Pablo Casacuberta, el menor de cuatro hermanos que han oscilado entre la música y las artes visuales y la fotografía, nació al cobijo de nuestra era, reflejo viajero de las contradicciones entre democracia y dictadura que vivió entre los años setenta y ochenta nuestra América Latina, escritor que cuenta ya con nueve libros publicados, premio nacional de Literatura (1996 y 2019), es músico, diseñador gráfico y artista visual, y premio nacional de ensayo sobre investigación y difusión científica (2022). Tiene, también, un libro de fotografías (Apariciones, 2007) y uno de pintura (Persona, 2008).

Se ha destacado, en los últimos años, por dos documentales que, como parte del Centro de Artes y Ciencias, junto a Andrea Arobba, han hecho hincapié en algunos aspectos de la sociedad uruguaya relacionadas con la ciencia.
En el primer caso, se trata de un documental sobre Clemente Estable, y al respecto, entrevistado mediante medios tecnológicos —aunque nos conocemos de hace muchos años, sólo que el verano nos dictó un encuentro virtual— dice lo siguiente:
“Lo que se relaciona con el documental sobre Clemente Estable” (Clemente, los aprendizajes de un maestro), una figura tan influyente, científico y pedagogo, surge a partir de cuestionar el conocimiento que se tenía de él, porque “no existe nada filmado de él, apenas un puñado de fotos y la voz grabada”; entonces hubo que recurrir a otras formas, hacer una semblanza, un mosaico en el que participaron varias personas, un collage. Lo importante era “escapar del personaje histórico” y mostrarlo en toda su dimensión.
Porque había ciertas contradicciones, inherentes al tiempo vital que le tocó, y como “Clemente murió durante la dictadura, y que incluso fue homenajeado por esta, de alguna manera se lo quiso vincular, a sabiendas que Clemente Estable era un librepensador”. Quizá por ello era una “figura borroneada, y por ello se hizo necesaria la obtención de documentos e interlocutores”. Uno de los testimonios más directos fue su hijo, ya con sus años a cuestas, que dio su propia visión.
Además, cuando proyectamos por primera vez el documental —dice Casacuberta—, cuando el estreno, fue en la fecha del mundial de fútbol y pensábamos que no iba a ir nadie, pero sin embargo sucedió algo inusitado: pasó a ser “una figura comparable al maestro Tabárez, que logró un cambio en la escala de los valores” humanos. Y también un grupo de parodistas hizo una parodia de Clemente Estable. Todo eso le dio mucha mayor visibilidad.
Con su segundo documental, Soñar Robots (2021), Pablo Casacuberta se embarcó en un proyecto visual para hacer un seguimiento de la realidad tecnológica del país, sobre todo en el ambiente rural, y aquí debemos destacar el uso del plan CEIBAL, que posibilita que 110 mil niños avancen en un pensamiento computacional, con Canelones y Tacuarembó como polos de ese empuje. De ese universo, 20 mil alumnos se han volcado a la robótica. Uruguay es un tercer lugar en la Copa del mundo de robótica, después de China y Corea del Sur, dato nada desdeñable, por cierto.
Este documental tuvo una buena acogida, fue comprado por Disney y se emitió por Nathional Geographic, lo cual ha hecho que Uruguay se muestre al mundo como un productor tecnológico, así como de software.
Los países que hacen ciencia

Los recursos no deben estar para hacer ciencia, sino que es al revés, porque los países que hacen ciencia permiten tener los recursos necesarios para ello. Hay que hacer, entonces, una economía del conocimiento, con políticas públicas de largo aliento, porque en este campo se abren enormes desafíos y responsabilidades. Uruguay es un país de innovación científico-tecnológica reconocido. Debemos lograr —reafirma Casacuberta— que sea un exportador de conocimiento y no de cerebros.
Porque claro, para hacer documentales es necesario tener políticas públicas que aseguren el desarrollo de los proyectos audiovisuales. Hay que tener en cuenta que:
1) la ciencia tiene tradición histórica pero se necesita una educación basada en proyectos; la pedagogía es de hace un siglo atrás y en nuestro país se vuelca sobre todo en las escuelas rurales donde hay planes basados en proyectos de investigación tecnológica, y
2) la necesidad de una pedagogía de vanguardia, porque en la actualidad los problemas tecnológicos se han equiparado a un conocimiento accesible y lo que importa, “conceptualmente, es lo que querés decir” y el cómo decirlo.
De esta manera actualmente en el Centro de Artes y Ciencias hay 11 proyectos mediáticos distintos que seguirán aportando al conocimiento y al arte, para beneficio de todo un país.
Por Sergio Schvarz
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