“Kóblic”: guerra privada en tiempos de dictadura

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Una tensa intriga policial de alto impacto con la despiadada dictadura liberticida argentina como ominosa escenografía histórica, es la propuesta artística de “Kóblic”, el film del realizador y guionista Sebastián Borensztein. La película, que está ambientada en 1977, entrecruza géneros, discurriendo entre el cine directamente testimonial, el policial negro y- si se quiere hasta el western, en la medida que su desarrollo replica la estética de dicha vertiente cinematográfica.

Aunque no se trata de una historia revisionista que aborde primordialmente el pasado reciente, el gobierno autoritario que asoló al vecino país entre 1976 y 1983 y asesinó o desapareció a más de 30.000 opositores, está desde el comienzo en el foco del relato.

En efecto, el protagonista es el capitán Tomás Kóblic (Ricardo Darín), piloto de aviones militares durante el gobierno autoritario, quien participa en los ominosos vuelos de la muerte.KOBLIC (12)Con esa demoledora carga de conciencia a cuestas el oficial de la armada decide desertar y refugiarse en Colonia Helena, un pequeño y cuasi olvidado pueblo de la provincia de Buenos Aires.

El propósito de esa suerte de “divorcio” con sus antiguos camaradas de armas es dejar atrás su pesadillesco pasado, luego de haber cometido un acto de desacato al negarse a cumplir una orden directa en pleno vuelo.

Esa dramática contingencia es planteada inicialmente en forma casi subliminal, en tanto únicamente se visualiza en la memoria del renegado oficial.

Las imágenes, que afloran como perturbadores pantallazos, permiten inferir que el piloto ha sido indirecto protagonista de más de una experiencia de exterminio de presos políticos durante la feroz tiranía que sojuzgo a los argentinos y los condenó a un tiempo de horror.

Empero, la paz que busca Kóblic en ese paraje semi-rural que tiene mucho de exilio voluntario y hasta de destierro, será ciertamente una auténtica quimera. Por supuesto, para encubrir su identidad se sumará a una pequeña empresa de fumigado de cultivos, piloteando un pequeño avión que padece graves desperfectos mecánicos.

Sin embargo, esa circunstancia le permitirá mantenerse en una suerte de anonimato, sin que nadie sospeche quién es y cuál es el propósito de su efímera estadía.

No obstante, corroborando que en los pequeños pueblos todo se sabe, Kóblic se transforma en blanco de la curiosidad de sus vecinos, particularmente del comisario Velarde (Oscar Martínez).

Este oscuro personaje no es un policía tipo, sino un delincuente con autoridad que gobierna en forma prepotente a la población como si se tratara de un sheriff de un western del lejano oeste norteamericano.

Aunque es responsable de reconocidos actos de pillaje y abigeato, Velarde sostiene su omnímodo poder en sus vínculos con los militantes que gobiernan el país con ilimitada prepotencia. Nadie razonablemente osa desafiar sus órdenes y decisiones, porque correría el riesgo de ser asesinado o desaparecido sin más trámite.

En tales circunstancias, la película se desarrolla como una suerte de guerra privada entre el comisario y el forastero, quien a su vez se involucra sentimentalmente con Nancy (Irma Cuesta), la pareja de un recio lugareño que está dispuesto a todo con tal de salvar su mancillado honor de marido engañado.

KOBLIC-- (2)

Estos y otros ingredientes transforman a “Kóblic” en un policial cargado de superlativo suspenso, en cuyo marco la desaparición de dos personas deviene en fuente de ulteriores conflictos.

Trabajando minuciosamente la psicología de los personajes protagónicos, Sebastián Borensztein imprime a su relato la tensión y violencia requeridas.
Por supuesto, a la confrontación entre Kóblic y Velarde se suman los efectos residuales del pasado del piloto que nuevamente afloran en el epílogo de la historia.

Aunque en el film no aparecen tropas armadas a guerra ni se registran operativos militares como era habitual en la época, la agobiante atmósfera sugiere un tiempo histórico realmente perverso y ominoso.

Incluso, hay una secuela simbólica que testimonia el estado de postración de un país entero, cuando el piloto emplea el poder de su uniforme para saldar un conflicto privado, que deviene, a la sazón, en un acto de justicia.

Aunque no se trata de un film memorable ni nada que se le parezca, “Kóblic” logra condensar un pequeño fragmento del horror que se instaló en la Argentina durante ocho largos años de padecimientos y violencia política.

En ese marco, la sobria y medida actuación de Ricardo Darín como el introvertido protagonista contrasta claramente con el estereotipado personaje que encarna el no menos talentoso Oscar Martínez.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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