CINE | “El caso de Richard Jewell”: Una sociedad alienada

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Las dramáticas derivaciones judiciales y mediáticas de un demoledor atentado con bombas perpetrado por un cristiano fundamentalista de ultraderecha en Atlanta, Estados Unidos, en 1996, durante los Juegos Olímpicos de Verano, es el eje temático de  “El caso de Richard Jewell”, el nuevo film del octogenario y ya legendario actor, productor, director y guionista cinematográfico Clint Eastwood.

La película, que ha tenido otras escandalosas derivaciones, a raíz que insinúa que una periodista ofreció sexo a cambio de información a un agente del FBI, aborda una historia real que, hace veintitrés años, conmovió profundamente a la opinión pública local y mundial.

En esta oportunidad,  el fanático ultra-derechista estadounidense Eric Robert Rudolph causó la muerte de una espectadora y de un camarógrafo y provocó heridas a más de un centenar de personas.

Cuando fue detenido e interrogado, el criminal –que detonó tres artefactos explosivos colocados en un estuche militar tipo ALICE Pac- confesó que su acción fue en rechazo al aborto, a la homosexualidad y a los presuntos “ideales socialistas” que promoverían los Juegos Olímpicos.

Empero, lo realmente insólito fue que, hasta la aclaración del controvertido caso, el principal sospechoso fue el infortunado Richard Jewell, un humilde guardia de seguridad que salvó a varios cientos de espectadores al advertirles del riesgo inminente provocado por el misterioso paquete.

Según los medios de prensa, que inicialmente erigieron al hombre en héroe y ulteriormente en deleznable villano, el funcionario tenía las características psicológicas de un asesino.

En cambio, Jewell, quien falleció en el 2007 por problemas derivados de una enfermedad crónica siendo aun muy joven, era un pobre hombre frecuentemente desempleado y recurrentemente rechazado, marginado y acosado por su escasa inteligencia, su nula capacidad para vincularse con otras personas y su obesidad.

Este es el protagonista de este drama testimonial, magistralmente protagonizado por el actor Paul Walter Hauser, que marca un nuevo hito en la tal extensa como deslumbrante carrera cinematográfica del referente cineasta norteamericano.

Como es notorio,  Eastwood ha desarrollado una trayectoria artística de más de seis décadas y ha dirigido más de treinta largometrajes. En ese contexto, obtuvo, entre otras distinciones, dos premios Oscar como realizador y en la categoría “Mejor Película, por las inolvidables “Los imperdonables” (1992) y “Million Dollar Baby” (2004).

Obviamente, otras obras emblemáticas de su extensa filmografía son “Los puentes de Madison” (1995), “Río místico” (2003), “Cartas de Iwo Jima” (2006) y “Gran Torino” (2008).

En esta oportunidad, el emblemático cineasta vuelve a recrear un caso real, con su habitual sabiduría cinematográfica para manipular los tiempos narrativos y construir cuadros de desgarrador dramatismo.

Si bien el atentado acaecido en 1996 es el verdadero disparador de la historia, la película se centra primordialmente en sus derivaciones judiciales, mediáticas y, obviamente, humanas.

En ese contexto, el realizador filma, con su habitual solvencia y sin mayores subterfugios, las dramáticas secuencias de las explosiones y de la ulterior conmoción devenida de ese impactante acontecimiento.

Sin embargo, el verdadero eje de este conmovedor relato es la removedora peripecia de Richard Jewell, un retraído guardia de seguridad que soñaba con ser policía, desempeñaba habitualmente trabajos de baja calificación y vivía con su madre, ante la imposibilidad, por su timidez y baja autoestima, de relacionarse con el sexo opuesto.

Esas peculiares características de personalidad sumadas a su afición por las armas y la caza, lo transformaron en una auténtica víctima de una sociedad perversa, prejuiciosa y obviamente propensa a marginar y segregar al diferente.

La película denuncia la compulsión del Estado a acosar sin pruebas a eventuales sospechosos, lo que trasunta un permanente estado de alerta y temor, obviamente originado en las patologías internas de un colectivo social agobiado por una rampante violencia, y por las previsibles consecuencias derivadas de las aventuras militares de un imperio que arrasa recurrentemente con la soberanía de países extranjeros.

Ese permanente estado de tensión, alimentado naturalmente por una prensa sensacionalista capaz de destruir vidas y aniquilar sensibilidades, es obviamente el hilo conductor del relato.

En ese contexto, abundan los interrogatorios a menudo engañosos al infortunado acusado y también los allanamientos a su vivienda por parte de un auténtico ejército de agentes del FBI, que, aunque parezca insólito, requisan hasta las prendas interiores de la madre del presunto sospechoso como potenciales elementos de prueba.

Aunque la película denuncia los abusos perpetrados por el poder de un país sumido permanentemente en la paranoia, las críticas sin dudas más ácidas se centran en el abordaje mediático del caso y en los daños colaterales provocados al humilde guardia de seguridad, quien deviene en indirecta víctima del atentado.

En ese marco, el film insinúa -sin cortapisas- que una audaz periodista habría cambiado favores sexuales por información, a los efectos de transformar el caso en título de portada de diario durante varios meses.

Más allá que la Justicia exoneró el sospechoso y que años después fue aprehendido el verdadero responsable de los atentados, el largometraje recrea –con singular rigor-las dramáticas secuelas de un escándalo público que destrozó psicológicamente a un hombre y a su anciana madre y los transformó en objetos de odio y desprecio.

“El caso de Richard Jewell” es un film sin dudas testimonial, que revela las graves patologías de una sociedad intolerante y literalmente enferma de miedo, de prejuicios y de segregación por el diferente. En tal sentido, es muy valorable que un hombre de derecha como Clint Eastwood  aborde un tema de esta naturaleza con la audacia y la honestidad requeridas.

A una narración que revela la reconocida sabiduría de su autor, la película suma indudables logros en materia de fotografía, música, montaje e interpretación, particularmente de Sam Rockwell en el rol protagónico y de la siempre talentosa Kathy Bates, en el papel de madre.

Por Hugo Acevedo  (Analista)
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