El Presidente Carlos Menem dijo el 28 de mayo de 1991, hace 30 años: “La lucha contra el narcotráfico es una verdadera tercera guerra mundial”. Sonó en aquella época a chantada. Y hoy siguen con la misma chantada: el enemigo es el narcotráfico y el terrorismo.
Esa obsesión que hay desde hace mucho tiempo- desde Nixon a la fecha- es la expresión en estado puro, de la Doctrina de la Seguridad Nacional impuesta por el principal enemigo de la humanidad: el imperialismo norteamericano.
En los años noventa se asociaba drogadictos con guerrilleros.
Ya en esa época se discutía si las drogas son un problema de salud pública o de seguridad nacional. Se ha venido imponiendo lo segundo como lo fundamental. El gobierno de Lacalle Pou y su estrategia de Defensa lo demuestran. Ya anunciaron que vuelve la DEA, cuando se reunieron con la delegación que mandó el presidente Biden.
El camino exclusivo de la represión ha fracasado. Lo reconoció el propio Congreso de EE.UU., cuando se cumplieron 50 años del inicio de la “guerra contra las drogas”. Pero esta supuesta guerra sirve para otros menesteres, que hemos analizado reiteradamente.
Todos los especialistas internacionales, vienen diciendo desde hace décadas que la mera sanción penal no resuelve el problema, sino que por el contrario aumenta el comportamiento delictivo. Eso está probado. Parecería que se busca eso, para justificar gastos, etc.
En todos lados que anduvo la DEA, no se resolvió el problema. La DEA es parte del problema a resolver. Es como llamar al zorro para que cuide el gallinero. Esto es resabido.
La respuesta de tipo penal a través del aumento de penas no resuelve un problema que es básicamente de salud pública. Logra el efecto contrario, porque induce a que el individuo sea empujado al accionar delictivo.
A los adictos hay que ayudarlos y dejarse de versos. ¿Cuánto gasta el Estado en represión y cuanto en prevención?
Cuando se apuesta al aumento de la represión se corre el riesgo que se lesione derechos individuales básicos, o sea que no es un riesgo menor que el peligro social de la drogadicción. Esta cuestión debe encarase sin ceder un ápice en la defensa de las libertades individuales.
La propia experiencia de nuestro país ha demostrado la incapacidad de resolver problemas sociales complejos, con la represión como única respuesta. Además se habla mucho de las drogas ilegales, pero casi nada sobre las drogas legales, como alcohol, las anfetaminas, barbitúricos, psicofármacos, etc.
Ante el avance de delitos menores como robos, hurtos, arrebatos, que no responden a organizaciones criminales; ante el avance del consumo de alcohol a edades cada vez más tempranas; ante distintos desajustes de índole social; las autoridades recurren casi al único recurso: más medidas represivas. Lejos de resolver el problema lo terminan incentivando y aumentan los niveles de violencia.
Se sigue la ética del naufragio. El que sube al vote, está dispuesto a cortarle la mano al que se acerca. El hacé la tuya refuerza las desigualdades y tiende a perpetuarlas. La víctima se recluta desde que nace, entre los que no tienen ni cuna.
Para acercarse al tema hay que preguntarse: ¿el problema es el control social o resolver un problema de salud pública?
Para la opinión pública sometida a un bombardeo mediático el problema es la droga. Mal planteado, porque es drogas en plural. Incluidos tabaco, alcohol y uso indebido de medicamentos.
El bombardeo sin profundizar sobre las drogas, genera en la opinión pública reacciones colectivas de temor, asociadas siempre a la seguridad personal y colectiva.
No parece haber proporción entre el problema real y el nivel de alarma social.
Existe un fetichismo de las drogas., donde se le adjudican propiedades demoníacas. La droga aparece como un mal extraño que produce un terror irracional y facilita el poner en marcha mecanismos de control social con apoyo de gran parte de la sociedad. El combate contra las drogas se torna ideológico y moral, y no sanitario.
Aunque la legislación penal proclama dirigirse contra los grandes traficantes, en la clandestinidad se crean redes poderosas donde se unen poderes financieros y económicos que intervienen en la política y en la economía de los Estados.
El proclamar una guerra global contra las drogas, aumentando las penas, está comprobado que no es un método eficaz contra el narcotráfico organizado a nivel mundial.
A los sumo aumentan los riesgos para los grandes narcotraficantes, que lo compensan con el aumento del precio de las drogas, como esta pasando ahora en medio de la pandemia. Aumenta la tasa de beneficio en plena pandemia. Se “golpean” las bocas chicas, pero crecen las ganancias de los que dominan el negocio grande. Las leyes del mercado capitalista, que “usa” al Estado para eliminar la competencia.
Y a eso hay que agregar la ilusión represiva, que centra la represión en los eslabones más débiles del negocio narco. Vende ante la opinión pública que viene siendo “preparada” por los principales medios de comunicación. Basta ver los informativos.
La sociedad es inducida a pensar el tema drogas con un discurso bélico y responder con más medidas represivas. Creen que si dibujan al monstruo, lo encierran en la caverna. Creen que con más leyes represivas se soluciona el problema.
En EE.UU. en los años 50 cuando los negros y latinos consumían drogas decían: drogadicto es igual a delincuente.
En los años 60 con la rebelión juvenil contra la guerra de Vietnam, como el consumo mayoritario era de la clase media, drogadicto era sinónimo de enfermo. En los 80 el discurso pasó a ser militar y el drogadicto pasó a ser un enemigo que había que eliminar.
Cada discurso implica acciones determinadas. Si es un problema sanitario la acción es otra. Si es jurídico, ante un laboratorio clandestino actúa la justicia. Pero si es un problema militar y de seguridad nacional, se revienta el laboratorio con una bazooka y después se pasa a la justicia.
¿El problema es de la policía, de los médicos o de los jueces? Se deja por fuera al resto de la sociedad. Si se parte de la complejidad del problema; una plaza, una cooperativa que de trabajo en el barrio, la práctica masiva de deportes, la educación sexual, o simples charlas para que la gente plantee sus problemas, son mucho más efectivos para prevenir el problema de la drogadicción. Si construyo viviendas para los que no tienen, prevengo mejor que la sola represión contra el tráfico y el uso indebido de las drogas.
Hasta la próxima.
Por Pablo Reveca.
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