La primera impresión es desconcertante: un caos salir del pequeño aeropuerto de Katmandu, con el chofer manejando por la izquierda, a la inglesa. En un país que no ha sido colonia de nadie, pero que, enclavado entre los Himalayas y la India, no pudo escapar a la influencia del poderoso vecino que sí fue colonizado por los ingleses. Supongo que de ahí vino la influencia
Pero era solo la sorpresa inicial. La otra fue el recorrido, caótico, hasta el hotel. Algunas calles pavimentadas y muchas sin pavimentar, estrechas, sin señalización de carriles o preferencias y miles, miles, de motos en medio de presas enormes. Y, sin embargo, en seis días no vi un solo choque, ni gritos, ni peleas, ni bocinazos.
Bienvenido a Katmandú. Una ciudad que se ha extendido por el valle que le da nombre, unificando en una enorme zona urbana territorios que, en el pasado, eran pequeños reinos independientes. Una ciudad en la que se suman –para conformar esa vasta zona urbana– las municipalidades de Kirtipur, Lalitpur, Bhaktapur, Madhyapur y Thimi, con cerca de 1,5 millón de habitantes y que duplicó su población entre el año 2000 y 2018. Una de las mayores concentraciones de habitantes del mundo, con precarios servicios de agua y alcantarillado.
Quizás el tendido eléctrico en las calles, con decenas de cables enredados, hechos un nudo (como puede verse en la foto), reflejen esa idea de caos, que predomina también en el tránsito. Las enormes presas alargan todo desplazamiento por la ciudad, mientras que, en las afueras, los malos caminos transforman en una aventura cualquier paseo, haciendo que los 28 km hasta la localidad de Nargakot requieran más de hora y media de recorrido, con el carro sacudiéndose por un camino donde el asfalto pronto desaparece, mientras se va saliendo de la ciudad y entrando a una zona rural bastante cultivada, y se empieza a subir hasta uno de los puntos turísticos más cercanos a Katmandú. De ahí parten diversos senderos para quienes practican el montañismo, una de las principales actividades turísticas del país. Más al norte están las otras, vinculadas a la escalada del monte Everest, que se ve soberbio desde el avión, despegando de Katmandú. Aquí hemos llegado después de ocho horas de vuelo desde Estambul.
Un país pobre
Nepal no es el país más pobre del mundo, como a veces se dice. De acuerdo con la Paridad de Poder de Compra, medida por su Producto Interno Bruto y población (unos 30 millones de habitantes), en 2016 había 29 países más pobres, casi todos de África. Una lista donde el único latinoamericano aun más pobre es Haití, en el puesto 20. En el 51 y 53 aparecen Honduras y Nicaragua. Clasificación que puede variar un poco, según la fuente y el año.
Su economía es débil, con la riqueza concentrada en pocas manos y millones viviendo un una pobreza desesperante, afirma un estudio financiado por la oficina regional del Swiss National Centre of Competence in Research (NCCR North-South) y el Centro de Estudios sobre Recursos Humanos y Naturales de la Universidad de Katmandú sobre los desafíos que enfrenta Nepal luego de una década de conflictos armados (1996-2006).
Una pobreza que se refleja en el precario, caótico escenario urbano de la ciudad, más que en una multitud de pobres en las calles, pidiendo una moneda en cada esquina.
Lo más sorprendente es la revelación de que en ese conglomerado urbano los habitantes cuentan con agua corriente durante una hora, cada diez días. Para sobrevivir, tienen que comprar agua embotellada. En una ciudad que está llena de fuentes –como la espectacular de Sundari Chowk–, de donde se abastecían de agua en el pasado y que hoy están todas secas. Del mismo modo que se fueron secando, como resultado de la deforestación y la sobreexplotación, fueron desapareciendo también los artesanos extraordinarios que trabajaban la piedra o la madera, con cuyas piezas se adornaban los antiguos palacios.
La ciudad sufre también apagones periódicos debido al insuficiente suministro de electricidad, aunque la situación parece hoy algo mejor de lo que fue en días recientes.
El asombroso pasado
El primer acercamiento es a los mapas de la ciudad. Cualquier hotel tiene uno. Patan, al sur, con su Durbar Square, es la primera visita. Es imposible hacer el recorrido por Patan, a unos ocho km al sur del centro de la ciudad que una vez fue el reino independiente de Newar, con construcciones que datan de más de 2.250 años, sin un guía que nos acompañe.
El crecimiento incontrolado de la ciudad ha terminado por entreverar las construcciones más recientes con los antiguos palacios y templos, sobre todo en Lilitpur (o Patan). De la mano del guía, el recorrido va descubriendo las maravillas que esconden. Declarados patrimonio de la humanidad por la UNESCO, es inenarrable la belleza de sus tallas en madera o en piedra.
Comienza el asombro. Mulchowk es el patio principal creado en 1666 y renovado cada siglo desde entonces. Con su magnífica puerta dorada, hecha de cobre, ricamente decorada en su parte superior, escoltada a cada lado por las esculturas en tamaño natural que representan a Ganga y Yamuna, los dos ríos más sagrados del hinduismo, sirve de puerta de entrada a las maravillas de Patan. Antes de entrar, en una esquina sin mayor anuncio ni control, cobran a los visitantes una modesta entrada al barrio: mil rupias nepalíes, equivalente a poco menos de diez dólares. Lalitpur Metropolitan City and Patan Museum, dice el Entrance ticket.
Sigue Sundari Chowk, construido originalmente en 1628, y su extraordinaria fuente adornada de un surtidor de bronce dorado y tallas en piedra maravillosamente conservadas.
Y así continúa el recorrido, entrando y saliendo de los palacios, por las estrechas calles del barrio que el guía recorre con familiaridad, llevándonos de un sitio a otro a través de callejuelas escondidas. No falta la parada en pequeños negocios de artesanías, las mismas que hoy vemos a la venta en cualquier gran ciudad de Occidente.
Nos vamos de Patan, hacia el oeste del valle, donde está la estupa de Swayambhu, templo budista también patrimonio de la humanidad. Una antiquísima construcción que podría datar del siglo V. La estupa es una construcción sólida. Su interior es macizo. No se puede entrar a una estupa, se la visita por afuera dando vueltas a su alrededor y subiendo escalones. Sobre la larga base en forma de cúpula, se asienta una estructura cuadrada, con los ojos de Buda pintados, mirando en las cuatro direcciones. Es una forma de templo de las que hay muchas en Katmandú.
Luego de las maravilla de Patan y Swayambhu quedaba la visita al otro lado de la ciudad: el templo de Pashupatinath, en las orillas del río Bagmati, uno de los lugares hinduistas más sagrados. Aquí creman a sus muertos.
Vamos entrando y un desasosiego se asoma. El río que cruza el lugar, de más de diez hectáreas, es apenas un grueso hilo de agua prácticamente estancado. Verde. Pero hay algo en el aire y un movimiento lento, apesadumbrado, en la otra orilla del río, donde unos escalones bajan hasta el agua. Un olor ácido reina en el ambiente… Pequeños grupos se mueven al otro lado alrededor de un bulto. Y ese olor… Y el humo. Caminamos por la orilla del frente. De las pequeñas piras se levante el humo. Otros bultitos esperan, cubiertos, descansando en el piso. Caminamos por la otra orilla, pero a medida en que nos vamos acercando las imágenes se van definiendo. Son cuerpos. Muertos. Un cajón está tirado sobre las escaleras. Apenas toca el agua. Está vacío. Crece mi desasosiego. Pierdo el encanto del paseo. Es otro mundo, al que no estamos acostumbrados. Ese olor, ese humo, ese río que parece no conducir a ninguna parte, sino a otro mundo… Es un vasto crematorio, a cielo abierto, que funciona sin parar.
Estamos lejos de casa. El mundo es vasto y diverso…
Las fronteras
A lo largo de la frontera sur del Tibet los puntos de conflicto entre China e India son varios, desde Aksai Chin, en Cachemira, al oeste, hasta el territorio de Arunchal Pradesh, el este. Dos países se entrometen en esa frontera: Nepal y Bután. Pero los dos no se tocan. Entre ellos asoma el territorio hindú de Sikkin, donde, nuevamente, hacen frontera, en un corto tramo, India y China. Es ahí donde, en junio del año pasado, se tensaron las relaciones, con China acusando a India de obstruir las actividades normales en el paso de Nathu La. Paso que los hinduistas usan para su peregrinación a lugares sagrados del Tibet.
Los dos países están reforzando sus bases militares, sobre todo aéreas, en la zona del Plateau Doklan, en la misma zona en disputa, ubicada entre Nepal y Bután. Hay aquí demasiadas líneas de frontera sin definir. La Ruta de la Seda, que el ambicioso proyecto chino pretende extender hacia el oeste, y el renovado crecimiento hindú, son el paño de fondo en el que se escenifican reiteradas confrontaciones entre vecinos poderosos.
Nuevo gobierno
Los dos pequeños países no pueden escapar a la influencia e intereses de esos vecinos. En Bután es la hindú la predominante. Las relaciones con el gobierno con estrechas y cordiales. En Nepal es algo diferente, pese a que, con el Himalaya separándolo del Tibet por el norte, las relaciones del país, sobre todo las comerciales, se han orientado naturalmente hacia su vecino del sur, la India. Pero las relaciones políticas son más complicadas, algo que quedó en evidencia cuando el gobierno hindú bloqueó, durante siete meses, el comercio con su pequeño vecino luego del terremoto que lo asoló el 2005, agravando las dificultades del país.
Nepal no es un pequeño e irrelevante remanso, dijo en un artículo publicado en enero de este año Gwynne Dyer, un periodista independiente. “Es un país con más población que Australia (que tiene cerca de 25 millones de habitantes) y ocupa la mitad de la frontera Himalaya entre China e India”.
Luego de diez años de guerra civil (1996-2006), en la que cerca de 17 mil personas perdieron la vida, y de haber puesto fin a la monarquía milenaria, Nepal ha estado tratando de reconstruir su sistema político y su economía.
El febrero asumió un nuevo gobierno, liderado por el líder del Partido Comunista Marxista Leninista Unificado (CPN-UML), K.P. Sharma Oli (65).
Oli ya había ejercido el cargo entre octubre del 2015 y agosto del 2016. Pero ahora las condiciones son diferentes. En las elecciones del año pasado el CPN-UML y su aliado, el Partido Comunista Centro Maoísta (CPN-MC) lograron 121 y 53 escaños, respectivamente. O sea, 174 en un parlamento de 275 diputados. Luego conquistaron dos tercios del Senado: 39 de 59 escaños.
Estas elecciones fueron las primeras desde la adopción, en septiembre de 2015, de una nueva Constitución y de la firma de un acuerdo de paz que puso fin al agitado período de guerra civil.
Nepal atraviesa una crítica transición entre la guerra y la paz. Pese a una reactivación económica (la economía de Nepal creció un 7,5% el año pasado) la creciente desigualdad, la inmigración y un aumento de las importaciones son algunos de los desafíos que enfrenta el país, como lo señaló Mohan Man Sainju, presidente del Institute for Integrated Development Studies en la Universidad de Kathmandu.
La sociedad nepalí está fracturada, desconectada, frustrada y alienada debido a la guerra civil y sus efectos colaterales. La mayor causa del conflicto armado y social en el país es atribuida a la concentración y abuso del poder por las élites y la burocracia, la pobreza y el desempleo, por el fracaso del sistema gubernamental y la división política, según el estudio citado. Tendrá que reconstruir sus instituciones, integrar un país poblado por decenas de etnias y transformar las relaciones económicas y sociales si quiere lograr mejores niveles de vida para su población.
No sería raro, sin embargo, que fuera su estratégica posición geográfica la que terminara atrayendo la atención del resto del mundo para este maravilloso país, enclavado en uno de los puntos más sensibles de la geopolítica asiática.
Por Gilberto Lopes
Escritor y politólogo, desde Costa Rica para La ONDA digital
gclopes@racsa.co.cr
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