El gobierno envió la Rendición de Cuentas al Parlamento en un momento económico difícil. La situación internacional no ayuda por las dificultades económicas de nuestros vecinos, Argentina y Brasil, por la incertidumbre europea después del Brexit y su prolongada crisis económica, por el menor crecimiento de EE UU y por algunas dificultades de China. Además internamente el PBI del primer trimestre de este año cayó 0,5% en comparación anual.
El objetivo del gobierno es atender prioritariamente el déficit fiscal y la inflación. No lo hace con las medidas ortodoxas que les exigirían las calificadoras riesgo (son parte de los grandes bancos privados y priorizan el pago de los servicios de la deuda externa) y el FMI. Estos pedirían un ajuste fiscal centrado en una rebaja mayor del déficit fiscal, basado en un fuerte descenso del gasto público y la contención salarial.
Les preocupa menos el déficit de balanza comercial, porque se resuelve con la entrada de capitales financieros, que vienen por la baja tasa de interés en el mundo desarrollado.
El gobierno se plantea la baja del déficit fiscal de un punto con respecto al PBI, por la vía de postergación de gastos que son efectivamente descensos y aumentos del impuesto a las rentas del trabajo. Desde el punto de vista de la equidad, debiera plantear también impuestos que afecten al capital y a la riqueza.
Para atender la inflación, además de la baja del déficit fiscal se ha fijado una política monetaria ortodoxa y contractiva. Ella no juega directamente sobre la inflación. Puede jugar sobre las expectativas de los agentes económicos, pero especialmente, la restricción monetaria obliga a que los que necesitan moneda nacional utilicen la venta de dólares para obtenerlo.
Ello significa la caída del tipo de cambio. Con ello intentan bajar la inflación, pero el descenso del tipo de cambio afecta la competitividad y el crecimiento. Cuando se plantea el tema del crecimiento el Ministro de Economía y Finanzas responde que ello se logra a través de la inversión nacional y extranjera, pública y privada.
Hay dos factores que vienen del pasado y dificultan el crecimiento: no hay estrategia de desarrollo y se mantiene el atraso cambiario. No se ha elaborado, en estos años de gobiernos frentistas, una estrategia de desarrollo que facilite una política sectorial, junto a la política macroeconómica, para atender sectores y rubros prioritarios. No hubo política industrial que pudiese atender una inserción económica internacional con exportaciones de mayor contenido tecnológico.
En estos días de vacaciones me encontré que es más caro comer en los restaurantes montevideanos que en los europeos, lo que es un nítido indicador de nuestro atraso cambiario. El Ministro de Economía dice que se requiere invertir para que haya crecimiento. Para invertir debe haber rentabilidad. Para que haya rentabilidad se requiere vender los bienes producidos. Para venderlos se requiere que haya demanda. Si la demanda es externa, la política cambiaria está más centrada en atender la inflación que la competitividad. Por lo tanto el tipo de cambio no ayuda a vender los productos en el exterior.
Si la demanda es interna, el consumo privado está cayendo y es factible que con las actuales pautas salariales siga descendiendo. Si en el gasto público sigue cayendo la inversión pública y se postergan determinados gastos en educación y salud, es muy factible que la demanda interna no crezca. Si la política cambiaria limita las exportaciones, el consumo privado desciende y el gasto público también, es muy difícil que se concreten las inversiones requeridas para que haya crecimiento.
Si no hay crecimiento habrá descensos de los ingresos fiscales y en consecuencia, para atender el déficit fiscal, habrá nuevas presiones para que siga descendiendo el gasto público. Vendrán los ajustes y la austeridad conocida, que tanto sufren los europeos y a través del cual afectaron profundamente a la sociedad griega, y mientras tanto, el déficit fiscal se mantendrá. No hay ninguna demostración empírica de que el déficit fiscal sea la causa central de la inflación.
En estos últimos años, los países desarrollados tuvieron muy elevados déficits fiscales y en lugar de inflación hubo deflación. Los diagnósticos del FMI y las calificadoras de riesgo han sufrido profundos reveses en el campo internacional y, especialmente en los países desarrollados, como históricamente se equivocaron en la América Latina.
De acuerdo a informaciones de prensa las calificadoras de riesgo están presionando y hay que demostrarles sus errores. Por supuesto, no deseo perder el grado inversor, pero no quiero que entremos en un proceso de austeridad que tendrá efectos muy negativos sobre la sociedad uruguaya.
Precisamos estrategia de desarrollo y política industrial. Necesitamos que la política cambiaria priorice la competitividad, para ayudar al crecimiento. El tipo de cambio real debe mejorar gradualmente para limitar sus efectos negativos sobre la inflación. Para ello debe actuar el Banco Central en el mercado cambiario, inclusive modificando su actual política monetaria.
Pero para que haya crecimiento en la coyuntura actual es imprescindible la función del gasto público y de los salarios para mejorar la demanda interna. Sin ella no habrá inversión y sin inversión no habrá crecimiento. Esto significa priorizar el crecimiento y el empleo, sin descuidar el déficit fiscal y la inflación. Puede significar leve crecimiento de la deuda pública pero los distintos indicadores financieros muestran su factibilidad. Lo importante es crecer y mejorar el empleo.
Por Alberto Couriel
Economista y ex senador
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