“Cómo ser normal en un mundo extraño”: La pesadilla de la demencia

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Las patologías mentales como situación problemática, la discriminación hacia el o la diferente, la incomprensión y hasta la violencia son los cuatro pilares temáticos que sustentan “Cómo ser normal en un mundo extraño”, la removedora ópera prima del realizador austríaco Florian Pochlatko, que indaga en la raíz misma de los problemas psicológicos y en la respuesta de la sociedad para administrar los cuadros crónicos de desequilibrio emocional, tan comunes y visibles en el presente.

La salud mental, es sin dudas, uno de los temas prioritarios de las sociedades contemporáneas, a partir de la constatación de conductas a priori antisociales, que desafían claramente las casi siempre inmutables reglas del sistema y, por ende, lo desacomoda. En muchos casos, el abordaje de estas situaciones está condicionado por prejuicios y preconceptos, nacidos particularmente de la ignorancia y de la falta de estudio y comprensión de la naturaleza misma de las afecciones psíquicas.

En nuestro país, el alerta, que fue bastante tardío, lo dio la alta tasa de suicidios registrados en los últimos tres o cuatro años, con auténticos récords de autoeliminación o de tentativas que no llegaron a consumarse. 

Según estudios e investigaciones científicas muy confiables, el cerebro de las víctimas de suicidio está inflamado en regiones críticas para la gestión del estrés y muestra también pérdidas significativas en los mecanismos de protección celular. Es decir, hay un daño orgánico perceptible y comprobable.

En ese contexto, Los trastornos mentales son un importante factor de riesgo, ya que cerca del 90% de personas que cometen suicidio presentan un diagnóstico psiquiátrico y cuando este se agrava, suele presentarse una mayor mortalidad por autoeliminación, según reportan autopsias realizadas a las víctimas.

Por ende, estas patologías deben ser diagnosticadas a tiempo y tratadas mediante una combinación entre la administración de fármacos específicos y terapia, a los efectos de evitar un desenlace trágico de esas situaciones.

En Uruguay, el tema de la salud mental está, por lo menos en lo teórico, en la agenda de todos los partidos políticos, aunque no existen consensos acerca de cuál es la mejor metodología para su abordaje, en clave multidisciplinaria.

Incluso, se le asocia recurrentemente con la gente en situación de calle, por más que este problema esté más vinculado a la pobreza, que en los últimos cinco años aumentó sustantivamente. 

El cine ha incursionado recurrentemente en esta temática, casi siempre desde una mirada que privilegia el impacto en las audiencias sobre lo científico y meramente didáctico.

En tal sentido, uno de los filmes más recordados de esta suerte de subgénero es “Atrapado sin salida” (1976), de Milos Forman, que cuenta con una inconmensurable actuación protagónica del inmenso Jack Nicholson, que ganó el Oscar a Mejor Actor por su papel de paciente psiquiátrico.

Otra recordada película es “Rain Man”, de Barry Levinson, que fue protagonizada por un magistral Dustin Hoffman, quien interpreta uno de las mejores caracterizaciones de su larga carrera cinematográfica.

Un film realmente inolvidable de este atrapante subgénero cinematográfica es “Despertares” (1990), de Penny Marsahll, cuyo reparto está encabezado por un Robert de Niro realmente formidable. Como se recordará, en 1976, el laureado actor encarnó el papel de un enajenado veterano de la Guerra de Corea, en “Taxi driver”, uno de los más emblemáticos filmes del maestro neoyorkino Martín Scorsese.

Otro título imperdible que visualiza los problemas de salud mental es “Cisne negro” (2010), del rupturista  cineasta Darren Aronofsky, que le valió un Oscar a la formidable actriz Natalie Portman.

Tal vez, la última película que pone en el centro el tema de la salud mental sea “Guasón” (2019), de Todd Phillips, que le permitió a Joaquin Phoenix ganar el Oscar al Mejor Actor, por su impresionante interpretación de un psicópata asesino serial. Este film tuvo una secuela, que si bien no alcanzó el suceso de taquilla de la propuesta original, prolongó el debate en torno a conductas abiertamente descarriadas y, en muchos casos, disociadas de la realidad.

Estos son apenas algunos de los múltiples títulos que presentan, con mayor o menos énfasis y dramatismo, diversos cuadros de agudas disfuncionalidades emocionales en el cine, algunos de los cuales refieren no sólo a patologías individuales sino también colectivas.

En ese contexto, “Cómo ser normal en un mundo extraño”, film del realizador austríaco Florian Pochlatko, analiza nuevos ángulos en torno a las  afeccionen mentales y su abordaje en una sociedad europea desarrollada, que en esta materia no se desmarca demasiado de lo que sucede en un país periférico como Uruguay.

No en vano, la protagonista es Pia (Luisa-Céline Gaffron), una joven de 26 años de edad, quien, tras permanecer internada en un sanatorio psiquiátrico, regresa a la casa de sus padres en Viena.

Si bien en el centro hospitalario su estadía no fue naturalmente placentera, en su domicilio parece estar absolutamente desubicada y también en la sociedad en la cual vuelve a interactuar, luego de un prolongado ostracismo.

¿Por qué no se adapta a ese mundo que ahora le parece ajeno? Porque es una chica diferente, que, como lo establece claramente el título de esta película, procura ser “normal” en un mundo extraño. En este como en otros casos, la normalidad es un concepto naturalmente subjetivo, ya que lo que es normal para la mayoría es acatar las reglas y el estilo de vida de la sociedad, que tiene naturalmente sus disfuncionalidades.

En efecto, normal es un derivado de norma, lo cual parece ser el punto de partida de este film profundamente reflexivo, que indaga en las patologías subyacentes de una sociedad sólo ideal en su superficie pero profundamente enferma de violencia, partiendo de la premisa que la violencia tiene diversas expresiones, como la pobreza, la discriminación, el maltrato y el acoso psicológico.

En ese contexto, ¿por qué el título de este largometraje alude a un mundo extraño? Sin dudas, porque el vocablo extraño alude a la ajenidad o bien, en este caso, a que la protagonista percibe a la sociedad y aun a su familia como algo ajeno a sus intereses y sentimientos.

Para esta joven y atribulada mujer, que consume todos los días una excesiva cantidad de psicofármacos por prescripción médica y come como un animal salvaje y no como una persona, los problemas de adaptación se trasladan a su estudio y también a un trabajo inestable, que  no le permite integrarse a un grupo como es usual en todas las actividades laborales colectivas, ya que ella es diferente y percibe esos lugares y a esas personas como disociadas de su sensibilidad.

Aunque sus progenitores parecen amarla, en realidad no lo demuestran con demasiada efusividad, más allá que ambos tengan sus propios problemas, fundamentalmente en la esfera laboral. Incluso, a su modo también padecen problemas emocionales.

En ese contexto, la joven se siente aislada y desolada, porque tampoco se reencuentra con su novio, quien, aunque afirma que la ama, tiene otra pareja, que es “normal” y no compleja como la protagonista.

En todos los ámbitos en los cuales interactúa, Pía cosecha el rechazo, incluyendo hasta de su propia familia. Lo que sucede es que para la generalidad de la gente una persona que padece disturbios mentales es como una suerte de leprosa, pese a que su patología psiquiátrica naturalmente no contagia, pero sí requiere más ayuda y apoyo que nunca.

En esas peculiares circunstancias, la protagonista experimenta alucinaciones que parecen reales, aunque sólo sean producto de su psiquis enferma y agobiada por la incomprensión. Esas visiones adquieren por momentos perfiles pesadillescos, propios de alguien que consume algún alucinógeno. Sin embargo, lo único que consume la joven son los medicamentos recetados por el psiquiatra. Queda la duda si esos fármacos mejoran su conducta, sólo se limitan a contenerla emocionalmente o, por el contrario, la exacerban y la tornan aun más desenfrenada.

Si bien en ningún momento se especifica qué cuadros clínicos padece la joven, todo parece indicar que se trata un trastorno bipolar, porque pasa de estados de euforia a traces depresivos.

Sin embargo, en función de los síntomas más visibles, también puede padecer un trastorno de ansiedad generalizado, que es la patología más común de nuestro tiempo y hasta algunos cuadros radicalmente depresivos. Sin embargo, tal vez el problema más severo no sea la enfermedad en sí misma, sino la falta de comunicación con su entorno, porque nadie parece entenderla y, en cambio, se opta por estigmatizarla y hasta por criminalizarla.

El único que parece sintonizar con la joven es un niño, que comparte sus juegos con alguien bastante mayor que él. Ambos se divierten juntos, porque construyen su propio mundo de fantasía, totalmente ajeno al atribulado mundo de los adultos.

¿Realmente la protagonista tiene interés en integrarse al universo de los adultos, que también padecen alienaciones de diversa índole, aunque no estén diagnosticadas, porque sus conductas son normales para el común de la gente?

Tal vez prefiera seguir sumida en sus tribulaciones y vivir con intensidad un mundo interior cuasi surrealista, por más que, por momentos, este se transforme en un auténtico tormento cuando afloran las alucinaciones. En ese universo paralelo también abundan el miedo y sufrimiento, aunque la protagonista lo vive como una película o más bien como una pesadilla que, cuando termina, le pone coto a la angustia. 

Una denuncia realmente contundente es que, aparentemente, en el país natal del autor los pacientes psiquiátricos, además de ser rechazados y segregados, son también supliciados, en tanto son tratados casi como delincuentes. En tal sentido, la escena final de esta película es elocuente, cuando la protagonista es rodeada por una multitud de policías virtualmente armados a guerra, que la reprimen como si se tratara de una criminal peligrosa, pese a que se trata de una persona inofensiva.

Ese accionar inhumano es un auténtico retroceso a tiempos pretéritos, cuando los enfermos mentales eran tratados casi como animales, encerrados y hasta torturados. Si lo que afirma el cineasta en este largometraje es veraz, Austria no tiene ninguna autoridad para considerarse un país desarrollado, porque esas prácticas y abusos de autoridad son más propios de las naciones periféricas que de los países denominados centrales, del catalogado como primer mundo.

Una de las intrínsecas virtudes de esta película, que es naturalmente inusual, es observar al mundo y la sociedad a través de la óptica de una persona que, por diversas circunstancias, no pertenece a los paisajes cotidianos que se suelen calificar como normales, por más que estén poblados de tragedia o de actos de locura.

Lo concreto es que muchas de esas patologías sociales están naturalizadas y, en ese contexto, se transforman en normales, porque o las observamos en nuestro entorno o bien las consumidos a través de los medios de comunicación, sin inmutarnos ni conmovernos.

Lo más dramático no son los pacientes psiquiátricos inofensivos que sólo se hacen daño a sí mismos y a su entorno. Peor aún son los dementes con poder, como el presidente de los Estados Unidos Donald Trump, que tiene delirios de grandeza nacidos de su origen privilegiado y de su condición de mandatario de un país imperialista, el cual siempre se creyó y aun se cree con derecho a intervenir militarmente en cualquier territorio del planeta y a bombardearlo, sin reparar en las eventuales consecuencias.

Otro consumado alienado es el presidente argentino Javier Milei, que se autoproclama como un enviado de Dios destinado a salvar la Argentina, quien está matando de hambre a los jubilados y cuando estos se lanzan a la calle para ejercer el legítimo y inalienable derecho de protesta, los manda reprimir como si fueran delincuentes.

Todos estos sucesos, incluyendo la cruenta guerra de Ucrania y el genocidio que está perpetrando Israel en la Franja de Gaza, son consumidos, a través de los medios audiovisuales como normales, pese a que se trata de atrocidades y de prácticas abominables y obviamente irracionales. Sin embargo, salvo excepciones, nadie los califica como actos de locura.

Más allá de su mera procedencia, “Cómo ser normal en un mundo extraño” es un film que sin dudas nos interpela y nos induce a reflexionar que todos somos parte del problema pero también de la solución, en lo que atañe abordaje maduro y responsable de la salud mental desde el punto de vista clínico y al acompañamiento desde el lado humano.

Esta película, que impacta por su descarnado realismo, sugiere que, en algunos casos, un paciente psiquiátrico puede sentirse más cómodo y protegido en un centro médico especializado, que en contacto con una sociedad que no lo comprende, lo estigmatiza y siempre le recuerda que no es “normal”, aunque el vocablo normalidad sea muy ambiguo y admita más de una interpretación. 

En ese contexto, este trabajo cinematográfico pone en cuestión incluso el propio concepto de libertad, recurrentemente acotada por las leyes, pero también por las creencias y los prejuicios.

En un reparto actoral altamente profesional,  sobresale la descollante actuación protagónica de Luisa-Célibe Gafaron, quien compone un papel que conmueve y remueve, iluminando con su sola presencia un film concebido en clave dramática y de alto valor testimonial.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

FICHA TÉCNICA
Ser normal en un mundo extraño (How to be normal and the Oddnessa of the other world).Austria 2025. Dirección: Florian Pochlatko. Guión: Florian Pochlatko. Producción: Golden Girls Filmproduktion. Fotografía: Adrian Bidron. Música: Rosa Anschütz. . Reparto: Luisa-Céline Gaffron, Elke Winkens y Cornelius Obonya. .

 

 

 

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