“Guasón 2”: La banalización de la violencia

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La demencia como patología individual pero también social, las miserias de un statu quo injusto que segrega y estigmatiza al diferente como si no fuera humano, la prepotencia policial, la banalización de la violencia y las disfuncionalidades de un sistema judicial que no tiene la capacidad autocrítica de mirarse al espejo, son los cinco ejes temáticos de “Guasón 2”, la exitosa secuela cinematográfica del realizador Todd  Phillips, que es una continuación del exitoso film “Guasón”, de 2019, que le permitió al formidable actor Joaquin Phoenix cosechar el Oscar a Mejor Actor que otorga la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood.

El primer film de esta suerte de tragedia griega presentada en dos actos, es una mirada deliberadamente desencantada e iconoclasta sobre el Guasón, el personaje creado en 1940 por el dibujante Jerry Robinson y por Bob Kane y Bill Finger, los padres literarios de Batman, el ya legendario hombre murciélago.

En efecto, a diferencia de sus anteriores apariciones en el formato historieta o en el cinematográfico, este Guasón no es el super-villano que enfrenta al héroe encapotado de hábitos nocturnos sino un ser humano que padece serios disturbios mentales, abandonado a su suerte por una sociedad incapaz de asumir sus responsabilidades con la realidad cotidiana.

Aunque a juzgar por los estrenos que anuncian las marquesinas de las salas de cine de la mítica Ciudad Gótica, la película está ambientada en 1981, las imágenes remiten a una Nueva York sucia, miserable y azotada por el desempleo. En realidad, es un insondable pozo rumbo a la nada o la génesis misma de la patología colectiva de una sociedad radicalmente alienada.

Aunque no exista ninguna precisión temporal, la situación puede ser perfectamente asimilable a la tumultuosa década del setenta. No en vano, esta escenografía urbana es muy similar a la de la memorable “Taxi driver” (1976), un auténtico hito en la carrera del icónico cineasta Martin Scorsese.

En ese caso, el rostro de la patología estaba representado por Travis, encarnado magistralmente por un joven Robert de Niro, un veterano de guerra sin ideología pero de mentalidad fascista, que condensa todos los traumas de una sociedad con baja autoestima e impactada por los devastadores efectos de un conflicto bélico perdido.

Por cierto, esa década negra para los Estados Unidos estuvo jalonada también por la crisis económica provocada por el embargo petrolero de los países árabes contra Occidente en 1973, a raíz del apoyo brindado a Israel en la Guerra de Yon Kipur contra los árabes, la renuncia compulsiva del presidente Richard Nixon por el escándalo de espionaje político de Watergate y las heridas devenidas precisamente de una malograda aventura imperialista en Vietnam.

Pese a que en esta película no se explicita el marco histórico referencial, el relato reconstruye una sociedad absolutamente caótica, con airadas protestas callejeras y exacerbación.

En ese contexto de violencia desenfrenada vive Arthur Fleck (Joaquin Phoenix), un pobre payaso rentado con graves problemas psicológicos, abandonado y desatendido por el Estado.

En ese marco, el mítico Guasón de la historieta muta de perverso villano y enconado enemigo del héroe Batman en una suerte de víctima de un sistema bastante más perverso que él.

Este Guasón es radicalmente diferente al antihéroe interpretado por el monumental Jack Nicholson y al del no menos talentoso pero lamentablemente malogrado Heath Ledger, sino  un mero desgraciado, despreciado, maltratado y vituperado.

No en vano, los guionistas Todd Phillips y Scott Silver reconstruyen, desde el comienzo, a través de imágenes televisivas de la época, una contingencia de estallido social, en una ciudad devastada por la inseguridad, la pobreza, la suciedad, la corrupción y la furia generalizada que deviene en violencia.

Por supuesto, el protagonista, que inicialmente es un mero bufón aquejado de una patología que le produce una suerte de risa crónica incontenible, se transforma en una de las víctimas de esa escenografía de virtual devastación y luego en victimario.

Este es precisamente el caso de Arthur Fleck, que vegeta malamente junto a su madre enferma y no puede esperar casi nada de un sistema indiferente al dolor humano y con un servicio estatal de salud deficiente, que obviamente carece de recursos económicos y de eventuales estrategias de contención emocional.
Insólitamente, el único antídoto para mitigar el grave problema  de este ser humano psicológicamente aniquilado que requiere ayuda, depreciado, rechazado y marginado, es un mero fármaco.

El propio paciente, durante una austera consulta con la psicóloga a cargo de su caso, en tono de amargo reproche, afirma: “usted en verdad nunca me escucha, aunque realmente existo”. Obviamente, este cuadro no guarda ninguna relación con una psicoterapia, que se basa particularmente en la escucha, en el diálogo, en el vínculo entre el paciente y el terapeuta y en una aventura compartida que apunta, primordialmente, a sanar patologías, a obturar y suturar grietas emocionales y a dotar a quien necesita ayuda de las herramientas necesarias que le permitan fortalecerse y reconvertirse.

El otro eje de la historia se centra en el popular animador televisivo Murray Franklin (Robert de Niro), una suerte de inteligente bufón con audiencia presencial y a distancia, cuyo show opera, a la sazón, como válvula de escape ante tanta ira social contenida y es una grotesca expresión de una sociedad literalmente alienada y agobiada por la furia y el miedo.

Empero, Todd Phillips, director y guionista, imprime un giro explicito al relato cuando revela intimidades de la familia del personaje, particularmente de su madre, y hasta se permite ligar la peripecia del enajenado a la de un Bruce Wayne (futuro Batman) niño y su acaudalada familia.

Aunque la película contiene dos o tres muy bien logradas secuencias de violencia extrema, que emulan por ejemplo al film “El incidente” (1967), del cineasta Larry Peerce, que se desarrolla íntegramente en el acotado espacio de un tren subterráneo, aquí la clave es realmente la patología subyacente que contamina el sistema circulatorio de una comunidad enferma de soberbia y frustración.

Esta es realmente la potente apuesta de la removedora “Guasón”, una film testimonial de superlativa estatura dramática que trasciende a la mera ficción literaria y cinematográfica.

En todo caso, el personaje central de este relato con todos sus desvaríos y disfuncionalidades, es el arquetipo de un país azotado por las miserias humanas que se nutre recurrentemente de mitos, como el apócrifo y por supuesto malogrado sueño americano.

Al tenso pulso narrativo y a un guión ágil e inteligente –que convoca al espectador a sumergirse en una suerte de agobiante pesadilla- “Guasón” suma la memorable actuación protagónica del inconmensurable Joaquin Phoenix.

Este nuevo film, que parte de la crítica ha calificado como decepcionante, es en realidad una continuación de la película original, aunque en este caso el protagonismo no es sólo de Arthur Fleck (Joaquin Phoenix), sino también de Harleen Quinzel (Lady Gaga), una suerte de paciente psiquiátrica realmente enigmática que esconde un secreto, el cual, por razones obvias, no revelaré al lector, quien se declara enamorada de Guasón, pero tal vez no de la persona que subyace en este personaje sino del personaje en sí mismo, que en este nuevo relato se disocia radicalmente del mito nacido de la pluma de los autores del comic original.

En efecto, en esta historia este enajenado, que en “Guasón” mató a seis personas, incluyendo a su propia madre, está privado de libertad en un penal de alta seguridad y no en un establecimiento para pacientes psiquiátricos, por supuesto por su alta peligrosidad, aunque tal vez sin la misma rigurosidad que el formidable personaje del alienado psiquiatra antropófago Hannibal Lecter (magistral y oscarizado Anthony Hopkins), en “El silencio de los inocentes” (1991), de Jonathan Demme.

Por supuesto, en estas condiciones este hombre excesivamente delgado cuya ósea anatomía es explícita como si se tratara de un carenciado niño raquítico de un país africano o de una nación latinoamericana periférica, está obviamente muy limitado.

En efecto, es permanentemente custodiado y narcotizado, a los efectos de evitar que pueda tener alguna reacción violenta o bien evadirse el penal. En ese contexto, esta nueva narración, por lo menos en sus primeras secuencias, transforma, aun con mayor intensidad, al victimario de la primera película en víctima.

Al igual que en el caso de nuestro país, cuyas cárceles están hacinadas al 125% de su capacidad, en estas paupérrimas condiciones no es posible ninguna suerte de reeducación, ni siquiera para un mero ladrón callejero (rastrillo en el lenguaje coloquial) y menos aun para un homicida múltiple.

En este marco, casi todo el relato es la amarga y casi siempre farsesca batalla judicial del protagonista para demostrar que en realidad no es responsable de los aberrantes crímenes que cometió, porque hipotéticamente no está en sus cabales. Es decir, sería un paciente psiquiátrico penalmente inimputable.

Contrariamente a la banal interpretación de algunos críticos, esta no es una mera comedia musical pese a la fulgurante aparición de Lady Gaga cantando y bailando maquillada, conjuntamente con Joaquin Phoenix, en escenas que mixturan el color con el blanco y negro. Aunque en algunos momentos ambos lucen exultantes, nada es real. Toda esa fantasía anida en la psiquis del atribulado protagonista. Es, en efecto, una suerte de sueño, en la medida que las experiencias oníricas, salvo las pesadillescas, son la representación de nuestros deseos y una suerte de paraíso artificial que habita en nuestro inconsciente.

.¿Es este recurso cinematográfico una mera trivialización del drama? No. Es una construcción icónica de la utopía, en este caso concreto, de una libertad aherrojada tras los gruesos barrotes de una prisión, de la libertad clausurada por el corsé de la demencia o de la mera demencia como sinónimo de emancipación.

Empero, lo sorprendente es que, para la muchedumbre que colma los alrededores del juzgado reclamando su libertad, este asesino serial es una suerte de héroe, porque es antisistémico, por más que ese sistema sea realmente el verdadero partero de su violencia.

En efecto, Guasón es como el Frankestein de la célebre novela de terror gótico de la eminente narradora inglesa Mary Shelly, cuya imaginación concibió un monstruo fabricado a partir de fragmentos de cadáveres zurcidos pacientemente en un laboratorio, con el propósito de derrotar a la muerte. En este caso concreto, el monstruo es realmente el sistema, que engendró a Guasón pero también a otros dementes, muchos de ellos con el suficiente poder hasta para provocar un holocausto nuclear.

Para la gente, este excéntrico personaje no es un victimario sino una víctima y, si se quiere, hasta un justiciero, porque mató a tres pendencieros que se dedicaban a maltratar a los pasajeros en un tren subterráneo, a un compañero de trabajo que lo segrega a él y a un enano, a un animador de televisión que se mofa de todos y a una mujer –que era su madre- quien padecía una patología terminal. En síntesis, los primeros cinco homicidios serían actos de justicia y el último de piedad, para apagar el dolor de una moribunda.

Por eso, este personaje insólito, que es una mixtura entre asesino y bufón, arma su propio tinglado en un juzgado que es una auténtica caricatura, a donde concurre disfrazado con ropas coloridas y la cara maquillada. En realidad, está representando un papel o es un mero retrato de las dualidades que subyacen en los territorios de la psiquis y en la propia sociedad en la cual habita.

Es, a la vez, acusado y acusador, delincuente convicto y fiscal y, por qué no, juez. Castiga a otros con su furia homicida, pero también es castigado por el sistema que lo creó.

“Guasón 2” hace desaparecer al personaje del mito del comic y sepulta los sueños de los fans que aguardaban en esta segunda parte que apareciera su venerado Batman. Por supuesto, no se trata de una fallida comedia musical como afirman erróneamente algunos críticos que no parecen haber entendido nada. En efecto, no puede ser comparada con la película precedente, porque es una secuela y una mera continuación. Por eso, no causa el mismo impacto. Todos esperaban más, aunque, con el protagonista privado de libertad, este relato discurre obviamente por otros andariveles, que en este caso son aún más críticos y ácidos.

Este largometraje es sí la representación grotesca de una sociedad literalmente alienada, que ha transformado a la violencia en su lenguaje cotidiano, por el inocultable descaecimiento del discurso y de la comunicación verbal, en una era paradójicamente agobiada por la tecnología de la comunicación, en la cual abundan más los silencios que las palabras.

Esta película es obviamente un drama con destellos musicales y coreográficos, pero también es una comedia, es la comedia humana de la cual somos parte pero como meros agonistas, porque los protagonistas son otros. Son los fabricantes de la desdicha y de la acumulación. No en vano, los fanáticos de Guasón proclaman, en su galopante insania, la consigna de matar a los ricos que serían los verdaderos responsables de las inmorales inequidades que desgarran el tejido social de las sociedades. Aunque no les falte algo de razón, el camino es otro. Es construir, sin violencia, una sociedad más justa.

Nuevamente, como en la primera entrega, la interpretación protagónica de Joaquin Phoenix es realmente memorable, ya que se trata de un actor que actúa con todo el cuerpo. Actúa, en efecto, con la extraordinaria gestualidad de su rostro, pero también con el movimiento de sus extremidades, con sus caderas, con su tórax, con su abdomen, con sus músculos y con sus articulaciones. Es, evidentemente, una suerte de mino que no necesita hablar para comunicar. Por el contrario, Lady Gaga, que además de una magistral cantante, bailarina y pianista es también una excelente actriz dramática, luce algo deslucida y desperdiciada en sus intrínsecas potencialidades y cualidades histriónicas.

Más allá de eventuales controversias, “Guasón 2” es una historia que remueve por su hondo dramatismo, por su impacto visual y por su furibunda denuncia de la violencia subyacente y la violencia banalizada, de los excesos policiales, de la caricatura judicial y del inhumano trato que se suele prodigar a las personas que padecen patologías psicológicas, quienes requieren más contención emocional y no ser reprimidas, porque, en algunos casos, están luchando contra los estragos devenidos de los disturbios mentales y, en otros, cargan con la pesada e inexorable condena de haber perdido la cordura.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

 

FICHA TÉCNICA

Guasón 2 (Joker: Folie à Deux). Estados Unidos 2024. Dirección: Todd Phillips. Guión: Todd Phillips y Scott Silver.
Producción: Emma Tillinger Koskoff. Fotografía: Oscar Lawrence Sher. Edición: Jeff Groth. Música: Hildur Guđnadóttir. Reparto: Joaquin Phoenix, Lady Gaga, Brendan Gleeson, Catherine Keener, Steve Coogan y Zazie Beetz..

 

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