El libro empieza así: La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta.
Pasaron los siglos y América Latina perfeccionó sus funciones. Éste ya no es el reino de las maravillas donde la realidad derrotaba a la fábula y la imaginación era humillada por los trofeos de la conquista, los yacimientos de oro y las montañas de plata. Pero la región sigue trabajando de sirvienta. Continúa existiendo el servicio de las necesidades ajenas, como fuente y reserva del petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café, las materias primas y los alimentos con destino a los países ricos que ganan, consumiéndolos, mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos. Si bien comentó hace un año en una rueda de prensa en Brasilia que «no sería capaz de leerlo de nuevo. Caería desmayado.
Para mí, esa prosa de la izquierda tradicional es aburridísima. Mi físico no aguantaría. Sería ingresado al hospital». De esta manera limpia, sencilla y eficaz es que Eduardo Galeano comienza la disección escrita de Las venas abiertas de América Latina a finales de 1970.
Nace en Montevideo el 3 de septiembre de 1940, era hijo de Eduardo Hughes Roosen y de Licia Ester Galeano Muñoz, de quien toma el apellido para su autoría. Cuando era un adolescente comenzó a publicar caricaturas para el periódico socialista El Sol, con el seudónimo de «Gius», también fue obrero en una fábrica de insecticidas y pintor de carteles entre otros oficios. Se inicia como periodista a comienzos de 1960 como editor del semanario Marcha y del diario Época luego del golpe de Estado el 27 de junio de 1973 es encarcelado y posteriormente se instala en la Argentina. Una década después fue el director de la revista cultural y política Crisis. En 1976 su nombre integra la lista de condenados por la dictadura militar argentina, presidida por Jorge Rafael Videla, y viaja a España. Allí escribió la trilogía «Memoria del fuego» (Los nacimientos, 1982; Las caras y las máscaras, 1984, y El siglo del viento, 1986) donde revisita la historia del continente latinoamericano. Aparte de éstas se destacan otras títulos como «Los días siguientes» (1963), los relatos de «Vagamundo» (1973), «El libro de los abrazos» (1989), «Patas arriba. La escuela del mundo al revés» (1998).
Reconocido internacionalmente fue galardonado con el Premio Casa de las Américas 1975, 1978; Premio del Ministerio de Cultura del Uruguay 1982, 1984, 1986, American Book Award 1989, el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de La Habana en 2001, designado como el primer “Ciudadano Ilustre del Bloque Regional” en 2008, Premio Stig Dagerman 2010 y Premio Alba de las letras 2013.
Que más decir de todas las editoriales que se han escrito ya. Encontrar palabras para despedir como se debe o como se debería a un ser humano de su talla es difícil. Me atrevo entonces y pido perdón por la enjundia de citarlo una vez más. Esta vez, lo que ha dicho una vez de otro se lo puede decir de él mismo. Cuando se fue su amigo Mario Benedetti ante las cámaras de la prensa apostadas en la puerta del servicio fúnebre manifestó: “…el apellido Benedetti en italiano significa “benditos”, benditos sean las mujeres y los hombres honestos y generosos como él”; ante la injerencia del periodista que le pregunta por la razón de la brevedad de su discurso para un hombre de letras como él, responde: “Soy un enemigo de la inflación palabraria, no sólo de la monetaria y me parece que el dolor se dice callando”
Por Andrés Capeluto
Periodista y dibujante (andrescapeluto.com)
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