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No te rindas por favor no cedas,
aunque el frio queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga y se calle el viento,
aun hay fuego en tu alma,
aun hay vida en tus sueños

Este removedor fragmento del poema “No te rindas” fue leído, en febrero,  por el hoy desaparecido ex presidente de la República Tabaré Vázquez a una auténtica muchedumbre de militantes en la Plaza Lafone de la Teja, cuando se despidió de su pueblo a pocas horas de entregar la banda presidencial.

La pieza literaria, que es atribuida al emblemático escritor Mario Benedetti pero no es de su autoría, ya que es anónima, condensa -en lo sustantivo- el espíritu, el temperamento y la sensibilidad del líder frenteamplista, que, el domingo 6 de diciembre ingresó definitivamente en los anales de la historia nacional como una suerte de patrimonio perpetuo.

Hugo Acevedo

Estos versos representan – a cabalidad- el intransferible talante de un hombre excepcional, quien, casi desde la cuna, se construyó a sí mismo y, a despecho de su origen obrero, devino médico oncólogo reconocido internacionalmente y político exitoso.

En su extenso itinerario de ocho décadas de existencia, ninguna dificultad lo arredró, porque su pasión por vivir y por servir a los demás con inconmensurable cariño, le permitió salvar numerosas vidas, desafiando al mismo enemigo que terminó con la suya.

Desde muy joven, fue un hombre sensible cuyo corazón latió al unísono de los corazones de los humildes, de los desclasados, de las víctimas de un sistema perverso y contaminado por el virus del egoísmo y la inequidad.

Socialista de cuerpo y alma, Tabaré Vázquez ingresó tardíamente a la política a fines de la década del ochenta, cuando integró la Comisión Nacional- Pro-referéndum por el voto verde, destinado a derogar la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, que, con la adhesión de los partidos tradicionales, en 1986 perdonó los delitos de lesa humanidad perpetrados durante la dictadura liberticida.

Sumarse a este proyecto –fracasado en las urnas- que pretendía restituir plenamente las potestades y la independencia del Poder Judicial consagrada por nuestro sistema normativo-que fueron recortadas por una ley groseramente inconstitucional- y recrear el derecho a los principios de verdad y justicia, fue uno de los primeros no te rindas en la vida pública de Tabaré Vázquez.

El segundo no te rindas fue asumir la responsabilidad de ser candidato a Intendente del Frente Amplio en 1989 y erigirse en el primer gobernante departamental de izquierda de la historia, en un fuerza política fuertemente debilitada por la escisión del Partido Demócrata Cristiano y del Partido por el Gobierno del Pueblo y estremecida por el fracaso del referéndum.

Ese no te rindas fue puesto a prueba en las elecciones nacionales de 1994, cuando Vázquez quedó a 35.000 votos de la presidencia en un electorado dividido en tercios.

Tampoco se rindió en 1999 luego de ser el candidato del lema más votado con casi el 40% de los sufragios y perder el balotaje con el colorado Jorge Batlle, impuesto por la reforma electoral de 1996, que permitió sumar los votos de la derecha bajo el mismo paraguas electoral.

Esa fue la primera vez que el Frente Amplio fue derrotado por un coalición conservadora, con un sistema electoral absurdo que permitió, por ejemplo, que el año pasado un candidato que  sólo obtuvo una adhesión genuina del 28% en octubre, se colocara la banda presidencial el 1º de marzo pasado.

Ese no se rindas redobló la apuesta en 2005, cuando Tabaré Vázquez se transformó en el primer presidente de izquierda de la historia por demolición, con el apoyo de más de la mitad del electorado.

Fue un auténtico acto de osadía y valentía asumir, en 2005, la responsabilidad de tomar el timón de un país literalmente fundido por la crisis de 2002, con tasas de pobreza e indigencia de espanto, salarios y jubilaciones sumergidas y una situación de dramática fractura social.

Ese no te rindas, que para Tabaré Vázquez fue una impronta genética heredada de sus ancestros, le permitió poner a la economía de pie, pero, lo que es aun más trascendente, recuperar la dignidad y la autoestima de la mayoría de la clase trabajadora, los sueldos y las pasividades y restituir y otorgar nuevos derechos.

Ese no te rindas también desafió veinte años de impunidad de los delitos de lesa humanidad perpetrados durante la dictadura y recobrar otros dos derechos sagrados e intrínsecos a la esencia misma de la democracia: el derecho a la verdad y el derecho al ejercicio punitivo de la justicia, conculcados por una ley tan inconstitucional como inmoral.

Para vergüenza de sus viscerales enemigos políticos y detractores- que siempre fueron implacables y no entienden el concepto semántico del vocablo dignidad porque carecen de ella- transitó el último tramo de su segunda presidencia aquejado por una patología terminal, perdió a la compañera de todas sus horas y gobernó hasta el último día de su mandato, pese a que sabía que su vida se estaba extinguiendo.

Ese no te rindas, traducido en indomeñable valentía, le permitió despedirse de sus afectos y allegados y también de sus adherentes y compañeros en un programa televisivo, con palabras de optimismo, e ingresar a la inmortalidad con la gallardía y el inconmensurable coraje que sólo ostentan los prohombres.

Ese no te rindas, que mutó en una suerte de mandato intemporal, fue asumido por el pueblo uruguayo, que acompañó el cortejo fúnebre con dolor, unción y respeto, pero con intrínseca responsabilidad ciudadana por la emergencia sanitaria que impera en nuestro país.

A diferencia de las despedidas de otros mandatarios precedentes, en esta oportunidad no hubo honores de Estado ni el tradicional boato, tal cual lo marca el protocolo en estos casos.

En efecto, ese inmenso colectivo- que devino pueblada como marca la historia de un  emblemático líder de masas izquierdista enraizado en nuestra historia- se apropió, en este caso, de la liturgia fúnebre.

El homenaje también se proyectó a la residencia particular del ex presidente, cuya fachada fue literalmente regada de cariño ciudadano, cubierta de flores, banderas, carteles y otros testimonios de admiración. Por supuesto, la expresión más reiterada fue el gracias del pueblo uruguayo por la felicidad y la esperanza que supo sembrar Tabaré Vázquez en los corazones de miles de uruguayos, particularmente de aquellos que otrora carecían de derechos y habían sido despojados de su dignidad.

A la noche, cada frenteamplista, desde su casa, homenajeó a Tabaré Vázquez, izando banderas y entonando la versión de Joan Manuel Serrat de “Defender la alegría”, el magistral y sensible poema del no menos inmortal escritor uruguayo Mario Benedetti.

Desde su entrañable barrio La Teja a todo el territorio nacional, el legado de Tabaré Vázquez y su ubérrima siembra fermentarán –en el devenir del tiempo, que siempre pone las cosas en su lugar- en miles de corazones libertarios, pletóricos de espíritu combativo y sana y radical rebeldía transformadora.

Tabaré Vázquez no murió, se sembró.

 

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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