No voy a ocultarlo, soy adicto a Darwin Desbocatti. Sus columnas me divierten muchísimo.
Esas sátiras exageradas donde caricaturiza conductas y personas son muy elocuentes. Esos ángulos insospechados de mirar desde lo absurdo de nuestras actitudes o dichos simplifica el reírnos de nosotros mismos pero a través de otros. El peligro radica en que a veces la sátira queda tan sutilmente escondida en lo simpático del parlamento que se mimetizan con la realidad misma y las opiniones de Darwin se repiten como definiciones de lo que es y no como humoradas.
Sus comentarios sobre los sirios, hasta sus definiciones como la de “los gurisirios”, se van incorporando a nuestro cotidiano.Creo que el humor es indispensable para la vida pero la ironía constante me parece que en algún punto fortalece miradas que simplifican y le quitan el dramatismo o el horror que encierran. No es responsabilidad de Darwin, por supuesto, no tiene la culpa de ser ingenioso, agudo, divertido, somos los escuchas los que colocamos sus opiniones en un lugar que no es el que pretende el humorista.
Vi en estos días una encuesta donde se pedía una valoración sobre las conductas de nuestros inmigrantes más recientes. Según esa encuesta un porcentaje nada menor, como un treinta y cinco por ciento de los consultados opinaba que los sirios estaban siendo “malagradecidos”.
La prensa, sobre todo la opositora, la gran prensa, la que predomina en alcance y medios económicos le ha dado gran cobertura al campamento de la Plaza Independencia donde estos inmigrantes expresan su desencanto sobre su lugar de llegada.
Lamentablemente el humor y la exposición mediática simplona contribuyen a formar “opinión pública” y no siempre saca lo mejor de nosotros.
Creo que una reflexión un poco más profunda nos llevaría a recordar que desde nuestro nacimiento mismo hemos sido pueblo de inmigrantes. Si bien la conquista y la codicia española fue campo fértil para la llegada de conquistadores y aventureros, llegó a estas tierras gente laboriosa que buscó forjarse una vida distinta. Nadie que está conforme o feliz emigra. Los horrores de la guerra y la persecución en la primera mitad del siglo XX, trajeron oleadas de europeos que buscaban un “lugar bajo el sol” nuestros tradicionales gallegos, o los tanos trajeron partes de su cultura, su actitud frente al trabajo, sus ideas. Se mezclaron con nuestros habitantes dándonos a los uruguayos una mixtura que fue haciéndose identidad.
Fue la crisis económica y la represión política lo que obligó a que muchos uruguayos hiciéramos las valijas, a veces sin siquiera tiempo para hacerlas. Fuimos y somos un pueblo migrante, en las dos direcciones. Creo que la llegada de los sirios y los presos de Guantánamo abren una página nueva para nuestro país. Hace muy poquito pudimos revertir la tendencia de migración. Desde hace mucho tiempo no sucedía que hay más uruguayos que vuelven que los que se van.
Por mucho tiempo nuestra cancillería no tuvo que elaborar políticas activas de reinserción de compatriotas o simplemente esto de hoy, recibir inmigrantes que huyen del horror. Es claro que pecamos de improvisación, pero no es necesario que seamos intolerantes ni carentes de grandeza.
Pude ver la imágenes de una periodista, húngara creo, que cubriendo los desbordes migratorios golpeaba a gente que solo quería huir de la guerra, cumpliendo el rol de un gendarme y no su función de documentar el hecho.
De la misma manera me ofendió el uruguayo que interpeló a los sirios de la plaza recriminando porque los impuestos que pagaba no quería que se los utilizaran para ayudarlos.
La aparente objetividad de informar cuando se realiza de forma superficial, solo trivializa los sucesos y no ayuda a su comprensión.
La llegada de los inmigrantes sirios tuvo, en mi opinión, un profundo impacto en nuestra sociedad. Todavía recuerdo su llegada y las primeras interacciones de los niños uruguayos con los sirios en una escuela de pública. Allí no improvisaron, docentes y alumnos hasta prepararon carteles indicadores en el idioma de los niños sirios. Los rodearon de cariño, utilizaron el lenguaje universal del juego para interactuar. Cuando vi esas imágenes me sentí realmente conmovido y feliz de ser de aquí. Hasta recuerdo alguna declaración de escolares nuestros contando sus impresiones. Lamentablemente cuando lo cotidiano deja de ser suceso, la noticia se apaga y a veces resurge con un contexto y un contenido totalmente distinto.
Con humor, o con dramatismo se distorsiona el hecho en sí mismo y allí vamos en una especie de competencia de opiniones por sí o por no, blanco o negro, buenos o malos, agradecidos o desagradecidos.
Creo que la llegada de estos nuevos inmigrantes generó un enorme impacto cultural. En primer lugar nos trajo a primer plano el drama que sucede en otro lugar del mundo y como lo viven sus habitantes. Nuestro rinconcito llamado Uruguay se vió interpelado sobre el uso del velo. Como encajaba o no, con nuestra laicidad. Sucesos de violencia doméstica entre inmigrantes nos interpelaron fuertemente, creo que hasta dieron una medida de los avances en las luchas de género porque tuvieron visibilidad, cuestionamiento y condena. Pero también pude leer a través de las redes sociales de una mamá uruguaya que acompaño a su hija a la casa de una de las familias a jugar con una amiguita inmigrante.
Son sucesos múltiples que fueron provocados por la llegada de gente que huyó del horror de la guerra. Imagino que esa protesta en la plaza expresa entre otras cosas que no solo perdieron la paz y su patria sino también su nivel de vida y también lo que eso permite. En medio de la batalla por el presupuesto los distintos sectores sociales de nuestro país presionan, luchan por ser mejor contemplados. Por no perder su salario, o por mejorarlo. ¿Es ilegítimo entonces que las familias sirias expresen su descontento? La solidaridad no es como la caridad, no es un acto impulsivo de emoción fuerte donde uno tiende a ser receptivo frente a un hecho. Exige la acción solidaria un marco más reflexivo y complejo. Creo que nuestro gobierno pecó de cierta improvisación y quizás debió convocarnos a un acto de solidaridad colectiva y no a una iniciativa gubernamental. Pero no fue un hecho menor. El mundo global no son imágenes de todos lados que nos llegan, son pueblos, dramas, situaciones de las que no somos espectadores. Vendemos nuestro Uruguay Natural, como producto turístico y de ingresos pero cuando la publicidad sale de fronteras y llega a otros habitantes del mundo ¿que ven?
El pentágono norteamericano en sus escenarios de guerra para el siglo XXI, preveía que la escasez de agua y el petróleo serían fuente de conflicto. Pues bien, tenían razón, mezclados con conflictos religiosos la humanidad, se ve obligada a migrar de manera poco planificada, huyendo de las bombas o las balas que para la mayoría de la gente son incomprensibles solo muerte. El Uruguay siglo XXI deberá interpelarnos de múltiples formas.
No alcanza con mirar el alcance de nuestro presupuesto, las obras que realizaremos o no, los salarios mejorarán o no. El medio ambiente, los derechos humanos conforman aspectos que amplifican y complejizan la mirada de cada tema de la agenda cotidiana.
No será con las humoradas de Darwin, o el señor que paga impuestos ofendido por el uso de los mismos que resolveremos nuestros nuevos problemas. Los sirios o los presos de Guantánamo son una actualización al hoy. Somos un pueblo de migrantes en las dos direcciones, serán las decisiones que tomemos solidarias y fraternas o xenófobas y mezquinas las que nos irán marcando como sociedad. Ojalá los uruguayos seamos vistos en el mundo como los niños que recibían a los sirios con la túnica y la moña de nuestra escuela pública y no como la camarógrafa que le pegaba patadas a los refugiados.
Por Walter Martinez
Columnista uruguayo
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