¿Cómo miramos la integración regional en América Latina?

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EL VIGÍA 5

 

¿Cómo miramos la integración regional en América Latina?

Por Alfredo Falero (Sociólogo)

La reunión en Brasilia en la última semana de mayo a donde llegaron presidentes de la región reabrió por unos días el tema de la integración regional. Luego desapareció inmediatamente en junio y sólo aparecieron fugaces noticias de la esquizofrénica búsqueda de inserción global como la noticia de que China firmaría un TLC pero si es con el Mercosur como bloque (no sorprende), un inesperado encuentro con el presidente de Estados Unidos que necesita recobrar su dominio en América Latina o el “obstáculo” del reconocimiento del genocidio armenio para la firma de Turquía de un TLC.

De fondo, lo clave a considerar es que la integración regional es sustantiva para el futuro de América Latina y por tanto también de Uruguay que sin embargo aparece alejado de las preocupaciones más inmediatas de nuestras sociedades. Es decir, son de esos temas que llevan a pensar fugazmente en ellos solo cuando aparecen efectos o eventos concretos, tangibles, que impactan. Lo mismo ocurre con el cambio climático y el medio ambiente y ahora específicamente con el agua potable.

Este alejamiento de nuestras sociedades sobre la visualización de la integración como base de un proyecto alternativo frente a los poderes globales tampoco es casual. Los temas y las formas de percibirlos no solo emergen en función de coyunturas políticas, sino que se van “construyendo” socialmente a partir de intereses concretos de clase –en el caso uruguayo, principalmente agroexportadores- y sus operadores políticos y mediáticos.

De este modo, existen luchas por las representaciones sociales sobre el Mercosur, la Unasur u otros formatos a los que se les acusa como limitantes, abusivos o peligrosamente encapsuladas en una “ideología”. Y aquí existe una operación simbólica que se repite una y otra vez desde el espectro que va del centro a la derecha política: se critica como ideológico un proyecto de integración que no sea meramente comercial o que a lo sumo contemple algunas obras de infraestructura, como si esa posición reduccionista no fuera profundamente ideológica.

Se plasma entonces una forma irreconocible de poder que implica olvidarse en primer lugar de la historia de la región y su dependencia con las regiones centrales de acumulación, en especial de Estados Unidos y su poder geopolítico en el siglo XX sobre nuestros países. En esa amnesia inducida, da la sensación, por ejemplo, que Venezuela hubiera tenido una democracia ejemplar antes de Chávez y Maduro.

Esta forma de poder también implica excluir palabras. Esto asomó en la tibia declaración final de la cumbre con la solicitud de exclusión de la expresión sistema “multipolar” por parte del presidente uruguayo porque la utiliza Rusia y China. Aunque convengamos que en este caso, entraría más bien en la recopilación de los mejores chistes del año si el tema no fuera serio. Utilizarla sería “ideológico” y no utilizarla, se supone por consecuencia, llevaría todo al plano objetivo, neutro, desideologizado.

Más allá de lo coyuntural, existen otros problemas de fondo en la forma de ver la integración regional aquí y en todos lados. Uno de esos problemas es el eurocentrismo que se coló abundantemente en miradas socialdemócratas y consiste en comparar lo que comenzó a ocurrir desde la década del noventa en una región periférica como América Latina y el caso específico del Mercosur, con la construcción de la Unión Europea –sin dudas el proyecto supranacional más avanzado- en una región central de acumulación. Es la falsa tesis de la “maduración” de un bloque (como intenté explicar hace ya unos cuantos años en el trabajo “Diez tesis equivocadas sobre la integración regional en América Latina). Por supuesto que más miope aún que la postura imitativa es pensar que Uruguay –o cualquier otro país de América Latina- puede salvarse sin mirar primero a la región.

Como sea, la mirada comparativa con la Unión Europea hoy no conduce a nada a la vista de su situación actual. Ya en el año 2007, ese extraordinario economista y cientista social egipcio que fue Samir Amin (fallecido en 2018) decía lo siguiente poco antes del inicio del Foro Social Mundial de ese año: “Por ahora, y a despecho de tantos europeos que lo auguran, no creo que Europa esté en condiciones de llegar a ser un elemento alternativo a la hegemonía de los EEUU. Tendría que salir de la OTAN, romper la alianza militar con los EEUU y emanciparse del liberalismo. Sin embargo, en la hora presente, las fuerzas políticas y sociales europeas parecen interesadas en cualquier cosa menos en un proyecto de ese tipo, al punto que –como hiciera en su día el viejo PS italiano— han reforzado más bien el atlantismo y el alineamiento con la OTAN y el liberal-socialismo. No hay hoy otra Europa a la vista. Y en este sentido, Europa no existe: el proyecto europeo es simplemente la cara europea del proyecto norteamericano”. Cambiemos “liberal-socialismo” por avances neofascistas y el texto parece escrito hoy mismo.

Debe agregarse que Amin, hasta el final de sus días, hablaba de recuperar el “espíritu de Bandung”, refiriéndose a aquel encuentro de países del Tercer Mundo realizada en 1955 en Indonesia. Aún en otro contexto muy diferente, con la pérdida de hegemonía global de Estados Unidos y el ascenso de China y el sudeste asiático, el llamado sigue vigente.

Y esto lleva finalmente a una última reflexión sobre cómo se mira la integración regional. Pues además de los esquemas institucionales y burocráticos, es preciso pensar una articulación regional y global de organizaciones y movimientos sociales. Este plano no sustituye a los acuerdos supranacionales de países, pero es muy necesario. Algunos ejemplos existen, por ejemplo en la lucha contra el agronegocio y la soberanía alimentaria se ubica Vía Campesina. Del mismo modo, han existido puentes transnacionales entre movimientos vinculados al derecho a la vivienda o entre sindicatos de distintos países de la misma rama de actividad, por citar solo algunos casos.

Se podría hablar mucho sobre esto, posibilidades y problemas que encierran estas conexiones, pero aquí sólo cabe plantearlo como un argumento más del tema que nos ocupa: la integración regional es una necesidad y potencialmente una dinámica amplia que va más mucho más allá de acuerdos comerciales y de marcos normativos con los que operen transnacionales o grupos económicos aunque este plano sea sustantivo manejarlo. Quien quiera restringir la integración al plano comercial refugiándose en un lenguaje “técnico” y en la necesidad de pragmatismo, no sólo bloquea la mirada de alternativas de sociedad sino que no está muy lejos de promover silenciosamente la balcanización de la región.

Por Alfredo Falero (Sociólogo)

 

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Ideas sin fundamento   

Por Luis Fabre

Reiteradamente   aparece la solución mágica de un tren entre la vieja capital y la ciudad de la costa este extendida hasta el arroyo Pando en el Pinar. Ahora disfrazada de generosa inversión privada al estilo de  las existentes en las rutas nacionales que, peaje mediante, pagamos.

Claro que también disfrazada de complemento a los existentes medios de transporte colectivo  y  vehículos particulares, esa expresión  del ultra consumo que contribuye a la degradación del medio ambiente. Lo cual, como si fuera poco, ahora nos enteramos no es el problema mayor. Reseñamos de “La diaria” Fin de semana el 17/06/ la crítica de un inédito libro al respecto:

Este autor desarrolla  una mirada totalizadora de la humanidad  sobre el globo. Con ella explica con claridad como el sistema- mundo interrelaciona en una escala de miles, millones de años la aparición y desarrollo de  vida humana con la de otros organismos. Esto es absolutamente vigente y causa de su volumen actual…pero lo será también de su decaimiento y extinción, precisamente por el omnipresente paradigma del crecimiento. El autor fundamenta todo en el  componente de las energías y su consumo creciente por la humanidad,  antes desconociendo y ahora despreciando la finitud de los productores. Energías consumidas desde el principio de la sociedad humana, comenzando por alimentarse de otras especies vivas hasta la presente era de los combustibles fósiles, herencia milenaria de otros organismos vivos. Aunque ya teníamos un adelanto proviso por Carls Sagan en su famoso libro “Los dragones del Edén”, la revelación del autor es que hemos vivido de la energía y que la misma, salga de donde salga, es finita en el planeta.

Comenzando por la madera, luego el carbón y el gas, hasta el impresionante salto del petróleo para el cual rige el principio de los rendimientos decrecientes: “en 1930 en Texas se invertía (de energía) un barril de petróleo y se sacaban 100.” En “este es el mundo en que vivimos: invertís 1 y sacas 15”. “Las energías renovables aún están lejos de eso. Hay que invertir Hay que invertir tanto en materiales, distribución, capacidad de almacenamiento, que por unidad (de energía) invertida se obtienen a los sumo otras diez o 12.Eso va incluso para el hidrogeno verde”. “Nuestra civilización está construida con tasas de retorno energético superiores  a 20 0 25.Para tener lo que hoy tenemos , transporte , salud pública ,educación, arte, ciencia, el mundo en que vivi9mos, se necesita una tasa de retorno energético de esa magnitud, independientemente de la fuente, y ninguna de las energías limpias o renovables la dan”. Si queremos sobrevivir como civilización, primero vamos a tener que ajustarnos el cinturón, hay que olvidarnos de la metáfora del crecimiento”.  “Tenemos que perderle el miedo a decrecer, porque vamos tener que vivir con menos energía…” (1)

Otra idea

Manteniendo el atraso en un consumo responsable, nos quieren vender la idea de que un tren eléctrico aporta al medio ambiente sin modificar las organizaciones y costumbres humanas que lo agreden. No hacen más que acelerar la crisis vital del mismo.

 

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