CINE – Las deleznables miserias de la guerra imperialista de escala global cruzadas por improbables dilemas morales de quienes detentan el poder, constituyen el sustento temático de “Enemigo invisible”, el thriller político británico del realizador sudafricano Gavin Hood.
Aunque se trata de una historia de ficción, la película reproduce una escenografía de violencia bastante probable, acorde con el estado de tensión mundial contemporáneo.
El relato evidencia que la mayoría de las guerras del presente no son convencionales como en el pasado y no siempre se dirimen en el mero campo de batalla.
En efecto, este giro radical en las características de los conflictos se opera a partir de una revolución tecnológica que ha modificado la correlación de fuerzas y la lógica confrontacional.
La propia experiencia de las sangrientas invasiones a Irak y Afganistán por parte de una coalición occidental encabezada por los Estados Unidos, corrobora el alto grado de sofisticación de los armamentos y los equipos bélicos.
Otro factor que coadyuva a tornar más complejas a las guerras es la nueva modalidad de combate de los enemigos de las grandes potencias imperiales, que desestiman la confrontación abierta y optan por operaciones focalizadas de alto impacto.
Partiendo de la premisa que el concepto de terrorismo también debería comprender a los bombarderos masivos emprendidos por Occidente contra poblaciones civiles –que habitualmente son camuflados como operaciones contra objetivos militares- esta materia es altamente discutible.
En ese contexto, más allá de su mera estructura de thriller, “Enemigo invisible” es un drama bélico y también político, que ciertamente convoca a un profundo debate que atañe también a lo moral.
El film narra la peripecia de Katherine Powell (Helen Mirren), una oficial de inteligencia británica a cuyo cargo está la captura de una organización calificada por sus mandos naturales como “terrorista”.
Aunque en primera instancia la orden es aprehender a los líderes del grupo guerrillero y no eliminarlos, la convicción que el comando se prepara para un atentado suicida modifica el rótulo de la misión, que ahora conmina a aniquilar al enemigo.
Partiendo de la premisa que el teatro de acción es Nairobi, Kenia, y que se trata de una operación encubierta y no oficial, la primera reflexión que interpela al espectador crítico refiere a la impunidad de las potencias militares para desarrollar sus actividades fuera de su territorio.
Como en muchos otros casos, aquí hay una flagrante violación de soberanía cuyo único y cuestionable pretexto sería una acción de carácter preventivo para evitar presuntos “males mayores”. Empero, esta circunstancia, que por lo habitual está naturalizada, en modo alguno es cuestionada.
En cambio, el relato pone sobre el tapete un fenómeno contemporáneo que atañe a una nueva modalidad de conflicto: la guerra a distancia.
Esa es la clave de una historia que se desarrolla simultáneamente en varias regiones del planeta distantes miles de kilómetros entre sí: África, Inglaterra y los Estados Unidos.
El disparador de la narración es la decisión que deben adoptar las autoridades políticas y militares, ante un tan abrupto como inesperado cambio de escenario.
El punto de quiebre se produce con la aparición de una niña, quien queda atrapada en la zona de riesgo del planeado ataque occidental al refugio de los eventuales conspiradores.
El dilema lo plantea Steve Watts (Aaron Paul), el piloto del avión no tripulado responsable de la intervención militar. El es precisamente quien advierte a sus mandos naturales sobre dicha contingencia.
En ese marco, esta guerra de drones y de dispositivos de vigilancia remota vía satélite que se dirime más en los despachos que en el propio territorio, adquiere una dimensión aun más dramática.
Por supuesto, no está en tela de juicio si ese daño colateral es o no válido y necesario. La discusión, que se centra en lo políticamente correcto, discurre únicamente en lo que atañe a la imagen internacional.
“Enemigo invisible” es un film sin dudas controversial construido en clave de thriller, que recrea un escenario de omnipresencia del imperialismo, en toda su dimensión de impunidad para perpetrar intervenciones militares.
Aunque no resulta demasiado creíble que alguien sometido a jerarquía y a las reglas de la obediencia debida dude antes de actuar, el tema queda planteado para el debate.
Obviamente, sobresale el exultante trabajo protagónico de Helen Mirren como una oficial dura e inflexible y el del recientemente fallecido Alan Rickman, al frente de un reparto actoral que acompaña con solvencia.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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