El principio histórico de la política de EEUU es que, cuando tiene problemas internos, incentiva una guerra en algún lado del planeta para descargar la atención de su opinión pública y también de la política; situación que bien puede ser agobiante para el resto del mundo. El segundo gobierno de Trump ha logrado empero una novedad: a los muchos problemas internos, coronados hoy por su descripción de cómo logrará una reelección inconstitucional a su actual mandato, suma el incumplimiento de su promesa de poner fin a la guerra en Ucrania en 15 días. Ya van 75 días, y siguen sumando.
Desde Moscú, Vladimir Putin aprovecha la inoperancia de EEUU al respecto, continúa con los ataques a Ucrania, y Trump dice estar enojado con Putin. En estos cortos días, EEUU ha resquebrajado su alianza con Europa, y con ello a la propia OTAN. Ahora, distintos países europeos manejan distintas propuestas para su autodefensa, y deliberan al respecto.
Ni Iran ni EEUU querían entrar en guerra, pero el lobby sionista de EEUU y el gobierno de Netanyahu sí quieren esa guerra. Una de las razones es que Netanyahu no va a ir preso mientras el país está en guerra, como sí ya lo fueron seis de su entorno por las mismas causas de corrupción. Así las cosas, el balance de fuerzas entre guerra y no guerra parece estarse inclinando más hacia el lado bélico, siendo que la decisión de un ataque armado a Iran tiene implicancias geopolíticas y económicas mucho más importantes que la guerra de Ucrania.
Para empezar, Iran y sus aliados hutíes, que hoy dominan la capital de Yemen, Sana, desde 2014, e importantes territorios al oeste y sur, pueden bloquear fácilmente el estrecho de Mandab, con el que el Mediterráneo se comunica a través del Canal de Suez con el Mar Rojo a través del golfo de Aden. Tiene 32 kilómetros de ancho y 112 de largo; EEUU tiene una base militar en la zona y China su propia base, que es sólo marítima o también militar, según quien responda. No parece sencillo defender ese estrecho de ataques con misiles a naves que intenten pasar.
Según la Organización Marítima Internacional, por allí pasa la cuarta parte del comercio internacional por vía marítima, incluyendo 4,5 millones diarios de petróleo. Ya fue bloqueado una vez, por la OPEP y en 1973, tras la guerra del Yom Kippur, para los petroleros que se dirigían a Israel. Ya entonces se demostró lo eficaz que puede ser un bloqueo.
Por ahora, Trump tiene el vozarrón de guapo en el boliche, y con él, Estados Unidos está lanzando un fuerte ataque verbal a Irán, amenazándolo con un bombardeo apocalíptico si no vuelve a adherir al pacto del que el propio Donald Trump los expulsó en su primer mandato, en 2015. Ahora, la condición que Trump quiere imponer es que Iran se comprometa a no avanzar en sus investigaciones hacia una bomba nuclear.
Irán viene respondiendo a esta guerra de palabras, a la que Trump sube el tono cada vez que habla del tema. Y Teherán eleva el nivel del funcionario que responde: el miércoles 2, fue la máxima autoridad del país, Ali Jameini, quien reafirmó la disposición iraní a combatir, publicando fotografías de sus misiles, señalando que atacará a Israel y que en caso de ataque retomará su programa nuclear.
Las voces amenazantes responden claramente a un nuevo contexto de la situación internacional del que Trump es responsable. El problema de las armas es que de tanto manosearlas, pueden dispararse. Y más allá de los resultados bélicos, que son inciertos, los efectos económicos no sólo afectarán al 25% del comercio que pasa por ese estrecho, sino que afectará a muchas cadenas de suministros. Eso es lo que está en juego en primer lugar. Y todo porque Netanyahu no quiere ir preso.
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