# CINE: “JACKIE”; LA OTRA VÍCTIMA DEL MAGNICIDIO

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La angustia de una esposa impactada y lacerada por la tragedia y la pérdida, en el marco de un luctuoso magnicidio que conmovió al mundo hace ya casi cincuenta y cuatro años, es la propuesta de “Jackie”, el film biográfico del realizador chileno Pablo Larraín.

 El largometraje, que se retrotrae a 1963, recrea el más conmovedor pasaje de la peripecia existencial de Jacqueline Kennedy, viuda del presidente norteamericano John F. Kennedy, quien fue asesinado el 22 de noviembre de ese año, en Dallas, en circunstancias harto sospechosas.

Por más que se atribuyó el crimen a un solitario francotirador, Lee Harvey Osward, las posteriores investigaciones emprendidas por el desafiante fiscal de distrito de Nueva Orleáns Jim Garrison cuestionaron abiertamente la versión oficial.

Las indagatorias del magistrado apuntaban a demostrar que el homicidio se habría originado en una conspiración preparada y ejecutada por la CIA, el servicio secreto, el FBI, miembros del complejo industrial-militar y la propia mafia.

Esta tesis fue sostenida por el iconoclasta cineasta norteamericano Oliver Stone en su revulsivo film “JFK” (1991), que avala la tesis del complot y resiste abiertamente el contenido del informe de la denominada Comisión Warren, que cerró el caso y toda posibilidad de ulteriores pesquisas.

Empero, “Jackie” no es la historia del magnicidio en sí mismo, sino de Jacqueline Kennedy (Natalie Portman), la viuda del mandatario, quien padeció el impacto emocional de la pérdida y asumió valientemente las consecuencias de un episodio realmente removedor.

La película, que por cierto también se nutre de la ficción, es el desolador retrato de una mujer literalmente devastada por el dolor y la angustia, por la pérdida de su marido, el padre de sus hijos y el sostén de su hogar.

En ese contexto, la narración describe minuciosamente el antes y el después del fatal atentado y los complejos preparativos del funeral y el sepelio del supliciado gobernante.

El disparador de la historia es un reportaje periodístico realizado apenas una semana después de las exequias del presidente asesinado, en el cual la mujer desnuda su corazón y sus sentimientos.

Visiblemente emocionada y conturbada por lo acontecido, la viuda reconstruye su vida cotidiana como primera dama condicionados por los asesores y el protocolo, la terrible experiencia de estrechar entre sus brazos el cuerpo ya inerte y anegado de sangre de su marido luego de los disparos y las arduas negociaciones que rodearon a los actos de las honras fúnebres.

Aunque el relato restituye la memoria de ese periplo de hitos históricos reales, se centra realmente en la intimidad de la protagonista, quien pasó inesperadamente de una suerte de cuento de hadas –como esposa del hombre más poderoso del planeta- a la peor pesadilla de su vida.

Mediante abundantes flashbacks, la escrutadora cámara de Pablo Larraín revela escenas dentro de la Casa Blanca, pautadas por los ceremoniales oficiales y la frívola pompa del poder.

Empero, tal vez las secuencias más conmovedoras son las que registran a la mujer cubriendo el cuerpo acribillado de su esposo y el infierno terrenal de la alcoba silenciosa y la cama vacía que simboliza la ausencia permanente. A ello se sumó, naturalmente, el persistente dolor por el recuerdo de los dos hijos muertos.

El relato trasunta la agobiante soledad de un ser sin dudas vulnerable, que debe hacerse fuerte para anunciar la muerte del padre a sus dos pequeños hijos y para luchar contra la burocracia estatal que le pretende imponer sus criterios para el funeral.

Por más que en el film no se emiten juicios de valor sobre las tesis e hipótesis que rodearon al magnicidio, se percibe claramente un clima enrarecido y de eventual conspiración.

En ese contexto, es muy explícito el reproche de la viuda al senador y hermano del mandatario, Robert Kennedy, cuestionándole que le haya ocultado el ulterior asesinato de Lee Harvey Osward y hasta manifestando su deseo de entrevistarse con el presunto matador de su marido.

Uno de los pasajes sin dudas más significativos del relato son los coloquios entre Jacqueline y un sacerdote cercano a la familia encarnado por el monumental John Hurt –luego fallecido- que trasunta la resignación y el dogmatismo de la religión y el cuestionamiento de la fe por parte de Jackie.

Esa colisión de miradas opera como metáfora de la rebeldía de una mujer realmente desafiante, que, cinco años después de enviudar, conmovió al mundo casándose con el magnate griego Aristóteles Onassis.

“Jackie”, que está rodada y concebida en una suerte de formato semi-documental, no es ciertamente una visión edulcorada ni complaciente del personaje protagónico sino la minuciosa crónica del drama de una mujer agobiada por la tragedia, en el marco de una situación política compleja.

En ese contexto, la memorable actuación de Natalie Portman evidencia la sorprendente maduración histriónica de una intérprete de superlativa potencia expresiva, talento y sensibilidad, que no en vano ganó el Oscar a la Mejor Actriz en 2011, por “Cisne negro”.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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