritmética) que si bien no se han dado en forma explosiva tienen en vilo a las autoridades sanitarias. Hasta ahora el contagio parece limitado a los fluidos corporales (todos los fluidos, sangre, sudor, lágrimas, orina, saliva, semen, excrementos, vómitos) y a través del contacto con animales infectados (ya sea al carnearlos, al cocinarlos o al comerlos).
Esto último es temible en muchas regiones centrales del continente, donde la fauna salvaje, especialmente los monos, es cazada para comer. La Organización Mundial de la Salud advierte que “la infección puede producirse también si las soluciones de continuidad de la piel o las membranas mucosas de una persona sana entran en contacto con objetos o ambientes contaminados con fluidos corporales de una persona infectada: prendas de vestir, ropa de cama, guantes o equipo de protección sucios, y desechos médicos tales como jeringas hipodérmicas usadas”.
No parece que se pueda trasmitir el virus por aire pero si esto llegara a suceder a través de una mutación de alguna de las cuatro variedades de filovirus actualmente identificadas, la propagación podría resultar catastrófica. La transmisión por vía sexual del virus del Ébola de hombres a mujeres es muy posible, aunque de momento no está demostrada. La transmisión de mujeres a hombres, aunque teóricamente posible, es menos probable. Se precisan más datos e investigaciones sobre los riesgos de la transmisión por vía sexual y, en particular, sobre la prevalencia del virus viable y transmisible en el semen a lo largo del tiempo.
Entre tanto, y sobre la base de la evidencia actual, la OMS recomienda lo siguiente:
- Todos los supervivientes de Ébola y sus parejas sexuales deberían recibir asesoramiento con el fin de adoptar prácticas sexuales seguras hasta que su semen arroje resultados negativos en dos pruebas de detección del virus. Se debería proporcionar preservativos a estas personas.
- A los hombres que hayan superado la enfermedad se les debería ofrecer la posibilidad de someterse a una prueba de detección del virus en el semen tres meses después del inicio de los síntomas y, posteriormente, a aquellos que den positivo, todos los meses hasta que sus muestras de semen den negativo en dos RT-PCR, con un intervalo de una semana entre ellas.
- Los supervivientes y sus parejas sexuales deberían:
- abstenerse de mantener cualquier tipo de relación sexual; o
- adoptar prácticas sexuales seguras, en particular el uso correcto y sistemático de preservativos, hasta que su semen haya arrojado resultados negativos en dos pruebas de detección del virus.
- Teniendo en cuenta nuevos análisis de las investigaciones en curso y las consideraciones del Grupo Consultivo de la OMS sobre la Respuesta a la Enfermedad por el Virus del Ébola, la OMS recomienda que los hombres que hayan sobrevivido a la enfermedad tengan prácticas sexuales e higiénicas seguras durante los 12 meses siguientes al inicio de los síntomas o hasta que los análisis del semen den negativo dos veces para el virus del Ébola.
- Hasta que su semen dé negativo en dos pruebas de detección del virus, los supervivientes deberían mantener una buena higiene personal y de las manos lavándose de forma inmediata y exhaustiva con agua y jabón después de cualquier contacto físico con el semen, incluida la masturbación. Durante este periodo los preservativos usados deberían manipularse y desecharse en condiciones de seguridad para evitar el contacto con los líquidos seminales.
- Todos los supervivientes y sus parejas y familiares deben ser tratados con respeto, dignidad y compasión.
Para el personal de salud y los sepultureros, la OMS ha preparado afiches informativos acerca de los procedimientos que deben seguirse para ponerse, sacarse y disponer del material de protección (overoles, máscaras, trajes aislantes, guantes, etc.) porque estos cuidados son imprescindibles para evitar el contagio dado que es fundamental que los enfermos y sus familias no sean abandonados a su suerte.
Los síntomas varían pero la enfermedad suele presentar una “fase seca” en la que es común la aparición súbita de fiebre, debilidad intensa y dolores musculares, de cabeza y de garganta. A medida que la enfermedad avanza a la “fase húmeda” es común que se presenten vómitos y diarrea, erupciones cutáneas, deterioro de las funciones renales y hepáticas y, en algunos casos, hemorragias internas y externas. Quienquiera que presente los síntomas primarios debe recibir atención médica inmediata por personal especialmente capacitado, equipado con todos los medios de protección y en áreas especiales controladas. Esta no es una epidemia que pueda ser manejada como la de otras enfermedades trasmisibles.
De hecho, los tratamientos que dolorosamente se han ido desarrollando adoptan la forma de atención de respaldo, en especial mediante reemplazo de fluidos. Otros tratamientos que se utilizan, cuando están disponibles, para ayudar a los pacientes a sobrevivir a la enfermedad son la diálisis renal, las transfusiones de sangre y la terapia de reemplazo de plasma.
Una vacuna experimental, denominada rVSV-ZEBOV, ha demostrado proporcionar una gran protección contra este virus mortal en un ensayo clínico a gran escala (11.841 sujetos) realizado en Guinea en 2015. Es cierto que se trata de prevención eficaz contra una de las variedades del virus (Zaire) pero es el resultado de una investigación acelerada en torno a varias vacunas y medicamentos anti virales que se llevó a cabo cuando la devastadora epidemia que azotó Africa Occidental entre el 2013 y el 2016.
Las pruebas pre clínicas en animales demostraron su eficacia profiláctica, permitieron identificar el mecanismo de protección y determinaron que era segura para su uso en humanos. Después se produjeron pruebas clínicas en América del Norte, Europa y África y aunque se registraron algunos efectos colaterales, la vacuna probó ser segura e inmunizante en humanos. Si el actual y alarmante brote de la enfermedad en Goma y sus alrededores se mantiene, habrá que articular una política de acción y prevención para los integrantes del contingente de las fuerzas armadas uruguayas destacado en el Congo. Las medidas de precaución bien establecidas, los protocolos de intervención (trajes y equipos de bioseguridad), la vacunación “en anillo”, etc.
Como en todos los casos de catástrofes – donde el enemigo no son humanos que se puedan enfrentar o repeler – y especialmente en el caso de epidemias la paradoja fundamental consiste en la necesidad de no abandonar a los sufrientes y tratar a los enfermos y a sus familias con consideración, respeto, solidaridad, lo que supone que el aislamiento total como regla para tratar a la población es contrario a ese necesario impulso de la ayuda humanitaria. También se sabe que el aislamiento tampoco asegura contra el contagio ni garantiza inmunidad ante la incidencia del mal entre los sitiados.¿Seremos capace.
Por Lic. Fernando Britos V.
La ONDA digital Nº 914 (Síganos en Twitter y facebook
[i]Los uruguayos tenemos muchas razones para informarnos sobre la realidad de esta ciudad de la República Democrática del Congo, no solamente por las guerras del pasado reciente y los conflictos actuales sino porque sus más de 2 millones de habitantes están radicados en una de las zonas más peligrosas por su actividad volcánica. La hendidura o cañón del Rift (donde se han ubicado los restos fósiles del origen de la especie humana hace más de un millón de años) es la linea de separación de dos placas tectónicas lo que provoca erupciones del cercano volcán Nyiragongo, terremotos y envenena los lagos con gases volcánicos y deslizamientos de tierra (especialmente el Kivu en cuyas orillas está la ciudad). Ahora los casos de Ébola se han registrado en una zona algo superior a los 500 km.2 en torno a Goma y afecta a los países vecinos, Ruanda (la frontera está a un kilómetro de la ciudad) y Uganda.
[ii]Otro virus filamentoso o filovirus es el identificado como Marburgo.
[iii]Preston, Richard (2014) Zona Caliente. Ediciones Salamandra, Barcelona. El nombre de la obra alude a los niveles de bioseguridad. En los laboratorios donde se estudian los agentes infecciosos existen niveles y requisitos para ingresar. De este modo, para acceder al nivel de bioseguridad 0 (o 1) hay que quitarse todo lo que esté en contacto con la piel (ropa, anillos, lentes de contacto) y ponerse vestimenta quirúrgica esterilizada; para acceder al nivel 2 hay que someterse a luz ultravioleta; para el nivel 3 hay que ponerse el traje de bioseguridad similar al de los astronautas, totalmente hermético, con respiración autónoma, y es sometido a inspección, se conectan alarmas de presurización y desinfección en vestíbulo; en el nivel de bioseguridad 4 (“la zona caliente”) se trabaja con virus letales para los que no hay cura conocida, la puerta de este laboratorio es de cierre neumático, la atmósfera sellada, el traje de bioseguridad debidamente revisado es sometido a duchas descontaminantes al entrar y al salir.
[iv]Kisumu es la ciudad más poblada del occidente de Kenia, un puerto sobre el Lago Victoria, que se encuentra a unos 300 kms. en línea recta, al Este de Goma en la República Democrática del Congo.
[v]El Hospital de Nairobi fue creado en 1954 como institución privada, cuando Kenia era colonia británica, con los más altos estándares de servicios médicos y exclusivamente para blancos. Recién en 1961 comenzó a aceptar pacientes africanos.
[vi]El vómito negro es un viejo conocido como manifestación de la fiebre amarilla (una enfermedad viral cuyo vector es el mosquito Aedes Aegypti) cuyo origen también es africano aunque las poblaciones en ese continente desarrollaron una especie de inmunidad adquirida en tanto que para los colonizadores europeos era mortal. El primer caso reportado de fiebre amarilla en América se registro en 1647 en la isla de Barbados.
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