“Laberinto de mentiras”: sórdida conspiración de silencio

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Una abominable conspiración de silencio destinada a encubrir a los autores materiales e intelectuales de horrendos crímenes contra la humanidad es la materia temática que propone “Laberinto de mentiras”, la película alemana testimonial del realizador milanés Giulio Ricciarelli.

El film, que es la ópera prima del cineasta italiano, recrea el mega-juicio entablada contra un grupo de nazis que perpetraron incalificables actos de barbarie en el campo de concentración de Auschwitz.

El proceso penal, que transcurrió entre 1963 y 1965, sentó en el banquillo de los acusados a decenas de asesinos que cometieron toda suerte de tropelías durante el gobierno autoritario encabezado por Adolf Hitler.

La historia está ambientada en Frankfurt, que por entonces, al igual que el resto de Alemania, estaba en pleno etapa de reconstrucción, tras la demoledora derrota militar padecida en la Segunda Guerra Mundial.

Luego de los Juicios de Núremberg patrocinados por los aliados entre 1945 y 1946, en cuyo marco fueron condenados numerosos funcionarios y colaboradores del régimen, otros tantos criminales permanecieron impunes.

LABERINTO DE.. (1)En ese contexto, se generó en la sociedad germana una suerte de ominosa complicidad, que apostó claramente a la desmemoria y al literal entierro de un pasado de espanto.

Salvando las obvias diferencias de escala, esa inmoral operación de encubrimiento también se suscitó en nuestro país durante los veinte años posteriores al epílogo de la dictadura liberticida.

El relato se centra en la temeraria épica de Johann Radmann (Alexander Fehling), un joven fiscal que por entonces se ocupaba de casos judiciales de escasa o nula relevancia.

Sin embargo, el destino lo transformó en un auténtico protagonista de la historia, cuando aceptó el desafío de asumir las investigaciones para esclarecer las violaciones a los derechos humanas perpetradas en el campo de exterminio de Auschwitz, con el monstruoso doctor Josef Mengele como ineludible referente.

Desde el comienzo de la narración, se advierte la actitud displicente de los funcionarios judiciales, cuando un testigo comparece en tribunales con una denuncia que amerita ser investigada. Empero, la mayoría de los magistrados desestima la imputación, corroborando una arraigada tendencia a no comprometerse con un tema tan crudo y doloroso.

Por supuesto, esa tesis es compartida por la sociedad de la época, que prefiere no saber o ignorar lo qué sucedió antes de enfrentar la verdad en su dimensión más dramática.

La excepción a la regla la constituyen precisamente Johann Radmann y el periodista Thomas Gnielka (André Szymanski), quienes no temen exponerse a represalias con tal de abrir una brecha en ese auténtico muro de silencio.

En ese contexto, ambos se trasforman en una suerte de parias y renegados sociales, recurrentemente hostigados por ex nazis que aun conservan un considerable poder.

Por supuesto, esa irracional impunidad queda corroborada cuando se reclama a las autoridades la remoción de un maestro de escuela que participó en la represión y este igualmente permanece al frente de sus clases.

En esas circunstancias, el contencioso penal deviene en una odisea de búsqueda entre miles de expedientes en atiborrados archivos y de testigos dispuestos a declarar.

Esa ardua tarea transforma al relato en una experiencia cuasi kafkiana, en la cual los protagonistas oscilan permanentemente entre acusadores y acusados.

Esa tensión, marcada siempre por la más amarga de las ambigüedades, incluye el romance del protagonista con Marlene Wondrak (Friederike Becht), una joven diseñadora de ropa.

Partiendo de la premisa que todos tienen algo de ocultar o que olvidar, la subyacente tragedia penetra hacia el interior de las propias instituciones democráticas de la nueva Alemania, nacidas de una fragilidad extrema por los efectos residuales de una historia reciente de pesadilla.

Giulio Ricciarelli administra con rigor e indudable sabiduría las conductas psicológicas y emocionales de los personajes, en el marco de una agobiante atmósfera signada por el miedo, la alienación colectiva, la culpa, el odio, la indiferencia y la desconfianza.

“Laberinto de mentiras” es un auténtico docudrama concebido mediante un lenguaje sobrio y moroso, que denuncia sin ambages las demenciales atrocidades perpetradas por los criminales nazis sin recurrir a escenas escabrosas o inconvenientes.

En efecto, todo el horror de la hecatombe está retratado en las declaraciones de los testigos y aun en las actitudes de flagrante complicidad, en una película valiente, removedora y de superlativo valor testimonial.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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