El Nabab Sartori

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«La benévola naturaleza le ha colocado en ese punto
exquisito en que acaba la poesía y empieza la realidad.»
Zola sobre la novela de Daudet

 

En una excelente novela de Alphonse Daudet llamada “El Nabab” (publicada en 1882), el personaje, un rico comerciante, va de Marruecos a la capital de Francia y quiere hacerse elegir diputado para que todos hablen de él, con el deseo de codearse con las altas esferas y ser, él también, parte del encantamiento del poder.

El personaje, Jansoulet Bernard, hizo su fortuna cuando llegó a Túnez al integrarse con la élite del Segundo Imperio, y luego pretende tener fama y reconocimiento social en el París de Napoleón III.

Su fortuna empieza con la dote de su mujer pero esta luego no le corresponde, se desentiende de él mientras sufre su estadía en la capital francesa. El personaje, que en el fondo es bueno, no podrá cumplir sus objetivos sino sólo en parte y eso debido a su desenvoltura en comprar voluntades, financiar proyectos de otros y administrar sus dotes de ayuda caritativa en obras que, bajo el supuesto influjo del progreso científico, terminan siendo terriblemente fallidas y antinaturales.

Es elegido diputado por la isla de Córcega pero, ¡oh sorpresa!, el rechazo se hace unánime a su persona y a los métodos para valerse de esa candidatura (aunque era una práctica común), ya que si bien es rico no tiene clase, porque la clase social se la da únicamente la riqueza —y sin poder evitar los comentarios sobre su personalidad sencilla, poco atrayente, tosca—, pero cuando esta se vuelve inestable o amenaza otros intereses empieza a perder pie y finalmente será echado del palacio de las leyes.

Su ambición iba demasiado lejos.

Gracias al único amigo que queda en pie (Paul de Géry), puede salvar algunos millones para no pasar demasiadas angustias.

Daudet hace una obra naturalista con toques de romanticismo decimonónico.

Volviendo al hoy, esperemos que no sea que al senador Juan le pase algo de eso, por su terquedad a no cumplir con lo que la Constitución mandata y pierda su cargo —el cual no necesita—, que su mujer se le aleje, extrañando otros paisajes, y que, finalmente, quede con, ¡únicamente!, algún par de milloncitos para no desentonar y sentirse triste y derrotado.

Como el Nabab.

Por Sergio Schvarz
Escritor

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