El sempiterno conflicto entre el dogma de fe, la duda y la violencia represiva en tiempos de radical intolerancia, es la desafiante materia temática que propone “Silencio”, el nuevo y revulsivo opus del ya célebre realizador norteamericano Martin Scorsese.
Martín Scorsese es, sin dudas, uno de los creadores más talentosos y potentes del cine contemporáneo, que, en el decurso de una carrera artística de casi cinco décadas, ha sabido cultivar una impronta sin dudas intransferible.
Con casi cincuenta producciones en su haber entre cortos, largometrajes y documentales, este cineasta de origen neoyorquino ha construido una sólida reputación y una identidad cinematográfica que lo distingue nítidamente entre los autores de su generación.
No en vano dirigió películas memorables como “Taxi driver” (1976), “Toro salvaje” (1980), “Buenos muchachos” (1990), “Casino” (1995), “Pandillas de Nueva York” (2002) y “Los infiltrados” (2006), entre muchas otras.
Aunque es reconocido como uno de los grandes cultores del género policial, con un fuerte acento en historias de mafiosos, Scorsese osó conmovedor profundamente al público con un título tan controvertido como “La última tentación de Cristo” (1988), en el cual tuvo la iconoclasta actitud de cuestionar la ortodoxa versión del Nuevo Testamento.
Igualmente, también incursionó en temas religiosos en “Kundum” (1997), que recrea la vida y obra del Dalál Lama, líder religioso del Tíbet y exiliado por razones políticas.
De algún modo, estos dos títulos precedentes pueden ser tomados como antecedentes válidos en sus aspiraciones en materia creativa, porque abordan la temática de la espiritualidad como uno de los grandes vectores de las propias inquietudes existenciales del autor.
Inspirándose en la novela homónima del japonés Shūsaku Endō y tomando como insoslayable referencia la adaptación cinematográfica de Masahiro Shinoda que data de 1971, Scorsese elabora uno de los proyectos artísticos más ambiciosos de su extensa carrera, que para él ha constituido una auténtica obsesión. No en vano el cineasta es un confeso cristiano, aunque sus posturas jamás fueran obsecuentes.
Como en el film origial del maestro japonés, la película narra la peripecia de dos sacerdotes jesuitas portuguenses en el siglo XVII: Sebastião Rodrigues (Andrew Garfield) y Francisco Garupe (Adam Driver).
Ambos marchan a Japón en busca de su líder y mentor, el también sacerdote Cristóvão Ferreira (Liam Neeson), quien, según ha transcendido, habría renunciado en plena misión evangelizadora a su fe para salvar su vida.
El contexto histórico no puede ser más adverso, ya que, por entonces, el shogunato –gobierno militar establecido en el país nipón entre el siglo XVII y 1868- había prohibido la práctica del cristianismo por considerarlo una ideología invasiva y colonizadora.
En ese contexto, se desató una brutal represión contra los cristianos extranjeros y oriundos, que devino en suplicios y ejecuciones masivas. Por supuesto, la libertad de culto fue conculcada y los fieles perseguidos y proscriptos.
Ese es el paisaje histórico real en el cual interactúan los protagonistas, víctimas de la intolerancia por sus ideas y convicciones religiosas en un tiempo de crudo autoritarismo.
Por supuesto, aunque temen por sus vidas como cualquier ser humano, a todos los moviliza la fe y la íntima creencia que el cristianismo es una ideología redentora.
Obviamente, están inspirados en el ejemplo del propio Jesucristo, que según los testimonios registrados en el Libro de los Evangelios, padeció el martirio y la crucifixión por sustentar sus preceptos morales y religiosos.
Pese a que el cine épico no ha sido nunca una de sus vertientes predilectas, Scorsese apela a toda su sapiencia para construir una escenografía pautada por la violencia y el sacrificio, en un producto que no está exento de poesía visual.
Si bien la historia es tal vez demasiado extensa, acorde con la impronta del creador, el cineasta logra imprimir una tensión narrativa que jamás decrece.
El silencio al cual alude el título de la novela y de la película, tiene naturalmente una connotación simbólica que desafía las creencias y hasta las pone en tela de juicio.
Esa tensión, que es obviamente intrínseca al sustrato mismo del relato, se dirime obviamente entre la fortaleza que galvaniza la fe y las comprensibles actitudes dubitativas.
En tal sentido, el interrogante que se plantea nítidamente es si la convicción religiosa es más fuerte aun que el autoritarismo y la violencia o bien puede claudicar y devenir en apostasía.
Esa es una de las tantas interpelaciones que propone el propio Scorsese en su condición de co-autor del guión, en un contexto pautado por las reflexiones de naturaleza moral.
El film que pese a sus indudables virtudes está lejos de las cimas creativas del director, es una suerte de adaptación libre del Evangelio que desafía y moviliza la sensibilidad del espectador.
A una cuidada reconstrucción de época que destaca particularmente por su espectacular estética fotográfica, “Silencio” suma la magistral interpretación protagónica de Andrew Garfield, bien secundado por Adam Driver y Liam Neeson.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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