La miseria, la marginalidad, la soledad, el desarraigo, la obsesiva búsqueda del reencuentro y la perdida identidad son los cinco pilares temáticos de “Un camino a casa”, el film biográfico del debutante realizador australino Garth Davis.
Esta película, que se inspira en un caso real recreado literariamente por su propio protagonista, se adentra en el corazón de una de las sociedades más desiguales del planeta.
No en vano el primer tramo del relato está ambientado a medidos de la década del ochenta en Khandwa, un recóndito pueblito de La India azotado por el drama de la pobreza extrema y la más paupérrima indefensión.
En efecto, allí la supervivencia cotidiana es una suerte de martirio, que castiga particularmente a los niños que se dedican a la mendicidad y a las mujeres, quienes frecuentemente padecen la ausencia de la figura masculina.
La historia se desarrolla en ese espacio árido y olvidado, donde los hermanos Saroo (Sunny Pawar de niño y Dev Patel de adulto) y Guddu (Abhishek Bharate) apelan a todo su ingenio y audacia para alimentarse. En ese contexto, no dudan en canjear carbón robado a un tren por leche, a los efectos de poder alimentar a su familia y particularmente a una pequeña hermana.
Ambos pertenecen a un hogar monoparental, que se sostiene gracias al esfuerzo de Kamla (Priyanka Bose), la madre abnegada que carga sobre sí con la responsabilidad de criar a su prole en condiciones absolutamente adversas.
Empero, un acontecimiento modificará radicalmente el curso de la vida del pequeño Saroo, quien pierde contacto con su hermano en la estación de ferrocarril.
Visiblemente atemorizado por su situación de agudo desamparo, el niño aborda un vagón vacío e involuntariamente inicia un viaje en soledad que culmina en Calcuta.
Allí, deberá interactuar con otros niños en situación de calle y hasta huir presurosamente de un hogar sustituto que se ofrece a alojarlo, cuando advierte que está en poder de una banda de traficantes que practican la explotación sexual.
Este primer capítulo del relato, que reconstruye la infancia del infortunado protagonista, trasunta dramáticos cuadros de postración en una sociedad superpoblada e incapaz de insertar y contener a las familias más desposeídas.
Garth Davis imprime a su narración un hondo realismo, aunque jamás cede a la tentación de incurrir en el estereotipo ni en el discurso lacrimógeno para describir ese auténtico infierno terrenal.
La historia destila amargura, en la medida que el niño debe sobrevivir a miles de kilómetros de su hogar, lejos de su familia y sus afectos y en una coyuntura de permanente incertidumbre.
La película denuncia las miserias materiales y humanas de una sociedad desgarrada por la inequidad, en la cual subyacen intolerables asimetrías sociales.
La segunda mitad del film transcurre veinte años después, cuando el huérfano convive en Australia con Sue (Nicole Kidman) y John Brierley (David Wenham), sus padres adoptivos y Mantosh (Divian Ladwa), otro hindú de personalidad conflictiva que está a cargo de la familia.
Ese crucial punto de inflexión minimiza la fuerza expresiva de la historia, que transcurre en un ambiente bastante más distendido para el protagonista, quien a su vez entabla una relación sentimental con Lucy (Rooney Mara).
Empero, esa felicidad -que tiene mucho de artificial- está marcada a fuego por una obsesión de Saroo: identificar su origen y reencontrarse con su verdadera familia en su India natal.
Esa lucha interna por recuperar su verdadera identidad está cruzada por las imágenes que subyacen en su atribulada memoria y una minuciosa búsqueda que por momentos se torna singularmente tortuosa.
En el último tramo de esta película, Garth Davis no logra sostener adecuadamente el interés en el relato, que en este caso abunda en algunos clichés típicos del cine de industria e ideales para aspirar el reconocimiento de Hollywood.
Incluso, la narración se extiende más de la cuenta, con algunas inflexiones melodramáticas que pudieron haber sido evitadas sin afectar en modo alguno la trama original.
De todos modos, queda claramente explicitado el concepto de casa al cual refiere el título en castellano, que obviamente alude a los afectos, al amparo y al sentido de pertenencia que se suele fortalecer aun más en situaciones límite.
Más allá de esas consideraciones, que son obviamente pertinentes, la película se sostiene en un guión correctamente estructurado, en algunas destacadas actuaciones protagónicas y en una fotografía que destaca por su depurada técnica y potencia expresiva.
Otra de las virtudes de este film es su atinada paleta realista para describir el inenarrable fantasma de la marginalidad, la enconada lucha cotidiana por la supervivencia de núcleos humanos crudamente pauperizados por una pobreza de dimensión realmente escandalosa y los inevitables conflictos derivados de la tensión entre culturas.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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