Consideraciones y suposiciones en “Una historia americana” I De Fernando Butazzoni ya nos hemos ocupado en ocasión de reseñar su anterior libro Las cenizas del cóndor y, como primer apunte, comprobamos el mismo método de escritura: tras el hecho concreto, real, histórico, aprovecha las lagunas del mismo para novelar y hacer, más en este libro que en aquél, muchas consideraciones y suposiciones sobre qué hubiera sucedido si, o si tal cosa sucedió por equis o por be. A este respecto debo decir que la Historia, con mayúscula, se refrenda con hechos, demostrables, con pruebas documentales; y lo que pudo haber pasado… no es lo que pasó. De todos modos, como esto es una novela, sólo anotaremos que el autor ha abusado (en mi opinión) de este considerar y suponer, que, si bien le da un teje y maneje de la Historia y la meta-historia, le resta en lo puramente narrativo. Más allá de que el autor tenga todo el derecho a escribir como se le ocurra. El barajar de las varias hipótesis le resta a la acción lo que le suma, de algún modo, al imaginario de lo que podría haber sido, la interpretación causal.
No debe pensarse, por supuesto, que esta manera de presentar este asunto, esta novela, haga desmerecer todo el resto. Por el contrario, vemos que el verdadero motivo de esta novela es echar luz sobre un acontecimiento fundamental de la historia uruguaya anterior a la dictadura: los diez días del secuestro y la muerte de Dan Anthony Mitrione, integrante de la AID y del FBI, e instructor en técnicas de tortura. “La verdad no suplanta a la realidad, sino que la traspasa para iluminar zonas que siempre han estado en la penumbra” (pág. 494), dice el autor ya casi sobre el final, y es esa penumbra la que se tratará de alumbrar (es decir: dar a luz).
La novela empezará por una ubicación temporal de dicha historia: “Los protagonistas de esta historia vivieron su gran aventura… en el último tercio del siglo veinte, no hace tanto…” —nos aclara el autor en la página 9, en un capítulo que vendría a ser el prólogo—, es decir en la última parte de la guerra fría. Con una leve ironía, nos acota: “Por supuesto que en aquellos tiempos desparejos había otras muchas naciones mojigatas, irrisorias o llenas de gente empobrecida. Vietnam era un país menesteroso, pero estaba en el candelero; Israel era pequeño, pero les había dado sus buenas palizas a los árabes; España era patria de gazmoños, pero allá tenían las corridas de toros y el jamón de Jabugo. Uruguay, en cambio, encajado a la fuerza entre Brasil y Argentina, no poseía nada digno de destacar. Era un lugar molesto por ser tan poca cosa, pústula en el Cono Sur” (pág. 9). Este es, de alguna manera, el resumen de esa época.
Mientras la novela va dando cuenta de detalles del operativo y de la “prisión” en una cárcel del pueblo del agente americano y, por otra parte, de las acciones de las autoridades —policiales, militares, políticas y diplomáticas—, se centrará en torno a dos personajes principales, uno por cada bando. De un lado Eduardo González, alias Juan en la terminología guerrillera de los tupamaros, y del otro Randall Lassiter, que fue Julius Browner y antes tuvo otros seudónimos hasta que ni siquiera sepamos su verdadero nombre, si es que tiene alguno y no es más que un personaje ilusorio, miembro de la CIA y especialista en acciones clandestinas y asesinatos de políticos opositores y otras lacras más o menos comunistas. Los dos, sin embargo, terminan descreyendo de sus propias organizaciones y se rebelan contra ella, para culminar cayendo por sus propios errores.
La forma de escritura es el de intercalar el relato del prisionero con el de Juan y luego Randall (Julius), formando una triada. Cada tanto hay una voz, quizá la del propio autor, que relaciona hechos según la información de esa época y la contrasta con lo que se sabe ahora; también hace elucubraciones y da algunos pantallazos informativos como desde afuera, desde —digamos— su posición objetiva de periodista. Debemos recordar, por si no lo tenemos presente, que Fernando Butazzoni es periodista, y para esta novela tuvo acceso a fuentes “privilegiadas” en el entorno mismo del MLN (él mismo fue integrante de esa organización), así como a documentos desclasificados del Departamento de Estado de Estados Unidos y sobre todo a algunos libros de Clara Aldrighi (“La izquierda armada”, “La intervención de Estados Unidos en Uruguay (1965-1973). El caso Mitrione”, y “Estados Unidos y Uruguay 1964-1966: la diplomacia de la Guerra Fría: selección de documentos del Departamento de Estado: conversaciones reservadas entre políticos uruguayos y diplomáticos estadounidenses”).
El tercer demonio
Ha habido suficiente literatura sobre el movimiento tupamaro, en especial desde el retorno a la democracia. De todo un poco: novelas, memorias, actas, recuerdos y hasta panegíricos de los traidores. Creo que ya está más que claro que el MLN fue un movimiento que creyó que por el medio de la lucha armada podía llegar al gobierno —y al poder— para hacer las transformaciones que, según ellos, necesitaba el país. Y también está lo contundentemente comprobado que fueron derrotados militarmente en su momento, en 1972, antes de la dictadura. Debo manifestar que estoy un poco cansado de esa visión del pasado, y me gustaría tener otras voces —algunas hay, por supuesto— sobre el periodo anterior a la dictadura y por quiénes, por qué y para qué se dio el golpe de Estado. Quiero decir, acá no hubo dos demonios como predica una teoría que cada tanto se vuelve a reiterar, sino uno solo, el tercero de este breve ensayo: la muerte, con todos sus acólitos diabólicos desatados.
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Pero la novela, además de lo que hemos señalado, se mueve en pares antagónicos, y lo que hace uno también lo realiza el otro personaje. Así como Juan (Eduardo) tiene un contacto, clandestino en este caso, el llamado Randall tiene un respaldo, un jefe que está por encima de él y que, en caso de necesitarlo, puede ayudarlo, aunque por las características del operativo se mantienen por fuera del control de la embajada estadounidense y de las autoridades encargadas de la seguridad nacional. E incluso hacen las mismas acciones: “juegan” con el arma, entre poseerla o no, y se enfrentan a sus propios dilemas, a su propia familia Eduardo, al recuerdo de una normalidad perdida hace ya mucho tiempo en Randall. Y a pesar de ser dos personajes distintos, de estar en bandos contrarios, hay una unidad: “Eran dos hombres de identidad dudosa, cada uno carcomido por su propio delirio y perseguido por un espectro que ni siquiera se atrevió a imaginar: el del otro” (pág. 10).
Además, si yo quisiera hablar sobre la realidad de un momento dado, es dable mostrar sus varias caras, los costados del drama. Los actores —como si estuvieran inmersos en una obra de teatro— lo hacen así, por indicación del autor. Y también, como en la escritura de Las cenizas del cóndor, Butazzoni va acumulando hechos por medio del nombrar, y va agregando, de a uno, como cuentas de un collar, eslabones de la arquitectura literaria: “El hombre que es con el niño que fue, el auxiliar contable ya algo obeso con el adolescente asmático, el té de hierbas, el desagüe roto, la mesa tendida, el galpón”. Este último, además, como objeto principal del drama expuesto en la novela, es en donde se “guardan” todas las cosas que alguna vez fueron —pero que ya nunca más volverán a ser—. Como símbolo, el galpón es muy sugerente, ya que después de Mitrione, sin duda, nada volvería a ser igual.
Resulta temerario, sin embargo, creer o hacer creer que la muerte de Dan Anthony Mitrione, por sí sola, pudiera ser el desencadenante de la derrota tupamara y, a esta, de la democracia uruguaya. Es probable, digamos sólo la probabilidad, que este asesinato haya traído el descrédito del MLN ante los ojos del pueblo, pero no se explica la derrota militar de esta organización si no se le suman otros hechos, como la infiltración (o la traición), el trabajo de inteligencia policial y militar, e incluso una excesiva compartimentación que, ante el descabezamiento del núcleo dirigente, los llevó a aislarse y no tener contacto entre sus propias filas. Sobre lo otro, es cierto que la militarización del combate a la guerrilla, y no sólo a los tupamaros, sino también a otros grupos menores que efectuaron acciones armadas, le dieron un peso cada vez mayor a las Fuerzas Armadas que culminaron dando un golpe de Estado, pero también, como demuestra el proceso chileno durante Allende, hubo intervención de agencias de inteligencia principalmente estadounidenses en la infiltración de las fuerzas armadas —mediante la llamada Doctrina de Seguridad Nacional— y en derrocar gobiernos democráticos para instalar un modelo afín a sus intereses (económicos, políticos y geoestratégicos). Y, además, había un movimiento sindical único y combativo, una izquierda en ascenso y luchas populares y estudiantiles que había que contrarrestar “con todo” para mantener esos privilegios de clase.
En resumen, la novela nos acerca muchas miradas que hasta hoy estaban ocultas, descritas con solvencia y con conocimiento de causa, y hacen de su lectura una experiencia interesante, con momentos de tensión y hasta esbozos críticos y autocríticos de una etapa fundamental de nuestra historia reciente.
(Una historia americana, Fernando Butazzoni, Editorial Alfaguara, 2017, pp. 495.)
Por Sergio Schvarz
Escritor, poeta, y ensayos breves.
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