“Three windows and a hanging”: testimonios de la barbarie

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Los aberrantes crímenes devenidos de una guerra injusta e implacable con connotaciones dramáticas para sociedades impunemente agredidas por la desenfrenada violencia, constituyen la conmovedora materia temática de “Three windows and a hanging”, el film testimonial del realizador albanés Isa Qosja.

Esta película reproduce la memoria de inenarrables actos de barbarie perpetrados en el devenir de un conflicto bélico que sacudió la sensibilidad y la conciencia colectiva de la comunidad internacional.

Como se recordará, la denominada guerra de Kosovo, acaecido entre 1996 y 1999, enfrentó a independentistas albaneses con fuerzas de seguridad serbias y yugoslavas.

TESTIMONIO... (1)Este sangriento estallido de violencia coincidió con la denominada Guerra de Los Balcanes, en la cual participaron fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), una alianza militar que aglutina a las potencias occidentales.

Ambas conflagraciones tuvieron un luctuoso saldo de víctimas y flagrantes violaciones a los derechos humanos, con un no menos dramático componente adicional: la denominada “limpieza étnica”.

Como es habitual, la que más sufrió por las desavenencias políticas dirimidas en el campo de batalla fue la población civil, que padeció inmorales excesos y crímenes de lesa humanidad.

En ese contexto, esta película denuncia las graves secuelas tatuadas en los cuerpos y las memorias de algunas de las víctimas de esta auténtica tragedia humanitaria.

No en vano la historia está ambientada en  pueblo rural de Kosovo, en pleno proceso de reconstrucción de una sociedad agredida por la patología de la guerra, apenas un año después del cese de las hostilidades.

Por supuesto, la sensibilidad de la comunidad aun está impactada por tan infaustos acontecimientos y en una situación de alerta por la subyacente tensión reinante en la región.

En ese marco, ese volcán aparentemente apagado entra nuevamente en erupción, cuando todos se enteran del testimonio de una lugareña a una cadena informática internacional, quien denuncia haber sido violada.

El depositario de la inquietud colectiva es el alcalde Uka (Luan Jaha), quien ejerce una suerte de gobierno patriarcal, con la impronta de rancias tradiciones machistas que gobiernan las voluntades y conciencias de los ciudadanos.

Tal revelación constituye, a todas luces, un auténtico acto de osadía que puede detonar una profunda conmoción social y un escándalo de reales proporciones.

Por supuesto, aflora a la superficie el falso pudor de un conglomerado humano que alberga en su seno -por acción u omisión- el estigma de la complicidad.

El blanco de las sospechas es la maestra Lushe (Irena Cahani), quien acusa a las fuerzas serbias de haberla ultrajado, al igual que a otras tres mujeres.

Empero, en lugar de reaccionar con la rebeldía y el sentido de justicia requeridos, la sociedad local opta por redoblar la apuesta contra la víctima, a quien pretende expulsar del pueblo. Ulteriormente, otros testimonios confirman la veracidad de la grave denuncia.

Esa actitud corrobora la culpa que subyace en el colectivo social, que pretende sepultar el episodio en su dimensión más dramática antes que asumirlo como corresponde.

En esas circunstancias, el demoledor peso de la impunidad se transforma en una suerte de estigma, al igual que en el caso de los otros pueblos que han soportado estoicamente idénticas tropelías, tanto en situaciones de guerra como bajo dictaduras liberticidas como la que detentó el poder en nuestro país durante doce largos años de ignominia.

En buena medida, las elocuentes confesiones de las víctimas demuelen el aparentemente impenetrable muro de silencio erigido en torno a los horrores de un conflicto que sólo sembró tragedia y desolación.

Isa Qosja sabe administrar las tensiones originadas por una coyuntura realmente imprevista, ensayando un agudo retrato psicológico que revela la doble moral y las actitudes ambiguas de un conglomerado humano.

En ese contexto, el cineasta transforma radicalmente la fisonomía de una historia que inicialmente discurre como una comedia y luego muta en drama, con fuertes resonancias reflexivas y emocionales.

Este es un cine áspero y construido de gestos, donde el primigenio embrión de la culpa y la vergüenza se transforman en enfermedad y, finalmente, en una epidemia que todo lo contamina.

“Three windows and a hanging”, que se proyecta en Sala Cinemateca 18 sin traducción al español, es un demoledor testimonio alegórico sobre las graves secuelas de la barbarie, que reflexiona sobre la valentía, el miedo y la indigna complicidad.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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