¿DICTADURA DE MERCADO?
“El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa
de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio
de los frijoles, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas”.
Bertolt Brecht
Más de uno puede llegar a sorprenderse, pero si ha seguido la evolución de la economía en particular desde los años noventa y su ola neoliberal y desreguladora, comprenderá que esto puede ser así.
Hugo Acevedo, periodista con vasta trayectoria y crítico de cine, integrante de la Asociación de Críticos de Cine del Uruguay, y que escribe en estas mismas páginas virtuales, nos lo confirma desde su libro llamado, justamente, La dictadura del mercado.
Este libro, editado en mayo de 2019 por Rumbo Editorial, describe, en forma sencilla, aunque no desprovista de profundidad, sobre diversos aspectos que hacen al mercado. Y de esa forma, al analizarlos llegará a la conclusión de que el mercado no se regula solo, ni que tiene una “mano invisible”, sino que los grandes grupos económicos y las corporaciones multinacionales son las que, con sus acciones concretas, dominan el mercado y lo orientan para que les sea funcional a sus propósitos de lucro. Y que ese propósito lo mantienen a toda costa, sin ninguna traba moral ni ética.
Hugo Acevedo afirma que la lucha contra la dictadura de mercado es la lucha por la libertad. “El crucial desafío que tenemos por delante en este tercer milenio cargado de tensiones, angustias, miedos e incertidumbres, es anteponer la verdad al engaño y la conciencia crítica a la mentira y la burda manipulación de la realidad”. Y como el mercado es un poder fáctico, que permanentemente nos ofrece tentaciones a consumir o a desear más de lo necesario, genera la envidia y subvierte la escala de valores. El autor lo deja en claro: no es el tener sino el ser. Y para ello no hay que seguir los cantos de sirena de los mercaderes.
Y por si fuera poco, en la segunda parte de este libro, se encuentran las entrevistas a cuatro reconocidos economistas sobre los mismos temas que aborda este libro, cuyas respuestas son, con matices, bastante coincidentes. Ellos son: José Rocca, Daniel Olesker, Jorge Notaro y Carlos Luppi.

Un poco de historia
Desde el prólogo Hugo Acevedo nos da algunas lecciones breves de historia, por demás interesantes. El origen del mercado podría situarse desde la época del trueque, antes del nacimiento de la moneda (que se dio entre el siglo VII o VI a.C, en el reino de Lidia, Turquía). Y se ubica a la civilización fenicia como quienes primero efectuaron operaciones de compra-venta de materias primas, metales preciosos y manufacturas de fabricación propia. La emisión masiva de las monedas dio un impulso al comercio y al mercado (estas tenían el valor del metal con el cual eran hechas).
Lo primero es definir qué es el mercado: “conjunto de transacciones y procesos entre empresas, individuos y corporaciones con propósitos de lucro”. Actualmente, el mercado es algo más que únicamente comercio, “es un hipertrófica estructura dominada por el poder económico de las grandes potencias y corporaciones multinacionales”. Y los agentes económicos de élite son los que toman «las grandes decisiones de impronta colonizadora”.
Es decir, estos “son quienes ostentan los recursos materiales para adquirir objetos y productos concretos, propiedades, títulos o acciones” (también pueden “comprar favores y obsecuencias, pergeñar crisis económicas para avasallar soberanía, imponer severos programas de ajuste estructural para asfixiar a las economías de los países periféricos, y hasta conspirar y derrocar gobiernos actuando entre bambalinas con fachada legal”) en beneficio del capitalismo central.
El origen de estos privilegios es la acumulación capitalista, o en términos marxistas “la apropiación de la plusvalía o el excedente de producción”. Este enunciado “define la expresión monetaria del valor que el trabajador asalariado crea por encima del valor de su fuerza de trabajo”.
Al bajar los costos de producción por el desarrollo de las tecnologías aplicadas a los procesos industriales, se ha ampliado la acumulación de la renta por parte de los actores del mercado. Además, se da la fusión entre grandes capitales monopólicos, multinacionales o trasnacionales. Y, “mientras a las naciones periféricas se les asigna el rol de productoras de materias primas con bajo o nulo valor agregado, los países desarrollados —donde subyace el verdadero poder económico— tienen a su cargo la producción industrial con alto valor agregado”. El mercado es “el motor de las economías de los países y opera en función de la lógica y las pautas de un modelo de acumulación que nos gobierna casi por control remoto”.
Entre las entidades más visibles del capitalismo global, encontraremos a la Organización Mundial de Comercio, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, el FMI y el Banco Mundial.
Crisis, paredón y después
Se ha experimentado, dice Hugo Acevedo, más de veinte veces un pánico generalizado como el crack de la Gran Depresión en 1929 en los últimos 200 años, “con efectos económicos y costos sociales realmente devastadores”. En los últimos 100 años el mercado financiero “se apropió de los resortes del poder económico”. Cada vez que hay una crisis —en muchos casos provocada artificialmente— la reacción es refugiarse en el dólar, “lo cual provoca una escalada que aprecia el signo monetario norteamericano y deprecia a las monedas locales, vulnerando las soberanías nacionales y distorsionando algunas variables que impactan directamente en las economías domésticas”.
Y para evitar sobrestock, como sucedió en 1929, la publicidad pasó a ser permanente, constituyendo una verdadera agresión mediática destinada a colonizar al consumidor para vender hasta lo invendible, incluso aunque el consumidor no tenga efectivo y deba apelar al crédito, y hasta sin que necesite, en absoluto, el artículo ofrecido. Se ha creado una necesidad artificial y puede llegar a generar una adicción compulsiva de artículos suntuarios. Porque “…los ciudadanos semejan compartimentos estancos que interactúan casi siempre mediante medios electrónicos, aun entre personas vinculadas por lazos afectivos” y, por supuesto “ello genera radicales fracturas que contaminan las relaciones personales, distorsionan valores y horadan la raigambre eminentemente colectiva de las sociedades”. También se apelan a recursos como las promociones engañosas, gangas, etc.
“Si bien esa suerte de compulsión opera como un fenómeno movilizador que genera puestos de trabajo particularmente en el sector comercial, quienes realmente ganan y se enriquecen son los propietarios de los medios de producción y no los empleados que perciben retribuciones casi humillantes”. Es el consumismo sin freno lo que alimenta esa noria; el consumismo: “tendencia inmoderada a adquirir, gastar o consumir bienes, no siempre necesarios”.
Coto de caza
El principio filosófico del capitalismo asocia el bienestar a la acumulación de bienes, y la propia persona pasa a ser un producto, como objetos de consumo apetecibles para ser reclutados o, en caso contrario, rechazados por el empleador. Esto genera “un estado de alienación que muta al ser humano en un ente dependiente, fácilmente manipulable y absolutamente subordinado a las decisiones de un amo invisible que no siempre conoce”.
En nuestro país, se ha instaurado el mecanismo del seguro de paro, que “transfiere al Estado la responsabilidad del empleador y opera como una suerte de subsidio indirecto al capital” que, en los hechos, financia la sociedad en su conjunto. El despido, en estas nuevas condiciones tecnológicas, que requiere capacitación casi permanente, genera desempleo. El trabajo informal, está al margen de los límites que imponen las normas laborales, donde hay un bajo nivel de instrucción, escasa capacitación e ignorancia de sus derechos laborales. Todo ello coadyuva a la precarización de las relaciones laborales.
La informalidad, el subempleo, en América Latina es del 69%. En Uruguay esta fue de 36% en 2001, 40,7% en 2004, y 23,5% en el año 2014. Todo esto se sostiene en la lógica de mercado, de oferta-demanda.
La educación pública es uno de los ámbitos “invadidos por la lógica del mercado” (hoy podemos verlo claramente cuando se promocionan instituciones privadas y se las quiere imponer al resto de la educación, como si el solo hecho de ser privado, y no público, fuera suficiente para mostrar, y demostrar, mayor calidad). Desde la Guerra Fría, nos dice Hugo Acevedo, “la enseñanza pública fue un escenario de disputa entre bloques ideológicos antagónicos”. En Uruguay ese conflicto estuvo expresado, antes y durante la dictadura, en una feroz ofensiva contra estudiantes y docentes, incluyendo la represión, la ilegalización de sus organizaciones sindicales, intervención estatal, destituciones, cárcel, tortura, asesinatos y exilio”. Además, hubo “una sistemática campaña pública de desprestigio”.
El mercado, en cuanto a la educación, aspira a “que todas las actividades de la sociedad se conjuguen en términos económicos” por sobre los otros de conveniencia o de necesidad. En ese sentido, la reforma de Germán Rama fue de acento economicista, y estuvo permanentemente “monitoreado por los organismos multilaterales de crédito”, y tenía como propósito “subordinar la educación al mercado”. Lo que se buscaba era “vaciar a la enseñanza de contenidos sustantivos para la comprensión de los procesos históricos, sociales y culturales y reducirla a un mero manual de adiestramiento para “educar” a una juventud amaestrada, acrítica y conformista”. “El propósito era generar una educación pública para formar meros empleados, mientras que la educación privada debía capacitar a los empleadores para perpetuar el status quo de dominación en la sociedad uruguaya”, sobre todo durante el neoliberalismo desarrollado en la década de los noventa.
Y por ende se ha instalado, mediante “la permanente prédica de actores políticos en alianza con los oligopólicos medios de comunicación”, “el concepto de educación únicamente para el mercado laboral”, como si la orientación humanista fuera “anacrónica y desfasada de la realidad”, es decir: algo desechable y poco útil.
La salud es otro de los escenarios “donde operan y se dirimen los intereses sectoriales de grandes grupos económicos, muchos de ellos multinacionales”. La erogación en salud es consecuente con la alta expectativa de vida, que en nuestro país es de 77 años de edad en promedio. Un país envejecido por baja o estancada tasa de crecimiento demográfica. Lo que hay es una impronta mercantilista del negocio sanitario, donde la salud está regida por el lucro y por las reglas y leyes del mercado.
A pesar que el análisis de Hugo Acevedo es pre pandemia, donde todos los índices han variado, aquí menciona algunas acciones realizadas en los últimos años, en particular la atención a la temprana infancia y el diagnóstico precoz. El Sistema Nacional Integrado de Salud, creado en el año 2007, universalizó el masivo acceso a la atención integral. Y por último, la historia clínica digitalizada puede ser de gran ayuda en mejorar la atención al paciente, pero se deberá trabajar en los tiempos de espera, que no se cumplen según lo mandata la ley.
En ese marco, “la judicialización de la relación entre usuarios y prestadores, que es cada vez más frecuente, conspira claramente contra la naturaleza eminentemente asistencial y solidaria de la actividad médica”, sobre todo por el alto valor de los estudios médicos.
La industria farmacéutica tiene unas ganancias estimadas en 500.000 millones de dólares por año (más que los fabricantes de armamento y equipos de telecomunicaciones). “Por cada dólar que invierte, gana mil dólares”, y conforma un oligopolio todopoderoso.
Las Administradoras de Fondos de Ahorro Previsional (AFAP) “se transformarían en protagonistas de una aventura cargada de incertidumbre y en víctimas de un lucrativo mercado en ciernes” (que tuvo que ser corregida por la llamada Ley de los Cincuentones). Lo cierto es que, al principio, proyectaron la utopía del retiro soñado (sin preocupaciones económicas), al estilo burgués: “casas espaciosas y confortables, paseando en automóviles lujosos y viajando hacia recónditos y exóticos destinos del planeta”. La solución previsional venía, supuestamente, a resolver los problemas en la seguridad social (la norma, hay que recordarlo, fue acordada entre los partidos de derecha). Los opositores de la época, que cuestionaban la base ideológica neoliberal de la ley, eran calificados de “conservadores”, como si estuvieran anclados en el pasado.
Las AFAP acumulan recursos por 12.000 millones de dólares, casi la cuarta parte del Producto Interno Bruto por año. Pero al momento de jubilarse, los beneficiarios percibirán entre un 30% y 35% menos que quienes lo hacen por el BPS (estos perjudicados suman 150 mil personas). El costo estimado de esta “aventura” es de 2.500 millones de dólares (que de una u otra manera se embolsaron las AFAP, y que terminaremos pagando nosotros).
El fútbol es analizado, brevemente, por Hugo Acevedo, desnudando la lógica mercantilista y la utilización de los jugadores, incluso con riesgo de salud potencial para ellos, “marcando las pautas de conducta individual y colectiva” (sobre todo mediante la publicidad). “Aunque las fuentes disponibles difieren respecto a los recursos económicos que moviliza el más popular de los deportes, la estimación alcanza a la sideral suma de más de 500.000 millones de dólares por todo concepto. En esa hipótesis, este deporte sería el vigésimo cuarto Producto Bruto Interno del mundo”. Y como podemos imaginar esa fabulosa cifra es coto de caza de varios “dirigentes” del fútbol asociado, como sucedió con Havelange o, en nuestros pagos, con Figueredo, además de la multitud de actos de corrupción a toda escala.
La globalización ha tenido sus consecuencias, evidentes. Al decir del periodista y pensador Ignacio Ramonet, “hoy en día la riqueza circula por las autopistas de la comunicación y esto es lo que ha producido la globalización. Se ha dicho que la globalización es esencialmente un fenómeno financiero, es decir que lo que circula esencialmente son órdenes de compra y venta de valores bursátiles”. “Cotidianamente —agregará Hugo Acevedo—, asistimos a una auténtica invasión del aparato mediático mercantil instalado en las redes, con seductoras ofertas y promociones destinadas a vendernos diversos artículos de consumo masivo o suntuario”, y, además, “la clave es naturalmente la comunicación, que en este caso concreto tiene un efecto de mercado y de subliminal apropiación y direccionamiento de la voluntad del usuario”.
Todo esto puede generar, incluso, la adicción compulsiva a hacer compras, la ciberadicción, el llamado Trastorno de Adicción a Internet (IAD, por sus siglas en inglés), y “ello origina la proliferación de millones de compradores compulsivos, que se deslizan por las carreteras virtuales con una irracionalidad que a menudo raya en lo patológico”. Se expone, en último grado, la propia intimidad (incluso sin pudor).
Desde su origen esta tecnología “mutó de mero recurso para vincularse, ampliar horizontes en materia cultural y capturar información con propósitos de estudio o de investigación, en un negocio dominado por los grandes centros de poder económico”.
El sexo como objeto de consumo es, en primer lugar, un despiadado ejercicio de explotación humana, con perfiles escabrosos y delictivos, que moviliza 60.000 millones de dólares y tiene 250 millones de potenciales consumidores. Esto incluye el mercado de la pornografía, los juguetes sexuales, fármacos para estimulación del deseo, el sexo online y el turismo sexual.
Es cierto que hay un componente cultural, ritualizaciones del pasado y el presente, costumbres, mitos y tabúes, “las compulsiones y los prejuicios de sociedades habitualmente reprimidas”. Hay toda una historia a partir del 1200 a.C – 146 a.C., en Grecia, que conforma una identidad hedonista, y se expresó mediante el arte en escultura, donde se privilegia “lo bello” en la armonía de las formas y los contornos estéticos.
También la humanidad conoció “tiempos de cerril oscurantismo religioso e ideológico que conspiraron contra el libre ejercicio de todo lo atinente al sexo, el cual fue reducido a un mero rol reproductivo acorde a dobles discursos y cuestionables preceptos morales hegemónicos”. “De todos modos, el reconocimiento de los derechos de género y de opciones sexuales diferentes —que se han venido universalizando en las últimas décadas— ha operado como crucial herramienta de transformación cultural y de emancipación”, es decir, “ya no parecen tan patológicas las conductas de la sexualidad no convencional que incluyen prácticas que otrora eran consideradas aberrantes, como el sadomasoquismo y la zoofilia, entre otras”.
Lo que se ha dado es la comercialización del sexo como un producto de alto consumo.
La prostitución: más de cuatro millones de mujeres y niñas padecen la práctica clandestina del meretricio en todo el mundo, y este “negocio” tiene una ganancia de entre 7.000 y 10.000 millones de dólares. La prostitución abierta es practicada por entre 40 y 42 millones de personas, según el Primer Informe Mundial sobre Explotación Sexual. La “globalización opera como una herramienta de despiadado aherrojamiento de libertades individuales, que viola impunemente los derechos de los desplazados, quienes constituyen la población más vulnerable del tráfico sexual”.
Además, “los reportes internacionales coinciden que en la mayoría de las víctimas de esta inmoral explotación son mujeres (80%) y el 74% son menores de 25 años, solteras, divorciadas o separadas. Incluso, casi un tercio tienen hijos a su cargo”, y son transformadas, al tener escasas posibilidades de insertarse en el mercado laboral formal, en blanco de violencia física y psicológica”. La trata es, entonces, “la captación, transporte, traslado, acogida o recepción de una persona recurriendo a la amenaza o abuso de la fuerza u otras formas de coacción, al rapto, fraude, engaño o abuso de poder o de situación de vulnerabilidad o a la concesión de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona”.
Si bien la mayoría de las víctimas detectadas en Sudamérica fueron captadas con fines de explotación sexual (56%), la segunda forma más reportada de explotación fue la trata con fines de trabajo forzoso. Esto afectó a todos los grupos de víctimas (mujeres, hombres, niñas y niños) en números similares. Otras formas de explotación detectadas en esta subregión incluyen la adopción ilegal y la mendicidad forzada (ver Informe Global de Trata de Personas 2018).
La pedofilia, centrada en la pornografía infantil, hace parte de la vida de 750 mil pedófilos en todo el mundo. “Aunque estas prácticas están penalizadas por ley 17.815 de 2004 (en nuestro país), como en tantas actividades económicas, el mercado del sexo con menores se rige por las reglas de la oferta y la demanda”. Y si no que lo diga la Operación Océano, por ejemplo, y todo lo que sucede en su rededor en estos días que corren.
El tráfico ilícito de drogas deviene en un instrumento de poder económico que financia (de modo encubierto) carreras políticas, gobiernos, golpes de Estado, cuantiosas inversiones y proyectos económicos. Moviliza alrededor de 700.000 millones de dólares anuales, el 1% del PBI mundial. El 70% de ese dinero se blanquea a través del sistema financiero (ver Informe Mundial sobre las Drogas 2017), en los 73 paraísos fiscales que hay en el mundo.
El 5,6% de la población mundial son consumidores de drogas, 275 millones de personas. El consumo problemático fue la causa de la muerte de 450.000 personas, el 76% por opiáceos (derivados del opio). “Los más expuestos son los pequeños traficantes que trabajan al menudeo, quienes constituyen la carne de cañón y la cara visible de los poderosos cárteles que administran el negocio”, y esto termina llevando al ajuste de cuentas, al sicariato.
El mercado se ubica en los países centrales, o desarrollados, mientras la materia prima en las naciones periféricas. “Las poderosas mafias del narcotráfico medran con las necesidades de los adictos, pero también con las de los pobres que operan como meros vendedores minoristas o “mulas” que trasladan la producción hacia los centros de distribución masiva”.
Lo que hay que hacer, dice Hugo Acevedo, es insistir en desactivar las redes de producción mediante el desarrollo de fuertes alternativas de ingresos para los agricultores. Según la ONU: “el desarrollo del narcotráfico horada a la economía y la calidad democrática de los países que lo padecen”. Ese impacto negativo se da “porque incrementa los costos de salud destinados a la rehabilitación, genera ausentismo laboral y deserción educativa y segmenta a las familias”.
Además, alrededor de eso se genera el lavado de activos, delito que sustrae alrededor de 750.000 millones de dólares, en el mundo, de las arcas nacionales de los países respectivos. Otras fuentes de financiamiento lo son la trata de blancas y el tráfico de armas.
En Uruguay, a las grandes incautaciones de drogas que se realizaron durante el anterior gobierno, se mostró también un aumento sostenido de procesados por narcotráfico. En su combate, “los procedimientos policiales y judiciales incluyen la requisa de dinero, bienes y vehículos, lo cual supone un fuerte golpe a la logística y la infraestructura operativa…”.
La Ley 19.172 “que regula la importación, producción y venta de marihuana, comportó un cambio cualitativo en el abordaje de la drogadicción. La tesis inspiradora de esta norma, cuya implementación requiere un profundo cambio cultural que deje atrás el discurso demonizador, es la minimización de riesgos y daños, mediante la promoción de la información, la educación y la prevención sobre el uso problemático de sustancias adictivas”, y “además de la minimización de daños a la salud de la población, particularmente de la más susceptible a las adicciones, desmontar un mercado global construido con la misma lógica concentradora que el financiero o el empresarial”.
La evasión de impuestos es uno de los negocios más lucrativos, transversal a toda la sociedad. “Todo el dinero no declarado ni tributado por las diversas actividades económicas que se desarrollan en un país, se transforma indirectamente en ganancia adicional devengada de las rentas de capital”, y además contribuye a aumentar la acumulación de riqueza de los sectores más privilegiados. “Esos beneficios mal habidos luego pueden ser reinvertidos en negocios que, a la sazón, son inmoralmente financiados mediante el fraude y el engaño”, lo que a su vez produce que no puedan ser invertidos por el Estado en políticas sociales.
La evasión del Impuesto a las Rentas de las Actividades Económicas es del 30%, y la tasa de evasión del Impuesto al Patrimonio de las empresas, en 2014, alcanzó el 48%. Este problema prevalece “en los sectores más pudientes y con mayor capacidad contributiva”.
Las sociedades offshore, instaladas en paraísos fiscales, “no necesariamente son constituidas con fines de defraudación fiscal o para perpetrar otros ilícitos penalizados por las normativas nacionales o internacionales, (aunque) es evidente que reúnen todas las condiciones para actuar al margen de la ley”. Se trata de la fuga de capitales no declarados que generan cuantiosos intereses, en el que Uruguay ocupa el primer lugar en Sudamérica, dentro de los 1548 accionistas al portador de las 4.909 compañías offshore, vinculados a 294 clientes y 262 beneficiados (según la filtración del bufete panameño Mossack Fonseca —los Papeles de Panamá, o The Panamá Papers—).
El ocultamiento y el encubrimiento es habitual en Uruguay, porque “cuando se trata de intereses económicos de personas poderosas que saben comprar silencios y complicidades”, esto se puede hacer. Y se hace. Y además genera un mercado adicional de “capitales golondrina”, cuyos activos permanecen en el sistema financiero y no se invierten en la economía real.
(La dictadura de Mercado, de Hugo Acevedo, Rumbo Editorial, 2019, Montevideo, 152 páginas)
Por Sergio Schvarz
Escritor, poeta, y ensayos breves
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