En el Brasil, país hermano, nación referente y vital para nuestra América del Sur, está en gestación un golpe de Estado. No en la forma clásica, diríamos que paquidérmica, pero sí mediante la incitación a la violencia desde la generación de un estado de alarma pública.
Brasil está bajo asedio. Su gobierno y su pueblo lo están. Sea por fuerzas endógenas como exógenas, lo que está en juego es nada más ni nada menos que las conquistas sociales logradas en los últimos años, principalmente en el período comprendido entre 2003 y 2013, bien como nuevas libertades logradas en democracia.
No es momento, entonces, de hablar con vaguedades sino decir lo que se entiende que es, lo que se prevé y al menos enumerar los principales factores en pugna, cada cual esgrimido por un frente de lucha.
Fuerzas endógenas
En estas cuestiones parece estar el sector más reaccionario de los grandes medios de comunicación, sectores empresariales nostálgicos de un lucro y de un poder aun mayor del que han gozado históricamente y un sector variopinto pero influyente del Congreso brasileño.
A esto debe sumársele, seamos tan claros como ecuánimes, la impericia del Gobierno central que no tuvo mejor idea, especialmente en los últimos 18 meses, que entregar progresivamente el control de las finanzas públicas justamente al sector de los banqueros que busca, vía ajuste ortodoxo, acomodar las cuentas aunque por el camino, se sabe, quede a la intemperie una clase trabajadora hoy jaqueada por la incertidumbre y el consiguiente desánimo.
Ahora bien, todo esto el Brasil lo vive sin apartarse un ápice del pentagrama democrático, haciendo valer, pues, los mecanismos republicanos e institucionales que la hora exige.
Esto, claro está, no le es suficiente al patrimonialismo brasileño, que basa su existir en la actitud de vida en que lo público se conjuga con lo privado, esto es, que toman para sí, como derecho estamental, lo que en democracia es de todos. Para este estamento el pueblo es casi una escenografía móvil.
Y esto es de una indignidad tan lacerante, tan indigna, que no nos cabe otro mecanismo que aguzar el entendimiento, bajar a la arena de lo público y, armados de nuestra pluma, llevar al conocimiento de otros tanta ignominia, tanta brutalidad arropada en un marketing travestido de inmoralidad y rapacidad sin límites.
Es la hora del pueblo. Una vez más, como lo viviera hace muchas décadas, solamente que ahora con logros constatables en dignidad y acceso a mejores estadios de vida, las gentes del Brasil, ven cómo unos pretendidos titanes juegan con sus vidas.
Hasta aquí nombramos a las fuerzas internas que fraguan en la noche profunda sus iniquidades. Nombremos ahora a las externas, aun más poderosas y desapasionadas que las primeramente citadas. Que el actual Gobierno ha hecho los deberes mal, desde el punto de vista de la gente común, de la población en general, especialmente en el último año y medio, no cabe duda.
Como tampoco cabe duda que esta es la hora de apuntalar a la democracia y sus instituciones, denunciar el intento de golpe, dar tiempo y espacio a que se sigan llevando a cabo negociaciones tan discretas como febriles buscando llegar, que llegarán, a posiciones de consenso en beneficio del país hermano.
La manipulación mediática de la gran prensa nacional, bien como de los grandes medios estaduales, donde el coronelismo goza de buena salud, debe ser denunciada.
En suma y en lo interno al Brasil, tanto el patrimonialismo como el coronelismo son verso y reverso de una moneda tan espuria como anacrónica que aun hoy sigue en curso, pese a los avances sociales.
Y pese, también y especialmente, a la creciente conciencia popular de cuán importante es la vida digna de una persona singular, y en sociedad, luego en el tuteo con el otro, en el concierto de una nación libre y soberana como el Brasil.
Fuerzas exógenas
Desde el punto de vista geopolítico, el Brasil está bajo ataque directo e indirecto.
La primera medida de alto impacto para los países productores de petróleo la tomó Washington, al bajar el precio del barril a niveles históricos.
Después vienen las empresas filibusteras, mal llamadas “calificadoras de riesgo” que, como se vio en la crisis norteamericana de 2008, que inmediatamente se propagó al mundo, son empresas venales que han alcanzado un poder desmedido en este mundo globalizado donde el Capital se ha vuelto más especulativo que nunca.
Estas empresas dictan según criterios alejados del entendimiento pragmático y abierto, quiénes deben subir y quiénes deben caer.
No por casualidad el sector que más beneficios ha logrado, tanto en el Brasil, como en el de tantos países, obviamente el Uruguay incluido, es el sector financiero. Parece que nadie quiere despabilar al gendarme y que este se despierte, se levante y haga caer su bastón sobre nuestras monedas, ya de por sí frágiles, rebajándonos (¿?) la calificación…
A todo esto debemos sumar la más que posible suba de los tipos de interés en los E.U.A. quizá este mismo año, según viene sugiriendo, con mayor o menor énfasis, la Reserva Federal.
En definitiva, en este juego de suma y resta caemos todas las naciones. El Brasil, sin duda, no es la excepción. Y el resto de América del Sur, todavía menos.
¡Ay! Si aquellos de nuestros países que tantas veces solicitaron la ayuda de esta nación hermana, con resultado desigual, pero siempre con un talante de apertura franca a la búsqueda de soluciones comunes, hoy se dieran cita a través nuestros Gobiernos para respaldar la democracia brasileña, a título expreso y a cara descubierta…
La hora del Brasil es, a no dudar, nuestra hora. Olvidar esto sería tan fatal como penoso.
En esta porfía estamos todos juntos, para bien o para mal. La lucha, entonces, es una y no hay cómo salirse del ruedo.
Es tiempo de dar la cara y decirnos para qué estamos vivos.
Por: Héctor Valle
Historiador y geopolítico uruguayo
La ONDA digital Nº 731 (Síganos en Twitter y facebook)
(Síganos en Twitter y Facebook)
INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA
Las notas aquí firmadas reflejan exclusivamente la opinión de los autores.