Todos somos un poco “Totos”

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Con sus décadas de experiencia a cuestas -referencia autobiográfica de cada una de sus intervenciones- el “infalible” Dr. Jorge Da Silveira ocupó los titulares deportivos de los últimos días. Es que una manifestación suya sobre la conducta personal del jugador de Peñarol – Jhonatan Rodríguez-, desató un vendaval de declaraciones y comunicados de varios protagonistas. A tal punto que el propio Da Silveira terminó remitiendo una nota de disculpa y retractación, (por sus declaraciones), que hizo llegar a las autoridades de la institución carbonera.

El Toto ya no es una persona grata
La Mutual de Futbolistas lo declaró persona no grata, el C.A. Peñarol cortó toda relación institucional con él, Fox Sports le pidió un paso al costado, en suma, que las inconvenientes y falaces afirmaciones (reconocido por el mismo Da Silveira), tuvieron las peores consecuencias que pudo imaginar alguna vez el protagonista.

No voy a sumarme a los que fácilmente ahora aprovechan para pegarle al Toto, lo sé un tipo temperamental, (calentón), pero no me consta que sea un mal tipo ni que lo impulse la mala fe. Se equivocó, lo reconoció -eso tiene su mérito- más allá que el reconocimiento no logre paliar los efectos que sus expresiones tuvieron y mantienen aún sobre el involucrado y los intereses económicos de la institución aurinegra. Los dichos del Toto le salieron caro, muy caro a Peñarol quien resignó una suma importante de un pase que estuvo a punto de caerse. Sin contar con que los portugueses supieron aprovechar la bolada para bajar las pretensiones carboneras y pujar a la baja el pase del futbolista.

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En estos casos -tan cercanos a la difamación e injuria- siempre cabe la excepción de verdad que, particularmente en este caso, no será posible por la retractación o reconocimiento que hiciera el propio Da Silveira en su nota de disculpa. Tamaño error de un experiente periodista como él nos deja claro que no hay distancias entre las personas y que todos nos equivocamos, algunos, con más repercusiones que otros.

El motivo de esta columna no era sumarme -ni mucho menos- a las críticas que hoy arrecian contra Da Silveira, sino hacer una comparación entre este caso y otros que hacen a la emisión de opiniones sobre la seguridad pública. Incluso sobre la seguridad de los espectáculos deportivos, puntos en los cuales estuvo muchas veces el propio Da Silveira.

Los periodistas (todos) conocen muy bien que sus expresiones, sus análisis, son base para que la ciudadanía se forme opinión. Se convierten en formadores de opinión pública muchas veces. Tienen frente suyo un arma poderosa que difunde sus expresiones.

Cuando ello ocurre -como en este caso puntual- sin chequear convenientemente las fuentes, el daño puede ser muy grande. No será este caso, donde las pérdidas se pueden cuantificar en dinero y el daño (aún el moral) podrá ser compensado. Pero cuando el tema pasa por la seguridad pública, el daño puede ser irreparable.

¿Cuántas veces oímos decir a connotados personajes públicos sobre la inconveniencia de “desarmar a los honestos”?, en tiempos de presentarse el proyecto de tenencia responsable de armas (hoy, ley nacional), pero nada dijeron luego cuando una de esas armas en manos de un honesto padre, dio muerte a una hija confundida con un intruso en su hogar.

¿O el caso de aquel matrimonio joven que hubo de soportar el asedio bochornoso de los periodistas que los sindicaron como responsables de haber violado a su pequeña hija? Sufrieron el escrache en los medios y las consecuencias de la turba que incendió su casa, influenciada por esa versión infundada que terminó siendo desmentida luego con el sobreseimiento de los mismos. Algunos quisieron hacer ver que replicaron la versión policial, pero ¿dónde está el rigor periodístico de chequear la fuente?

Más acá en el tiempo, hace pocos días un matutino -en su portal web- tituló la confesión en sede policial de uno de los indagados por el caso Lola Chomnalez, hecho que no había sido chequeado y terminó siendo desmentido oficialmente por la cartera de Interior (confirmado luego con la liberación judicial sin perjuicio del involucrado y una nota de disculpa en el propio matutino).

Finalmente, cabe decir que todos somos un poco «Totos», porque muchas veces nos hacemos eco de versiones que no son más que eso, y al final terminamos emitiendo juicios o formándonos opinión en base a falsedades.

En estos tiempos, en que se discute la conveniencia de una ley de medios y que muchos defienden a ultranza la libertad de expresión, se olvida que existen límites que deben respetarse en tanto vivimos en sociedad. Porque la libertad de uno se contiene en la libertad del otro y entre todos sostenemos el sano equilibrio de vivir en forma asociada.

La exposición de la vida privada es todo un tema, algunas veces cargado de mucha hipocresía, porque olvidamos que aceptamos ser parte de un show montado y hecho público por nosotros mismos. Así lo hacemos cada vez que compartimos una foto o un estado en Facebook, o cuando lo hacemos en 140 caracteres, o en una instantánea subida a la nube… Pero, también es cierto que somos dueños de lo que publicamos hasta que lo publicamos, luego ya es parte de la red y allí perdemos esa autoridad de seguir manteniendo privado lo que ya hicimos público.

Todo un tema para debatir y construir protecciones que permitan disfrutar con responsabilidad de las nuevas tecnologías sin estar expuestos a secuelas no deseadas o no consentidas por quienes terminan padeciendo las peores consecuencias.

Los uruguayos estamos más expuestos que antes; las redes sociales, los medios de comunicación, todo coadyuva a que tengamos más información pero ello no garantiza la confiabilidad de la misma. Mantener viva la confianza es un intangible que todo periodista que ame su profesión debe proteger, aún cuando se cometan errores, porque su condición humana lo somete a sufrirlos algunas veces.

El escándalo estalló en la prensa deportiva, en las redes sociales, y hubo quienes hicieron leña del árbol caído, y otros que defendieron al compañero y al maestro.

Que el hecho sirva para reconocer que no todo es blanco o negro, que no hay infalibles sino seres humanos que se equivocan… y lo reconocen.

Que al final, es lo mejor de esta historia.

el hombrecito esperaba ansioso,
el perro le ladró en portuñol…

Por El Perro Gil
Culumnista uruguayo

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