Las groseras asimetrías sociales como fuente de descontento colectivo y de violencia y el autoritarismo como contundente y hasta cruda respuesta a una eventual rebelión popular, constituyen los dos ejes temáticos que desarrolla “Nuevo orden”, el removedor largometraje del inquieto y revulsivo cineasta mexicano Michel Franco que se proyecta en salas de Montevideo.
Esta película de uno de los nuevos y galardonados talentos de la siempre fermental y ascendente cinematografía azteca, que obtuvo el Premio del Jurado en el prestigioso Festival de Venecia, ha merecido ácidas críticas por parte de la prensa de su país, que la ha tildado recurrentemente de racista y discriminadora de los pobres.
No compartimos dicha aseveración. Lo que el cineasta denuncia –sin ambages- son las obscenas diferencias sociales que subyacen en la sociedad mexicana y el bajísimo nivel cultural al cual ha sido condenada por el poder esa masa de marginales cuasi salvajes que invade, por ejemplo, la lujosa residencia de una familia burguesa que vive literalmente en el limbo.
Como el propio cineasta lo explicó en una entrevista previa al estreno de la película y luego de conocerse únicamente el tráiler, evidentemente hay verdades que incomodan, fundamentalmente a quienes pretenden ignorarlas y las han naturalizado.
Si bien actualmente en plena pandemia México tiene un gobierno de izquierda conducido por Manuel López Obrador, luego de una larga historia de administraciones únicamente obsecuentes a la oligarquía y al mercado, hay millones de personas viviendo en la más aberrante miseria, por décadas de pillaje y corrupción institucionalizada, fraudes electorales y acomodos.
Si bien el tan denostado film de Franco no explica detalladamente el contexto histórico, si desliza líneas de reflexión que anticipan tanto el desarrollo del relato como el sorprendente desenlace de esta descarnada producción.
Tal vez lo más removedor sea el lenguaje directo y frontal empleado por el controvertido cineasta desde el comienzo de la historia, con expresiones de violencia e intolerancia de altísimo impacto. Esas primeras secuencias, cargadas naturalmente de hondo simbolismo cuasi alegórico, constituyen apenas un mero anticipo de una obra que desafía e interpela.
En efecto, esas manifestaciones populares impregnadas de furia desenfrenada –un ejemplo son los disturbios sucedidos hace un tiempo en Chile- constituyen el retrato de un malestar extendido en forma transversal en casi todo el planeta, antes del estallido de la pandemia que sólo ha logrado atenuar esos malos humores.
De algún modo, la irrupción del Covid-19 ha sido funcional a los gobiernos que, mediante el miedo y las restricciones a la libertad ambulatoria, han controlado mejor los descontentos sociales.
Sin embargo, la llama de la insatisfacción, que puede devenir en incendio, sigue encendida. Eso es lo que intenta advertir Michel Franco en esta película tan injustamente fustigada.
Partiendo de la premisa que las inmorales asimetrías sociales constituyen el mello del asunto al igual que en la formidable y justificadamente oscarizada obra maestra coreana “Parásitos”, el relato comienza en una boda de lujo que se celebra en una residencia de una familia mexicana de la alta burguesía local.
Los contrayentes son Marianne (Naian González Norvind) y Cristian (Darío Yazbek Bernal), herederos de dos de las familias más adineradas e influyentes de la capital mexicana.
Más que una mera fiesta de casamiento, con funcionarios del registro civil incluidos, este es un auténtico festival del más desmesurado dispendio, ya que la residencia es una suerte de palacio concebido con las líneas arquitectónicas contemporáneas.
Allí, cientos de invitados –en una razonable atmósfera de jolgorio- disfrutan de un auténtico festín de manjares y bebidas exclusivas, abundante droga, juegos varios y celulares de última generación, todo atendido por un auténtico ejército de sirvientes y de guardias de seguridad. En ese contexto, lo realmente sorprendente es el permanente intercambio de dinero físico.
Naturalmente, también subyace el egoísmo de quienes olvidan la lealtad y alimentan permanentemente su avaricia, como en el caso de un ex empleado que acude infructuosamente a pedir ayuda para financiar una cirugía urgente.
Incluso, el film denuncia la desconfianza y la mezquindad que subyace entre familiares directos en esos círculos sociales privilegiados, con el episodio del cambio de combinación de una caja fuerte que guarda dinero y valiosas joyas.
El relato contrasta la radical dicotomía existente entre esa suerte de paraíso artificial burgués y el clima de virtual subversión o rebeldía con causa que estalla en calles virtualmente arrasadas por los destrozos materiales y el caos generalizado, con masivas manifestaciones no exentas de vandalismo y una dura represión estatal, que deviene en golpe de Estado y dictadura.
En buena medida, esa suerte de ficción barnizada de realidad, evoca las manifestaciones populares y la agitación social de las décadas del sesenta y el setenta en América Latina, que originaron como respuesta, cruentas dictaduras de derecha digitadas por el poder imperial instalado en la Casa Blanca, en el marco de la hoy descongelada Guerra Fría.
Esa suerte de clima de guerra es magistralmente retratado por el equipo de producción encabezado por Franco, mediante iniciales planos secuencias de enorme potencia expresiva, que trasuntan una coyuntura de incontenible violencia rayana en el salvajismo.
En tal sentido, resulta elocuente la invasión de un grupo de pobres a la lujosa residencia donde se celebra le boda de lujo y la posterior matanza, en la cual participa una enfurecida servidumbre.
No son menos contundentes las desgarradoras escenas de los presos políticos hacinados en cárceles improvisadas, que recuerdan, por ejemplo, al Estadio Nacional de Santiago de Chile mutado en prisión durante la dictadura del criminal de Augusto Pinochet, las violaciones de las prisioneras y las ejecuciones masivas.
Por supuesto, tampoco sorprenden los malos tratos a algunos miembros detenidos de familias ricas y los pedidos de rescate. Los atropellos son perpetrados por soldados de bajo rango, que odian a los privilegiados tanto como los pobres reprimidos.
Empero, más allá de eventuales “daños colaterales”, el propio desenlace de la historia corrobora que el nuevo esquema de poder al cual alude el título del film, es funcional a la propia oligarquía y a su guardia pretoriana militar.
“Nuevo orden” es un drama de extrema crudeza, explicitud y hasta realismo no exento de excesos, que explora –sin subterfugios ni eventuales abordajes complacientes- la psicología del enojo colectivo y la indignación y las inmorales asimetrías sociales que subyacen en las sociedades periféricas.
Esta película sin dudas testimonial, advierte sobre la tentación autoritaria que aflora en sociedades insatisfechas, que suele medrar con situaciones dramáticas para apropiarse del gobierno y justificar lo injustificable, arrasar los derechos humanos y ponerse al servicio del verdadero poder: el económico.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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