“El espejo de los otros”: las soterradas miserias humanas

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El amor, el desamor, la pasión, el odio, la mentira y la traición son seis de los potentes disparadores temáticos de “El espejo de los otros”, la comedia dramática argentina dirigida por el realizador Marcos Carnevale, que es una suerte de revelador, irreverente y provocador retrato de la condición humana.

Como lo explicita su título, que habilita más de una lectura, el espejo tiene naturalmente una connotación simbólica, en tanto refleja caras pero también almas y corazones.

La primera interrogante que plantea esta película de formato coral, es hasta qué punto el ser humano es un individuo complejo, imprevisible e inextricable.

Tal es caso de los variopintos personajes que interactúan en esta auténtica puesta teatral con formato cinematográfico, donde afloran las pasiones, las miserias, las fortalezas y las vulnerabilidades del homo sapiens.

Por supuesto, también el restaurante donde se desarrolla la trama tiene una denominación muy sugestiva, con claras alusiones bíblicas. No en vano “El cenáculo” fue el lugar en Jerusalén donde Jesucristo compartió la última cena con los apóstoles, antes de ser supliciado, ultrajado, crucificado y salvajemente asesinado.

Recrear esa contingencia, que abreva del mito y de la historia y está magistralmente impresa en la pieza pictórica tal vez más célebre del maestro renacentista florentino Leonardo da Vinci, es también parte de la metáfora que plantea el largometraje de Carnevale.

EL-ESPEJO-DE-LOS-OTROSTampoco es casual que ese sitio exclusivo, que tiene una sola mesa, esté emplazado en los restos de una derruida iglesia gótica sin techos pero prolijamente acondicionada para recibir a los comensales, con majestuosos vitrales y un altar devenido en improvisado escenario donde un pianista y una banda de jazz despuntan sus “vicios” artísticos.

En esa escenografía artificial, dotada de enormes telones rojos y una suntuosa vajilla, se dirimirán conflictos y tensiones, en una suerte de impetuoso derrame con efecto de cascada.

No menos excéntricos son los dueños de este local de comidas, dos hermanos interpretados por Iris (la interminable Graciela Borges) y Benito (Pepe Cibrian), quienes se hacen fuertes para lidiar con esa alienada fauna, a la cual observan furtivamente a través de un circuito cerrado de televisión, como si se tratada de un reality show.

Por supuesto, los participantes en la velada aportan los condimentos necesarios para que la cena sea un menú sabroso y por cierto bien sazonado, cuyo plato principal son disputas, entredichos, reproches y controversias del pasado y el presente.
También los propietarios del local aportan sus propios ingredientes, porque cargan sobre sus abrumadas conciencias con secretos, resquemores y otras asignaturas pendientes.

La sal y pimienta de estas historias está a cargo de una familia corrupta propietaria de un laboratorio que encubre actividades de narcotráfico, una extraña pareja que celebra un insólito aniversario, los enajenados protagonistas de una cita a ciegas y tres amigas ligadas por una relación prohibida.

Todos comparten esta película dividida en episodios (cuatro en total) e impregnada de fino humor negro, en un ambiente espacial que es una suerte de confesionario poblado de culpas más bien soterradas y de imposible redención.
Más que un espejo este es un juego con múltiples espejos, donde cada personaje se puede observar a sí mismo pero también a los otros, como actores de una caótica compañía teatral convocada para escenificar una obra que representa nada más ni nada menos que la vida misma.

En un film marcado por una trágica impronta shakespeareana, este espejo simbólico denuncia los dolores, los traumas y las arrugas de almas propias y ajenas, que obviamente trascienden a lo meramente estético.
En ese contexto, en algunos relatos se cuela la influencia almodovariana, acorde con las pautas de un melodrama que denuncia conflictos, culpas, mezquindades, violencia implícita y explícita y hasta pautas sociales represivas que conculcan la felicidad sin reparar en las consecuencias.

Más allá de las eventuales debilidades del libreto, un reparto actoral altamente reconocido y calificado por talento y trayectoria logra sacar a flote este ambicioso proyecto cinematográfico.

A ello se suman aciertos en materia de ambientación, fotografía, montaje y música, todo lo cual coadyuva a la construcción de una puesta que subyuga los sentidos.

“El espejo de los otros” es una comedia de sabor agridulce, trazo irreverente y deliberado formato teatral, que examina algunos de las más arraigadas conductas patológicas de la condición humana.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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