“Migas de pan”: el ominoso monstruo autoritario
Las incalificables violaciones a los derechos humanos perpetradas por militares contra mujeres durante la dictadura liberticida constituyen la materia temática de “Migas de pan”, la dramática y removedora película hispano-uruguaya testimonial de la realizadora uruguaya radicada en España, Manane Rodríguez.
El relato, que se inspira naturalmente en casos reales, narra la dantesca peripecia de una militante estudiantil que fue aprehendida por un comando represivo y sometida a tratos inhumanos y aberrantes en un cuartel, tras lo cual fue confinada en el Penal de Punta de Rieles.
En ese contexto, la joven presa política fue también despojada de la patria potestad de su pequeño hijo Diego, lo cual supuso una desgarrante ruptura compulsiva con sus afectos.
Al respecto, cabe recordar que en 2011 veintiocho ex prisioneras de conciencia denunciaron haber sido torturadas y sexualmente abusadas durante su período de reclusión en establecimientos militares.
A raíz de esta acusación y de la declaración testimonial del militar Asencio Lucero, la Justicia dispuso, el 14 de setiembre de 2015, el procesamiento con prisión del ex tupamaro Héctor Amodio Pérez, “como autor responsable de reiterados delitos de Privación de Libertad especialmente agravados en régimen de reiteración real entre sí”, según lo consignado por el auto procesal.
Las secuelas de esta experiencia realmente dramática son expuestas con singular explicitud, en una narración que destaca por su removedor realismo.
La protagonista de este film, que se desarrolla simultáneamente en la década del setenta del siglo pasado y en pleno siglo XXI, es Liliana Pereira (Cecilia Roth), una fotógrafa uruguaya exiliada en España.
La gratificante noticia que le llega a la distancia de que se ha transformado en abuela, remueve fuertemente los recuerdos de experiencias que tal vez desea olvidar.
La historia, que comienza en el presente, da cuenta de la angustia de la mujer, quien carga sobre sí con un pasado realmente aterrador y con el estigma de no haber podido ejercer la maternidad, en el marco de una conspiración entre el gobierno autoritario y su marido.
La primera escena, ambientada en una iglesia donde el Diego adulto contrae enlace, constituye el primer testimonio de esa radical disociación alimentada por la distancia, el tiempo y la mentira.
No obstante, el tramo realmente más visceral del relato transcurre naturalmente a mediados de la década del setenta, cuando la joven Liliana (Justina Bustos) -quien desarrolla sus actividades de resistencia a la dictadura por supuesto en la clandestinidad- es capturada y recluida en un cuartel.
Allí la aguarda el horror con mayúscula, en un pesadillesco espacio gobernado por el mayor Garona (Quique Fernández), un militar estricto, sanguinario y autoritario que comete toda suerte de tropelías con tal de obtener las confesiones que le permitan seguir desmantelando a las organizaciones opositoras.
En un sitio lúgubre, antihigiénico y mal iluminado, decenas de reclusos encapuchados, desnudos y con sus cuerpos supliciados y lacerados por la tortura, permanecen literalmente colgados del techo, en secuencias que impactan por su dureza y frontalidad.
En ese contexto de violencia extrema, subyace la prepotencia, la más terrible de las degradaciones, la humillación y el abuso, que en realidad fue bastante más riguroso con las mujeres.
Empero, esa suerte de orgía de odio y bacanal del dolor contrastan con la solidaridad y la ternura de las propias presas ulteriormente derivadas al Penal de Punta del Rieles, quienes comparten actividades recreativas individuales y colectivas, con el propósito de mitigar el intenso dolor devenido del encierro.
Esa comunión física y espiritual se transforma en una auténtica fortaleza, que resiste heroica y estoicamente a la deshumanización y la vesania de los criminales del gobierno autoritario.
Precisamente el título de esta película alude simbólicamente a artesanías elaboradas por las propias mujeres, con migas de pan como materia prima.
Este film constituye un demoledor testimonio sobre las aberraciones perpetradas por un aparato armado preparado para aplastar a sus víctimas y quebrarlas física y psicológicamente.
En ese contexto, el relato está narrado con la crudeza requerida, para que no queden dudas sobre la intrínseca crueldad de los monstruos uniformados que detentaron el poder absoluto durante casi doce años de plomo.
La actuación protagónica de la siempre estupenda Cecilia Roth al frente de un reparto multinacional altamente comprometido con el proyecto cinematográfica, transforma también a “Migas de pan” en una película realmente imperdible.
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Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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