Atreverse a pensar

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El pensar es un proceso demorado. Pensar con hondura y amplitud implica hacerlo sin barreras que lo angosten y lo lleven a un mero ejercicio retórico de repetición de mentiras o medias verdades.

Por eso es que el pensar no es fácil ni cae como maná del cielo. Es un proceso, al mismo tiempo, personal y colectivo.

Para iniciar el largo y hermoso proceso que nos llevará a pensar reflexivamente, es indispensable tener las necesidades básicas satisfechas, bien como un hogar donde el respeto y cierta libertad con dignidad, sea la norma y no la excepción.

Todo lo cual estará respaldado, al menos en su aproximación primera, seria y sistemática, desde un Estado que sea Hector-Valle-inclusivo y, por consiguiente, tenga políticas sociales, que tanto amparen como ambienten aquel primer lugar donde la persona deviene humana: el hogar.

Casi que de inmediato, el mismo Estado debe velar, sea directamente, a través de la Enseñanza Pública, Gratuita y Obligatoria, sea indirectamente, a través del contralor oficial de programas, procedimientos y conductas de las instituciones privadas de enseñanza, que deben estar en línea con las oficiales, toda vez que el país es uno y su sociedad también, evidentemente.

En este sentido, el proceso formativo de la persona hacia una condición humana liberadora y responsable que alcanza con entera consciencia la condición y abarcación del ser ciudadano, se hará realidad si a lo largo del proceso educacional aquella recibió, con solvencia y progresión una formación en Humanidades destacable, sin restar importancia, naturalmente, a las ciencias exactas.

Es la formación en Humanidades la que le dará, junto con las otras ciencias, a la par de la formación en el hogar y en el medio social en el que interactúe, el grado de libertad para poder iniciar el proceso de pensar, en su face más liberadora.

Todo lo cual, a la postre, redundará en la concatenación de los dos pensares: el pragmático y el reflexivo que la conducirán, o no, depende esto siempre de las interacciones familiares, sociales y educativas, en una persona que pueda lograr un lugar en el mundo, desde la esfera de acción cotidiana que le permita emanciparse y, así, recomenzar el ciclo de la vida humana.

El proceso educativo culmina o, mejor dicho, tiene un primer gran momento cuando la persona se forma en los claustros universitarios. Siempre, claro esta, que en los mismos se tenga especial énfasis en la formación de profesionales y ciudadanos.

En todo este discurrir lo que está en juego, ni más ni menos, es la dignidad de la persona humana y, por extensión, de la sociedad que la congrega.

Con el conocimiento filosófico y académico, uno no aprende verdades. En todo caso, uno aprende a cuestionarlas, a ponerlas en cuestión, al exponerlas a una crítica severa que, a la postre, dará o no la aprobación a la certidumbre de aquellas, pero que en el camino, nos enseñará a interrogar e interrogarnos.

Dentro de las Humanidades, la Filosofía, y con ella el filosofar, es como el sancta sanctorum del regio edificio de una Universidad superadora.

Con el conocimiento filosófico y académico, uno no aprende verdades. En todo caso, uno aprende a cuestionarlas, a ponerlas en cuestión, al exponerlas a una crítica severa que, a la postre, dará o no la aprobación a la certidumbre de aquellas, pero que en el camino, nos enseñará a interrogar e interrogarnos.

Es ese ejercicio, ese conocimiento dinámico y revulsivo, el que nos hará poseedores de aquello que temen los que nos prefieren mansos e ignorantes: el pensamiento crítico.

Es en ese momento de nuestras vidas, que puede suceder tempranamente como no, en que nos atrevemos a pensar

Sí, atreverse; porque al hacerlo, y conjugarlo con nuestro diario existir, sin fisuras ni bipolaridades, esto es, sin dobleces, nos hará libres pero a la vez que seres objeto de atención para quienes, desde las casamatas de los guardianes de la clase dominante, otean el horizonte en busca de ciudadanos erguidos, pensantes y poseedores de atributos pragmáticos.

Ciudadanos con tal formación, con tal capacidad para pensar, pragmática y reflexivamente, constituyen, perdónesenos el término economicista, un activo social, en tanto en cuanto pensar se piensa, verdaderamente, desde la arena de lo social, llevando antes que la palabra al otro, la facultad de cuestionar verdades dadas y atreverse, reiteramos, a ser nosotros mismos, incluso desde el error, o desde el fracaso, algo tan común en la vida.

Lo que no suele ser común, muy a nuestro pesar, es el atributo humano de levantarnos del piso, dolidos y con moretones, con la fuerza que nos da nuestra formación en Humanidades, que nos reclama en nuestra consciencia moral, la necesidad de levantarnos, aligerar nuestras miserias y, munidos del otro saber indispensable, el pragmático, continuar el camino, no por tozudez, sino por el ejercicio de nuestro libre albedrío, el que nos indicará si es preciso hacer un alto, antes de continuar nuestra senda de vida o bien seguir hasta alcanzar el horizonte de los nuestros.

Esta, por otra parte, es la diferencia esencial entre integrar un país – mera suma de individualidades – e integrar, asimismo, una Nación de seres libres y pensantes.-

 

Por: Héctor Valle
Historiador y geopolítico uruguayo

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