Pocas fechas como el 12 y el 13 de octubre han despertado tanto interés en la historia, hipótesis, debates y leyendas, como estas dos. La primera, por ser el día del Descubrimiento de América, y la segunda, porque un 13 de octubre de 1307 miles de monjes guerreros pertenecientes a la Orden del Templo (Templarios) fueron detenidos y quemados en la hoguera. Sobre ambas se han originado controversias, y junto a las alabanzas, se multiplican las condenas. Lo que para unos fue un Descubrimiento, para otros significó el inicio de un genocidio. Si para unos es pura pero desconocida historia, para otros no deja de ser una historia mezclada con leyenda, como la misteriosa flota Templaria, acompañada de otro genocidio, el de sus monjes guerreros. Ambas fechas están marcadas con sangre. En ambas hubo, es lo más cierto, un auténtico exterminio: “indios” y monjes perecieron por una idea religiosa, y por el dinero.
He querido unir ambas fechas porque tienen mucho que ver, no solamente en su aspecto cruento, sino en las hipótesis y debates que ha levantado la supuesta llegada de los Templarios a América casi tres siglos antes que Cristóbal Colón. Los historiadores no se han puesto de acuerdo, y no va a ser este simple periodista aficionado más que a la historia en sí, a sus enseñanzas, quien dé la razón a uno u otro. No cabe duda de que Colón no era un loco aventurero, y alguna referencia tendría del aspecto del globo terráqueo, y de que navegando hacia el oeste encontraría tierra. Tampoco cabe duda de que, aunque al Nuevo Continente hubieran llegado antes otros marineros, o la misteriosa flota de la Orden del Temple (de las que no hay pruebas concluyentes), la llegada de Colón significó el Gran Descubrimiento que cambió la concepción que del planeta Tierra se tenía hasta entonces. Por fin se demostraba que era redonda, y no plana, y cuyo final no era, como su nombre indica, el Finisterre (finis terrae) en Galicia, el extremo más occidental de Europa. Con ese viaje también se acabaron falsos mitos que sobre la Mar Océana se habían propagado en la Edad Media: aves gigantescas que prendían los barcos en su pico y desde las alturas los arrojaban a las olas, monstruos, sirenas, dragones y miles de males que acechaban a quienes pretendieran surcar sus aguas.
¿Llegaron antes que Colón los Templarios? ¿Descubrimiento o genocidio?
Hay quien mantiene que antes de que Colón descubriera el Nuevo Continente, al que confundió con las Indias, otros habían llegado ya, entre ellos, los polinesios, los vikingos, y los Templarios. Sea quien sea quien llegara primero, lo cierto es que pruebas fehacientes de tales descubrimientos no han quedado; solamente dan fe de la hazaña hechos comprobados y verificados como ocurre con el viaje colombino. El descubrimiento de América fue obra de Colón y unos locos aventureros que como él dieron al mundo el giro más importante de la Humanidad. Desde ese descubrimiento el planeta Tierra no es el mismo. El Descubrimiento de América marca un antes y un después en la historia. Pero hay sombras y luces en tal aventura, entre ellas, el conocimiento y la seguridad que el marino de origen desconocido tenía de que navegando hacia el oeste encontraría un camino más corto para llegar a las Indias. Y se topó con un continente inmenso que a pesar de haberlo descubierto no pudo bautizar con su nombre, robándole los honores Américo Vespucio (1454-1512). ¿Sabía Colón a dónde iba? ¿Habían llegado antes otros barcos? ¿Quiénes eran?
Como siempre, el oro y otras riquezas minerales y naturales atrajeron a aventureros, avaros y locos por conseguir tesoros. Aunque España (y luego otros países europeos, peores todavía), llegó con la espada y la cruz, el resultado final fue uno de los mayores genocidios y expolios de la historia, en la que sucumbieron los nativos, y las variadas culturas que poblaban ese inmenso y rico continente. Por eso no debe extrañar que mientras unos celebran dicha conmemoración como hazaña y progreso, otros lo hagan pensando en la aniquilación de sus antepasados y la anulación de unas culturas que, de haber pervivido, hubieran aportado nuevos valores a nuestra civilización.
Pero no fue ese el inicio de privar de riquezas a los “salvajes”, probablemente otros viajeros lo habían venido haciendo anteriormente, aunque no haya pruebas contundentes. Entre ellos, los Templarios. Como sucede a menudo en la historia, los verdugos acabaron convirtiéndose en víctimas, e igual que ellos hicieron en esos supuestos viajes, lo mismo hicieron con ellos otros poderosos, movidos por la envidia y el peligro de amenaza a su poder, el poder real y el poder eclesial. Hablo del auge y caída de los Templarios, de su poder, de sus riquezas, y de sus conocimientos.
Algunos historiadores y muchos investigadores atribuyen la acumulación de poder, riqueza, y conocimientos de los monjes del Temple a elementos mistéricos y religiosos, adquiridos en sus viajes e intercambios culturales. Pero no deja de ser una quimera, y no pasa de leyenda atribuirlos a su función de guardianes del Templo de Salomón (del cual proviene su nombre) de donde extrajeron su tesoro y sus conocimientos que emanaban del Arca de la Alianza del que habla la Biblia, o de la posesión y custodia del cáliz de la Última Cena, conocido como el Santo Grial (derivado de la sangre de Jesucristo que recogió en esa vasija José de Arimatea). Teorías y elucubraciones sin fundamento real, producto de la superstición religiosa, y la ignorancia, que imperaba en la Edad Media, y que posteriormente se han encauzado por darles un sentido místico. Que tuvieran conocimientos que quizá se nos hayan escapado a los occidentales, es una verdad a medias. Lo cierto es que esos objetos, nunca encontrados, como la Mesa de Salomón que se supone vino a parar a Toledo, no podían ofrecer una fortuna material que cupiera en cofres, y mucho menos en la enorme cantidad que se supone de los materiales que la componían, oro, plata, y piedras preciosas.
¿De dónde, pues, y cómo llegó la Orden del Temple a acumular tal cantidad de riquezas? Su tesoro era tan real como las posesiones materiales, territoriales e inmobiliarias (castillos, fortalezas, palacios, caballos y logística guerrera). Todas ellas eran fruto bien de contratos, réditos y créditos que concedían -fueron los inventores de la banca- a Reyes y Papas, bien de las donaciones que grandes señoríos de la época, ricos feudales y familias poderosas, les hacían por motivos tanto defensivos como religiosos. Incluso llegaron a poseer la mayor flota y mejor dotada de todos los reinos medievales, cuyos puertos de atraque se esparcían por los dos mayores mares conocidos, el Mediterráneo, con San Juan de Acre (Israel) en el este, y el Atlántico, con las costas portuguesa y francesa, principalmente, destacando en esta última La Rochelle, en la costa occidental de Francia, punto estratégico que controlaba el mar del norte y el Cantábrico, y Marsella y Colliure en el Mediterráneo.
La riqueza del Temple pudo venir de América
Por motivos económicos y el peligro que significaba su poderío para reyes y papas, desató la ira y la avaricia del rey francés Felipe IV, que les debía mucho, y del Papa Clemente V. Éste, instigado por el rey suprimió la orden acusándola de herejía, y Felipe IV se encargó de apresarlos en una redada relámpago en la noche del 13 de octubre, viernes, de 1307, a la par que dictaminó que todos sus bienes se trasferirían al tesoro del reino galo. Más de 15.000 Templarios fueron arrestados. Como dimos cuenta en otro reportaje, su Gran Maestre, Jacques de Molay, fue detenido, torturado y quemado vivo frente a Notre Dame, en París, junto a otros jerarcas. La Orden más poderosa y rica desaparecía tras 200 años de ascenso meteórico, y riquezas, con el beneplácito hasta entonces del papado.
Su desaparición es otro enigma. Sin duda no pudieron ser exterminados todos los monjes guerreros. Si bien la redada se hizo en el más absoluto secreto y perfecta coordinación por tropas y agentes papales y reales, nadie concibe que sorprendiera a una organización tan poderosa que contaba con sus espías en la corte y en el Vaticano. Muchos murieron pero muchos escaparon o se integraron en otras órdenes religiosas y caballerescas (en España la Orden de Calatrava, de similares características, con la que ya tenían contactos).
Independientemente de las leyendas, se da por cierto que el Temple a medida que fue acumulando riquezas y poder, fue adquiriendo barcos con los que poder hacer viajes de Europa a Tierra Santa para cumplir su misión de defensa de los Santos Lugares, y para comerciar con el excedente de sus productos de las encomiendas, tierras, granjas y ganadería. En las costas de Europa, de norte a sur, de este a oeste, establecieron una serie de rutas marítimas que salían de puertos europeos como los mencionados. Acabaron formando una de las mejores flotas, y llegaron a conocer los secretos de la navegación extraídos de los fenicios y los romanos. Controlaban todas las costas mediterráneas y atlánticas conocidas, con puertos en España, Italia, Francia, Israel, Chipre, Portugal, Flandes y el norte de Europa. Uno de los más importantes era La Rochelle, su centro neurálgico en el Atlántico. Al ser un punto estratégico, estaba muy protegido por 35 encomiendas, en un radio de 150 kilómetros.
Con su flota ayudaron a Ricardo Corazón de León, y a nuestro rey Jaime I, el Conquistador, atracada en los puertos de Barcelona, Baleares, Marsella y Colliure.
Pero echemos proa al noroeste de Francia. La grande y desconocida flota templaria estuvo activa hasta 1307 en que comenzó la persecución a la Orden. Muchos miembros salieron huyendo con su “tesoro” y lo que mereciera la pena salvar, camino de ese puerto. Cargaron baúles y paquetes en 18 buques (13, según otras fuentes) y salieron navegando de La Rochelle evitando ser apresados, expoliados y encarcelados. Su destino es otro misterio que alimenta la leyenda. No se sabe si se reagruparon en otro puerto con otras naves, pero se sospecha que embarcaron para dirigirse al lugar más seguro: al desconocido Nuevo Continente.
¿Dónde desembarcó la flota y escondieron su tesoro?
La desaparición de esta flota ha provocado mil teorías sobre los lugares a los que pudieron arribar los monjes guerreros, convertidos ahora en navegantes, así como el escondrijo de su cargamento, un gran tesoro acumulado durante décadas para salvarlo de la avaricia de Felipe IV. Después de pasar por Escocia, Portugal y Sicilia, donde en principio se irían agrupando, se da por seguro que embarcaron camino del Nuevo Mundo, desconocido por el resto de occidentales. Una ruta que probablemente conocieran de sus anteriores travesías. En esos lugares de paso, como Portugal dejaron parte de sus conocimientos de navegación por ultramar que luego aprovecharon otros marinos como Vasco de Gama o Enrique el Navegante, y el afán por la navegación de los portugueses. También puede ser que a Colón le llegaran dichos conocimientos y su interés por navegar hacia occidente.
Son algunas de las razones de los que blanden la hipótesis de que los Templarios conocían y habían descubierto América, de donde se habían proveído anteriormente de riquezas, oro y plata, origen de su inmensa fortuna, conseguida en menos de un siglo. Sea cierto o no, hay indicios de que al menos arribaron a las costas de Canadá, a Nueva Escocia.
En la isla conocida como Isla del Roble (Oak Island), en 1795, tres pescadores del pueblo de Chester, descubrieron, a los pies de un roble centenario, la polea de un viejo barco de esa época. Pensando que hubiera otros restos, comenzaron a excavar y encontraron una cueva de donde partían túneles subterráneos en forma de laberinto. Acudieron otros investigadores para conocer el hallazgo y su razón, incluso trataron de recorrer ese laberinto bajo tierra, pero no encontraron sino la muerte. Otro de los misterios que sigue aumentando la leyenda de esta orden de la espada y la cruz. En 1972 siguieron las investigaciones con más medios técnicos, introduciendo en un pozo una cámara especial fotográfica para verificar qué podía haber en el fondo. Las fotografías revelaron que había un cofre grande que pretendieron rescatar, pero fue imposible. Como había sucedido en otras ocasiones, cuando se descubría un nuevo túnel y se pretendía avanzar por él, los subterráneos se inundaban de agua impidiendo su exploración.
Hay muchas más teorías y testimonios, como la mazorca de maíz de la capilla de Rosslyn, levantada por los nietos de Henry Saint Claire, y un anillo con la inscripción “Secretum Templi”, que vincula a esta familia escocesa con los Templarios, a los que ayudaron ofreciéndoles refugio, y explica su enorme riqueza. Henry Saint Claire con 300 colonos y doce embarcaciones desembarcó en Nueva Escocia en 1398 y al año siguiente regresó a su Escocia natal, según cuenta Andrew Sinclair, uno de los nietos, en su libro “La Espada y el Grial”.
Para resumir, apuntaré la última hipótesis sobre la desparecida flota templaria, por estar emparentada directamente con el Descubrimiento de América, llevado a cabo por los españoles, objeto de este reportaje.
Otra teoría apunta que la misteriosa y fugitiva flota templaria llegó a México en 1307 desde La Rochelle huyendo de la persecución. Usaron una ruta semejante a la que utilizó Colón e hicieron escala también en Canarias, como Colón, donde probablemente esconderían parte de su tesoro. Siguieron una ruta que los propios Templarios habían utilizado tiempo atrás, entre los años 1272 y 1294. Uno de los que mantiene esta teoría es el investigador y escritor francés Louis Charpentier (1905-1979). En su libro sobre los Templarios argumenta que esas minas de plata de las que componían su tesoro, estarían ubicadas en el Yucatán (México). Y ofrece testimonios en consonancia con el Descubrimiento de América por los españoles. Los marinos Templarios cruzaron el Atlántico y llegaron hasta las costas americanas, 100 años antes que Colón. Argumenta el escritor francés, dedicado a temas ocultos, que corría la leyenda de que cuando los conquistadores españoles llegaron a la Península del Yucatán, escucharon que unos hombres blancos ya habían estado allí y que habían entregado su conocimiento a los nativos. Se supone también que mucha de la plata que los Templarios acumularon provenía de Suramérica: Argentina, que recorrieron desde el noreste, y los ríos Paraná, Paraguay, y desde Punta del Este en Uruguay, por todo el río de la Plata hasta lo que hoy llamamos Buenos Aires, donde construyeron un fuerte, llegando desde aquí a la región de Chubut y la Patagonia, sin olvidar Brasil y las maderas que desde sus puertos traían a los fuertes de Europa.
Testimonios de religiosos que acompañaron a Colón aseguraban que los “indios” no se extrañaron al ver las cruces y hábitos de monjes y guerreros porque las habían visto antes, ya las conocían. Por otra parte, las culturas precolombinas tenían la idea, porque sus dioses y augurios así lo habían anunciado, de que “llegará un día en el que vendrán por mar grandes hombres vestidos de metal que cambiarán nuestras vidas”. Los nativos, pues, creyeron que quienes llegaban eran dioses.
Esas creencias religiosas, junto a las enfermedades que llevaron los conquistadores, hicieron posible la conquista de un mundo nuevo. Si hubo antes otras llegadas, no se sabe con certeza. Luego vino el genocidio, el expolio, y la rapiña a gran escala por parte de los europeos. Como hicieran hace siete siglos los Templarios devolviendo a su lugar de origen el tesoro acumulado, sería justo y equitativo que hoy los europeos les devolvieran algo como recompensa y sufragio por lo que usurparon del extenso continente. Un rico continente machacado por una civilización que se creía superior.
Por Ramón Hdez de Ávila
Crónica de nuestro corresponsal en España
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