CINE | “Cray Macho”: Un sensible drama crepuscular

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La soledad, la ancianidad, la decadencia, la empatía y la ética son los vectores temáticos de “Cray Macho”, el último opus del legendario y nonagenario cineasta Clint Eastwood inspirado en una novela homónima, quien, con sesenta años de carrera artística –como actor, director, productor, guionista y compositor musical- se ha erigido, a los 91 años de edad, en uno de más perdurables mitos vivientes del cine universal.

Como es notorio,  Eastwood ha desarrollado una descollante trayectoria creativa de más de seis décadas como actor y realizador y ha dirigido treinta y cinco largometrajes. En ese contexto, obtuvo, entre otras distinciones, dos premios Oscar como Mejor Director y en la categoría “Mejor Película, por las inolvidables “Los imperdonables” (1992) –unos de los mejores westerns de la historia- y “Million Dollar Baby” (2004), un drama desgarrador que destila dolor pero también amor.

Obviamente, otras obras emblemáticas de su extensa filmografía –que ha destacado por su intrínseca calidad y sabiduría, son “Los puentes de Madison” (1995), “Río místico” (2003), “Cartas de Iwo Jima” (2006), “Gran Torino” (2008) y “La mula” (2018).

Desde el comienzo de su carrera como actor, incursionó primordialmente en el género western y en el cine policial. Empero, como realizador ha dirigido también historias ambientadas en el indómito lejano oeste, cine de acción de alto impacto, film bélicos de sesgo histórico y, naturalmente, dramas.

Esa circunstancia lo transforma en un creador completo, cuya producción abarca virtualmente casi todos los géneros y transita la totalidad de las temáticas inherentes a la condición humana.

 

Es, sin dudas, un sobreviviente de un cine sensible y variopinto, que privilegia con singular maestría las emociones, pero también la estética y el plausible manejo de los recursos cinematográficos.

“Cray Macho”, su última entrega, es cine crepuscular en estado químicamente puro, que propone una suerte de elegía acerca del destino, la solidaridad y el compromiso con el otro.

Aunque no se trata de un western contemporáneo propiamente dicho, la peripecia de Milo Mike (Clint Eastwood), que otrora fue una figura emblemática de las competencias de rodeo, se parece mucho a la de un legendario héroe del Lejano Oeste.

En efecto, pese a su andar lento y su visible decrepitud, su sombrero de ala ancha y sus botas lo erigen en un prototipo de vaquero tradicional de las épocas más esplendorosas.

Por supuesto, por su avanzada edad, ya no se dedica a domar indomeñables y bravíos caballos ni a cosechar galardones y ovaciones de enfervorecidas multitudes.

Es decir, sus tiempos de gloria ya son parte del pasado, al igual que el calor de un acogedor hogar, de una mujer que lo recibía con los brazos abiertos y de un hijo que aspiraba a seguir sus pasos. Empero, todo se truncó con un accidente que lo dejó fuera de carrera.

Para peor, es despedido de su trabajo, se refugia en su ruinoso rancho y se emborracha para olvidar sus penas, hasta que una llamada modifica radicalmente el curso de su existencia y le devuelve la vida.

Ahora, ya no será un material de desecho como tantos jubilados que aguardan el inexorable transcurrir del tiempo y la muerte, porque debe saldar una deuda de agradecimiento cumpliendo una misión de alto riesgo.

La tarea, encomendada por un poderoso empresario viejo conocido y amigo y jefe (Dwight Yoakam), es rescatar a un adolescente de 13 años que partió rumbo a México con su madre, luego de una conflictiva separación.

Aunque la propuesta le genera dudas, por las obvias limitaciones que le imponen los problemas de un físico tan extenuado como decadente, asume que esa es su última oportunidad de recuperar parte de su propia esencia y volver a respirar el optimismo perdido.

Empero, la empresa no es fácil porque, además de recorrer cientos de kilómetros del árido territorio mexicano, deberá lidiar con la progenitora del joven cautivo (Fernanda Urrejola), una suerte de mafiosa que destaca por su belleza, perversidad y poder de seducción.

El otro desafío será convencer al iracundo joven Rafa (Eduardo Minett), que debe ser rescatado y restituido a su padre, quien, pese a los maltratos que padece, se niega a regresar y comparte su soledad con un gallo de riña, al que ha bautizado precisamente Cray Macho. Obviamente, el animal, por sus peculiares características, representa simbólicamente la épica de la supervivencia.

El extenso periplo compartido, que no está exento naturalmente de contratiempos, deviene en un vínculo inicialmente signado por la tensión, aunque luego la empatía le gana al conflicto y el joven comienza a asimilar las enseñanzas y los valores de su protector.

En el curso de su huída rumbo a la frontera común, donde aguarda el padre del chico, el hombre recupera el placer y la destreza de domar caballos, como un trabajo transitorio que le permite costear los gastos del largo viaje de regreso. Esa circunstancia supone una auténtica bocanada de oxígeno, que le permite recuperar parte de su autoestima y volver a sentirse joven, aunque sea emocionalmente.

El tercer personaje relevante de esta historia es una viuda madura y solidaria (Natalia Traven), quien les ofrece ayuda y refugio al protagonista y al joven, devenidos en fugitivos bajo la acusación de secuestro y perseguidos por una banda de mafiosos.

La mujer supone una suerte de bálsamo para el longevo vaquero, con quien entabla una suerte romance sin pasión, sólo apenas insinuado por miradas y actitudes cariñosas y hasta por un fuerte abrazo y un baile compartido.

Aunque no se trata de una de sus mejores películas, “Cray Macho” recupera los aires de grandeza del cine de Eastwood, en una fuerte apuesta al cine sensible que siempre ha cultivado en su extensa carrera creativa.

En ese contexto, el relato discurre entre el thriller, el género western, el drama y hasta la comedia, ya que posee varios pasajes realmente jocosos, que exorcizan el drama del vínculo entre un niño desamparado y un anciano ya quebrado por la edad, pero con la indispensables reservas anímicas para experimentar una suerte de resurrección en las postrimerías de su ciclo vital.

En ese marco y pese a sus 91 años de edad, el emblemático cineasta corrobora que su talento creativo está intacto y lo que es más importante, conserva toda la sabiduría que le ha otorgado su experiencia tanto delante como detrás de cámaras.

Empero, su apuesta más relevante es conservar su fina sensibilidad para rescatar valores inherentes a la condición humana, aun en situaciones extremas.

En tal sentido, su ideología ultra-conservadora no le ha impedido observar la realidad desde un ángulo tan diferente, en un radical cambio cualitativo que ha transformado a su cine en una materia bastante más comprometida con la denuncia de las miserias y las más traumáticas peripecias humanas.

“Cray Macho”, que seguramente por razones obvias será una de las últimas entregas del descollante autor, es una historia que discurre en varios cursos de acción, impregnados de una atmósfera intransferiblemente nostálgica y de un aire naturalmente crepuscular, tanto por su estética cinematográfica como por su temática.

En tal sentido, la película destaca por su intrínseca insularidad, su plausible trabajo de montaje, su ajustado lenguaje narrativo, su estupenda fotografía de exteriores, su música y, particularmente, por su invalorable mensaje de impronta profundamente redentora y humanista.

FICHA TÉCNICA

Cry Macho. Estados Unidos 2021. Dirección: Clint Eastwood. Guión: Nick Schenk, basado en la novela de N. Richard Nash. Fotografía: Ben Davis. Edición: Joel Cox y David Cox. Música: Mark Mancina y Clint Eastwood. Reparto: Clint Eastwood, Eduardo Minett, Dwight Yoakam, Natalia Traven, Fernanda Urrejola, Jorge-Luis Pallo y Rocky Reyes.

 

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico de cine

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