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TOMAGUA
(Experiencia personal y algunas
reflexiones relacionadas al Covid-19)

Por Sergio Schvarz

Entre el 18 de abril y el 4 de mayo estuve confinado por padecer coronavirus. Nada como haber contraído esta enfermedad para darse cuenta de la virulencia de la misma, en sentido totalmente al contrario de lo que afirmaba Bolsonaro, de que este virus era “uma gripezhina”. Más bien sentí como si me hubiese pasado un tren por encima, el Tacoma, por ejemplo.

De las decenas de mensajes de apoyo, recibí uno en donde un amigo me indicaba qué conducta y cuáles alimentos eran los adecuados para esta etapa, según la consulta con una doctora de emergencia. Como es lo más completo que he leído, quiero compartirlo:

Una dieta con muchos cítricos, verduras y frutas. Nada de frituras o grasa.

Reposo absoluto.

Si hay dificultad respiratoria es mejor permanecer sentado.

La medicación indicada es paracetamol y a veces se puede alternar con Novemina.

Si ocurren vómitos lo mejor es Domper, Ondacetrón o gotas, cada 6 horas.

Si hay agitación o cambio de coloración de los labios o de las uñas, consulta inmediata.

Y, sobre todo, mucha, mucha agua (sin gas), el doble de lo habitual.

Otro amigo que se tomó la molestia de consultarme día a día sobre la evolución de esta enfermedad, terminaba cada audio con una especie de mantra y/o súplica de apoyo: “¡Tomá agua! Y por lo tanto cada vez que escuchaba su pedido, hacía caso. El agua es vida.

Tomá agua.

El virus (también) pasa de contrabando

Es ineludible y hasta de sentido común que este virus traspase todas las fronteras (ya sabemos que las fronteras son un invento del hombre, aunque ese es otro tema), y mucho más con la movilidad de gente y de productos de todo tipo.

En la zona norte del país, el trasiego de mercaderías desde Brasil es permanente, en modo de macro y micro tráfico. Para los almacenes de barrio en la ciudad de Rivera —pero también en el resto de las villas y poblados del departamento— la venta de productos que provienen del lado brasilero, hacen la diferencia de algunos pesos más de ganancia para el pequeño comerciante (y también para el mediano o grande, por supuesto).

Si todos los productos fueran desinfectados —“sanitizados” según la nueva terminología al respecto— el riesgo sería menor, pero ello no ocurre. Además, para ese segmento de pequeños comerciantes no ha habido ninguna ayuda económica de parte del gobierno, y muchos de estos permanecen en la ilegalidad, por un tema de costos, por lo que nada pueden hacer al respecto.

En la ciudad de Tranqueras, por ejemplo, hay un único supermercado. Este se llena los primeros días del mes, se forman colas en pasillos que son estrechos y hay una mala ventilación, todo lo que propende al contagio.

Tomá agua.

Soldaditos de plomo

A pocos kilómetros de la ciudad de Rivera, hay una aduana (Curticeiras). Cinco soldados, que son renovados cada tanto, y una tanqueta con su cañón apuntando al cielo. Tres toman datos de automovilistas, y uno permanece en la parte superior de la tanqueta, a cargo de la ametralladora. Un soldado sube a los omnibuses y comprueba, a simple vista, que los pasajeros tengan cédula uruguaya. Pero el virus, como no puede ser de otra manera, pasa por delante de sus narices. La tanqueta, ¿servirá para algo en estas circunstancias?

Es cierto que han detenido a un centenar y medio de personas que eran buscadas o estaban en infracción en todo el país, y está bien que ello haya ocurrido. ¿Pero eso no es tarea de la policía y de la Interpol?

También existen los retenes móviles. Quizá estos cumplan una efectividad mayor, tanto para el contrabando (aunque el gran contrabando continúa ingresando, ¿cuándo no?), como para el control del abigeato (otra tarea policial).

Pero además, entran en conflicto con los aduaneros, puesto que parte de lo que se decomisa —es vox populi— “complementa” el salario de estos (y ayuda a comedores escolares y otros), y al estar los militares estos productos no se sabe bien cuál es su destino final, además del gasto de estos “operativos”. Lo que sí podemos suponer es que las botellas de whisky de seguro irán a las cantinas militares, para regocijo de cierto estamento militar.

Tomá agua.

Cifras y ocultamientos

Todos los días, desde hace año y medio, nos dan una catarata de cifras y una sobre información relacionada al virus, pero ningún análisis que englobe las distintas disciplinas. Para peor, para que la confusión sea más grande —y que el miedo reine e impida la movilización por los derechos restringidos—, estas cifras cada vez tratan diversos aspectos: a los contagiados y muertos luego se les agregó los recuperados, los médicos enfermos y los fallecidos; posteriormente vinieron los vacunados, los que tienen la primera dosis, los que tienen la segunda dosis, y el porcentaje del total; más tarde vendrán los que a pesar de tener una o las dos dosis se volvieron a infectar, y los que morirán… Vendrán luego los que mueran a pesar de las vacunas, y la imaginación se puede desbordar sugiriendo nuevas cifras, porcentajes, estudios y proyecciones.

Pero hay algunos datos que, siendo de utilidad práctica, no se dan. Como ejemplo digo lo que sucede en Tranqueras, porque vivo allí y conozco un poco más su situación. No sabemos cuál es el nivel de contagio en la ciudad, ni de los que han muerto. Podemos hacer estimaciones porque todos nos conocemos, y en ese sentido se habla de mil personas que han tenido y/o tienen Covid-19. Eso representaría el 10% del total de la población del Municipio de Tranqueras. Si el mismo porcentaje fuera el de la localidad de Masoller —que tiene menos de 300 habitantes—, por la interacción cotidiana pronto estaría contagiada buena parte de su población.

De la misma manera, saber si el plantel docente —tanto de primaria como de secundaria— tiene y en qué grado la enfermedad, puede resultar importante para frenar la movilidad y con ello los casos.

La información, por otra parte, está centralizada en la ciudad de Rivera. Por lo tanto, existen esos datos, y deberían darse a conocer.

Lo que sí es evidente que la ciudad de Tranqueras, por su gran cantidad de casos, debería cerrarse por veinte días —por lo menos—, y dejar que sólo transiten los servicios esenciales y de alimentación. Especialmente suspender los servicios de omnibuses desde Rivera hacia las demás villas y poblados, en ambas direcciones. Y dar una ayuda temporal para comercios que quedarán en la cuerda floja.

Mientras tanto, desde el Consejo del Municipio de Tranqueras se discute si hay que hacer o no una Terminal de Ómnibus. Las prioridades son otras, señores.

Por cierto, se supo hace poco, que por este virus mueren quince mil personas al día. Pero también se supo otro dato: por día mueren veintincinco mil personas por hambre. Según la FAO la producción de alimentos da para satisfacer a toda la humanidad.

Tomá agua.

La atención sanitaria

Además de la Policlínica de Salud Pública, en la ciudad de Tranqueras hay dos mutualistas. Una de ellas —y no pongo el nombre por eventuales represalias— tiene una atención que deja mucho que desear. La suerte corrida por mi suegra, que se vio agravada por el no funcionamiento de un concentrador de oxígeno —y tampoco por el otro que vino en sustitución del primero— ameritó una contestación de “nosotros lo comprobamos y funcionaba” y el consiguiente colgar del teléfono. Fue por ello que tuvo que ser trasladada a Rivera, donde a la mañana siguiente nos enteramos que no iba a ser ingresada al CTI porque “no tenía el perfil” para ello. Es decir, como iba a morir, se lavaron las manos.

Lo que resolvieron, en definitiva, fue que la iban a trasladar de vuelta a la ciudad de Tranqueras, para que muriera allí. Pero ni siquiera eso, se murió antes que llegara la ambulancia.

El no funcionamiento del concentrador de oxígeno, según pude comprobar por otros testimonios —días después—, ocurrió en más casos. ¿A quién se le ocurre dar por buenos estos aparatos que no sirven para nada?

Es probable que haya, en todo el tema médico, un cansancio generalizado que es entendible, pero esto raya en lo absurdo. Alguien debería hacerse cargo.

La atención que recibí yo, por cierto, fue buena, no tengo nada que decir. La doctora que me hizo el seguimiento fue muy importante para cursar la enfermedad, y puso la cuota de humanidad que, a decir verdad, este gobierno no ha tenido.

Tomá agua.

La vida puede más

El día 27 de abril, especialmente la noche, fue de las tres peores jornadas en cuanto a la enfermedad. Pero, como la calma en medio de la tormenta, sobre las cuatro de la mañana tuve un momento de sosiego. Dos días antes había fallecido mi suegra y todos mis pensamientos, lógicamente, trataban de la muerte, incluso de la probabilidad de mi propia muerte.

Fue así que repasé, mentalmente, qué cosas debía decir a alguna de la gente que quiero, para no morir sin decirlas, hasta que, en medio de las inevitables lágrimas, tuve un instante de lucidez para decirme que de lo que tendríamos que hablar es de la vida, porque eso es lo que de verdad importa.

Claro que hace año y medio los medios de comunicación mundiales —y los que, como su reflejo, reproducen el mismo accionar en nuestro país— nos hablan de la muerte en todas sus variantes, hasta que de alguna manera la hemos naturalizado.

Es cierto que todos moriremos, algún día, pero esto ya sobrepasa nuestro entendimiento. Justo los que más mueren son los de cierta edad —de 65 años para arriba—, los que tienen experiencia, por haber vivido.

Claro que esto parece ser un alivio para los sistemas de pensiones y jubilaciones de todo el mundo. Y también por estos lares. Ya lo había advertido la ex directora del FMI, Cristine Lagarde en marzo de 2016: los “gobiernos, fondos de pensiones e individuos subestiman seriamente la perspectiva de que haya gente que viva mucho más de lo previsto”, y por lo tanto habría que abrir un debate sobre la demografía. Es el neomaltusianismo, trasvestido.

Pues bien, luego de pensar en que debemos, casi como un imperativo moral, hablar de la vida, y convencido de esa necesidad, empezó a crecer, mentalmente, un poema sobre esto. Al terminarlo, me di cuenta que había allí algo importante que debía ser registrado. Sin embargo, estaba tan cansado… Lo volví a repasar internamente, para fijarlo en la mente, y luego, sobreponiéndome al cansancio, me senté en la cama, tomé una libreta y una lapicera y lo escribí de un tirón.

Una semana después, ya repuesto aunque no del todo —persiste aún una ronquera en la voz y un cansancio generalizado— lo pasé en limpio. En él se conjugan tres elementos que considero fundamentales para la supervivencia del planeta Tierra y de todas sus especies, incluida la humana.

Un aspecto ecológico, porque debemos tomar real conciencia —y actuar en consecuencia— ya que en caso contrario no tendremos planeta donde depositar nuestros sueños; el trabajo y la fuerza del hombre, además del pensamiento, donde el trabajo es capaz de crear de la materia prima productos elaborados, y la fuerza en el sentido no de la fuerza bruta, sino la necesaria para poder realizar ese trabajo; y la condición de la mujer, capaz de engendrar y por ello asegurar la continuidad de la humanidad, pero también su labor, tenaz, y sobre todo el aspecto sentimental, puesto que sin sentimientos no habría felicidad ni esperanza.

He aquí el poema con el que quiero cerrar este artículo:

VOLVER A EMPEZAR

Hemos empezado tantas veces
que una vez más
¡qué importa!

La gota de lluvia horada
la tierra hasta la semilla
y la luz del sol se filtra
hasta la raíz
para que germine la planta cuya flor
hoy nos maravilla.

El hacha del hombre del bosque
rítmicamente golpea hasta
hacer astillas
y del fuego nacerá
más que de las costillas
la mujer que se ha de sentar
contemplativa
en esta silla.

El lento tejer se deslizará
mezclando tres colores de lana
que la mano ovilla
el rojo de tus labios donde brilla
la ilusión del beso en la frente marchita
el azul del cielo en que se sostiene la mirada

la mirada-ensueño que gime y suspira
y el copo de nube que bordea y contiene
los sueños de hijos y doncellas.

Hemos empezado tantas veces
que una vez más
¡qué importa!

 

Por Sergio Schvarz
Escritor, poeta, y ensayos breves

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