Para el escritor británico James Graham Ballard, 1930-2009 (El imperio del Sol, Crash, Exhibición de atrocidades, Noches de cocaína) películas exitosas de ciencia ficción como Alien, Blade Runner o Star Wars carecían de imaginación. Para él las mejores películas de Ciencia Ficción (incluidas las de los años cuarenta y cincuenta) son impresionantes porque el futuro ya captaba a tu imaginación por el cuello a partir sólo de los títulos: The day the earth stood still, Them, The thing en su versión original, Forbidden Planet o Invasion of the body snatchers.
Obras maestras porque concretizaban con la idea del futuro; la línea espacio temporal de la realidad comenzaba a acelerarse en el momento en que las películas se estrenaban. En cambio películas como Star Wars y otras del género afines, uno siente que el tiempo se detiene, en su opinión estos films poseen una suerte de continuo atemporal que no tiene nada que ver con el futuro; podrían perfectamente transcurrir en el pasado más remoto. Agrega a su vez que carecen del sentido de continuidad, porque no generan la sensación de que “eso” apreciado en la pantalla vaya a suceder en un mañana próximo. Y es ahí donde la idea vertebral que sustenta la saga de Mad Max, pisa el acelerador del tiempo y da en el blanco. The road Warrior- Mad Max, representa definido en palabras del escritor Ballard: “…Un futuro verosímil, en el que puedo creer. Técnicamente y en el plano de la imaginación”.
La triología comenzó con una propuesta rebelde del joven cineasta George Miller a finales de la década de los 70´, presentar la historia de Max Rockatansky un policía que se vuelve vengador de su familia asesinada por una pandilla de motociclistas reinantes de un mundo dónde los estándares morales de la sociedad occidental se habían derrumbado. Miller filmó la primera entrega con nula experiencia y en estilo “guerrilla”, transformándose en la que fue durante dos décadas la película más redituable (en términos de costo-beneficio) tras 45 años de negarse a proyectos millonarios que lo condicionaran hoy se da el lujo de presentar la nueva entrega de Mad Max con absoluta libertad de los estudios.
Si bien las que fueron protagonizadas y llevaron a la fama a un naciente Mel Gibson en 1979, argumentaban sobre el dominio del territorio y la lucha por el combustible, en esta cuarta propuesta titulada Mad Max: Furia en el camino; el objeto de la lucha es por la búsqueda desesperada del agua.
Si bien para Miller el mundo sigue tan violento como cuando estrenó la última (Mad Max: Beyond the thunderdome) en esta oportunidad quién se encarga de protagonizar al loco Max es Tom Hardy, en una versión de dos horas de duración, con pocos diálogos, mucha acción y situaciones de destreza física imposibles de llevar a cabo en la realidad. En palabras del director la historia consistirá básicamente en una larga, pesada y brutal persecución por un espacio idéntido a aquel desierto australiano que mostraba la inicial, una porción inmensa y hostil con miles de kilómetros cuadrados.
Con los años la saga se volvió un género en sí mismo, la persecución infinita, implacable, que define la naturaleza de los hombres en depredadores y presas, la historia de un hombre solitario que lucha sin cesar contra la adversidad y se hace uno con ella. Entre los que se preguntan cómo llegaron a tener la idea de filmar obsesivamente los autos en las carreteras se encuentra Quentin Tarantino, que si bien reconoce que la cultura de las películas clase B y de acción norteamericanas tienen su tradición en filmar persecuciones, “…nadie filma autos como los australianos”.
La obsesión del asfalto y las persecuciones por la carretera tienen su génesis en la mente de George Miller, a causa de que a principios de los ’70 se ganaba la vida como médico de guardia, atendiendo a los chicos que llegaban todo el tiempo destrozados, “con que lejos que tomarse sus accidentes en serio, se mandaban la parte por la experiencia que acababan de tener y en la que muchas veces había muerto alguien”. “Uno es la suma de sus experiencias y no hay dudas de que Mad Max se vio influida por mi infancia en la rural Chinchilla, en Queensland, un lugar de rutas chatas, suelo arcilloso y tierra quemada”, dice Miller, un hijo de dos familias de exiliados griegos, que nació en Queensland en 1945.
“Había una cultura automovilística muy intensa, y para cuando llegábamos a la adolescencia, muchos de nuestros amigos ya habían muerto o se habían lastimado severamente en accidentes. Las rutas eran largas y planas, no había límite de velocidad. Cuando empecé a trabajar en la sala de emergencias, viendo el tipo de carnicería que estaban provocando los autos y las motos, la cuestión empezó realmente a perturbarme.” (Pagina12)
La otra mitad argumentativa de la historia es la crisis por el petróleo, si bien no se ejecuta en la primera entrega, es la base conceptual de la segunda. En el 79´ el tema estaba muy fresco y en la atmósfera porque venían de la crisis petrolera que sucedió en el 73´ de dónde también aprovecharon las vivencias cotidianas de las personas en Australia para darle forma a la historia. El coguionista de aquélla, James McCausland, escribió: “He visto, en plena crisis petrolera, las señales más fuertes de las medidas desesperadas a las que podían llegar los individuos para asegurarse su movilidad.
Un par de huelgas petroleras que tuvieron efecto sobre muchas estaciones de servicio revelaron la ferocidad con la que los australianos defenderían su derecho a llenar un tanque. Había largas filas en las estaciones que sí disponían de nafta, y cualquiera que intentara colarse se encontraba con la más cruda violencia. George y yo escribimos el guión de Mad Max basados en la tesis de que la gente haría casi cualquier cosa para mantener sus vehículos en movimiento, y la asunción de que las naciones ni siquiera considerarían la costosa posibilidad de proveer infraestructura para una energía alternativa hasta que fuera demasiado tarde”. (Pagina12)
La producción de Mad Max fue hecha a pulmón con un bajo presupuesto de unos 350 mil dólares que a duras penas pudieron conseguir Miller con amistades, contratando motoqueros verdaderos como extras, sin permisos para bloquear las rutas y limpiando luego de los rodajes los caminos usados en las escenas de pleno desastre. Además de ello, Miller estuvo aproximadamente un año terminando el montaje de la película en la casa de un amigo con la certeza de que la película no se iba a estrenar jamás.
Sin embargo tuvo sus primeras resonancias, una de ellas fue el nacimiento de la figura de Mel Gibson, un estudiante con una sola pel´cla en su haber y que llegó al casting con la cara rota luego de una noche anterior de borrachera y pelea en un bar. Esa imagen gustó a los productores y luego de estrenada Mad Max generó una ganancia que multiplicó por 10 los gastos para realizarla sólo en Australia, en el resto del mundo unos 100 millones de dólares.
Para la segunda entrega le sumaron las características ya mencionadas de la crisis por la energía de combustible y la determinación absoluta de un mundo en su apocalipsis plena, con sobrevivientes que viven en una comunidad luchando por la subsistencia. En una suerte de polis amurallada dónde afuera de ella sólo habitan los bárbaros. En definitiva una lectura futurista que ilustra a la humanidad en una regresión a la era del hierro. Con todo Mad Max II sigue siendo, por muchas razones una favorita de casi todos los fans de la serie, inclusive del escritor J.G. Ballard.
De la tercer entrega no se puede decir más que una leve prolongación en la misma historia salvo por la imagen de un Mel Gibson, visto como un cristo que materializa la fe de un grupo de niños perdidos que viven en comunidad. Aparte de la imagen de Tina Turner, como una primera ministra de esa comunidad de deformes que expresaban a su vez otra característica de las primeras civilizaciones humanas, dónde en una jaula dos hombres entran y sólo uno sale, decidiéndose veredictos humanos para entretener a la plebe oligofrénica, análoga al pan y circo del Coliseo romano.
Lo que hoy nos ofrece Miller se dedujo de unas 3500 viñetas de un storyboard que ilustraba un guión que es puro movimiento y escasas palabras. Como cine el director cine puro, dónde las imágenes sean las que hablen, en definitiva el Mad Max de hoy sigue siendo esa figura mítica del hombre solitario que encuentra los mecanismos para sobrevivir a una realidad adversa.
La diferencia con sus predecesoras es que ya no es la búsqueda implacable del combustible, sino que se ajusta más a los tiempos que hoy corren, como dijimos al principio una historia que sin ser real se adecúe en su temática, sobre posibles terrenos próximos por los cuales devenga nuestra humanidad si no tomamos algunos reparos, la que es una básica y sustancial para la vida: la persistencia del agua.
Por Andrés Capeluto
Periodista y dibujante (andrescapeluto.com)
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