El domingo 2 de febrero del corriente año Dylan Farrow, hija adoptiva de Woody Allen, escribió en la prensa norteamericana una carta abierta denunciando los supuestos abusos sexuales a los que la sometió el cineasta cuando ella tenía 7 años, esto fue a principios de los años 90. Farrow, que actualmente tiene 28 años es hija de la actriz Mia Farrow, que mantuvo una larga relación con Woody Allen a finales de los años 80.
Lo que sigue a continuación es un análisis de este tema realizado por la prestigiosa revista colombiana Arcadia y una carta de Woody Allen donde este responde a las acusaciones que le hacen.
“Arcadia” se pregunta; ¿Qué hacemos con Woody Allen?
“Tras el escándalo por el supuesto abuso sexual de Woody Allen a su hija adoptiva Dylan Farrow, Arcadia le preguntó a dos filósofos sobre las complejas relaciones entre la obra y la conducta ética del artista.
Si el genio es un canalla, ¿sigue siendo genio?
Desde luego. Lo que pasa es que estamos acostumbrados a la imagen romántica del “hombre total”, de la “personalidad íntegra” que reúne en un solo acto lo bueno, lo bello y lo verdadero. Pero lo cierto es que la genialidad y la moralidad no necesariamente marchan por el mismo camino. Rousseau, el autor de uno de los tratados pedagógicos más importantes de la modernidad, abandonó a sus hijos en un orfanato. Y sin embargo, ¿quién duraría de su genialidad?
¿Pero entonces el artista no tiene una responsabilidad moral? ¿Tiene la obra de arte una función moral?
No veo por qué el artista tenga que tener una “responsabilidad moral” diferente o mayor a la de cualquier otro ciudadano. Lo que ocurre es que personalidades famosas como Woody Allen se encuentran sometidas al escrutinio público debido a la sobreexposición que tiene su vida privada en los medios. Es lógico que sobre ellos se proyecten expectativas que en muchos casos son injustificadas. Si el artista ha transgredido una norma de convivencia reconocida como válida por el conjunto de la sociedad a través de su ordenamiento jurídico-institucional, entonces deberá responder pero no como artista sino como ciudadano.
¿Entonces el artista no está obligado a responder públicamente por su conducta privada?
Por supuesto que no. Cada cual lleva su vida privada como quiere, siempre y cuando esta se mantenga dentro los límites establecidos por las normas de convivencia que la sociedad misma se ha dado. Si su conducta privada va más allá de esos límites, entonces deberá responder, pero no como artista sino como miembro de esa sociedad política.
¿Qué formas de expresar rechazo por la conducta de un hombre, pese a la genialidad o popularidad de su obra pueden proponerse desde la ética? ¿Deberíamos dejar de bailar las canciones de Diomedes?
Cuando una obra sale de las manos del autor, deja de ser suya y pasa a ser del público. Ahí se produce ya una disociación entre el autor y su obra. De manera que pedirle a la gente que deje de bailar las canciones de Diomedes Díaz como un medio para sancionar su sospechado feminicidio sería más un acto de fanatismo que un imperativo de carácter ético. Es necesario que cuando ocurren casos como estos, algunos sectores de la sociedad civil (pienso por ejemplo en asociaciones feministas) levanten su voz para visibilizar públicamente el problema de la impunidad de la violencia contra las mujeres. Politizar el tema y debatirlo públicamente está muy bien, pero otra cosa es querer sancionarlo moralmente. Insisto en la idea: la sociedad civil no es una instancia de sanción moral sino de politización. Las sanciones, si las hay, tendrán que venir de las autoridades competentes. Es sobre ellas, y no sobre la sociedad civil misma, que hay que ejercer la presión.
En el caso de Woody Allen, su más reciente película está nominada a los Oscar. Si bien es la obra la que se elogia, es el hombre el que recibe el elogio, el premio, el aplauso. ¿No cree usted que debería haber una sanción social sobre el hombre, a pesar de la genialidad de su obra, ya que es él quien recibe los honores?
Ya hay un debate público en torno al asunto, como lo prueba este número de la revista Arcadia. La sociedad civil puede, ciertamente, debatir el tema, politizarlo y ejercer presión sobre las autoridades competentes para que el caso se investigue, pero no le corresponde a ella implementar mecanismos de sanción moral que sean vinculantes para los ciudadanos. Por eso, creo que negarle el premio que la obra de Woody Allen merece como forma de sanción moral por su conducta privada sería un gravísimo error. Las sanciones, morales o penales, no le corresponden a la sociedad civil.
Supongamos que el supuesto pedófilo no es un artista públicamente conocido, sino un oficinista totalmente anónimo, quien se encuentra en un pleito por un supuesto acto de violación familiar. ¿Debería ser despedido de su trabajo o amonestado públicamente por encontrarse en dicho proceso?
La sanción correspondiente debe provenir de las instituciones legalmente señaladas para ello y no de personas privadas. Estas, a lo sumo, pueden reprochar al infractor, pero esto no las excusa de hacer la denuncia frente a las autoridades correspondientes. Hasta donde sé, la violación que cometió Allen no ha sido denunciada penalmente por la hija de Mia Farrow. En lo que no estoy de acuerdo es en sustituir la politización del tema de la pedofilia por su moralización. De lo que se trata es de que la sociedad civil visibilice el problema y lo someta a una discusión pública con el fin de presionar a los órganos de decisión política para que tomen medidas al respecto. Pero quedarse en una simple moralización del problema de la pedofilia en el nivel privado es en realidad una forma de despolitizarlo.
Muchas universidades y círculos académicos han excluido de sus fuentes las obras de Martin Heidegger por sus claros vínculos con el nazismo, aún a pesar de su enorme importancia en el pensamiento del siglo xx. A Sócrates, por el contrario, se le tiene como un mártir de la verdad, cuando está claro que mantenía relaciones homosexuales con muchos de sus jóvenes discípulos, por lo que hoy en día se lo podría acusar de pedófilo.
La pedofilia era una práctica reconocida y tenida en gran estima por los griegos, en particular por las clases altas. No es legítimo valorarla según nuestros criterios morales o científicos actuales. Además, Sócrates no era “homosexual”, tal cosa no existía en el mundo griego. Debemos cuidarnos de proyectar en el pasado formas de valoración que surgen apenas con las sociedades modernas. El tipo de conducta valorada bajo el significante “homosexualidad” surge de la mano de la medicina y la psiquiatría del siglo xix. Antes de eso no hay “homosexuales”. De otro lado, no he tenido noticia de que alguna universidad medianamente seria haya prohibido las obras de Heidegger debido a sus vínculos con el nacionalsocialismo. Hacerlo, ¿no equivaldría a replicar el mismo gesto fascista que se critica? ¿Acaso los nazis no quemaron los libros de Freud? Y la dictadura argentina ¿no prohibió acaso los libros de Foucault?
Si la pedofilia, como la homosexualidad, parece ubicarse por fuera del libre albedrío y ser más bien una determinación inconsciente de conductas, ¿debe entonces castigarse a un pedófilo?
No es correcto poner en el mismo nivel la pedofilia y la homosexualidad. La pedofilia es un delito porque es un acto aleve que se ejerce sobre una persona indefensa. No es un acto consentido porque hay una persona que sabe perfectamente lo que hace y que impone su voluntad sobre otra que no lo sabe. Es, por tanto, un acto de violencia. Este es precisamente el caso de la relación entre Allen y la hija de Mia Farrow. Pero otra cosa muy distinta sería conocer que Allen sostenía relaciones homosexuales con un actor o con otro director de cine. En el primer caso hablamos de una relación no consentida de carácter violento penalizada por la ley; en el segundo, en cambio, de una relación consentida que pertenece a la vida privada de personas adultas y donde la ley no tiene por qué intervenir.
Crónica
Fuente: Revista Arcadia
Sobre el tema La carta completa de Woody Allen
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