“La espía roja”: La guerra ideológica

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CINE | “La espía roja”: La guerra ideológica


Las devastadores consecuencias de la Segunda Guerra Mundial y la hoy descongelada guerra fría con todas sus connotaciones ideológicas, geopolíticas y militares, es el sustento temático que aborda “La espía roja”, el film del realizador británico Trevor Nunn.

La película narra nada menos que la historia real de Melita Norwood, una espía inglesa que, durante más de tres décadas, trabajó para la inteligencia soviética revelando secretos de Estado a los cuales accedía a través de su trabajo sin que nadie se percatara de ello.

El relato, que se inicia a comienzos de la década del cuarenta, condensa el último tramo de la Segunda Guerra Mundial, el trágico desenlace de los salvajes holocaustos nucleares de Hiroshima y Nagasaki perpetrados por Estados Unidos y la denominada guerra fría, que signó la bipolar pulseada ideológica y militar entre los norteamericanos y los soviéticos.

En este caso, la protagonista es Joan Stanley, que es interpretada por  Judi Dench en la vejez y por Sofie Cookson, quien encarna a la legendaria espía rusa en su juventud.

La narración se desarrolla inicialmente en una suerte de tiempo presente, cuando la Policía acude al hogar de una anciana de 87 años de edad y la arresta, con el propósito de someterla a interrogatorios y esclarecer su eventual participación en actividades de espionaje.

Obviamente, la mujer niega la acusación y su hijo y abogado Nick (Ben Miles) se manifiesta inicialmente indignado, ya que ignora un pasado turbulento que su madre ha mantenido deliberadamente en absoluto secreto.

Por supuesto, luego le aflora todo su rancio patrioterismo y le reprocha a su madre haber trabajado para el enemigo y, particularmente, haberle escamoteado la verdad.

Nadie osaría imaginarse que esa tierna viejecita fue, en su juventud, una mujer temeraria que se vinculó a organizaciones comunistas y protagonizó operaciones clandestinas de inteligencia.

Con abundantes flashbacks, la historia discurre casi íntegramente en el pasado, cuando esa joven científica ingresa a trabajar en un programa catalogado de confidencial.

En ese contexto, un grupo de expertos encara la fabricación un prototipo de bomba atómica con propósitos militares. Ese fue el embrión del denominado Proyecto Manhattan, que engendró un auténtico monstruo, el cual, en agosto de 1945, provocó una demoledora hecatombe de muerte y desolación en Japón.

Por supuesto, el film narra los contactos iniciales entre la joven y organizaciones juveniles de filiación marxista, que operaban desde las sombras para la Unión Soviética de Stalin.

Dos de esos agentes encubiertos son Sonya (Tereza Srbova) y su primo Leo (Tom Hughes)- con quien la protagonista mantiene un tórrido romance- quienes lideran una red de espionaje con cobertura legal desde una prestigiosa universidad.

La película incluye los extenuantes interrogatorios a los cuales es sometida la anciana, quien, mientras recuerda su pasado, va cediendo ante la presión de sus carceleros.

Evidentemente, hay pruebas contundentes en su contra que tornan absolutamente inútiles sus negativas. De todos modos, la protagonista niega haber traicionado a su país y justifica su proceder al afirmar que, en su opinión, era necesario equilibrar la correlación de fuerzas entre las potencias para evitar una futura guerra nuclear de efectos devastadores.

De algún modo, el devenir de la historia le dio la razón, ya que la bomba atómica no volvió a ser jamás empleada por las naciones que la poseían, por temor a un desastre de consecuencias planetarias. En efecto, todo se limitó a meras amenazas y declaraciones intimidatorias, como sucedió, por ejemplo, durante la denominada crisis de los misiles de 1962 protagonizada por los Estados Unidos y la URSS.

Empero, desde ese punto de vista el relato no se ajusta en lo más mínimo a la realidad, ya que la verdadera Melita Norwood fue una espía soviética por absoluta convicción ideológica.

Obviamente, cuando se conoció la verdad y pese a que jamás fue condenada por su avanzada edad e incluso porque ya la Rusia comunista no existía, la noticia impactó a la opinión pública y los ultra-conservadores demandaron un castigo ejemplar.

En ese contexto, se trata de una versión demasiado distorsionada y edulcorada de una mujer que fue una suerte de leyenda y que, por supuesto, jamás se arrepintió de su proceder.

Este abordaje indulgente y no ajustado a la verdad histórica, le resta autenticidad a una historia realmente apasionante, que debería haber originado una película de espionaje con todos los ingredientes de los mejores exponentes del género, acorde a la mejor tradición del cine británico.

Aunque le falte la indispensable tensión dramática y desvíe la atención con un par de romances prescindibles que pudieron ser obviados, “La espía roja” no es por cierto un film desechable.

En efecto, vale en buena medida por su connotación histórica y por su muy esmerada reconstrucción de época, que es, sin dudas, uno de sus mayores aciertos.

Naturalmente, es también una buena oportunidad para apreciar el inconmensurable talento de la octogenaria Judi Dench, quien se sobra para encarnar a una anciana de pasado enigmático enfrentada a una situación compleja.

No le va en zaga Sofie Cookson, quien interpreta a su personaje de joven espía con singular solvencia, en un reparto actoral altamente profesional y competente.

En “La espía roja”, que es un mero thriller sin el adecuado nervio narrativo, Trevor Nunn desperdicia una historia que, por sus peculiares características, merecía un abordaje más profundo y de acento reflexivo.

Por Hugo Acevedo
(Analista)
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