Parece haber una tendencia a que Rusia y Ucrania se sienten finalmente a una mesa de negociaciones. Diversos expertos militares (entre ellos el coronel Gustavo Vila, en entrevista de La ONDA digital) dan por descontado de que existen contactos entre las partes, que estos se reúnen con suma discreción en diversos lugares del mundo, y de ese intercambio debería surgir un planteo que se lleve a discusión en torno a una mesa oficial de negociación.
Las dos partes del conflicto tienen problemas, de los cuales son deducibles sólo algunos. Lo cierto es que los aliados europeos de Ucrania manifiestan en distintos grados su desgaste con el apoyo a Ucrania. El viaje del canciller alemán Olof Scholtz a América Latina fue un fracaso, pues no logró apoyo alguno para Ucrania.
A su vez, Ucrania pone la fuerza del patriotismo en la lucha, pero para mantener la situación depende, como un drogadicto, de los armamentos, entrenamiento e inteligencia que le llegue de afuera. Cada vez precisa más y nunca alcanza. Tras el compromiso político que significó aprobarle los tanques, ahora pide aviones de combate de última generación.
Del otro lado, Rusia tiene un liderazgo con apoyo político y militar, pero no atina a una estrategia bélica que logre superar la situación de estancamiento. Teniendo, como tiene, una poderosa industria militar, al menos tres veces la población de Ucrania y una economía todavía poderosa, no quiere escalar la confrontación bélica. No le conviene; no lo necesita. Por eso le puso un nombrete prefabricado a la invasión y pretendió que la invasión fuera una intervención quirúrgica ambulatoria. No fue así.
Un año después del inicio de la invasión, largamente detectada por EEUU y en su momento anunciado a sus aliados, ambos protagonistas están estancados en sus posiciones, con lo que el enfrentamiento se ha convertido en una batalla de desgaste al estilo de la Primera Guerra Mundial, con trincheras cavadas y frentes relativamente estables.
Tales guerras tienden a ganarse, como de hecho lo fue la Primera Guerra Mundial, del lado de los recursos demográficos e industriales para resistir más tiempo. Esos recursos están del lado ruso, con lo que Ucrania está perdiendo la guerra , y solo falta el momento para que eso sea evidente.
La participación de Estados Unidos es, en cambio, mayor de lo visible. “Más allá de cierto punto, Estados Unidos ya no está “ayudando”, “asesorando” o “suministrando” a los ucranianos, como lo hizo, por ejemplo, con los muyahidines afganos durante la Guerra Fría. Está reemplazando a Ucrania como principal adversario en el campo de batalla de Rusia. Es difícil decir cuándo se alcanzará ese punto o si ya se ha alcanzado. ¿Con quién está Rusia en guerra, Ucrania o Estados Unidos? Rusia comenzó la guerra entre Rusia y Ucrania. ¿Quién inició la guerra entre Rusia y Estados Unidos?”, plantea Cristobal Caldwell en The New York Times del jueves.
Hoy, EEUU está en una posición de mayor fuerza que su adversario China y su adversario Rusia. La estrategia de siempre del imperio estadounidense es impedir que una sola potencia domine una zona del mundo, y es necesario molestarlos para impedir que crezcan. La invasión rusa a Ucrania y el globo aerostático chino le vinieron como anillo al dedo para no aparecer como los agresores y mantener la tensión con expresiones bélicas, económicas y diplomáticas.
El suministro de sus tanques de combate M1 Abrams plantea no solo un apoyo a Ucrania, sino el desarrollo de una estrategia; una escalada del conflicto. No se puede decir que los militares repitan la historia, y menos como comedia, según decía Marx citando a Hegel. Pero sí aprenden de ella. La invasión nazi a la URSS tuvo muy en cuenta la experiencia de Napoleón Bonaparte en su invasión de 1812 a Rusia. Ahora, EEUU tiene muy en cuenta la experiencia de la batalla de Kursk, que siguió al retiro nazi de Stalingrado. Fue la mayor batalla de blindados de la historia, duró casi dos meses, entre julio y agosto 1943, y los nazis perdieron allí para siempre la iniciativa bélica; la información de inteligencia de la red rusa La Orquesta Roja asentada en Bélgica, resultó clave. El resultado práctico fue que la URSS no detuvo su avance en sus propias fronteras, sino que siguió hasta Berlín, con la conquista política y territorial que daría lugar a la guerra fría. La implosión de la URSS en 1989-1991 dio lugar a la reversión de esa conquista, esta vez a cargo de Otan, y de aquellos polvos, estos lodos en los que están empantanados rusos y ucranianos.
La administración Biden tiene planes diferentes, que seguramente acaba de explicarle a Volodimir Zelensky en la visita de éste a Washington. EEUU está apostando a que, al proporcionar tanques, pueda mejorar las posibilidades de Ucrania de ganar la guerra. Pero además, la idea parece ser avanzar rápidamente en la historia, desde las batallas de posición de la Primera Guerra Mundial hasta las batallas de movimiento de la Segunda Guerra Mundial. Es una estrategia plausible: hace ochenta años, los tanques de Hitler y Stalin revolucionaron la guerra a solo 500 kilómetros del territorio que se disputa hoy. Donde hoy se miran las caras rusos y ucranianos, en la cuenca del Donets, es un lugar de muy difícil acceso para los tanques, no solo por el terreno, sino por los obstáculos y pozos que se hicieron tras la apropiación rusa de Crimea en 2014, para impedir la continuidad del avance ruso. El terreno en el que parece estarse pensando para que los tanques Abrams enfrenten al más moderno tanque ruso, el T-14 Armata, del cual los rusos parecen tener solo unas 50 unidades, es llano y abierto. Por eso fue posible la muy intensa batalla de Kursk.
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