La Guerra de Yom Kipur (o del perdón), el sangriento conflicto bélico árabe-israelí acaecido hace exactamente 50 años, entre el 6 y el 25 de octubre de 1973, es el disparador temático de “Golda”, el impactante docudrama del cineasta judío Guy Nativv, que recrea un crucial y no menos lacerante fragmento de la peripecia personal de la cuasi legendaria primera ministra israelí Golda Meier, quien ejerció el poder precisamente en una de las épocas más cruentas de la historia de su país.
El estreno local de la película, que ya lleva varias semanas en nuestra cartelera, coincide en el tiempo con la escalada de violencia que desangra dramáticamente a esa región recurrentemente convulsionada del planeta.
Aunque el detonante fue un devastador ataque del grupo palestino islámico Hamás, la reacción del gobierno y el ejército israelí fue aun peor, con persistentes bombarderos a poblaciones civiles en la Franja de Gaza y una auténtica hecatombe de muertos y heridos, incluyendo, naturalmente, a mujeres, niños y ancianos.
Por supuesto, se trata del conflicto bélico más largo de la era contemporánea, que se inició incluso antes de la creación del Estado de Israel, en 1948, por decisión de la Organización de las Naciones Unidas, un invento de Estados Unidos y Gran Bretaña durante la posguerra, que jamás logró mitigar la barbarie guerrerista e incluso fue funcional a las grandes potencias firmantes del Tratado de Yalta, cuyo poder de veto en el Consejo de Seguridad aborta toda posibilidad de condenar las agresiones perpetradas por las imperialismos contemporáneos.
Obviamente, la grave omisión de la ONU fue no crear también un estado palestino y condenar a este pueblo a vegetar sin rumbo y sin patria, pese a que la Palestina histórica comprendía, en el pasado, los territorios que hoy son Israel, Cisjordania, Jerusalén Este y Jordania. Mientras tanto, los sionistas reivindican el denominado Israel Bíblico y, en ese contexto, se creen con el derecho a ocupar y colonizar territorios ajenos, violando las resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Estas visiones contrapuestas sobre el pasado, el presente y la historia misma, transforman a la guerra árabe-israelí en un conflicto permanente, azuzado y alimentado por los intereses económicos y neocoloniales de las potencias hegemónicas con injerencia en la región y por los poderosos capitales judíos.
Aunque las hostilidades se remontan a la década del cuarenta del siglo pasado e incluso a antes, el punto de inflexión fue la creación del estado de Israel y su declaración de independencia el 14 de mayo de 1948. Empero, las tensiones no cedieron durante la década del cincuenta y, el 5 de junio de 1967, la fuerza aérea judía lanzó un ataque preventivo contra Egipto. Aunque la ofensiva duró apenas seis días, Israel capturó la Península del Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este y las Alturas del Golán, territorio perteneciente a Siria. Esta situación geopolítica se mantuvo hasta el 17 de setiembre de 1978, cuando los bandos beligerantes, con la mediación de Estados Unidos, suscribieron el Pacto de Camp David, mediante el cual se acordó la paz entre Israel y Egipto, país al cual le fue restituida la soberanía sobre la Península de Sinaí, aunque se mantuvo la ocupación, por parte de los israelíes, de los restantes territorios.
Estos son algunos de los antecedentes de la Guerra de Yon Kipur, que están sucintamente aludidos en la película, con rápidos pantallazos e imágenes documentales, que sólo pueden ser decodificados por quienes conocen la historia y no por aquellos que la ignoran. Desde ese punto de vista, la película dista de ser esclarecedora en torno al contexto en el cual estalló el nuevo conflicto, en este caso entre Israel, Egipto y Siria. Estas dos últimas naciones lanzaron un ataque masivo y sorpresivo sobre territorio israelí, que no fue advertido por la inteligencia sionista y la tomó de sorpresa en plena festividad por el año nuevo judío, concretamente en el Día del Perdón o Yon Kipur.
En efecto, este no es precisamente un film bélico, porque está centrado básicamente en la figura de la primera ministra Golda Meier, una Herren Mirren magistral pero irreconocible, cuyo rostro está cubierto por abundante maquillaje que la transforma virtualmente en la gobernante israelí.
Aunque el relato está poblado de numerosos agonistas, toda la narración es una suerte de unipersonal de la anciana Golda Meier, una mujer enferma, solitaria y atribulada por una guerra indeseada, que la forzó a tomar decisiones duras y le generó una suerte de culpa por las abundantes pérdidas humanas de las tropas de su país devenidas del cruento enfrentamiento militar.
La recreación cinematográfica de esta historia real, que transcurre casi exclusivamente dentro de ambientes cerrados a cal y canto y claustrofóbicos cuarteles y refugios subterráneos, salvo algunas escenas rodadas en un balcón desde donde se pueden visualizar a los lejos los bombardeos, trasuntan la radical diferencia entre quienes toman las decisiones en todas las guerras y quienes padecen la violencia en carne propia.
En efecto, mientras miles de soldados pierden la vida, quedan amputados física y emocionalmente y sufren el estupor de la barbarie bélico, los gobernantes o militares de alto rango observan la hecatombe como si fueran meros espectadores de una tragedia teatral digna de Sófocles o del propio William Shakespeare.
Ello corrobora que, generalmente, los uniformados son mera carne de cañón o herramientas de destrucción funcionales a las apetencias políticas, territoriales o económicas de los civiles que mueven los resortes del poder local o trasnacional, más allá que muchos de los militares estén enfermos de violencia y de devastadora patología de nacionalismo exacerbado.
Aquí asistimos a un trabajo interpretativo realmente magistral de la actriz británica ganadora del Oscar Helen Mirren, quien se coloca bajo la piel de la gobernante israelí y, por momentos muta en ella, aunque jamás pierde su inconmensurable calidad artística e histriónica, pese a que su actuación es sobria y contenida.
Por más que esta película, construida en base a secuencias de rodaje y fragmentos documentales, no contiene ninguna escena de guerra, la masacre se percibe auditivamente mediante las permanentes comunicaciones por radio que mantienen la primera ministra y los altos mandos militares con quienes se encuentran en el campo de batalla.
Esos registros acústicos, que por su intensidad resultan contundentes y por momentos hasta atronadores, desnudan, con singular explicitud, el extremo sufrimiento de los seres humanos que ponen sus vidas al servicio de su país, aunque no ocultan su miedo a la muerte. En ese contexto, nuestro sentido auditivo asiste a un auténtico e incontenible vendaval de cañonazos, desesperados gritos, sollozos y pedidos de auxilio.
A diferencia de otros recordados títulos del género bélico, este es un cuadro de horror que se construye apelando únicamente al sonido y no a la percepción visual. La cámara registra el rostro angustiado de la protagonista y de los miembros de su estado mayor, quienes, sin embargo, también trasuntan su patología triunfalista cuando desde el campo de batalla se reporta una victoria militar o la captura de un enclave enemigo estratégico. En efecto, salvo en el caso de esta mujer encorvada, anciana, enferma y azotada por los graves problemas respiratorios que culminarán en su muerte, nadie parece sentir o experimentar en carne propia el padecimiento de sus compatriotas, que combaten sin cesar para defender su territorio, sin entender el sentido inentendible de la guerra.
Aunque no se explicite, existe un paralelismo entre las tropas israelíes atrapadas por el fuego enemigo que les confina en una prisión territorial que sólo les permitirá salvar sus vidas con coraje y valentía, con el encierro de la propia gobernante, que se limita a impartir órdenes tajantes de avanzar y masacrar al enemigo, sin obviar una sensación de angustia por lo que está sucediendo a cientos de kilómetros del refugio en el cual se aloja, como si fuera una suerte de cárcel.
Aunque podría imputarse a esta película una mirada si se quiere algo maniquea, que transforma a los judíos en los buenos o víctimas y a los árabes en malos o victimarios, este es un drama que igualmente sensibiliza al espectador, aunque este no sea judío y no comulgue con el dogma imperialista de los sionistas.
Evidentemente, “Golda” no es una película biográfica, porque no recrea la vida de este personaje real de la historia, sino que se remite únicamente a su participación en la toma de decisiones devenida de la Guerra de Yon Kipur. Incluso, como se desarrolla en dos universos temporales, también reconstruye la solitaria comparecencia de la gobernante ante un tribunal que juzga o bien evalúa su gestión durante la guerra, a raíz de las numerosas pérdidas humanas de tropas israelíes, con el propósito de determinar si estas eran evitables y si las decisiones adoptadas en una situación extrema fueron realmente las mejores.
En el marco de una narración sobria, austera y por momentos hasta asordinada, hay un conjunto de secuencias que impactan: la entrada de la protagonista a una inmensa morgue donde yacen los cadáveres de cientos de soldados, los teléfonos que suenan incesantemente hasta atormentarla –una escena que parece más arrancada de una pesadilla que de la realidad- y por cierto, algunos momentos de total y absoluta soledad de la anciana en su alcoba, cuando, acostada boca arriba y tosiendo persistentemente, no puede conciliar el sueño, tal vez por temor a no despertarse.
Evidentemente, ser trata de una mujer atormentada por el miedo pero también por la culpa, que expía sus eventuales pecados autodestruyendo su cuerpo por la letalidad de su adicción al tabaco, que no abandona pese a que la expone a inenarrables sufrimientos y la está matando literalmente en vida.
Empero, más allá de su impronta intimista, esta si es una película política, que revela el verdadero rostro del imperialismo norteamericano, por la irrupción en escena del, tristemente célebre Secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger (Isaac Liev Schreiber), el autor intelectual de todos los golpes de Estado fascistas en América Latina durante la fase más álgida de la Guerra Fría que acaba de cumplir 100 años de edad, quien, en este caso, oficia como una suerte de mediador del conflicto, pese a que la potencia hegemónica siempre apoyó económica y militarmente a Israel.
Por cierto, en el encuentro entre el diplomático y la gobernante israelí, hay una escena muy simbólica, cuando Golda Meier lo invita y casi lo obliga a beber una sopa judía, demostrando que, aun acorralada, conserva temperamento y poder. Por cierto, el visitante la manipula y la obliga a ceder, manifestándole que su país no está dispuesto a una confrontación directa con la URSS, que por entonces apoyaba y armaba a los árabes.
Este es, sin dudas, muy film testimonial, que aunque desliza algunas gotas de maniqueísmo, igualmente recrea lo que realmente sucedió en ese cruento enfrentamiento bélico, con superlativa calidad cinematográfica, intransferible acento documental y una interpretación antológica de la interminable Helen Mirren.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
FICHA TÉCNICA
GOLDA. Estados Unidos. Reino Unido 2023. Dirección: Guy Nattiv. Guión: Nicholas Martin. Fotografía Jasper Wold.
Montaje: Arik Lahav-Leibovitch. Música: Dascha DauenHauer.
Reparto: Helen Mirren, Camille Cotin , Rami Heuberger (Moshe Dayán), Lior Ashkenazi, Isaac Liev Schreiber (Henry Kissinger), Ohad Knoller (Ariel Sharon), Dominic Mafham y Emma Davies.
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