La rebelión contra el capitalismo salvaje que con su actividad productiva impacta el medioambiente con efectos a menudo devastadores, es la principal vertiente temática que explora “Mujer en guerra”, la coproducción entre Islandia, Francia y Ucrania del cineasta islandés Benedikt Erlingsson, que conmueve por su intrínseca frontalidad.
Esta película, de una cinematografía virtualmente desconocido para el espectador uruguayo pese a que tiene más de un siglo de existencia, retrata uno de los más enconados conflictos contemporáneos, que suele enfrentar a los movimientos ambientalistas con el poder económico de las multinacionales.
Esos colectivos son muy habituales en el continente europeo, donde los partidos verdes suelen ser fuertes y tienen la influencia de la cual carecen en esta región del planeta.
Uno de los núcleos de mayor controversia contemporánea está naturalmente centrado en las patéticas consecuencias del cambio climático, como el denominado calentamiento global.
En tal sentido, los impactos planetarios son cada vez más severos, con recurrentes olas de calor, derretimiento de glaciares, aumento del nivel de los mares, violentos tornados, inundaciones y desaparición de especies animales.
Estas situaciones de desastre derivan de la irracional aplicación de modelos productivos capitalistas que contaminan, explotan sin freno los recursos naturales y depredan el medioambiente.
Este es precisamente el tema que aborda “Mujer en guerra”, cuyo sugestivo título en islandés es “La mujer de la montaña”, en alusión al personaje femenino de esta historia que aborda, en clave de drama y comedia, la dicotomía entre la economía y el medioambiente.
En ese contexto, la protagonista de este relato es Halla ((Halldóra Geirharðsdóttir), una humilde maestra cincuentona de canto que dirige un coro comunitario, poseedora de un fuerte carisma y de singular predicamento entre sus discípulos.
Obviamente, por su aspecto jovial, su ternura y su simpatía, nadie intuye que esta persona es capaz de perpetrar acciones que pueden poner el riesgo al propio sistema.
Sin embargo, esta mujer que aparenta no ser capaz de matar una mosca, es realmente una activista ambientalista que jaquea permanentemente a las autoridades.
No en vano, en la primera escena de este film la mujer corta los cables de una inmensa torre de alta tensión, dejando sin energía a una planta de aluminio de Río Tinto, emplazada en las tierras altas de Islandia.
Para su singular ideología ecologista esta fábrica es un enemigo a neutralizar, porque con su actividad industrial envenena despiadadamente el aire y, por supuesto, contamina el medioambiente de un paraje que, a los ojos del ser humano, luce casi virgen.
Incluso, no es un dato menor que esta maestra intente boicotear un eventual acuerdo entre su país y la poderosa China, que promete, a priori, un mayor desarrollo social, más puestos de trabajo y mejores estándares de vida. Por lo menos, eso es lo que se promociona a través de los medios masivos que venden la propuesta como si se tratara de una auténtica panacea.
Aunque para quienes detentar el poder las acciones de esta intrépida fémina son actos de terrorismo que no tienen explicación ni justificación, para ella, en su fuero íntimo, los terroristas son realmente los depredadores.
Se trata de un ser solitario que interactúa mínimamente con su entorno, a excepción de su hermana gemela que no tiene clara la dimensión de su lucha.
La narración abre un segundo ángulo de reflexión, cuando la protagonista decide adoptar a una niña ucraniana abandonada, demostrando su compromiso con los derechos humanos y su intrínseca sensibilidad.
Esta suerte de rebelión deviene en reiterados ataques a la red eléctrica, algunos de ellos con explosivos, los cuales originan una persecución a campo traviesa. Irónicamente, el primer sospechoso es siempre un inmigrante latinoamericano, cuya sola presencia hace aflorar todo el odio racial y la xenofobia de los lugareños.
En esas circunstancias, la película muta en thriller, cuando la mujer huye presurosa a través de un desolado paisaje, seguida a pie por policías y soldados, por un helicóptero y hasta por drones provistos de visión infrarroja.
No obstante, esta mujer, que ostenta un envidiable estado atlético para su edad que le permite correr más rápido que los hombres y hasta escalar montañas sin mayores dificultades, parece conocer todas las técnicas para evadir a sus perseguidores, hasta las más novedosas e inverosímiles.
Incluso, cuenta con la ayuda de un pastor residente en el lugar que se transforma en una suerte de cómplice, ya que la oculta, la ampara y le otorga refugio hasta que pase el peligro, desafiando abiertamente a las autoridades.
Evidentemente y aunque no lo explicite ya que es ser muy taciturno y reservado, este hombre rústico, que vive en una locación rural, comprende mejor que los habitantes de la ciudad la importancia de la naturaleza.
En estas secuencias rodadas al aire libre mediante un plausible trabajo de cámaras, la película no se diferencia demasiado de un buen exponente del género de acción, que habitualmente nutre el cine de industria.
Empero, el sentido de la silenciosa lucha de esta mujer callada, nada demostrativa y poco expresiva, trasciende obviamente a eventuales intereses personales. En efecto, ella se siente depositaria de un sentimiento no explicitado ni consensuado pero subyacente en la comunidad.
Un aporte bastante novedoso y poco habitual en el cine actual es la utilización de la música diegética, con un trío de intérpretes que acompañan permanentemente a la protagonista, incluso en los momentos de mayor tensión dramática.
Este segundo largometraje del director y guionista Benedikt Erlingsson pone sobre el tapete uno de los temas más trascendentes y ciertamente controvertidos de la agenda pública contemporánea, que, en este caso concreto, posee una intransferible impronta política.
Aunque el director y guionista no esboza en ningún momento un discurso reivindicativo sobre estos actos de resistencia perpetrados por una persona común pero con una profunda conciencia ambientalista, “Mujer en guerra” convoca a una profunda reflexión sobre los estragos provocados por un modelo económico que está lejos de ser sustentable.
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Por Hugo Acevedo (Analista)
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