“¡Soy el rey! ¡Soy el rey! “¡El rey del mundo! ¡Ahora os tragáis vuestras palabras!”
Cassius Clay nació el 17 de enero de 1942 en un país racista como EE.UU. Después de ganar la pelea de los pesados, por el título mundial contra Sonny Liston, se sacó el apellido de esclavo y pasó a llamarse Muhammad Alí.
Se transformó en el deportista más admirado en el mundo, fuera del fútbol. Igual de famoso que Pelé, pero muchísimo más admirado.
Despertó amores y odios. Le decían el bocón de Louisville. En realidad era tan rápido con los puños como con las palabras. En el ring el mejor de la historia. Hablando, lo hacía por los millones de negros discriminados que no tenían voz. Lo admiro por las dos cosas.
Alí es uno de los más grandes atletas de la historia y una de las personalidades más fascinantes de nuestro tiempo.
Se transformó en el nuevo hombre negro que transformó la política racial, la cultura popular, y las nociones de heroísmo en los EE.UU y gran parte del mundo.
Nunca en la historia del boxeo de los EE.UU. se había visto “un dedo gordo de Dios” ser tan irreverente con el sistema.
Es imposible en un artículo abarcar al más grande.
Hoy quiero verlo fuera del Ring, donde también fue gigante.
Hay días que sintetizan años. Hay personas que sintetizan valores de una época.
En EE.UU. el servicio militar era obligatorio (después de la derrota en Vietnam dejó de ser obligatorio, por aquello que son mejores los mercenarios que los ciudadanos, para los países imperialistas).
Y Alí, cuando predominaba el exitismo de Vietnam, le dijo ¡No!, a la guerra. Tenía clasificación I-A o sea, según el ejército, coeficiente intelectual de 78. El ejército, en una segunda instancia, lo situó en el décimo sexto percentil –catorce puntos por debajo del umbral de admisión- y rebajó su clasificación a I-Y, no apto para el servicio activo.
Pero el sistema lo adiaba. Le hicieron de nuevo el test por si fingía. Dio de nuevo I-A. Pero lo odiaban y el 28 de abril de 1967 lo obligan a presentarse ante la Oficina de Admisión y Examen de las Fuerzas Armadas, en Houston para que se integre a las filas.
Alí y 24 reclutas potenciales se presentaron. El joven teniente S. Steven Dunkley pasaba revista y nombraba a cada uno y les pedía que dieran un paso al frente, con lo cual entraban en el ejército.
Cuando le llega el turno a Alí; el teniente gritó. “¡Cassius Clay! ¡Ejército!” Alí no se movió. El teniente optó por llamarlo Alí, pero éste no le hizo caso.
Lo apartaron, lo amenazaron que la pena eran 5 años de cárcel, más sanción económica. Le dieron otra oportunidad (era el mejor boxeador del mundo).
Alí volvió aquedarse inmóvil. No tenía miedo, ni la ansiedad que tuvo los minutos antes de la pelea con Liston por el título de los completos. Nacía un nuevo tipo de héroe.
Al final un oficial le dijo que pusiera por escrito los motivos de su negativa. Alí puso:
“Me niego a incorporarme a las filas del ejército de los Estados Unidos porque considero que debo estar exento de ello, por mi condición de ministro de la religión del Islam.”
Esta negativa de ir a pelear a Vietnam tuvo un tremendo impacto en los jóvenes, sobre todo entre los afroamericanos.
Alí fue condenado a cinco años de cárcel y diez mil dólares de multa, que era el máximo y era mucha plata en aquella época. Le sacaron el título. No lo dejaban boxear, ni salir del país.
Dice Gerald Early, profesor de literatura: “Cuando no quiso ir, sentí algo más grande que el orgullo: tuve la sensación de que mi honor de muchacho negro –de ser humano- quedaba a salvo. Alí era, a fin de cuentas, el gran caballero, el matador de dragones. Y yo, un mero muchachito de ciudad, me sentía un aprendiz en el camino hacia la gran imaginación y las grandes osadías. El día que Alí se negó a incorporarse a filas lloré en mi habitación, por mi futuro y por el suyo, por todas nuestras perspectivas como negros.”
Alí después de haber noqueado a Zora Folley un mes después de su negativa, se vio apartado de los cuadriláteros durante tres años y medio.
En el apogeo de su carrera y de la vida le sacaron el título, que recién en 1974 recuperó en Kinshasa, en el Zaire, cuando fue más inteligente que George Foreman.
Antes en 1971, el Tribunal Supremo acabaría dándole la razón, en sentencia unánime.
La primera figura mundial que dio su apoyo a Muhammad Alí, en 1967, fue el filósofo y pacifista Bertrand Russel:
“En los meses venideros los gobernantes de Washington van a tratar de perjudicarle a usted por todos los medios a su alcance, pero usted sabe, estoy seguro, que ha hablado en nombre de su pueblo y en el de todos los oprimidos del mundo que desafían valerosamente el poder norteamericano. Tratarán de hundirle porque usted es el símbolo de una fuerza que no pueden aniquilar, es decir: la consciencia, ya despierta, de un pueblo entero resuelto a no seguir siendo diezmado y envilecido por el miedo y la opresión. Puede usted contar con mi pleno apoyo. No deje de llamarme si viene por Inglaterra.”
El gobierno de Johnson de EE.UU. le retiraba el pasaporte a Alí en el mismo momento que recibía la carta de Russel.
A partir de ese momento Alí tuvo un cambio profundo, adoptó una postura más virulenta, más política y empezó a desplazarse por las universidades donde se transformó en un ícono de la paz. Aprendió cosas sobre Vietnam, ahondó sobre lo que pasaba en su país y dijo cosas como esta:
“No mataría vietnamitas en nombre de un gobierno que a duras penas reconocía la condición humana de sus propios ciudadanos.”
Le costó en lo inmediato: su título de campeón, su popularidad (que luego recuperó con creces) y millones de dólares, porque no lo dejaban trabajar.
Cuanta más presión ejercía el gobierno contra Alí, más clara era su postura.
Alí: “¿Cómo se atreven a pedirme que me ponga un uniforme y que me vaya a quince mil kilómetros de casa a tirarles bombas y pegarles tiros a los vietnamitas amarillos, mientras a los llamados negros de Louisville se les trata como a perros?”.
“Si yo pensara que yendo a la guerra conseguiría la libertad y la igualdad para mis veintidós millones de compatriotas, no tendrían que movilizarme a la fuerza. Me presentaría mañana mismo. Pero tengo que elegir entre obedecer las leyes del país y obedecer las leyes de Alá. No tengo nada que perder poniéndome en pie y cumpliendo con mis creencias. Llevamos cuatrocientos años en la cárcel.”
Había cosas mucho más importante que perder el título, donde era el mejor. “Tomé la decisión de ser un negro de los que no se dejan atrapar por los blancos…Un negro menos en tu lista, hombre blanco, ¿Comprendes? Un negro al que no vas a atrapar.”
Lo del título fue dicho enseguida que derrotó a Liston y a los que ya lo adiaban; les gritaba sobre todo a la prensa y a los poderosos que no soportaban que un negro de 22 años les enrostrara su dignidad.
Este artículo está dedicado a todos los oprimidos del mundo, a los que luchan por la paz y a los que siguen luchando contra el imperialismo norteamericano.
El coraje de Alí es fuente de inspiración.
Por el Prof. Gonzalo Alsina
La ONDA digital Nº 984 (Síganos en Twitter y facebook)
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