“Violette”, desafío a la intolerancia

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La pasión por la escritura como radical expresión de un alma atormentada y tatuada por el dolor, provocadora, osada, libertaria y obviamente emancipada es la clave de “Violette”, la biografía cinematográfica del realizador francés Martin Provost, ambientada en una desolada escenografía de posguerra.

Esta es la adaptación de la historia real de Violette Leduc (Emmanuelle Davos), considerada una escritora “maldita” para la moral mojigata de su época por su tendencia a desafiar a los cánones hegemónicos y segregada por su humilde origen social.

No en vano su pluma incursionó en temas considerados tabú en la primera mitad del siglo pasado, como la sexualidad femenina y el aborto, entre otros.

violette-peliculaEsa inclinación a enfrentar a una sociedad cerrada la expuso al denuesto, la crítica descalificadora y, por supuesto, a la más salvaje de todas las censuras.

En ese contexto, en 1955 fue obligada a mutilar su controvertida novela “Estragos”, que narra un amor lésbico entre dos adolescentes.

Su provocativa osadía llegó a describir un cuadro de incesto entre dos hermanos, que constituye la matriz temática de “Taxis”.

“Violette”, recrea la relación de la controvertida escritora con la famosa novelista, ensayista y biógrafa Simone de Beauvoir (Sandrine Kiberlain), autora referente del existencialismo, de quien con el tiempo de enamoró perdidamente.

Para nada puede sorprender el fuerte vínculo de amistad y mecenazgo entre Violette y Simone de Beauvoir, quien marcó un hito en la literatura de fuerte contenido político, social y filosófico y no en vano fue pareja del pensador Jean Paul Sartre.

El relato corrobora hasta qué punto la peripecia personal influye en el futuro destino de las personas, en tanto la protagonista carga sobre sus hombros con un pasado realmente lacerante de abandono.

Su propia condición de hija bastarda de un ignoto noble y la compleja relación con su madre, la expulso al desprecio pero también galvanizó su espíritu rebelde y su intrínseco instinto de conservación.

Sobrevivió como pudo en la miseria de una posguerra con el estigma de la devastación y hasta sobrellevó el trauma de su supuesta fealdad, que le generó más de un complejo y afectó su autoestima.

La película describe la experiencia de resurrección de esta mujer nada agraciada, quien, motivada por insignes intelectuales de la época como Albert Camus, Jean Genet, Jean Paul Sartre y Jean Cocteau, logró emerger del lodo de una dura realidad gracias a la impronta transgresora de una escritura de sesgo radicalmente feminista.

No es casual que la narración que describe un periplo existencial tan inclemente como desafiante, transcurra entre fines de la década del cuarenta y comienzos de la del cincuenta. Ese tiempo histórico coincide naturalmente con el desarrollo de una fuerte corriente intelectual de izquierda, que cobijó bajo su égida también a la propia Simone de Beauvoir.

Aunque no se explicite claramente, la propia peripecia literaria de la protagonista parte de una inmortal máxima filosófica sartreana: “que el ser humano está condenado a ser libre”.

Esa suerte de alarido emancipador y auto-determinista es sin dudas la clave de la tumultuosa historia de la atormentada Violette y la seña de identidad de una obra literaria destinada a perpetuarse en la memoria colectiva, más allá de silencios y deliberados olvidos.

La historia está marcada por los tiempos y los vínculos de la protagonista con referentes culturales de la época, como Maurice Sachs, Jean Genet, Albert Camus y Jacques Guérin, entre otros.

De un modo u otro, todos coadyuvaron a rescatar a la transgresora escritora del anonimato y el olvido a los cuales el destino de antemano la había condenado.

En ese contexto, el relato se centra en ese vínculo aparentemente indestructible entre Violette y Simon de Beauvoir, en una progresión que discurre a través de la emoción, la pasión y la veneración.

La emoción es precisamente la materia prima de la literatura de la autora, que nace de las entrañas de la angustia y hasta del espanto, por la dura experiencia de su infancia y su lucha por la supervivencia.

Esa suerte de epopeya existencial está narrada con particular sabiduría artística, pero también con el plausible bagaje histórico requerido para pincelar una época singular. En un paisaje existencial de atmósferas opresivas, el autor rescata al personaje de la marginalidad que le impuso su condición de mujer, de bastarda y de militante por el derecho a la libertad.

“Violette” es un revelador retrato en sepia de una época de tormentosas ebulliciones intelectuales, pero también de un tiempo de miserias humanas y radical intolerancia.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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