El cuerpo desnudo sigue avergonzando a los seres humanos. Qué somos y cómo somos es un motivo de oprobio para los extremos ideológicos: las feministas y los puritanos religiosos. En Londres el debate nacional fue la decisión del tabloide The Sun de retirar los desnudos femeninos que desde los años setentas publicaban en la página 3 ante la presión ejercida por la feroz y mojigata campaña de una asociación feminista que clamaba por el derecho de la mujer a ser vista como algo más que un cuerpo. Al mismo tiempo la Royal Academy estrenó la exposición Rubens and his legacy. Los argumentos en contra de las páginas de modelos desnudas del tabloide coincidían con las críticas a la exposición de Rubens.
En el periódico The Independent al mismo tiempo dijeron sobre la exposición “son refinados trabajos de pornografía para el placer del rico patrón en el que la mujer es el sujeto de dolor y denigración”; y la columnista Alibhali-Brown afirmaba que las modelos de la página 3 en The Sun eran para “el hombre de las cavernas que recorre el papel y babea sobre los cuerpos semi desnudos de las modelos”. A principio del siglo XX las sufragistas inglesas entraban a la National Gallery para atentar contra las pinturas de desnudos porque según ellas el arte cosificaba al cuerpo femenino. En este extremo la humillante esclavitud de una mujer que viste un burka que la oculte en cada centímetro coincide con los ideales del puritanismo feminista.
Con ese ambiente, ver y gozar de la exposición de Rubens es un acto de libertad, apreciar la dimensión que cobra la presencia corporal del ser humano cuando el arte la estudia, la analiza y la recrea para mitificarla. La curaduría mostró la influencia de Rubens a través de los siglos en distintos artistas dividiendo los temas en Violencia, Poder, Lujuria, Compasión, Elegancia y Poesía. La estancia temporal en un cuerpo, padecerlo, poseerlo y ser poseído como símbolo, encarnación y provocador de la Historia misma. La obra de Rubens es un cuerpo que se reinventa en cada lienzo, que muta y renace, es una pintura palpitante que suda, gime, se retuerce de furia, risa, placer y dolor. Lo que Rubens pintó, desde un paisaje en el bosque, hasta el purgatorio que vomita cuerpos que caen en una orgía, es la exaltación de la vida, de lo que se transforma y genera sensaciones. La enseñanza de Rubens, el legado que influenció a generaciones de artistas es su acercamiento al cuerpo, su descubrimiento de la piel como soporte de la narrativa de la existencia.
El cuerpo es portador de atributos, valores y sueños, los demuestra, es mito y cruza triunfante en carruajes jalados por el pueblo, con ángeles que coronan al rey en el Triunfo de Enrique IV, o es un mártir que soporta la crucifixión con los brazos dóciles.
La total aceptación de que esa carne con sus protuberancias nos da un lugar efímero para estar, para transitar por esta realidad y sentirla llega a la apoteosis con el desnudo voluptuoso, con Angélica dormida, invitando al anciano eremita que la observa a recostarse al lado de su tibia respiración y soñar con ella; o con la vulnerabilidad de Venus que tiene frío, y queremos arropar al celestino Cupido que temblando trata de cubrirse, Rubens juega con el doble sentido de frialdad y frigidez, para enfatizar que esa escena sucede en la intimidad de Venus la pinta de espaldas a nosotros, ella gira el rostro avergonzada, rechazando al sátiro Liber que le ofrece afrodisiacos espárragos y alcachofas. La insaciable representación de esta innegable condición humana desencadenó que Francois Boucher pintara Pan y Syrinx la ninfa que será convertida en agua por las ninfas del río, recostada cómplice con otra ninfa, compartiendo la pureza del sexo que se entrega.
Rubens nos acerca con lo que somos, nos describe el fatalismo de habitar una materia de la que nos despojamos cíclicamente, dejamos el cuerpo infantil para tomar el de adulto hasta ver como el desgaste de vivir nos convierte el algo que nunca esperamos. El puritanismo activista hace proselitismo para que el ser humano desprecie su propia condición y Rubens responde a esto con una piel brillante, suave, desbordada, deseosa de que la existencia la devore.
Por Avelina Lésper
Crítica e investigadora de arte
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